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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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El conde de Provenza saludó, siempre sonriente, y salió del gabinete cuando ya no oía<br />

aquellas voces femeninas, diciéndose que así podía evitar una mirada<br />

intencionadamente acusadora, un gesto hostil, una palabra agresiva...<br />

XXXVII<br />

EN <strong>LA</strong>S HABITACIONES <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REINA</strong><br />

La reina, en cuanto salió del gabinete de Luis XVI, midió en toda su extensión el<br />

peligro que acababa de correr. Apreció lo que Juana había puesto de delicadeza y de<br />

reserva en su improvisada declaración, y el tacto verdaderamente notable con que<br />

después continuaba en la sombra.<br />

En efecto, Juana, que por una inesperada suerte acababa de iniciarse en los íntimos<br />

secretos que los cortesanos más hábiles acechan durante años sin conseguirlo, y<br />

comprendiendo que había desempeñado un importante papel en una delicada jornada de<br />

la reina, no pretendía obtener ninguna ventaja, ni quería que un gesto suyo pusiera en<br />

guardia el susceptible orgullo de los grandes, tan quisquillosos cuando advierten<br />

sentimientos del más noble linaje en sus inferiores.<br />

Sin embargo, la reina, en lugar de aceptar la intención de Juana, que era ofrecerle sus<br />

respetos y retirarse, la retuvo con una amable sonrisa, diciéndole:<br />

—Fue una gran fortuna, condesa, que me impidieseis entrar en casa de Mesmer con la<br />

princesa de Lamballe. Ved cómo todo se ha falseado, y aún no habiendo pasado yo más<br />

allá de la puerta, ha sido suficiente para aseguraros que yo había estado dentro, en lo<br />

que llaman la sala de las crisis. ¿No es ése el nombre que le dan?<br />

—La sala de las crisis, sí, madame.<br />

—Pero —preguntó la princesa de Lamballe—, ¿cómo es posible que los asistentes<br />

supieran que la reina estaba allí, y que los agentes de monsieur de Crosne se hayan<br />

engañado también? Ahí está el misterio, según creo; los agentes del lugarteniente de<br />

policía afirman que la reina se encontraba en la sala de las crisis.<br />

—Es verdad —dijo la reina pensativa—. Y no hay ningún interés por parte de De<br />

Crosne, que es un hombre honrado y que me quiere, pero los agentes pueden haber sido<br />

sobornados, querida princesa. Tengo enemigos, y vos lo sabéis. Forzosamente ese<br />

rumor se apoya en algo. Decidnos todos los detalles, condesa. Primero, el infame libelo<br />

me presenta embriagada, fascinada, magnetizada de tal forma que perdí toda dignidad<br />

femenina. ¿Qué hay de verdad en eso? ¿Hubo ese día una mujer?<br />

Juana enrojeció. El secreto todavía era suyo; el secreto sobre el cual una sola palabra<br />

podía destruir su funesta influencia sobre el destino de la reina. Si ella lo revelaba,<br />

perdía ocasión de ser útil, incluso indispensable a Su Majestad. Esa situación arruinaría<br />

su porvenir, y siguió reservada como la primera vez.<br />

—Madame —dijo—, había en efecto una mujer muy agitada y que llamó la atención<br />

por sus contorsiones y su delirio. Pero me parece que...<br />

—¿Os parece —dijo vivamente la reina— que esa mujer sería cualquier mujerzuela,<br />

quizá lo que se entiende por una mujer de vida airada, y no la reina de Francia?<br />

—Ciertamente, madame.<br />

—Condesa, habéis respondido muy bien al rey, y ahora es a mí a quien toca hablar de<br />

vos. Decidme, ¿cómo van vuestros asuntos? ¿Qué probabilidades veis para hacer<br />

reconocer vuestros derechos?<br />

En ese momento entró madame de Misery.<br />

—¿Vuestra Majestad quiere recibir a mademoiselle de Taverney?<br />

—Claro que sí. ¡Qué ceremoniosa es! Nunca faltará a la etiqueta. Andrea, Andrea, venid<br />

aquí.

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