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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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Entró la princesa de Lamballe. Bella y serena, frente descubierta, bucles recogidos sobre<br />

las sienes, cejas negras y finas como dos rayas de ébano, ojos azules, transparentes, y<br />

nariz recta y pura, labios castos y voluptuosos a la vez... Tal era la belleza de la princesa<br />

de Lamballe, tutelando un cuerpo de una hermosura impar.<br />

La princesa llevaba con ella, en torno a ella, ese perfume de virtud, de gracia y de<br />

espiritualidad que Mira de la Valliere emanaba de sí antes del favor real y después de su<br />

desgracia.<br />

Cuando el rey la vio llegar, risueña y humilde, sintió un gran dolor. «¡Ay!, lo que diga<br />

esa boca será acaso una condena.»<br />

—Sentaos, princesa —le dijo tras un respetuoso saludo y mientras el conde de Provenza<br />

se le acercaba para besarle la mano.<br />

—¿Qué desea de mí Vuestra Majestad? —preguntó la princesa con su angelical voz.<br />

—Una información, madame.<br />

—Preguntadme, Sire.<br />

—¿Qué día acompañasteis a la reina a París? Recordadlo exactamente.<br />

De Crosne y el conde se miraron sorprendidos.<br />

—Comprenderéis, señores —dijo el rey—. Vos no dudáis y yo todavía dudo; pregunto,<br />

pues, como un hombre que duda.<br />

—El miércoles, Sire —contestó la princesa.<br />

—Perdonadme —continuó Luis XVI—, querida prima, pero deseo saber la verdad.<br />

—La sabréis si me preguntáis, Sire —dijo sencillamente madame de Lamballe.<br />

—¿A qué fuisteis a París?<br />

—Fuimos a casa de Mesmer, en la plaza Vendóme.<br />

Los dos testigos se estremecieron y el rey enrojeció.<br />

—¿Sola?<br />

—No, Sire; con Su Majestad la reina.<br />

—¿Con la reina? ¿Decís con la reina? —exclamó Luis XVI, cogiendo nerviosamente su<br />

mano.<br />

—Sí, Sire.<br />

El conde de Provenza y De Crosne la miraron con estupor.<br />

—Vuestra Majestad había autorizado a la reina —dijo la princesa—, según me dijo Su<br />

Majestad.<br />

—Cierto, yo la había autorizado. Me tranquilizo porque madame de Lamballe es<br />

incapaz de mentir.<br />

—Incapaz, Sire —dijo con dulzura la princesa.<br />

—Naturalmente —convino monsieur de Crosne con el mayor respeto—. Pero entonces,<br />

Sire, permitidme...<br />

—Os lo permito, monsieur de Crosne; preguntad, buscad; he traído a mi querida<br />

princesa al banquillo y la dejo a vuestra merced.<br />

La princesa sonrió, diciendo:<br />

—Estoy dispuesta, pero recordaré que la tortura está abolida.<br />

—Sí, la suprimí para los demás —dijo el rey con una sonrisa—, pero no para mí.<br />

—Madame —dijo De Crosne—, tened la bondad de decirle al rey lo que Su Majestad y<br />

vos hicisteis en casa de monsieur Mesmer, y sobre todo cómo iba vestida Su Majestad.<br />

—Su Majestad llevaba un vestido de tafetán gris perla, un manto de muselina bordado,<br />

un manguito de armiño y un sombrero de terciopelo rosa con cintas negras.<br />

Era una descripción totalmente opuesta a la que se dio respecto a Olive.<br />

De Crosne demostró una gran sorpresa, y el conde de Provenza se mordió los labios.<br />

El rey se frotaba las manos de alegría, preguntando:<br />

—¿Y qué hizo la reina al entrar allí?

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