EL COLLAR DE LA REINA
El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848 El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848
—Sire —dijo—, por muy severo que sea el juicio de Vuestra Majestad, tengo una excusa y una esperanza de perdón. —Explicaos. —Vos me acusáis de haberme equivocado, ¿no es eso? Y no de haber obrado con mala intención. —De acuerdo. —Si es así, Vuestra Majestad, que sabe que no hay hombre que no se equivoque, admitirá que yo no me habré equivocado por algo insignificante. —Yo nunca acusaría vuestra inteligencia, que es mucha. —¿Pues cómo no podría cometer un error oyendo todo lo que se murmura? Nosotros los príncipes vivimos en una atmósfera de calumnia, que nos asfixia. Yo no digo que haya creído; yo digo que se me ha informado mal. —Puede ser así, pero... —¿El cuarteto? Los poetas somos tipos raros, y por otra parte, ¿no es mejor responder con una suave crítica, que puede ser una advertencia, que con agresividad? Las actitudes amenazadoras, puestas en verso, no ofenden, Sire. Eso no es como los libelos que tratan de que reprendáis violentamente a la reina, y que he creído que yo mismo os lo debía traer. —¿Un libelo? —Sí, Sire; el miserable autor de esa vileza es merecedor de una orden de encarcelamiento en la Bastilla. El rey se levantó bruscamente, diciendo: —¿Tenéis ese libelo? —Sí, Sire. —Dádmelo. El conde de Provenza sacó del bolsillo un ejemplar de la historia de Ateinotna; la prueba fatal que el bastón de De Charny y la espada de Felipe, lo mismo que el brasero de De Cagliostro, habían puesto fuera de circulación. El rey lo leyó en un instante, recogiendo más la intención que el texto. —¡Qué infamia! —dijo—. ¡Qué infamia! —Como veis, Sire, se pretende que mi hermana visitó la cubeta de Mesmer. —En efecto, pero ella estuvo allí. —¿Estuvo allí? —exclamó el conde de Provenza. —Con mi autorización. —Oh, Sire... —Y no es de su presencia en casa de Mesmer de lo que yo deduzco su imprudencia, puesto que le permití que fuera a la plaza Vendóme. —¿Vuestra Majestad le permitió a la reina que se acercara a la cubeta para experimentar por sí misma...? El rey golpeó el suelo con el pie. El conde acababa de pronunciar sus palabras en el momento en que los ojos de Luis XVI recorrían el párrafo más insultante para María Antonieta, la historia de su pretendida crisis, de sus contorsiones, de su amago voluptuoso; de todo lo que, en fin, había señalado en casa de Mesmer el paso de mademoiselle Olive. —¡Imposible, imposible! —dijo el rey palideciendo—. La policía debe saber a qué atenerse acerca de esto. Tocó la campanilla y le ordenó al criado que acudió: —Inmediatamente que vayan a buscar a monsieur de Crosne. —Sire, hoy es día de informe semanal, y monsieur de Crosne espera en el Oeil-de- Boeuf
—Que pase en seguida. —Permitidme, Sire, que me retire —dijo el conde de Provenza en tono hipócrita y con intención de salir. —Quedaos —le dijo Luis XVI—. Si la reina es culpable, puesto que sois de la familia, podéis saberlo, y si es inocente, debéis saberlo también, ya que habéis sospechado de ella. De Crosne entró, y al ver al conde de Provenza con el rey, presentó sus respetuosos saludos a los dos más grandes del reino, y después dirigiéndose al rey, dijo: —El informe está hecho, Sire. —Ante todo, monsieur —dijo Luis XVI—, explicadnos cómo se ha permitido publicar en París un libelo denigrante para la reina. —¿Ateinotna? —Sí. —Su autor es un gacetillero llamado Reteau. —¿Sabéis su nombre y no habéis impedido que lo publicara o detenerle después de la publicación? —Sire, tengo redactada la orden de detención. —Entonces, ¿por qué no se le ha detenido? De Crosne miró intencionadamente al conde de Provenza, quien repuso, haciendo ademán de retirarse: —Pido licencia a Vuestra Majestad. —No, no —replicó el rey—. Ya os he dicho que continuéis aquí. Hablad, monsieur de Crosne, y sin reservas; con toda claridad. —Ocurre —repuso el lugarteniente de policía— que yo no he hecho detener al gacetillero Reteau porque era necesario que antes tuviera una explicación con Vuestra Majestad. —Os escucho. —Quizá, Sire, valga más darle a ese gacetillero una cantidad y obligarle a dejar el país, para que lo ahorquen fuera de Francia. —¿Por qué? —Porque cuando esos miserables dicen una mentira, el público, que no ignora su falsedad, se regodea viendo que se les escarmienta, a veces con la pena máxima, la horca incluso. Pero cuando, por desgracia, airean una verdad... —¿Una verdad? De Crosne se inclinó. —Sí, la reina estuvo en la cubeta de Mesmer. Fue una desgracia, como vos decís, pero yo se lo permití. —Sire... —murmuró De Crosne. El humilde tono del respetuoso súbdito impresionó más al rey, que el tono de reproche con que se había manifestado el intrigante conde de Provenza. —Esto no es motivo, supongo, para que se ultraje a la reina. —No, Sire, pero la compromete. —Monsieur de Crosne, ¿qué os ha dicho vuestra policía? —Muchas cosas que, al margen del respeto que debo a Vuestra Majestad y de mi fidelidad a la reina, están de acuerdo con algunas acusaciones del libelo. —¿Decís de acuerdo? —Una reina de Francia que va vestida como una mujer corriente y se relaciona con una gente equívoca, atraída por esas supercherías de Mesmer, y que, además, va sola... —¿Sola? —exclamó el rey. —Sola, Sire.
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—Quedaos —le dijo Luis XVI—. Si la reina es culpable, puesto que sois de la familia,<br />
podéis saberlo, y si es inocente, debéis saberlo también, ya que habéis sospechado de<br />
ella.<br />
De Crosne entró, y al ver al conde de Provenza con el rey, presentó sus respetuosos<br />
saludos a los dos más grandes del reino, y después dirigiéndose al rey, dijo:<br />
—El informe está hecho, Sire.<br />
—Ante todo, monsieur —dijo Luis XVI—, explicadnos cómo se ha permitido publicar<br />
en París un libelo denigrante para la reina.<br />
—¿Ateinotna?<br />
—Sí.<br />
—Su autor es un gacetillero llamado Reteau.<br />
—¿Sabéis su nombre y no habéis impedido que lo publicara o detenerle después de la<br />
publicación?<br />
—Sire, tengo redactada la orden de detención.<br />
—Entonces, ¿por qué no se le ha detenido?<br />
De Crosne miró intencionadamente al conde de Provenza, quien repuso, haciendo<br />
ademán de retirarse:<br />
—Pido licencia a Vuestra Majestad.<br />
—No, no —replicó el rey—. Ya os he dicho que continuéis aquí. Hablad, monsieur de<br />
Crosne, y sin reservas; con toda claridad.<br />
—Ocurre —repuso el lugarteniente de policía— que yo no he hecho detener al<br />
gacetillero Reteau porque era necesario que antes tuviera una explicación con Vuestra<br />
Majestad.<br />
—Os escucho.<br />
—Quizá, Sire, valga más darle a ese gacetillero una cantidad y obligarle a dejar el país,<br />
para que lo ahorquen fuera de Francia.<br />
—¿Por qué?<br />
—Porque cuando esos miserables dicen una mentira, el público, que no ignora su<br />
falsedad, se regodea viendo que se les escarmienta, a veces con la pena máxima, la<br />
horca incluso. Pero cuando, por desgracia, airean una verdad...<br />
—¿Una verdad?<br />
De Crosne se inclinó.<br />
—Sí, la reina estuvo en la cubeta de Mesmer. Fue una desgracia, como vos decís, pero<br />
yo se lo permití.<br />
—Sire... —murmuró De Crosne.<br />
El humilde tono del respetuoso súbdito impresionó más al rey, que el tono de reproche<br />
con que se había manifestado el intrigante conde de Provenza.<br />
—Esto no es motivo, supongo, para que se ultraje a la reina.<br />
—No, Sire, pero la compromete.<br />
—Monsieur de Crosne, ¿qué os ha dicho vuestra policía?<br />
—Muchas cosas que, al margen del respeto que debo a Vuestra Majestad y de mi<br />
fidelidad a la reina, están de acuerdo con algunas acusaciones del libelo.<br />
—¿Decís de acuerdo?<br />
—Una reina de Francia que va vestida como una mujer corriente y se relaciona con una<br />
gente equívoca, atraída por esas supercherías de Mesmer, y que, además, va sola...<br />
—¿Sola? —exclamó el rey.<br />
—Sola, Sire.