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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Entonces estáis seguro de que los mil ejemplares que tenía destinados están en<br />

vuestra casa.<br />

—Estoy seguro.<br />

—Pues os engañáis, monsieur.<br />

—¿Cómo es eso? —preguntó De Taverney con cierta inquietud—. ¿Y por qué no han<br />

de estar allí?<br />

—Porque están aquí —dijo tranquilamente el conde, apoyándose en el faldón de la<br />

chimenea.<br />

Felipe hizo un gesto amenazador.<br />

—¿Pero creéis —dijo el conde, tan flemático como Néstor— que yo, un adivino, como<br />

vos decís, me dejaría manejar así? Habéis creído tener una feliz idea sobornando a un<br />

empleado, ¿verdad? Pero yo tengo un intendente, el cual ha tenido una idea feliz, y yo<br />

pago para eso; él ha adivinado, pues es muy natural que el intendente de un adivino<br />

adivine, y ha adivinado que iríais a casa del gacetillero, que encontraríais al empleado y<br />

lo sobornaríais; entonces él lo ha seguido, le ha amenazado con hacerle devolver el<br />

dinero que le habíais dado; el hombre ha tenido miedo, y en lugar de dirigirse a vuestro<br />

palacio, ha seguido a mi intendente hasta aquí. ¿Lo dudáis?<br />

—Lo dudo.<br />

—Vide pedes, vide manus, ha dicho Jesús a santo Tomás. Yo os diré a vos, monsieur de<br />

Taverney: ved el armario y tocad los impresos.<br />

Y diciendo estas palabras abrió un mueble de encina admirablemente tallado, y le señaló<br />

a Felipe, que había palidecido, los mil ejemplares de la edición, todavía impregnados de<br />

ese olor del papel con la tinta todavía fresca.<br />

Felipe se aproximó al conde, quien seguía inmóvil, a pesar de que la actitud del joven<br />

era amenazadora.<br />

—Monsieur —dijo Felipe—, parecéis un hombre valiente, y yo os pido que me deis una<br />

satisfacción con la espada en la mano.<br />

—Satisfacción, ¿de qué? —preguntó De Cagliostro.<br />

—Del insulto a la reina, insulto del que vos sois cómplice con sólo retener un ejemplar<br />

de ese libelo.<br />

—Monsieur —dijo De Cagliostro sin cambiar de postura—, estáis en un error que me<br />

apena. A mí me gustan las novedades, los ruidos escandalosos, las cosas efímeras. Yo<br />

colecciono todo eso para acordarme después de mil cosas que olvidaría sin esa<br />

precaución. Si he comprado esa gaceta, ¿en qué veis vos que yo haya insultado a nadie?<br />

—Me habéis insultado a mí.<br />

—¿A vos?<br />

—Sí, a mí, ¿lo comprendéis?<br />

—No lo comprendo, palabra de honor.<br />

—¿A qué obedece el querer comprar una edición tan asquerosa?<br />

—Ya os lo he dicho; la manía de las colecciones.<br />

—Cuando se es un nombre de honor, no se coleccionan infamias.<br />

—Perdonadme, pero yo no soy de vuestra opinión sobre el calificativo que merece esa<br />

publicación; es un libelo quizá, pero no es una infamia.<br />

—¿Confesaréis siquiera que se trata de una mentira?<br />

—Os engañáis, monsieur, porque Su Majestad la reina ha estado en casa de Mesmer.<br />

—Eso es falso.<br />

—¿Queréis decir que miento?<br />

—No quiero decirlo; lo digo.<br />

—¿Y si os digo que yo la he visto?<br />

—¿Vos la habéis visto?

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