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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—En verdad, monsieur —dijo Felipe—, os anticipáis a mis pensamientos; he aquí algo,<br />

en efecto, que lo concilia todo. ¿Queréis decirme dónde nos encontraremos?<br />

—Si mi compañía no os fuese demasiado insoportable, monsieur...<br />

—¿Cómo decís?<br />

—Podríamos no separarnos. He ordenado a mi cochero que me espere en la Place<br />

Royal, que como sabéis está a dos pasos de aquí.<br />

—Entonces, ¿me concederéis un sitio en vuestro coche?<br />

—Con mucho gusto.<br />

Y los dos jóvenes, que se sintieron rivales a la primera mirada y convertidos en<br />

enemigos minutos después, apretaron el paso en dirección a la Place Royal. En el rincón<br />

de la calle Pas de la Mulé vieron al coche de De Charny que esperaba. De Charny invitó<br />

a Felipe a subir, y el coche arrancó en dirección a Champs Elysées.<br />

Antes de subir, De Charny escribió unas palabras en una hoja y las hizo llevar por su<br />

lacayo a su palacio de París.<br />

Los caballos de De Charny eran magníficos, y en menos de media hora estuvieron en el<br />

Bois de Boulogne. De Charny ordenó al cochero que se detuviese en cuanto encontrara<br />

un sitio conveniente.<br />

El tiempo era bueno, el aire un poco vivo, pero ya el sol calentaba con fuerza y se<br />

esparcía el primer perfume de las violetas y los renuevos de saúco a los bordes del<br />

camino y en los aledaños del bosque.<br />

Entre las hojas amarillentas del año vencido, la hierba crecía entre un espesor de espigas<br />

y de tallos, y los alelíes de oro dejaban caer sus cabezas perfumadas a lo largo de los<br />

viejos muros.<br />

—Es un tiempo hermoso para pasear, ¿verdad, monsieur de Taverney? —dijo De<br />

Charny.<br />

—Un hermoso tiempo, sí, monsieur.<br />

Al apearse dijo De Charny a su cochero:<br />

—Podéis iros, Delfín.<br />

—Monsieur —advirtió De Taverney—, creo que no hacéis bien en despedir vuestro<br />

coche. Uno de los dos quizá lo necesite para regresar.<br />

—Ante todo, monsieur, el secreto —dijo De Charny—. Si se confía a un lacayo, lo más<br />

posible es que mañana seamos los héroes del chismorreo de todo París.<br />

—Como vos prefiráis, pero el cochero que nos ha traído sabe ya de qué se trata. Esa<br />

gente conoce muy bien las costumbres de los gentileshombres, y cuando se hacen llevar<br />

al Bois de Boulogne, a Vincennes o a Satory, como ahora nosotros viniendo aquí, ya<br />

saben que no es para pasear. Pero supongamos que vuestro cochero no sospecha nada,<br />

¿y después? A uno de los dos verá herido si no muerto, para comprenderlo todo, aunque<br />

un poco tarde. ¿No será mejor hacerle esperar y que se lleve en el coche al que no pueda<br />

valerse por su pie, pues sería desconsolador lo mismo para vos que para mí?<br />

—Tenéis razón, monsieur —contestó De Charny, y dirigiéndose al cochero, le dijo—:<br />

Delfín, no os vayáis. Esperaréis aquí.<br />

El cochero, receloso, no se había alejado, y se quedó donde estaba para, a través del<br />

ramaje, poder ver lo que ocurriese, suponiendo a su dueño protagonista de una escena<br />

cuyas consecuencias quizá fuesen fatales.<br />

Lento el paso, Felipe y De Charny se internaron en el bosque, y cinco minutos después<br />

no se veía ni su sombra ni se oían sus pisadas en la hojarasca. Fue Felipe, quien, por ir<br />

delante, encontró el sitio que le pareció propicio: un claro en el bosque y el suelo duro y<br />

sin troncos, y alrededor un cinturón de árboles por el que escasamente penetraba el sol.<br />

—Si no opináis lo contrario, monsieur de Charny —dijo Felipe—, me parece que éste<br />

es un buen sitio.

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