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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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en vez de por la puerta ordinaria, y cerrando esta puerta detrás de mí, cogería al zorro en<br />

su madriguera, y eso ha ocurrido. Igual idea de venganza teníais vos; lo único que<br />

ocurre es que, con más prisa que yo, vuestras informaciones no eran completas; habéis<br />

entrado por la puerta por donde entra todo el mundo, y se os iba a escapar, pero<br />

felizmente me habéis encontrado aquí.<br />

—De lo cual me alegro. Venid, monsieur de Taverney... Ese bergante nos conducirá a<br />

su prensa.<br />

—Mi prensa no está aquí —dijo Reteau.<br />

—¡Mentira! —gritó De Charny, amenazador.<br />

—¡No, no! —exclamó Felipe—. Ya veis que tiene razón. Los caracteres han sido<br />

destruidos, y sólo queda la edición. Por lo tanto la edición debe estar entera, salvo los<br />

mil veintidós al conde de Cagliostro.<br />

—Pues que destruya la edición delante de nosotros.<br />

—Que la queme es más seguro.<br />

Felipe, aprobando esta manera de solucionar el asunto, empujó a Reteau hacia la tienda.<br />

XXXII<br />

COMO DOS AMIGOS SE CONVIERTEN EN ENEMIGOS<br />

Sin embargo, Aldegonde, habiendo oído gritar a su dueño y al encontrar cerrada la<br />

puerta, había ido a buscar a la guardia.<br />

Pero antes de que regresara, Felipe y De Charny tuvieron tiempo de encender un<br />

magnífico fuego con los primeros ejemplares de la gaceta, y arrojar el resto de las hojas,<br />

que ardían al instante.<br />

Llegaban ya a los últimos números cuando la guardia apareció detrás de Aldegonde, en<br />

el extremo del patio, y al mismo tiempo que la guardia, cien pilluelos y otras tantas<br />

comadres. Los primeros fusiles golpeaban las baldosas del vestíbulo cuando el último<br />

número de la gaceta empezaba a arder.<br />

Felizmente, Felipe y De Charny conocían el camino que Reteau les había<br />

imprudentemente enseñado; atravesaron el corredor secreto, pasaron los cerrojos,<br />

cruzaron la verja de la calle de los Vieux-Augustins, cerraron con dos vueltas de llave y<br />

después la arrojaron en la primera alcantarilla que encontraron.<br />

Mientras tanto, Reteau, liberado, pedía auxilio contra los asesinos, y Aldegonde, que<br />

veía cómo se reflejaban las llamas de los papeles en los cristales, gritaba «¡fuego!».<br />

Los fusileros llegaron, pero al ver que los dos jóvenes se habían ido y que el fuego se<br />

había apagado, no les pareció conveniente llevar más lejos sus pesquisas, y dejaron que<br />

Reteau se curase la espalda con alcohol alcanforado y volvieron al cuerpo de guardia.<br />

Pero la multitud, más curiosa siempre que la guardia, permaneció hasta cerca de<br />

mediodía en el patio de Reteau, esperando que la escena de la mañana se repitiese.<br />

Aldegonde, en su desesperación, maldijo el nombre de María Antonieta, llamándola «la<br />

austriaca», y bendijo el de De Cagliostro, llamándole «protector de las letras».<br />

Poco después De Taverney y De Charny se hallaban en la calle de los Vieux-Augustins.<br />

—Monsieur —comenzó De Charny—, ahora que vuestra ejecución ha terminado, ¿me<br />

cabría el honor de serviros en algo?<br />

—Mil gracias, monsieur; iba a haceros la misma pregunta.<br />

—Gracias; yo estoy aquí para negocios particulares que me retendrán probablemente en<br />

París buena parte del día.<br />

—Y yo también, monsieur.<br />

—Permitid, entonces, que me despida de vos y me felicite por el honor y la dicha de<br />

encontraros.

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