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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Monsieur —gritó el joven que perseguía a Reteau—, monsieur, detened a ese<br />

miserable.<br />

—Estad tranquilo, monsieur de Charny, no pasará —dijo el individuo de la verja.<br />

—Monsieur de Taverney, ¿vos? —exclamó De Charny, porque era él quien primero se<br />

había presentado en la casa de Reteau, a continuación del pagador y por la calle<br />

Montorgueil.<br />

Habiendo leído la gaceta por la mañana, los dos habían tenido la misma idea, porque<br />

alentaba en su corazón un mismo sentimiento, y, sin comunicárselo el uno al otro,<br />

habían puesto su idea en ejecución, que era visitar la casa del gacetillero, pedirle<br />

satisfacción, y apalearlo si no la quería dar. Sólo que el uno, al reconocer al otro, se<br />

quedó contrariado, viendo un adversario en quien había reaccionado igual que él. De ahí<br />

la brusca exclamación de monsieur de Charny: «Monsieur de Taverney, ¿vos?»<br />

—Yo mismo —repuso Felipe en el mismo tono, y haciendo un movimiento hacia el<br />

asustado gacetillero, quien pasaba los brazos por entre los barrotes de la verja—, pero<br />

parece que he llegado demasiado tarde. No haré más que asistir a la fiesta, si vos tenéis<br />

la bondad de abrirme la puerta.<br />

—La fiesta —gimió, aterrado, el gacetillero—, la fiesta... ¿Qué queréis decir? ¿Es que<br />

vais a estrangularme, señores?<br />

—Oh... —dijo De Charny—. La palabra es fuerte. No, monsieur; nosotros no os<br />

estrangularemos, pero os interrogaremos primero, y después ya veremos. Me permitís<br />

que interrogue a este hombre, ¿verdad, monsieur de Taverney?<br />

—Seguro, monsieur —respondió Felipe—. Os corresponde a vos, puesto que habéis<br />

llegado el primero.<br />

—Muy bien. Acercaos al muro y no habléis —dijo De Charny, agradeciendo con una<br />

mirada a De Taverney—. ¿Confesáis, mi querido monsieur, haber escrito y publicado<br />

contra la reina el cuento burlón, como lo llamáis, que ha aparecido esta mañana en<br />

vuestra gaceta?<br />

—Monsieur, no se ha escrito nada contra la reina.<br />

—No faltaba más que eso.<br />

—Me parece que sois demasiado paciente, monsieur —dijo Felipe, quien, a pesar de su<br />

cólera, permanecía al otro lado de la verja.<br />

—Estad tranquilo —respondió De Charny—; este tipo no perderá nada por esperar.<br />

—Sí —murmuró Felipe—, pero es que yo también estoy esperando.<br />

De Charny no respondió, y volviéndose hacia el desgraciado Reteau, dijo:<br />

—«Ateinotna» es Antonieta al revés. ¡No digáis más mentiras, monsieur! Me vería<br />

obligado a comportarme tan plebeyamente que en lugar de golpearos o mataros<br />

limpiamente, os despellejaría vivo. Responded, pues, y categóricamente. Os pregunto si<br />

vos sois el único autor de ese libelo.<br />

—Yo no soy un delator —contestó Reteau, irguiéndose.<br />

—Muy bien. Esto quiere decir que hay un cómplice; primero está ese hombre que os ha<br />

comprado mil ejemplares de esta diatriba: el conde de Cagliostro, como decíais hace un<br />

momento. Pues el conde pagará lo suyo después de que vos hayáis pagado lo vuestro.<br />

—Monsieur, monsieur, yo no le acuso —aulló el gacetillero, anonadado al verse<br />

expuesto a la cólera de aquel hombre, sin contar la de Felipe, que palidecía de ira al otro<br />

lado de la verja.<br />

—Pero —continuó De Charny— como antes os he encontrado a vos, vos seréis el<br />

primero en pagar. —Y levantó el bastón.<br />

—Ah, monsieur..., si yo tuviera una espada... —gruñó el gacetillero.<br />

De Charny bajó el bastón, diciendo:<br />

—Monsieur Felipe, prestad vuestra espada a este granuja, os lo ruego.

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