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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—¡Venga, venga! ¿Habrían hecho el trato si tuvieran sospechas?<br />

—Como queráis, pero no habría trato. Todo hombre que posee quinientas mil libras se<br />

cree por encima de todos los reyes y de todos los embajadores del mundo. El hombre<br />

que cambia quinientas mil libras contra unos trozos de papel quiere saber si estos<br />

papeles valen algo.<br />

—Entonces, id vos a Portugal, vos, que no sabéis el portugués... Os digo que estáis loco.<br />

—No del todo. Iréis vos mismo.<br />

—¡Oh, no! —gritó don Manoel—. ¿Regresar a Portugal? Tengo mis razones para no ir.<br />

¡Nunca!<br />

—Yo os digo que Boehmer nunca habría dado sus diamantes contra unos papeles.<br />

—Papeles firmados por De Souza.<br />

—¡Cuando yo digo que vos os creéis un De Souza! —gritó Beausire.<br />

—Prefiero saber que el negocio ha fracasado —replicó el embajador.<br />

—Por nada del mundo. Venid aquí, señor comendador —dijo Beausire al ayuda de<br />

cámara, que había aparecido en el umbral—. Vos sabéis de qué se trata, ¿no es así?<br />

—Sí.<br />

—¿Habéis escuchado?<br />

—Sí.<br />

—Muy bien. ¿Creéis que yo he hecho una tontería?<br />

—Creo que vos tenéis cien mil veces razón.<br />

—Decid por qué.<br />

—Boehmer no hubiera cesado de hacer vigilar el palacio de la embajada y al embajador.<br />

—¿Y bien? —dijo don Manoel.<br />

—Teniendo su dinero en la mano, Boehmer no tendrá ninguna sospecha y partirá<br />

tranquilamente para Portugal.<br />

—No iremos hasta allá, señor embajador —le dijo el ayuda de cámara—. ¿No es así,<br />

caballero Beausire?<br />

—He aquí un muchacho inteligente —dijo el amante de Olive.<br />

—Decid vuestro plan —contestó con indiferencia el embajador.<br />

—A cincuenta leguas de París —dijo Beausire—, este hombre animoso, con una<br />

máscara en el rostro, enseñará una o dos pistolas a nuestro postillón; nos robará nuestros<br />

tratados y nuestros diamantes y molerá a palos a Boehmer. Todo estará resuelto.<br />

—Yo no lo veo así —dijo el ayuda de cámara—. Yo veo a Beausire y a Boehmer<br />

embarcando en Bayona para Portugal.<br />

—Muy bien.<br />

—Boehmer, como todos los alemanes, ama el mar y se pasea por el puente. Un día de<br />

mar gruesa se inclina sobre la borda y cae. Se dice que el cofrecillo ha caído con él; eso<br />

es todo. ¿Por qué el mar no guardaría quinientas mil libras de diamantes cuando ha<br />

guardado tan bien los galeones de las Indias?<br />

—Ahora comprendo —dijo el portugués.<br />

—Gracias a Dios —gruñó Beausire.<br />

—Sólo que por haberse «traspapelado» unos diamantes le encierran a uno en la Bastilla,<br />

y por haber hecho mirar el mar al señor joyero, te ahorcan.<br />

—Por haber robado los diamantes le detienen a uno —dijo el comendador—, y por<br />

haber hecho desaparecer a ese hombre no se puede ser sospechoso más que un minuto.<br />

—Veremos lo que ocurre cuando estemos allá —replicó Beausire—. Ahora a nuestros<br />

papeles. Hagamos marchar la embajada como portugueses modelo, para que digan «si<br />

no eran verdaderos embajadores, lo parecían». Esto siempre halaga. Esperemos los tres<br />

días.

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