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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Por otro lado, viajaréis con los gastos pagados por la embajada y yo o el señor<br />

canciller os acompañará.<br />

—¿Yo llevaré los diamantes?<br />

—Sin duda, a menos que prefiráis enviar aquí la factura y dejar que los diamantes vayan<br />

solos a Portugal.<br />

—Yo no sé...; creo que... el viaje sería útil, y que...<br />

—Esa es también mi opinión —dijo Beausire—. Se firmará aquí. Recibiréis vuestras<br />

cien mil libras, firmaréis la venta y llevaréis los diamantes a Su Majestad. ¿Quién es<br />

vuestro corresponsal?<br />

—Los hermanos Núñez Balboa.<br />

El embajador precisó con una sonrisa:<br />

—Son mis banqueros.<br />

—Son los banqueros de Su Excelencia —dijo Beausire, sonriendo también.<br />

Boehmer pareció radiante; ya no le quedaba la menor duda, y se inclinó con un ademán<br />

de agradecimiento, pero una reflexión le detuvo.<br />

—¿Qué pasa? —preguntó Beausire, inquieto.<br />

—La palabra está dada —dijo Boehmer.<br />

—Sí, dada.<br />

—Salvo...<br />

—Salvo la ratificación de Bossange; es lo que hemos convenido.<br />

—Salvo otra cuestión —agregó Boehmer.<br />

—¿Cuál?<br />

—Monsieur, esto es muy delicado, y el honor del hombre portugués un sentimiento<br />

demasiado poderoso para que Su Excelencia no comprenda mi pensamiento.<br />

—¡Cuántos rodeos! Hablad.<br />

—El collar ha sido ofrecido a la reina de Francia.<br />

—Que lo ha rehusado. ¿Y...?<br />

—Nosotros no podemos dejar salir de Francia el collar sin comunicárselo a la reina; el<br />

respeto y la lealtad exigen que demos la preferencia a Su Majestad la reina.<br />

—Me parece justo —dijo el embajador, con dignidad—. Desearía que un comerciante<br />

portugués hablase como monsieur Boehmer.<br />

—Me siento feliz y orgulloso de la aprobación de Su Excelencia. He aquí, pues, los dos<br />

casos previstos: ratificación de las condiciones por Bossange, y la conformidad de Su<br />

Majestad la reina de Francia. Os pido para esto tres días.<br />

—Por nuestra parte —dijo Beausire—, cien mil libras y tres plazos de quinientas mil<br />

libras puestas en vuestras manos. El cofrecillo de diamantes remitido al señor canciller<br />

de la embajada o a mí y dispuesto a acompañaros a Lisboa, presentándoos a Núñez<br />

Balboa, hermanos. Pago total en tres meses y sin gastos de viajes.<br />

—Sí, monseñor; sí, monsieur —dijo Boehmer, haciendo reverencias.<br />

—¡Ah! —atajó el embajador en portugués.<br />

—¿Qué ocurre? —dijo Boehmer, inquieto y volviéndose.<br />

—Como regalo —dijo el embajador—, una sortija de mil pistolas para mi secretario, o<br />

para mi canciller.<br />

—Es muy justo, monseñor —murmuró Boehmer—, y yo ya lo había pensado.<br />

El embajador despidió al joyero con un ademán de gran señor.<br />

—Explicadme —dijo el portugués al quedar solo con Beausire—: ¿por qué diablos no<br />

habéis hecho enviar aquí los diamantes? ¡Un viaje a Portugal! ¿Estáis loco? ¿No se<br />

podía dar a estos joyeros su dinero y coger los diamantes?<br />

—Tomáis demasiado en serio vuestro papel de embajador —replicó Beausire—. Vos no<br />

sois todavía De Souza para Boehmer.

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