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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Precisamente son los que no quiero tratar —dijo el embajador—. Acabo de romper<br />

toda relación con ellos.<br />

—¿Han disgustado a Vuestra Excelencia?<br />

—Gravemente, monsieur Ducorneau, gravemente.<br />

—Si me perdonáis, yo me atrevería...<br />

—Atreveos.<br />

—Os preguntaría cómo esa casa, que goza de tanta reputación...<br />

—Son verdaderos judíos, monsieur Ducorneau, y sus indignos procedimientos han<br />

hecho que perdieran más de un millón, quizá dos.<br />

—¡Oh! —exclamó Ducorneau.<br />

—Enviado por Su Majestad Muy Fiel, yo debía negociar un collar de diamantes.<br />

—Sí, el famoso collar que encargó el difunto rey para la condesa du Barry; ya sé, ya sé.<br />

—Sois admirable; lo sabéis todo. Pues se me encargó que comprase ese collar, pero con<br />

lo que ha ocurrido, es forzoso renunciar.<br />

—¿Queréis que yo intervenga?<br />

—Monsieur Ducorneau...<br />

—Con diplomacia, monsieur, con mucha diplomacia.<br />

—Sería posible, si conocieseis a esas gentes.<br />

—Bossange es un lejano primo mío, oriundo como yo de Bretaña.<br />

Los dos portugueses se miraron, como si se dispusieran a poner en juego su ingenio,<br />

interrumpiéndoles uno de los criados al abrir la puerta y anunciar:<br />

—Los señores Boehmer y Bossange.<br />

El embajador se levantó indignado y exclamó:<br />

—Despedid a esa gente.<br />

El criado se disponía a obedecer, pero lo detuvo el embajador diciendo:<br />

—No, echadles vos mismo, señor secretario.<br />

—Por Dios —suplicó Ducorneau—, dejadme cumplir la orden de monseñor; yo la<br />

suavizaré, puesto que no puedo eludirla.<br />

—Hacedlo, si así os parece mejor —dijo fríamente Su Excelencia.<br />

Beausire se le acercó en el momento en que Ducorneau salía con precipitación.<br />

—¡Horror! El negocio va a fracasar —exclamó el embajador.<br />

—No. Ducorneau va a ver si lo arregla.<br />

—Lo va a embrollar ese desgraciado. Hemos hablado en portugués en casa de los<br />

joyeros, y vos les habéis dicho que yo no entiendo una palabra en francés. Ducorneau<br />

meterá la pata hasta los orejones.<br />

—Corro allí.<br />

—El asunto peligra, Beausire.<br />

—Veréis que no; dadme plenos poderes.<br />

Ducorneau encontró abajo a Boehmer y Bossange, cuyo aspecto, una vez en la<br />

embajada, ya no era cortés, sino confiado. No esperaban encontrar un rostro conocido al<br />

llegar al vestíbulo del palacio, pero al ver a Ducorneau, Bossange exclamó, sorprendido<br />

y entusiasmado:<br />

—¿Vos aquí?<br />

Y se le acercó para abrazarle.<br />

—Sois muy amable —dijo Ducorneau—. Reconocéis a vuestro primo. ¿Será porque<br />

estoy en una embajada?<br />

—Quizá sí —dijo Bossange—, y si hemos estado algo distanciados, perdonádmelo y os<br />

ruego que me prestéis un servicio.<br />

—Vengo con ese fin.<br />

—Oh, gracias. ¿Os relacionáis con la embajada?

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