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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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XXVIII<br />

BOEHMER Y BOSSANGE<br />

A la mañana siguiente, antes de desayunar y gracias a la actividad de Ducorneau, la<br />

embajada había salido de su letargo. Librerías, carteras, escritorios, los caballos<br />

relinchando en la cuadra... Todo indicaba la vida allí donde la víspera todavía no se<br />

sentía más que la insensibilidad y la parálisis.<br />

Se había esparcido con rapidez el rumor en el distrito de que un gran personaje muy<br />

experimentado en negocios había llegado de Portugal aquella noche. Y ese rumor, que<br />

debía favorecer a nuestros tres bribones, les resultaba una fuente de sustos cada vez<br />

mayores.<br />

En efecto, la policía de Crosne y la de Breteuil tenían orejas muy sensibles, y se<br />

guardarían de cerrarlas en un asunto tan singular; tenían también los ojos de Argos, que<br />

tampoco se cerrarían cuando se tratase de los señores diplomáticos de Portugal.<br />

Pero don Manoel le hizo ver a Beausire que con audacia impedirían los registros de la<br />

policía, si se hacían sospechosos antes de los ocho días; las sospechas no llegarían a ser<br />

certidumbre antes de quince, y, por lo tanto, antes de diez días, como término medio,<br />

nada estorbaría los planes de la asociación, la cual, para obrar eficazmente, debería<br />

terminar sus operaciones antes de los seis días.<br />

Casi no había amanecido cuando dos carruajes de alquiler descargaban el equipaje de<br />

los nueve tipos destinados al personal de la embajada.<br />

Fueron instalados rápidamente; mejor dicho: los distribuyó Beausire. Uno junto a la caja<br />

fuerte, otro en los archivos, un tercero reemplazó al suizo, al cual Ducorneau despidió<br />

porque no sabía portugués. El palacio quedó, pues, en poder de esa patulea que debía<br />

evitar la entrada de cualquier intruso.<br />

Naturalmente, la policía es un intruso repelente para los que andan zancadilleando a la<br />

ley.<br />

Hacia el mediodía, don Manoel, o sea, De Souza, vestido como era de rigor en un<br />

representante de Su Majestad portuguesa, subió en una carroza que Beausire había<br />

alquilado por ciento cincuenta libras al mes, pagando quince días adelantados. Se<br />

dirigió a la joyería Boehmer y Bossange acompañado de su secretario y su ayuda de<br />

cámara.<br />

El canciller recibió la orden de despachar como de costumbre, en ausencia del<br />

embajador, todos los asuntos relativos a pasaportes e indemnizaciones, con atención en<br />

estos últimos casos de no saldar cuentas más que con el consejo del señor secretario.<br />

Los caballeros querían guardar intacta la cantidad de las cien mil libras, base<br />

fundamental de la operación.<br />

Se le dijo al señor embajador que los joyeros de la corona vivían en el muelle de Ecole,<br />

donde hicieron su entrada hacia la una de la tarde. El ayuda de cámara llamó<br />

discretamente a la puerta del joyero, protegida por macizos cerrojos y tachonada como<br />

la puerta de una prisión.<br />

El arte había dispuesto los clavos de manera que formaban dibujos más o menos<br />

agradables, pero lo importante era constatar que no había barrena, sierra o lima que<br />

pudieran morder un trozo de madera sin romperse un diente en un trozo de hierro.<br />

Un postigo chirrió al abrirse y una voz preguntó al ayuda de cámara quiénes eran.<br />

—El señor embajador de Portugal quiere hablar con Boehmer y Bossange.<br />

Una figura apareció al instante en el primer piso; después se oyeron unos pasos<br />

precipitados en la escalera, y la puerta se abrió.<br />

El embajador descendió del carruaje con una noble lentitud.

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