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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Vos encontráis siempre —dijo Manoel en tono agrio— medios para hacer fracasar el<br />

asunto. En cambio, no los encontráis para hacerlo triunfar.<br />

—Precisamente porque quiero hallar solución a las dificultades —replicó Beausire—.<br />

Esperad, esperad, que ya he encontrado la forma de resolverlo.<br />

Todas las cabezas se acercaron, rodeando a Beausire.<br />

—En toda cancillería hay una caja fuerte.<br />

—Sí, una caja y un crédito.<br />

—No hablamos del crédito —repuso Beausire—, porque nada es tan difícil de<br />

procurarse. Para tener crédito nos harían falta caballos, equipajes, criados, muebles, la<br />

base de todo crédito posible. Hablemos de la caja fuerte. ¿Qué pensáis vos de ella en<br />

vuestra embajada?<br />

—Yo siempre he considerado a mi soberana como una magnífica reina. Sabe hacer bien<br />

las cosas.<br />

—Es lo que nosotros veremos, y después admitamos que no haya nada en la caja.<br />

—Es posible —dijeron, sonriendo, los asociados.<br />

—Entonces, nada de obstáculos, porque nosotros, embajadores, preguntaremos a la<br />

firma Boehmer y Bossange quién es su corresponsal en Lisboa, y les firmaremos, les<br />

estampillaremos, les sellaremos letras de cambio para ese corresponsal por la suma<br />

pedida.<br />

—Eso ya está mejor —dijo don Manoel—. Preocupado con mi idea, no había reparado<br />

en esos detalles.<br />

—Que son naturales —dijo el banquero del faraón.<br />

—Ahora comencemos a repartirnos los papeles —dijo Beausire—. Yo veo a don<br />

Manoel en el de embajador.<br />

—¡Muy bien! —dijo la asamblea.<br />

—Y yo veo a monsieur Beausire en el de mi secretario e intérprete —agregó don<br />

Manoel.<br />

—¿Cómo es eso? —preguntó Beausire, un poco inquieto.<br />

—No es necesario que yo hable una palabra de francés, puesto que soy monsieur de<br />

Souza, y como conozco a ese caballero sé que si habla, lo que es raro, lo hace siempre<br />

en portugués, pero vos, monsieur Beausire, que habéis viajado, que tenéis gran<br />

experiencia en las transacciones de la nación, que habláis bastante bien el portugués...<br />

—Bastante mal —interrumpió Beausire.<br />

—Bastante bien para que no se os crea un parisién.<br />

—Cierto, pero..., por otra parte —agregó Manoel fijando su mirada en Beausire—, los<br />

agentes más útiles perciben los mejores beneficios.<br />

—Seguramente —dijeron los asociados.<br />

—Convenido. Soy el secretario intérprete.<br />

—Hablemos de todo ahora —interrumpió el banquero—. ¿Cómo se repartirá el dinero?<br />

—Muy simplemente —dijo don Manoel—. Nosotros somos doce.<br />

—Sí, doce —dijeron los asociados después de contarse.<br />

—Por docenas entonces —agregó don Manoel, con cierta reserva—, toda vez que<br />

algunos entre nosotros recibirán una parte y media; yo, por ejemplo, como padre de la<br />

idea y embajador; Beausire, porque ha redondeado el golpe y ha hablado de millones.<br />

Beausire hizo un signo de adhesión.<br />

—Y una parte y media al que venda los diamantes.<br />

—¡Oh —gritaron todos los asociados—, nada de eso! Nada más que media parte.<br />

—¿Por qué? —dijo don Manoel, sorprendido—. Me parece que arriesga mucho.<br />

—Sí —dijo el banquero—, pero obtendrá los tantos por cientos sobre la venta, las<br />

primas, las comisiones, que le proporcionarán un pellizco considerable.

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