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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Sí, sin duda, pero...<br />

—Pero no otros —dijo madame du Barry.<br />

—Esto, madame, es una pregunta que trataremos de inmediato. Yo siempre he seguido<br />

el régimen de mis gotas, y como son la mejor realización del sueño eterno de los<br />

hombres de todos los tiempos; como son lo que los antiguos buscaban bajo el nombre<br />

de agua de juventud, lo que los modernos han buscado bajo el nombre de elixir de vida,<br />

he conservado constantemente mi juventud y, en consecuencia, mi salud y mi vida. Está<br />

claro.<br />

—Sin embargo, todo se gasta, conde, y el más hermoso cuerpo igual que los otros.<br />

—El de París como el de Vulcano —dijo la condesa.<br />

—¿Sin duda habéis conocido a Paris, monsieur de Cagliostro?<br />

—Exactamente, madame. Era un fuerte y atractivo muchacho, pero no mereció que<br />

Homero dijese que las mujeres se morían por él. En primer lugar, era pelirrojo.<br />

—¿Pelirrojo? ¡Qué horror! —dijo la condesa.<br />

—Por desgracia —añadió De Cagliostro—, Helena no era de vuestra opinión, señora;<br />

pero volvamos a nuestro elixir.<br />

—Sí, sí —clamaron todas las voces.<br />

—Vos pretendéis, pues, monsieur de Taverney, que todo se gasta. Sea. Pero vos sabéis<br />

también que todo se reajusta, todo se regenera o se reemplaza. El famoso cuchillo de<br />

san Humberto, que tantas veces ha cambiado de hoja y empuñadura, es un ejemplo,<br />

porque, a pesar de ese doble cambio, continúa siendo el cuchillo de san Humberto. El<br />

vino que conservan en su celda los monjes de Heidelberg es siempre el mismo vino, y<br />

sin embargo, se vierte cada año en el gigantesco tonel de la nueva cosecha. De ese modo<br />

el vino de los monjes de Heidelberg es siempre claro, vivo y sabroso, mientras que el<br />

vino precintado por Opimus y yo en ánforas de barro era, cien años después, cuando<br />

traté de beberlo, un barro espeso, que seguramente se podía comer, pero que no podía<br />

beberse. Así pues, en vez de seguir el ejemplo de Opimus, he adivinado el que debían<br />

dar los monjes de Heidelberg. Me entretuve vertiendo cada año nuevos elementos<br />

encargados de regenerar los viejos. Todas las mañanas, un átomo joven y fresco ha<br />

reemplazado en mi sangre, en mi carne y en mis huesos a la molécula usada e inerte.<br />

»He reanimado los detritus mediante los cuales el hombre vulgar ve invadir<br />

insensiblemente toda la masa de su ser; he reforzado a todos los soldados que Dios dio a<br />

la naturaleza humana para defenderse contra la destrucción, soldados que las criaturas<br />

vulgares deforman o dejan paralizar en el ocio. Les he empujado a un trabajo continuo,<br />

que facilitaba, que ordenaba la introducción de un estimulante siempre nuevo. Y así<br />

resulta, de este estudio asiduo de la vida, que mi pensamiento, mis gestos, mis nervios,<br />

mi corazón, mi alma, no han olvidado sus funciones, y como todo se encadena en este<br />

mundo, como siempre tienen mayor éxito en una empresa los que se dedican por<br />

completo a la misma, me he encontrado mucho más hábil que los demás para evitar los<br />

peligros de una existencia de tres mil años, y eso porque he conseguido asimilar, de<br />

todo cuanto ocurre, tal experiencia que preveo los riesgos, los peligros de cualquier<br />

posición. Por lo tanto, no conseguiríais hacerme entrar en una casa a punto de<br />

derrumbarse. Desde luego que no. He visto demasiadas casas para que a la primera<br />

ojeada no distinga las buenas de las malas. No me haréis acompañar en la caza a un<br />

hombre que use con torpeza su arma. Desde Céfalo, que mató a su esposa Procris hasta<br />

el Regente, que hizo saltar el ojo del Príncipe, he visto demasiados torpes en mi vida.<br />

No conseguiríais que ocupase, en la guerra, tal o cual puesto que cualquier recién<br />

llegado aceptaría, puesto que en un instante habría calculado todas las líneas rectas y<br />

todas las líneas parabólicas que conducen de una manera fatal a ese lugar. Me diréis que<br />

es difícil prevenirse contra una bala perdida. Por favor, no hagáis gestos de

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