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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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En este estado depresivo llegó a la carroza que les esperaba. Cinco minutos después, y<br />

mientras la carroza seguía adelante, el prelado aún no había dirigido la palabra a Juana.<br />

XXV<br />

SAFO<br />

Madame de la Motte, que continuaba siendo dueña de sí misma, arrancó al prelado de<br />

su ensimismamiento.<br />

—¿Dónde me lleva esta carroza?<br />

—Condesa, no temáis nada; habéis salido de vuestra casa y a vuestra casa volvéis.<br />

—¿La del arrabal?<br />

—Sí, condesa... Una casa demasiado pequeña para tantos encantos.<br />

Y el príncipe le cogió una mano imprimiendo un galante beso en el dorso.<br />

La carroza se detuvo delante de la casita y Juana saltó al suelo ágilmente; tratando de<br />

apearse, el cardenal se preparaba a imitarla.<br />

—No vale la pena, monseñor —le dijo en voz baja ese demonio femenino.<br />

—¿Cómo? ¿Que no vale la pena pasar algunas horas con vos?<br />

—¿Y dormir cuándo, monseñor?<br />

—Creo que tenéis varios dormitorios en vuestra casa, condesa.<br />

—Para mí, sí.<br />

—¿Y para mí?<br />

—De ninguna manera —dijo con un gesto tan gracioso y provocativo que la negación<br />

equivalía a una promesa.<br />

—Adiós, pues —repuso el cardenal, tan interesado en el juego que olvidó la escena del<br />

baile.<br />

—Hasta la vista, monseñor.<br />

«Está bien. Es preferible así», se dijo alejándose.<br />

Juana entró sola en su nueva casa. Seis sirvientes, cuyo sueño había interrumpido la<br />

aldaba de la puerta, se alinearon en el vestíbulo. Juana los miró a todos con ese aire de<br />

superioridad que la fortuna no da a todos los ricos.<br />

—¿Y las camareras?<br />

—Dos de ellas esperan en la cámara, madame.<br />

—Llamadlas.<br />

Dos mujeres aparecieron poco después.<br />

—¿Dónde os acostáis todos los días? —les preguntó Juana.<br />

—Pues... todavía no tenemos un lugar fijo —dijo la de más edad—. Nos acostaremos<br />

donde ordene madame.<br />

—¿Las llaves de los apartamentos?<br />

—Aquí están.<br />

—Esta noche dormiréis fuera de casa.<br />

Las mujeres la miraron con sorpresa.<br />

—¿Podéis procuraros alojamiento?<br />

—Sí, madame, pero es un poco tarde; aunque si madame quiere estar sola...<br />

—Vosotros las acompañaréis —agregó la condesa, despidiendo a los criados, más<br />

satisfechos todavía que las camareras.<br />

—¿Cuándo tenemos que volver? —preguntó uno de ellos con timidez.<br />

—Mañana a mediodía.<br />

Ellos y ellas se miraron, pero ante la expresión altiva de la condesa se dirigieron a la<br />

puerta.<br />

Juana los siguió, los hizo salir, y antes de cerrar la puerta preguntó:

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