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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—¡Oh! De lo que queráis, Dios mío. Decidme las cosas más ociosas de la tierra, no<br />

importa; lo interesante es que tengamos el aire de estar ocupados.<br />

—Sea; pero vos sois un hombre singular.<br />

—Dadme el brazo y paseemos.<br />

Se acercaron a los demás grupos, ella cimbreando su fino talle y dando a su cabeza,<br />

elegante, incluso bajo la capucha, a su cuello, flexible, incluso bajo el dominó,<br />

movimientos que todo buen conocedor contemplaba con deseo; porque en el baile de la<br />

Ópera, en este tiempo de galantes proezas, cada uno seguía con una mirada el paso de<br />

una mujer, y con la misma curiosidad, que hoy día, algunos aficionados siguen la<br />

marcha de un hermoso caballo.<br />

Olive, al cabo de algunos minutos, hizo una pregunta.<br />

—¡Silencio! —dijo el desconocido—. O más bien, hablad, si lo queréis, pero no me<br />

obliguéis a responderos. Solamente, hablando de todo, disfrazad vuestra voz; tened la<br />

cabeza erguida, y ocultad vuestro cuello con vuestro abanico.<br />

Ella obedeció.<br />

En este momento nuestros dos personajes pasaban ante un grupo muy acicalado, en el<br />

centro del cual, un hombre de talla elegante, de un talante esbelto y libre, hablaba a tres<br />

compañeros que parecían escucharle respetuosamente.<br />

—¿Quién es ese joven? —preguntó Olive—. ¡Qué encantador dominó gris perla!<br />

—Es el señor conde de Artois —respondió el desconocido—, pero no habléis más, por<br />

favor.<br />

XXIV<br />

<strong>EL</strong> BAILE <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> OPERA<br />

(Continuación)<br />

En el momento en que mademoiselle Olive, atónita ante la importancia del nombre que<br />

acababa de elogiar su dominó azul, se alineaba para ver mejor, oyendo la<br />

recomendación varias veces repetida, otros dos dominós se destacaron de un grupo<br />

charlatán y ruidoso y se refugiaron cerca del anfiteatro, en un sitio en que no había<br />

asientos.<br />

Era como una especie de isla desierta que invadían a intervalos los grupos de paseantes<br />

empujados desde el centro a los límites de la circunferencia.<br />

—Arrimaos a este pilar, condesa —dijo muy bajo una voz que impresionó al dominó<br />

azul.<br />

Casi en el mismo instante un dominó naranja, cuyo aspecto audaz revelaba al hombre<br />

útil más que al cortesano agradable, cruzó por entre el gentío y se acercó al dominó azul<br />

diciéndole:<br />

—Es él.<br />

—Bien.<br />

Y con un ademán despidió al dominó amarillo.<br />

—Escuchadme —dijo entonces al oído de Olive—, mi buena amiguita. Vamos a<br />

comenzar a divertirnos un poco.<br />

—Lo agradezco, porque me habéis entristecido dos veces. La primera separándome de<br />

Beausire, que me hace reír siempre, y la segunda hablándome de Gilberto, que me ha<br />

hecho llorar tanto.<br />

—Yo seré para vos Gilberto y Beausire —dijo gravemente el dominó azul.<br />

—Oh... —suspiró ella.

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