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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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Pero se repuso prontamente como persona habituada a no dejarse coger por sorpresa.<br />

—¡Oh, Dios mío! ¿Por qué decís ese nombre? —preguntó ella—. ¡Nicolasa! ¿Es de mí<br />

de quien se trata? ¿Queréis, por casualidad, llamarme por ese nombre? En ese caso, vos<br />

habéis naufragado nada más salir del puerto; habéis chocado con la primera roca. No me<br />

llamo Nicolasa.<br />

—Ya sé que ahora no; ahora os llamáis Olive. Nicolasa era demasiado provinciano. Hay<br />

dos mujeres en vos, lo sé bien: Olive y Nicolasa. Nosotros hablaremos muy pronto de<br />

Olive; hablemos primero de Nicolasa. ¿Habéis olvidado el tiempo en que respondíais a<br />

este nombre? No lo creo. ¡Ah, mi querida niña! Cuando se ha llevado un nombre siendo<br />

muchacha, es siempre este nombre el que se guarda si no por fuera, al menos en el<br />

fondo del corazón, aunque sea otro apelativo el que haya que tomar, para hacer olvidar<br />

el primero. ¡Pobre Olive! ¡Feliz Nicolasa!<br />

En este momento una oleada de máscaras vino a chocar como una tempestad contra los<br />

dos paseantes entrelazados, y Nicolasa —Olive— fue forzada a pesar de ella a apretarse<br />

a su compañero, mucho más de lo que hubiera pensado.<br />

—Ved —le dijo él—. Ved a este gentío abigarrado; ved esos grupos que se presentan,<br />

bajo los antifaces, el uno al otro para devorar palabras de galantería o de amor. Ved<br />

estos grupos que se hacen y se deshacen los unos de risa, los otros con reproches. Todas<br />

esas gentes quizá tengan nombres, como vos, y hay muchas que se asombrarían si les<br />

dijéramos estos nombres, que ellos creen que han sido olvidados.<br />

—Vos habéis dicho: ¡pobre Olive!<br />

—Sí.<br />

—¿No creéis, pues, que sea feliz?<br />

—Sería difícil que fuerais feliz con un hombre como Beausire.<br />

Olive exhaló un suspiro.<br />

—No lo soy de ninguna manera —dijo.<br />

—¿Acaso le amáis?<br />

—¡Oh! Razonablemente.<br />

—Si no le amáis, abandonadle.<br />

—No.<br />

—¿Por qué?<br />

—Porque en cuanto le hubiese abandonado, le echaría de menos.<br />

—¿Le echaríais de menos?<br />

—Tengo miedo de que así ocurra.<br />

—¿Y qué echaríais de menos en un ebrio, en un jugador, en un hombre que os golpea,<br />

en un hampón que será un día arrastrado en Greve?<br />

—Quizá no podáis comprender lo que yo os quiero decir.<br />

—Decidlo.<br />

—Yo echaría de menos el ruido que él hace alrededor de mí.<br />

—Lo hubiera debido adivinar. He aquí lo que es haber pasado la juventud en medio de<br />

gentes silenciosas.<br />

—¿Conocéis mi juventud?<br />

—Perfectamente.<br />

—¡Ah! Mi querido monsieur —dijo Olive riendo y sacudiendo la cabeza con un aire de<br />

desconfianza.<br />

—¿Lo dudáis?<br />

—Oh, no lo dudo, estoy segura.<br />

—Entonces hablemos de vuestra juventud, mademoiselle Nicolasa.<br />

—Charlemos; pero os prevengo que no os voy a dar la réplica.<br />

—Oh, no es necesario.

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