EL COLLAR DE LA REINA
El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848 El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848
—Vos no me conocéis, sea, pero... —¿Pero qué? —Pero yo os conozco, monsieur Beausire. A este nombre, el dominó negro se estremeció, sensación que fue visible por las oscilaciones repetidas de su capuchón. —¡Oh! No tengáis miedo, monsieur Beausire —repuso la máscara—. Yo no soy lo que vos pensáis. —¡Y pardiez! ¿Qué es lo que yo pienso? ¿Es que vos adivináis los nombres? ¡Si fuera así no os contentaríais y tendríais también la pretensión de adivinar los pensamientos! —¿Por qué no? —Entonces adivinad lo que yo pienso. No he visto jamás a un brujo y me daría un gran placer, de verdad, encontrarme con uno. —Oh, lo que vos pedís de mí no es muy difícil como para hacerme merecer un título que parece que vos otorgáis tan fácilmente. —Decidlo de todos modos. —No, buscad otra cosa. —Eso me bastará. Adivinad. —¿Lo queréis? —Sí. —Pues bien; vos me habéis tomado por un agente de monsieur de Crosne. —¿De monsieur de Crosne? —Oh, sí, vos no teméis más que a monsieur de Crosne, el teniente de policía, pardiez. —¡Monsieur...! —Todo va bien, querido monsieur Beausire; en verdad que se diría que vos buscáis una espada a vuestro costado. —Y claro que la busco. —¡Por Dios, qué temperamento tan belicoso! Pero acordaos, querido monsieur Beausire, que vos habéis dejado vuestra espada en vuestra casa y habéis hecho bien. Hablemos de otra cosa. ¿Queréis cederme, si os place, el brazo de madame? —¿El brazo de madame? —Sí, de madame. Esto suele hacerse, me parece, en el baile de la Ópera. ¿O es que llegaré yo de las Indias, para ignorar lo que se acostumbra hacer aquí? —Sin duda, monsieur, pero eso se hace cuando le conviene al caballero. —Basta algunas veces, querido monsieur Beausire, que convenga a la dama. —¿Para largo tiempo me pedís el brazo de mi pareja? —¡Oh, querido monsieur Beausire, sois demasiado curioso! Puede ser por diez minutos, puede ser para una hora, o quizá para toda la noche. —Monsieur, os estáis burlando de mí. —Querido monsieur, responded, sí o no. ¿Queréis, sí o no, cederme el brazo de madame? —No. —Vamos, vamos; no os hagáis el malvado. —¿Por qué? —Porque, puesto que tenéis una máscara, es inútil que os pongáis dos. —¡Dios mío, monsieur! —Bien. He aquí que ya os disgustáis, vos que erais tan dulce hace un momento. —¿Dónde? —En la calle Dauphine. —¡En la calle Dauphine! —exclamó Beausire, estupefacto. Olive estalló en risas.
—Callaos vos, madame —murmuró el dominó negro. Después, volviéndose hacia el dominó azul, afirmó: —No comprendo nada de lo que decís, monsieur. Honradamente, me intrigáis, si esto es posible. —Pero, querido monsieur, a mí me parece que no hay nada más honrado que la verdad. ¿No es así, mademoiselle Olive? —¡Y tanto! Pero —exclamó ella—, ¿me conocéis a mí también? —¿Monsieur no os ha nombrado en alto por vuestro nombre hace un momento? —Y la verdad —dijo Beausire, volviendo a la conversación—, la verdad es... —Es que en el momento de matar a esta pobre dama, porque hace una hora que vos la queríais matar; es que en el momento de matar a esta pobre dama, digo, os habéis detenido ante el sonido de una veintena de luises. —¡Basta, monsieur! —Sea, dadme el brazo de madame, entonces, puesto que ya sabéis lo que queríais. —¡Oh, ya veo —murmuró Beausire— que madame y vos...! —¡Y bien! ¿Que madame y yo...? —Vos me entendéis. —Os juro que no. —¡Oh! ¿Es capaz de decir...? —gritó Olive. —Y por otra parte... —agregó el dominó azul. —¿Cómo por otra parte? —Sí, cuando nosotros nos entendamos, no será más que para vuestro bien. —¿Para mi bien? —Sin duda. —Cuando se dice una cosa, se prueba —dijo caballerosamente Beausire. —Con la mejor voluntad. —¡Ah! Me sentiría curioso... —Os lo probaré, pues —continuó el dominó azul—. Os probaré que vuestra presencia aquí os es tan nociva como vuestra ausencia os será provechosa. —¿A mí? —Sí, a vos. —¿En qué? ¡Decídmelo, os lo ruego! —Nosotros somos miembros de una cierta academia. ¿No es eso? —¿Yo? —¡Oh, no os disgustéis, querido monsieur Beausire, yo no hablo de la Academia Francesa! —Academia..., academia... —rezongó el amante de Olive. —Calle del Pot-de-Fer, un piso por encima de la caballeriza. ¿No es así, querido monsieur Beausire? —¡Silencio! —¡Bah! —Sí, silencio. ¡Qué desagradable sois! —No digáis eso. —¿Por qué? —¡Por Dios! ¡No podéis creer ni una sola palabra! Volvamos, pues, a esa academia. —¿Y bien? El dominó azul sacó su reloj, un bello reloj adornado de brillantes, sobre el cual se fijaron como dos lentillas inflamadas las dos pupilas de Beausire. —¡Y bien!
- Page 90 and 91: príncipe de Rohan. Ese odio minaba
- Page 92 and 93: Y le tendió la mano. Y mientras De
- Page 94 and 95: Rohan, claro. Sí, yo he escrito a
- Page 96 and 97: Se restauraban con estos viejos ing
- Page 98 and 99: Una hora después había alquilado
- Page 100 and 101: —Mi marido es el conde de la Mott
- Page 102 and 103: —¿Cómo ha llegado a vuestras ma
- Page 104 and 105: —¿Andrea? —exclamó el cardena
- Page 106 and 107: —Condesa, me estáis hablando com
- Page 108 and 109: MESMER Y SAINT-MARTIN Hubo un tiemp
- Page 110 and 111: Francia se encontraba en uno de est
- Page 112 and 113: comprenderme, porque sentiréis pen
- Page 114 and 115: Este día, que marcaba la mitad de
- Page 116 and 117: enfermos las varillas de hierro que
- Page 118 and 119: mundo a su lado. Inmediatamente, el
- Page 120 and 121: —Dos mil. —Rendidme todavía ot
- Page 122 and 123: —Habéis adivinado, monsieur. —
- Page 124 and 125: Mademoiselle Olive respiraba con di
- Page 126 and 127: —Justo. Adiós. El desconocido se
- Page 128 and 129: —Muy generoso, sí. ¿No te da ve
- Page 130 and 131: «¡Oh, oh, un nido de amor! —se
- Page 132 and 133: Después, viendo que se dejaba arra
- Page 134 and 135: —Porque no es muy corriente ver u
- Page 136 and 137: —¿Que adoraríais si...? —Si v
- Page 138 and 139: quedaría asfixiado en los pasillos
- Page 142 and 143: —Y bien, dentro de un cuarto de h
- Page 144 and 145: —Así lo espero. —No voy a reco
- Page 146 and 147: —¿Qué es lo que me impide hacer
- Page 148 and 149: —¡Oh! De lo que queráis, Dios m
- Page 150 and 151: —Os engañáis, entonces; no soy
- Page 152 and 153: En este estado depresivo llegó a l
- Page 154 and 155: Medio desnuda, con sólo la falda d
- Page 156 and 157: Beausire lo comprendió, pero ya es
- Page 158 and 159: —Quizá. —Ahora quiere ser disc
- Page 160 and 161: —Vos encontráis siempre —dijo
- Page 162 and 163: La carroza se detuvo delante de un
- Page 164 and 165: En efecto, Ducorneau regresaba sin
- Page 166 and 167: Beausire se había apeado antes par
- Page 168 and 169: Al volver al palacio de la embajada
- Page 170 and 171: —Claro. —Un dato. —¿Cuál y
- Page 172 and 173: —Cuando monseñor dice eso —dij
- Page 174 and 175: —¡Venga, venga! ¿Habrían hecho
- Page 176 and 177: —¿Qué se dice? —Que esta vez
- Page 178 and 179: nosotros hemos emitido sobre su bue
- Page 180 and 181: —Nada de eso; yo no presto una es
- Page 182 and 183: —Permitidme que os haga los mismo
- Page 184 and 185: —Excelente, monsieur —contestó
- Page 186 and 187: pensativo, y luego pronunció tres
- Page 188 and 189: —Entonces estáis seguro de que l
—Callaos vos, madame —murmuró el dominó negro.<br />
Después, volviéndose hacia el dominó azul, afirmó:<br />
—No comprendo nada de lo que decís, monsieur. Honradamente, me intrigáis, si esto es<br />
posible.<br />
—Pero, querido monsieur, a mí me parece que no hay nada más honrado que la verdad.<br />
¿No es así, mademoiselle Olive?<br />
—¡Y tanto! Pero —exclamó ella—, ¿me conocéis a mí también?<br />
—¿Monsieur no os ha nombrado en alto por vuestro nombre hace un momento?<br />
—Y la verdad —dijo Beausire, volviendo a la conversación—, la verdad es...<br />
—Es que en el momento de matar a esta pobre dama, porque hace una hora que vos la<br />
queríais matar; es que en el momento de matar a esta pobre dama, digo, os habéis<br />
detenido ante el sonido de una veintena de luises.<br />
—¡Basta, monsieur!<br />
—Sea, dadme el brazo de madame, entonces, puesto que ya sabéis lo que queríais.<br />
—¡Oh, ya veo —murmuró Beausire— que madame y vos...!<br />
—¡Y bien! ¿Que madame y yo...?<br />
—Vos me entendéis.<br />
—Os juro que no.<br />
—¡Oh! ¿Es capaz de decir...? —gritó Olive.<br />
—Y por otra parte... —agregó el dominó azul.<br />
—¿Cómo por otra parte?<br />
—Sí, cuando nosotros nos entendamos, no será más que para vuestro bien.<br />
—¿Para mi bien?<br />
—Sin duda.<br />
—Cuando se dice una cosa, se prueba —dijo caballerosamente Beausire.<br />
—Con la mejor voluntad.<br />
—¡Ah! Me sentiría curioso...<br />
—Os lo probaré, pues —continuó el dominó azul—. Os probaré que vuestra presencia<br />
aquí os es tan nociva como vuestra ausencia os será provechosa.<br />
—¿A mí?<br />
—Sí, a vos.<br />
—¿En qué? ¡Decídmelo, os lo ruego!<br />
—Nosotros somos miembros de una cierta academia. ¿No es eso?<br />
—¿Yo?<br />
—¡Oh, no os disgustéis, querido monsieur Beausire, yo no hablo de la Academia<br />
Francesa!<br />
—Academia..., academia... —rezongó el amante de Olive.<br />
—Calle del Pot-de-Fer, un piso por encima de la caballeriza. ¿No es así, querido<br />
monsieur Beausire?<br />
—¡Silencio!<br />
—¡Bah!<br />
—Sí, silencio. ¡Qué desagradable sois!<br />
—No digáis eso.<br />
—¿Por qué?<br />
—¡Por Dios! ¡No podéis creer ni una sola palabra! Volvamos, pues, a esa academia.<br />
—¿Y bien?<br />
El dominó azul sacó su reloj, un bello reloj adornado de brillantes, sobre el cual se<br />
fijaron como dos lentillas inflamadas las dos pupilas de Beausire.<br />
—¡Y bien!