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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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Lenoir. Y ahora, tres años después de su apertura, se dirigían al baile de la Ópera el<br />

cardenal de Rohan y Juana de la Motte.<br />

Este preámbulo se lo debíamos a nuestros lectores. Ahora volvamos a nuestros<br />

personajes.<br />

XXIII<br />

<strong>EL</strong> BAILE <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> OPERA<br />

El baile estaba en todo su apogeo, cuando el cardenal Louis de Rohan y madame de la<br />

Motte se deslizaron furtivamente en él, por lo menos, el prelado, confundiéndose con<br />

millares de dominós y de máscaras de toda especie. Pronto fueron envueltos en este<br />

gentío, donde desaparecieron, como desaparecen en los grandes torbellinos, los<br />

remolinos pequeños que se ven un instante desde la orilla, y después son arrastrados y<br />

borrados por la corriente.<br />

Dos dominós, uno al lado del otro, en tanto que les fue posible sostenerse en este<br />

terrible caos, intentaron, aunando sus fuerzas, resistir la invasión; pero viendo que no<br />

podían conseguirlo, decidieron refugiarse bajo el puesto de la reina, donde el gentío era<br />

menor y por otra parte la pared ofrecía un punto de apoyo.<br />

Dominó negro y dominó blanco, el uno grande, el otro de mediana talla; el uno un<br />

hombre, el otro una mujer; uno agitando los brazos, la otra volviendo una y otra vez la<br />

cabeza.<br />

Estos dos dominós se entregaron entonces a un coloquio de lo más animado.<br />

Escuchemos.<br />

—Yo os digo, Olive, que vos esperáis a alguien —repetía el mayor—. Vuestro cuello no<br />

es un cuello, es una veleta que no gira solamente al viento, sino a todo el que llega.<br />

—¡Y bien! ¿Qué más?<br />

—¿Cómo?<br />

—Sí. ¿Qué hay de asombroso en esto de que mi cabeza gira? ¿Es que no estoy aquí para<br />

eso?<br />

—Sí, pero si la volvéis a los demás...<br />

—¡Y bien, monsieur! ¿Para qué se viene a la Ópera?<br />

—Por mil motivos.<br />

—¡Oh, sí! ¡Los hombres! Pero las mujeres no vienen más que por uno solo.<br />

—¿Cuál?<br />

—El que os he dicho: para hacer volver a su vez cuantas cabezas sean posible. Vos me<br />

habéis traído al baile de la Ópera, estoy en él, soportadlo.<br />

—¡Mademoiselle Olive!<br />

—¡Oh! No hagáis oír vuestra ronca voz. Sabéis que vuestra ronca voz no me da miedo y<br />

sobre todo procurad no llamarme por mi nombre. Sabed que nada es de peor gusto que<br />

llamar a las gentes por su nombre en un baile de la Ópera.<br />

El dominó negro hizo un gesto de cólera, que fue interrumpido por la llegada de un<br />

dominó azul, bastante grueso, bastante grande y de una bella apariencia.<br />

—¡Oh, monsieur! —dijo el recién llegado—. Dejad a madame que se divierta todo lo<br />

que quiera. ¡Qué diablo! No son todos los días cuaresma y durante la cuaresma no se<br />

viene de ningún modo al baile de la Ópera.<br />

—Intervenid en lo que os importa —replicó brutalmente el dominó negro.<br />

—Eh, monsieur —dijo el dominó azul—, reportaos de una vez por todas, que un poco<br />

de cortesía no ofende jamás a nadie.<br />

—Yo no os conozco —respondió el dominó negro—. ¿Por qué diablos me he de<br />

enfadar con vos?

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