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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—No lo quisiera.<br />

—Os pondré otras condiciones.<br />

—Pero id con cuidado.<br />

—¿Sobre qué?<br />

—Sobre todo.<br />

—Vos diréis.<br />

—Estoy en mi casa.<br />

—Y...<br />

—Y si yo encuentro vuestras condiciones poco razonables, llamo a mis agentes.<br />

El cardenal se echó a reír.<br />

—¿Lo veis?<br />

—No veo nada claro —contestó el cardenal.<br />

—Sí, acabáis de burlaros de mí.<br />

—¿Cómo?<br />

—Os estáis riendo.<br />

—El momento lo merece, creo.<br />

—Sí, el momento lo merece, aunque sabéis bien que si yo llamase a mis agentes, no me<br />

obedecerían.<br />

—Seguro que sí, o el diablo me confunda.<br />

—Monseñor...<br />

—¿Qué os ocurre? ¿Qué es lo que yo he hecho?<br />

—Habéis jurado, monseñor.<br />

—Yo no soy cardenal aquí, condesa; estoy en vuestra casa, y con muy buena suerte.<br />

Y también se rió.<br />

La condesa se dijo que decididamente era un hombre excelente.<br />

—A propósito —dijo de repente el cardenal, como si un pensamiento muy alejado de su<br />

espíritu se le ocurriese por azar—, ¿qué me decíais el otro día respecto a esas dos damas<br />

de caridad alemanas?<br />

—¿Esas dos damas del retrato? —dijo Juana, que habiendo visto a la reina esperaba la<br />

pregunta y ya tenía preparada la respuesta.<br />

—Sí, esas damas.<br />

—Monseñor, vos las conocéis mejor que yo, me parece.<br />

—¿Yo? Condesa, os habéis equivocado. ¿No queríais saber quiénes son?<br />

—Es natural que desee conocer a mis bienhechoras.<br />

—Si yo supiese quiénes son, vos lo sabríais ya.<br />

—Señor cardenal, ya os he dicho que vos las conocíais.<br />

—No.<br />

—Una palabra más y os llamo mentiroso.<br />

—Y yo me vengaré del insulto.<br />

—¿Cómo? Si me hacéis el honor de decírmelo.<br />

—Besándoos.<br />

—Señor embajador de la corte de Viena, amigo de la emperatriz María Teresa, a menos<br />

que no tenga el menor parecido, habéis reconocido el retrato de vuestra amiga.<br />

—Cierto, condesa; era el retrato de María Teresa.<br />

—Y os hacíais el ignorante, señor diplomático.<br />

—Aun cuando fuese cierto que yo hubiese reconocido a la emperatriz María Teresa,<br />

¿adonde nos llevaría esto?<br />

—Habiendo reconocido el retrato de María Teresa, vos tenéis alguna sospecha de las<br />

mujeres a quienes el retrato pertenece.<br />

—¿Por qué pensáis vos que yo lo sabía? —preguntó el cardenal, un poco inquieto.

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