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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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«¡Oh, oh, un nido de amor! —se dijo la condesa—. Es algo muy natural en un gran<br />

príncipe, pero humillante para una Valois. En fin...»<br />

Seguidamente, tras un suspiro de impaciencia, se le escapó una exclamación que<br />

revelaba lo que de ambición y de loca codicia había en su espíritu. Pero no había<br />

cruzado el umbral del palacete cuando ya su resolución estaba tomada. De cámara en<br />

cámara, o de sorpresa en sorpresa, llegó a una agradable salita que hacía las veces de<br />

comedor.<br />

Allí encontró al cardenal que la esperaba. Su Eminencia hojeaba unos folletos que se<br />

parecían mucho a los libelos que llovían por millares en aquella época, cuando el viento<br />

llegaba de Inglaterra o de Holanda.<br />

—Gracias, muchas gracias, señora condesa —dijo el cardenal, acercándosele para<br />

besarle la mano.<br />

La condesa retrocedió con un gesto desdeñoso.<br />

—¿Qué pasa? ¿Qué os ocurre, madame?<br />

—Vos no estáis acostumbrado a recibir, ¿no es eso, monseñor? O sólo a ciertas mujeres<br />

que Vuestra Eminencia hace el honor de llamarlas aquí.<br />

—Señora condesa...<br />

—Estamos en vuestro nido, ¿verdad, monseñor? —dijo la condesa, dirigiendo a su<br />

alrededor una mirada despreciativa.<br />

—Madame...<br />

—Yo esperaba que Vuestra Eminencia se dignaría recordar mi condición. Creía que<br />

Vuestra Eminencia se dignaría recordar que si Dios me ha querido pobre, no me ha<br />

negado el orgullo de mi rango.<br />

—Por Dios, condesa... Yo os habla creído una mujer de espíritu —dijo el cardenal.<br />

—Parece que llamáis mujer de espíritu a la mujer sin sensibilidad y que nada la afecta,<br />

ni siquiera la deshonra; a estas mujeres, y pido perdón a Vuestra Eminencia por ello,<br />

tengo la costumbre de darles otro nombre.<br />

—No, condesa; os engañáis. Yo llamo mujer de espíritu a toda mujer que escucha<br />

cuando le hablan y no que habla sin antes escuchar.<br />

—Os escucho.<br />

—Voy a hablaros de asuntos muy serios.<br />

—¿Y para eso me habéis hecho venir a un comedor?<br />

—¿Habríais preferido que os esperase en un gabinete íntimo?<br />

—La distinción es delicada.<br />

—Yo lo creo así, condesa.<br />

—¿No se trata más que de cenar con monseñor?<br />

—De ninguna otra cosa.<br />

—Crea Vuestra Eminencia que agradezco este honor como se debe.<br />

—¿Os burláis, condesa?<br />

—Sólo me río.<br />

—¿Os reís?<br />

—Sí. ¿Os gustaría más que me enfadara? Parece que sois de un humor difícil,<br />

monseñor.<br />

—Y vos sois encantadora cuando reís, y yo no pediría nada mejor que veros reír<br />

siempre. Pero no os riáis en este momento. No, no. ¡Hay cólera detrás de esos bellos<br />

labios que enseñan los dientes!<br />

—Admito, monseñor, que el comedor me tranquiliza.<br />

—Gracias a Dios.<br />

—Y espero que cenaréis bien aquí.<br />

—¿Cómo que yo cenaré bien aquí? ¿Y vos?

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