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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—¿Qué quieres decir?<br />

—Tú me los has dado.<br />

—Yo no digo que no te los daré, pero si te los diese ahora, ya no volverías. Anda ya y<br />

vuelve pronto.<br />

«Pues tiene razón —se dijo el bergante—, porque no pensaba volver.»<br />

—Veinticinco minutos, ¿entiendes?<br />

—Claro que sí.<br />

Y el criado que espiaba desde el nicho fronterizo a las ventanas vio que Beausire salía a<br />

la calle sin abrigo y contoneándose él y espada insolentemente, sin fijarse en que la<br />

camisa sobresalía por debajo de la casaca.<br />

Mientras se encaminaba a la calle del Sena, ella escribió rápidamente en un papel estas<br />

palabras, que lo resumían todo:<br />

«La paz está firmada, el reparto hecho y el baile aceptado. A las dos estaremos en la<br />

Ópera. Yo llevaré un dominó blanco y sobre el hombro izquierdo una cinta de seda<br />

azul.»<br />

Enrolló el papel en un trozo del jarrón de porcelana roto, sacó la cabeza fuera de la<br />

ventana y arrojó el billete a la calle, sin que el espía lo dejase llegar al suelo, yéndose<br />

inmediatamente con el documento.<br />

A la media hora, Beausire regresaba con dos muchachos de la sastrería que traían, con<br />

una factura de dieciocho luises, dos dominós de muy buen gusto, como era de rigor<br />

tratándose del famoso sastre del Capucin-Magique, proveedor de Su Majestad la reina y<br />

de sus damas de honor.<br />

XXI<br />

<strong>LA</strong> CASITA<br />

Habíamos dejado a Juana de la Motte en la puerta del palacio, siguiendo con la mirada<br />

el carruaje de la reina, que desaparecía con rapidez.<br />

Cuando ya no lo vio ni oía el ruido de las ruedas, Juana subió a su coche y se fue a su<br />

casa para coger un dominó y otra máscara y ver si había alguna novedad en su<br />

domicilio.<br />

Madame de la Motte se prometía para esta maravillosa noche una renovación de las<br />

emociones del día. Había resuelto «hacerse la valiente», según la vulgar expresión, lo<br />

que quería decir que iría sola a disfrutar de las delicias de lo imprevisto.<br />

Pero un contratiempo la esperaba al dar el primer paso en este camino tan seductor para<br />

las imaginaciones vivas y que han vivido muchos años reprimidas. En la portería la<br />

esperaba un doméstico del príncipe de Rohan, entregándole, de parte de Su Eminencia,<br />

un billete que decía:<br />

«Señora condesa: no habréis olvidado que tenemos asuntos pendientes. Quizá no<br />

tengáis mucha memoria, pero yo nunca olvido lo que me interesa. Tengo el honor de<br />

esperaros donde mi servidor os conducirá si no os oponéis.»<br />

Firmaba con la cruz pastoral.<br />

Juana de la Motte, contrariada de momento, reflexionó un instante y resolvió con la<br />

rapidez que la caracterizaba.<br />

—Subid con mi cochero —dijo al doméstico— y dadle las señas.<br />

Diez minutos bastaron para llevar a la condesa a la entrada del arrabal Saint-Antoine,<br />

donde grandes árboles tan viejos como el mismo arrabal protegían una de estas lindas<br />

casitas construidas bajo Luis XV, con el gusto exterior del siglo xvi y el incomparable<br />

confort del xviii.

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