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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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sofá, con una mano apoyada en las rodillas y la otra armada, parando con agilidad, sin<br />

sacudidas, y riéndose de una forma que podía espantar al mismo san Jorge.<br />

La espada de Beausire no había podido ni un solo instante guardar la línea, bloqueada<br />

siempre por las paradas del adversario. Beausire comenzaba a fatigarse, a soplar, y la<br />

cólera había dejado paso a un terror involuntario; pensaba que si esa espada<br />

complaciente quería alargarse, se hundiría en un descuido en él, en Beausire. Entonces<br />

le asaltó la incertidumbre, y no dio más que sobre la parte débil de la espada del<br />

adversario, quien por último se puso vigorosamente en tercera, le arrancó la espada y la<br />

hizo volar como una pluma.<br />

El arma cruzó la estancia, rompió un cristal de la ventana y desapareció fuera. Beausire<br />

no sabía qué postura adoptar.<br />

—Eh, monsieur Beausire —dijo el desconocido—; tened cuidado, porque si vuestra<br />

espada ha caído de punta y pasa alguien, ése es un hombre muerto.<br />

Beausire, reprendido de esta forma, corrió a la puerta y se precipitó escaleras abajo para<br />

recoger su arma y evitar un enredo con la policía.<br />

Durante su ausencia, ella cogió la mano del vencedor y le dijo:<br />

—Oh, monseñor, sois muy valiente, pero Beausire es un traidor, y me estáis<br />

comprometiendo; cuando os hayáis ido, me golpeará.<br />

—Entonces, me quedo.<br />

—No, no, por favor; cuando él me pega, yo me rebelo, y como soy más fuerte, también<br />

se lleva lo suyo. Retiraos, os lo suplico.<br />

—Tened presente una cosa, y es que si me voy, lo encontraré abajo o me lo tropezaré en<br />

las escaleras; volveremos a enzarzarnos, y en una escalera no siempre se para doble<br />

contra cuarto, doble contra tercera y medio círculo, como estando en guardia en un sofá.<br />

—¿Entonces?<br />

—Entonces yo mataré a vuestro dueño Beausire, o él me matará a mí.<br />

—Por Dios, es verdad, y el escándalo horripilaría a los vecinos.<br />

—Por eso hay que evitarlo, y me quedo.<br />

—Por el amor del cielo; salid; os quedaréis en el piso de arriba hasta que él haya<br />

entrado. Creyendo encontraros aquí, no buscará en otro sitio. Cuando esté dentro, me<br />

oiréis cerrar la puerta con doble vuelta de llave. Seré yo quien lo secuestrará. Entonces<br />

podréis iros mientras él y yo nos zurramos la badana.<br />

—Sois encantadora. Hasta la vista.<br />

—Hasta la vista. Pero ¿cuándo nos veremos?<br />

—Si os parece bien, esta noche.<br />

—¿Cómo esta noche? ¿Estáis loco?<br />

—Claro que esta noche. ¿Es que esta noche no hay baile en la Ópera?<br />

—Si son ya las doce.<br />

—¿Y eso qué importa?<br />

—Son necesarios unos dominós.<br />

—Beausire irá a buscarlos si le sacudís bien.<br />

—Tenéis razón —dijo ella, riendo.<br />

—Aquí tenéis diez luises para los trajes —dijo el desconocido, riendo también.<br />

—Adiós, adiós, y gracias —le dijo, empujándolo hacia el descansillo.<br />

—Está cerrando la puerta de abajo —advirtió el desconocido.<br />

—Es un pestillo interior. De prisa, ya sube.<br />

—Y si por casualidad vos sois la que se lleva la paliza, ¿cómo podréis comunicármelo?<br />

—Vos debéis tener criados.<br />

—Sí; pondré uno debajo de vuestras ventanas.<br />

—Bien; y que mire arriba hasta que le caiga un papelito en la nariz.

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