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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Pues cincuenta. Vos me recibiréis en vuestra casa, me pondréis la mejor cara posible,<br />

me daréis el brazo cuando yo lo desee, y me esperaréis donde yo os diga que debéis<br />

hacerlo.<br />

—Pero tengo un amante, monsieur.<br />

-¿Y qué?<br />

—¿Cómo y qué?<br />

—Sí... Cambiadle.<br />

—No se cambia a Beausire tan fácilmente.<br />

—¿Queréis que os ayude?<br />

—No, porque le amo.<br />

—¡Oh...!<br />

—Sólo un poco.<br />

—Ya es demasiado.<br />

—¿Cómo es eso?<br />

—Bueno, admitamos a Beausire.<br />

—Sois cómodo, monsieur.<br />

—A cambio de la revancha. ¿Cuáles son vuestras condiciones?<br />

—No hay condiciones si no me lo decís todo.<br />

—Escuchadme, querida mía. He dicho todo lo que tenía que decir por el momento.<br />

—¿Palabra de honor?<br />

—Palabra de honor. Sin embargo, comprended una cosa...<br />

—¿Cuál?<br />

—Si, por azar, tengo necesidad de que vos seáis realmente mi amante...<br />

—Nunca se tiene esa necesidad.<br />

—De parecerlo.<br />

—¿Parecerlo? Admitido.<br />

—Pues ya está todo dicho.<br />

—Punto final.<br />

—He aquí el primer mes por adelantado.<br />

Le tendió un envoltorio de cincuenta luises, sin tocar ni siquiera la punta de sus dedos, y<br />

como ella dudara, se lo metió en un bolsillo de su vestido, procurando no rozar tampoco<br />

la mano transparente y blanca que ningún enamoradizo habría desdeñado.<br />

Apenas el oro llegó al fondo del bolsillo, dos golpes secos dados en la puerta de la calle<br />

hicieron correr a Olive hacia la ventana, exclamando:<br />

—¡Dios mío! Salvaos, de prisa, es él.<br />

—¿Quién?<br />

—Beausire, mi amante... ¡Levantaos de una vez!<br />

—¿El? Tanto peor.<br />

—¿Cómo tanto peor? Os va a hacer pedazos.<br />

—Bah...<br />

—Oíd cómo golpea; echará la puerta abajo.<br />

—Abridle entonces. ¡Qué diablos! ¿Por qué no le dais la llave?<br />

Y el desconocido se acomodó mejor en el sofá, diciéndose: «Es preciso que vea a este<br />

tipo y que le juzgue».<br />

Los golpes continuaban, alternando con rugidos y juramentos que subían más alto que<br />

el segundo piso.<br />

—Madre, id a abrir —dijo ella, furiosa—. En cuanto a vos, monsieur, tanto peor si os<br />

sucede una desgracia.<br />

—Estoy de acuerdo con vos: tanto peor —contestó el impasible desconocido sin<br />

moverse del sofá.

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