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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Por el momento. Majestad, creed lo que os dice vuestra fiel servidora; corréis aquí el<br />

mayor de los peligros.<br />

—¿Cuál es ese peligro?<br />

—Tendré el honor de decírselo a Vuestra Majestad si se digna concederme, para el día<br />

que señaléis, una hora de audiencia. Su Majestad puede ser reconocida. No debe<br />

permanecer aquí.<br />

Y viendo que la reina estaba impaciente, dijo, volviéndose a la princesa de Lamballe:<br />

—Apoyadme, os lo suplico, para que Su Majestad se vaya inmediatamente de aquí.<br />

La princesa hizo un ademán de súplica, recogiéndolo la reina.<br />

—Vamos, puesto que vos lo queréis.<br />

Después, volviéndose hacia Juana de la Motte, le preguntó:<br />

—¿Me habéis pedido una audiencia?<br />

—Aspiro al honor de dar a Vuestra Majestad la explicación de mi conducta.<br />

—Muy bien. Llevadme ese estuche y preguntad por el portero Laurent; estará<br />

prevenido.<br />

Y en la calle, gritó en alemán: —Kommen Sie da, Weber.<br />

Una carroza se acercó en el acto, subiendo a ella las dos damas.<br />

Juana de la Motte continuó en la puerta hasta que perdió de vista el carruaje.<br />

«He hecho lo que debía. Ahora, Juana, piensa, reflexiona...»<br />

XVIII<br />

MA<strong>DE</strong>MOIS<strong>EL</strong>LE OLIVE<br />

Durante este tiempo, el hombre que había señalado a la presunta reina a las miradas de<br />

los asistentes tocó el hombro de uno de los espectadores de mirada ávida y de humilde<br />

vestido.<br />

—¿No creéis, vos, que sois periodista, que esto sería un tema interesante para un<br />

artículo?<br />

—¿Cómo? —preguntó el periodista.<br />

—¿Queréis el sumario?<br />

—Ya lo creo.<br />

—Helo aquí: «Sobre el peligro que existe de nacer vasallo en un país en el que el rey<br />

está gobernado por la reina y cuya reina siente predilección por las crisis.»<br />

El periodista se echó a reír.<br />

—¿Y la Bastilla? —preguntó.<br />

—¿Es que no existen los anagramas, con cuya ayuda se evitan los censores reales? Yo<br />

os pregunto si un censor os prohibiría contar la historia del príncipe Silou y de la<br />

princesa Etteniotna, soberana de Narfec. ¿Qué decís?<br />

—¡Oh, sí! —exclamó el periodista, entusiasmado con la idea tan admirable que se le<br />

proporcionaba.<br />

—Y os ruego que lo tituléis de esta forma: «Las crisis de la princesa Etteniotna en casa<br />

del faquir Remsem.» Veréis cómo ese capítulo conseguirá un caluroso éxito en los<br />

salones.<br />

—Al igual que vos, estoy convencido.<br />

—Id, pues; y redactad todo esto con vuestra mejor tinta<br />

El periodista estrechó la mano del desconocido.<br />

—¿Me enviaréis algunos números?<br />

—Ya lo creo, y con mucho gusto, si me hacéis el honor de decirme vuestro nombre.<br />

—Claro que sí. La idea me divierte, y ejecutada por vos ganará el ciento por ciento.<br />

¿Cuánto soléis tirar ordinariamente de vuestros pequeños noticieros?

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