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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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estantes almas, las sondeaba, las registraba despiadamente, y la beneficiaba tanto como<br />

el perro de caza que hace salir a la presa de la madriguera donde se esconde creyéndose<br />

segura. Esa alma, digo, acababa por hacer salir un secreto del corazón donde estuviese<br />

enterrado y terminaba por llevarla a los pies del maestro. Imagen bastante fiel del<br />

halcón que amaestrado por el halconero lleva a su redil a la perdiz o a la alondra<br />

designadas de antemano.<br />

De ahí la revelación de una cantidad de secretos maravillosos.<br />

Madame de Duras había encontrado de esta suerte un niño robado en su infancia;<br />

madame de Chantone, un perro inglés que tendría el tamaño de un puño y por el que ella<br />

habría dado todos los niños de la tierra, y monsieur de Vaudreuil un bucle por el que<br />

habría dado la mitad de su fortuna.<br />

Todo esto se había logrado por medio de videntes masculinos o femeninos, después de<br />

las operaciones magnéticas del doctor Mesmer.<br />

Así podía uno ir a buscar, en la casa del ilustre doctor, los secretos más idóneos para<br />

ejercer esta facultad de adivinación sobrenatural, y Juana de la Motte confiaba, luego de<br />

asistir a una sesión, en encontrar al fénix de sus curiosas búsquedas y descubrir por su<br />

mediación a la propietaria del tarjetero que era el objeto de sus más vivas<br />

preocupaciones. Por esa razón se mezcló con los enfermos que aguardaban en la sala. Si<br />

nuestros lectores nos lo permiten, vamos a ofrecerles una minuciosa descripción del<br />

consultorio.<br />

El apartamento se dividía en dos salas. Cuando se había cruzado el vestíbulo y exhibido<br />

el permiso necesario al servicio, se era admitido en un salón, donde las ventanas,<br />

herméticamente cerradas, interceptaban la luz y el aire, durante el día, y el ruido y el<br />

aire durante la noche.<br />

En el centro del salón y junto a un candelabro cuyas bujías daban muy poca luz había<br />

una cubeta cerrada por una tapa y sin ningún adorno. Era lo que llamaban la cubeta de<br />

Mesmer, ¿Qué misterio encerraba? Nada más simple de explicar. Estaba casi llena de<br />

agua, con unos principios sulfurosos, y esa agua concentraba sus miasmas para saturar<br />

las botellas colocadas metódicamente en el fondo de la cubeta y en posiciones<br />

diferentes. Había cruces de corrientes misteriosas bajo la influencia de las cuales los<br />

enfermos buscaban su curación.<br />

A la tapa estaba soldado un anillo de hierro sosteniendo una cuerda cuyo cometido<br />

vamos a conocer dirigiendo una mirada a los enfermos. Estos, que hemos visto entrar<br />

hace un momento en el hotel, estaban pálidos y languidecientes, sentados en sillones<br />

colocados alrededor de la cubeta. Hombres y mujeres mezclados, indiferentes, serios e<br />

inquietos, esperaban el resultado de la prueba.<br />

Un doméstico, cogiendo el extremo de esa cuerda atada a la tapa de la cubeta, la hacía<br />

dar vueltas alrededor de los miembros enfermos, de tal suerte que todos, ligados por la<br />

misma cadena, percibiesen al mismo tiempo los efectos de la electricidad contenida en<br />

el recipiente.<br />

Luego, a fin de no interrumpir ninguno de ellos la acción de los fluidos animales,<br />

transmitidos y modificados para cada naturaleza, los enfermos tenían cuidado,<br />

obedeciendo la recomendación del doctor, de tocarse el uno al otro con el codo, o con el<br />

hombro, o con los pies, por lo que la cubeta salvadora enviaba simultáneamente a todos<br />

los cuerpos su calor y su poderosa regeneración.<br />

La verdad es que era un curioso espectáculo esta ceremonia médica, y no es raro que<br />

excitase la curiosidad parisiense.<br />

Veinte o treinta enfermos, alineados alrededor de este recipiente; un criado, mudo como<br />

los asistentes, enlazándolos con una cuerda como Laocoonte y sus hijos en los anillos de<br />

sus serpientes; después, este mismo hombre se retiraba con paso furtivo, señalaba a los

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