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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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seis años, apasionaba a Francia, cuando lord Cornwalis o Washington estaban tan lejos<br />

que era posible que no se les viese jamás ni al uno ni al otro. Mientras que si Mesmer<br />

estaba allí, se le podía ver, tocar, y, lo que era la ambición suprema de las tres cuartas<br />

partes de París, ser tocado por él.<br />

Así este hombre, que a su llegada a París no había sido apoyado por nadie, ni por su<br />

compatriota la reina, que, sin embargo, ayudaba voluntariamente a la gente de su país;<br />

este hombre que sin el doctor Deslon, que le había traicionado después, hubiera vivido<br />

en la oscuridad, este hombre reinaba verdaderamente sobre la opinión pública, dejando<br />

muy detrás de él al rey, del cual no se había hablado nunca; a de La Fayette, del cual no<br />

se hablaba todavía, y a De Necker, de quien ya no se hablaba.<br />

Y como si ese siglo hubiera tomado sobre sí la tarea de dar a cada espíritu según su<br />

aptitud, a cada corazón según su simpatía, a cada cuerpo según sus necesidades, frente a<br />

Mesmer, el hombre del materialismo, se elevaba Saint-Martin, el hombre del<br />

espiritualismo, cuya doctrina venía a consolar las almas que hería el positivismo del<br />

doctor alemán.<br />

Imaginad al ateo con una religión más dulce que la religión misma; figuraos a un<br />

republicano lleno de cortesías y de atenciones para los reyes, a un gentilhombre de las<br />

clases privilegiadas afectuoso, tierno, amante del pueblo, y os daréis cuenta por<br />

consiguiente del triple ataque de este hombre, dotado de la elocuencia más lógica y más<br />

seductora, contra los cultos de la tierra, que llaman insensatos por la sola razón de que<br />

son divinos. Imaginaos, en fin, a Epicuro empolvado de blanco, con traje de brocado,<br />

casaca bordada en lentejuelas de oro, pantalón de satén, con medias de seda y plantillas<br />

rojas; un Epicuro que no contentándose con arrojar fuera a los dioses, en los cuales no<br />

creía, se ocupaba en destruir a los gobiernos, que menospreciaba como a los cultos,<br />

porque jamás concordaban, y casi siempre llevaban a la humanidad a la desgracia.<br />

Se rebelaba contra la ley social, a la cual anulaba con dos palabras, esta ley, castigaba<br />

por igual faltas diferentes; castigaba el efecto, sin apreciar la causa.<br />

Suponed ahora que este tentador que se titulaba el filósofo desconocido, reunía, para<br />

establecer a los hombres en un círculo de ideas diferentes, todo lo que la imaginación<br />

puede agregar de seductor a las promesas de un paraíso moral, que en lugar de decir que<br />

los hombres son iguales, lo que es un absurdo, había inventado esta fórmula que parecía<br />

escapada de la boca misma que la niega: «¿Los hombres inteligentes son reyes?»<br />

Y después daos cuenta de una parecida sentencia moral, cayendo de golpe en medio de<br />

una sociedad sin esperanzas, sin guías; de una sociedad archisembrada de ideas, es<br />

decir, de riesgos. Notad que en esta época las mujeres son tiernas y locas, los hombres<br />

ávidos de poder, de honores y de placeres, y que los reyes sentían insegura su corona,<br />

sobre la cual por primera vez, en la sombra, se presentía una mirada curiosa y<br />

amenazante fija en ella. ¿Parecerá, pues, asombroso que esta doctrina hiciese prosélitos?<br />

Esta doctrina que decía a las almas:<br />

«Escoged entre vosotros el alma superior, pero superior por el amor, por la caridad, por<br />

la voluntad poderosa del bien amado, del bien que se quiere hacer feliz; después, cuando<br />

esta alma hecha hombre os sea revelada, inclinaos, humillaos, aniquilad todas las almas<br />

superiores, a fin de dejar espacio a la dictadura de esta alma que tiene por misión<br />

rehabilitaros en vuestro principio esencial, o sea en la igualdad de los sufrimientos, en el<br />

seno de la desigualdad forzosa de las aptitudes y de las funciones.» Añadid a esto que el<br />

filósofo desconocido se rodeaba de misterio, que adoptaba la sombra más profunda para<br />

discutir en paz, lejos de espías y de parásitos, la gran teoría social que podía llegar a ser<br />

la gran política del mundo.<br />

«Escuchadme —decía él—, almas fieles, corazones creyentes; escuchadme y tratad de<br />

comprenderme, o más bien no me escuchéis si tenéis interés y curiosidad por

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