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Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
Germán Rodríguez
Germán Rodríguez<br />
Un <strong>crimen</strong><br />
<strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
Grupo Editorial Arteidea
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong>2da.<br />
Edición Lima-Perú 2016<br />
(C) Germán Rodríguez<br />
Tlf: (01) 947818909<br />
rodriguezabogados77@hotmail.com<br />
(C) Grupo Editorial Arteidea<br />
Calle La Personalidad Mz. II 4-. Lote 32<br />
Urb. Pro 1ra. Etapa - Los Olivos<br />
grupoeditorialarteidea@gmail.com<br />
Diseño de portada:<br />
Ernesto Montero<br />
Hecho el Depósito Legal en<br />
la Biblioteca Nacional del Perú, Nro. 2016 - 07571<br />
Distribución y venta:<br />
http://www.facebook.com/UNCRIMENDEMASIADOHUMANO<br />
rodriguezabogados77@hotmail.com
A papá Germán, por ser ese genio indestructible<br />
en mi corazón, ese ser maravilloso que ha<br />
posibilitado mi vida como Escritor y Orador.<br />
A mamá Irene, por ser esa caricia suave y<br />
desbordada que me abriga día tras día, quien ha<br />
hecho posible mi vol<strong>un</strong>tad y perseverancia a<br />
prueba de todo.<br />
A mi hermana Solángel, por ser la cabeza de Papá,<br />
como siempre le digo, pues su intelecto va más allá<br />
de cualquier altura. Te llevo en mi alma hermana<br />
mía.<br />
A mi María Fe Viviana y Celeste Guadalupe, por cuyas<br />
vidas oro y bendigo cada día de mi vida. Las amo hijas<br />
mías.<br />
A nuestros Minos Chalaco, nuestro BB con cola,<br />
quien nos enternece el corazón y la vida con sus<br />
ocurrencias y engreimientos.
Indice<br />
La condena 11<br />
Un amor no correspondido 35<br />
Amenazas y desengaños 99<br />
Un paraíso salvaje 129
La condena<br />
Acabo de ver a <strong>un</strong>a mujer en <strong>un</strong>a esquina: está de pie, apoyando el<br />
pie izquierdo sobre <strong>un</strong> muro maloliente y <strong>un</strong> tanto raído. La distraigo<br />
con <strong>un</strong> silbido y me preg<strong>un</strong>ta a bocajarro si deseo el servicio. Le digo<br />
que aún no. Me espeta:<br />
—¡Anímate, hombre!<br />
Y yo suelto <strong>un</strong>a risa nerviosa. Papá me enseñó el camino de las<br />
trampitas y los escarceos furtivos como para no pecar de cojudo si<br />
alguien me lastimaba, y darme <strong>un</strong> homenaje de vez en cuando, de esos<br />
que él se propiciaba en La Flecha Verde o en El Cinco y Medio. En boca<br />
de mi padre, tirarse a <strong>un</strong>a tía suponía <strong>un</strong> acto de suprema solidaridad<br />
con el sexo opuesto.<br />
¿Y mi madre? ¿Desconocía sus andanzas? ¡Por favor! ¡Por supuesto<br />
que no! Su antojadiza decisión o tal vez su extraña y congénita resignación,<br />
como le ocurría a mi abuela en los tiempos donde el machismo<br />
daba paso a la sumisión, le procuraba el valor necesario para no esconder<br />
el labial, el rímel o el escote perfecto para la noche, a<strong>un</strong>que tuviese que<br />
esperar muchas sin que él la tuviera en cuenta, hasta que se acordara de<br />
que ya iba siendo el turno de su mujer, y bueno, la alcoba y sus secretos,<br />
como es bien sabido, arreglaban el matrimonio frustrado y también la<br />
cara larga.<br />
Desde entonces, como buen muchacho, pasé <strong>demasiado</strong> tiempo, casi<br />
tres años, de casa a la <strong>un</strong>iversidad y de la <strong>un</strong>iversidad a <strong>un</strong>os trabajitos<br />
que me procuraba en alg<strong>un</strong>o que otro bufete de abogados, entregado<br />
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Germán Rodríguez<br />
casi siempre a la lectura, ensimismado por <strong>un</strong> título <strong>un</strong>iversitario que<br />
mis padres esperaban con ansias, como si fuese <strong>un</strong> culto al servicio de<br />
la intelectualidad, viviendo <strong>un</strong>a vida que no era vida, sino <strong>un</strong> suplicio,<br />
<strong>un</strong>a lucha por casi todo, como el que vive únicamente para comer y no<br />
encuentra sino gente hambrienta pero de ego, de codicia y sin espíritu;<br />
conversaciones que te matan o te hieren en lo más prof<strong>un</strong>do, dejándote<br />
en <strong>un</strong> coma moral, casi deshecho. Entonces comprendí los síntomas de<br />
la depresión congénita y supe que no te queda sino <strong>un</strong> caparazón para<br />
refugiarte en él y no perder de vista el pequeño m<strong>un</strong>dillo donde <strong>un</strong>o se<br />
revuelca para no caer, o al menos, si va a tropezar, hacerlo con menos<br />
dureza y no morir sin siquiera haber intentado hacerle <strong>un</strong>a pequeña<br />
trampa al amor con el solo propósito de ganarle <strong>un</strong> pequeño terruño a<br />
la caricia y a la entrega de los cuerpos.<br />
Esta sería la última aventura, pues aquello que socavaba mi propio<br />
respirar y que vendría en <strong>un</strong> futuro sucedió antes de lo que más tarde<br />
se conocería como lo más repugnante que se haya visto en la ciudad<br />
de Lima en los últimos diez años. Una maquiavélica y desesperada<br />
traición de la mente que se enceguece y busca el perdón por entre<br />
todos sus rincones, pero no lo encuentra, pues se tiene que vivir el día<br />
a día para tolerar el maquillaje de la locura y sus luces multicolores. Y<br />
al conocer no sólo el intento, sino la dulzura tragicómica del amor que<br />
se entornillaba tras mis pasos, aquello me atormentaba, pero a la vez<br />
me proporcionaba <strong>un</strong>a sensación más que complaciente, como cuando<br />
<strong>un</strong>o ha cumplido <strong>un</strong> sueño frustrado y se ha deshecho de la miseria<br />
humana que nos rodea a todos, y es entonces cuando se siente el héroe<br />
del <strong>un</strong>iverso, <strong>un</strong> hombre absorbido por la consecuencia más longeva:<br />
el placer y sus frutos más gentiles, que luego se transformarán en <strong>un</strong>a<br />
diabólica escena.<br />
Y aquí pongo p<strong>un</strong>to y aparte, pues algo en mí me dice que estoy yendo<br />
<strong>demasiado</strong> aprisa, que la ansiedad me hace abotonarme y desabotonarme<br />
la camisa y andar de <strong>un</strong> lado para otro dentro de mi dormitorio, con las<br />
sandalias en la mano y <strong>un</strong> cigarrillo en la otra. Aquí me detengo, pues<br />
tengo miedo de perder la razón y de no resistir el implacable acoso de<br />
mis miedos.<br />
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Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
Por aquellos años, el ruido de las conversaciones altisonantes de la<br />
gente en las esquinas, el transitar de los microbuses y la escena patética<br />
de los policías tocando su silbato, descontrolados todos, como queriendo<br />
ganarle <strong>un</strong>a carrera al tiempo, causaron <strong>un</strong> deterioro en mi salud mental.<br />
Me sentía perturbado, perplejo, me apretaba los nudillos y me pellizcaba<br />
el rostro. Decía siempre que la vida sin mujer era dura, y mientras no<br />
experimenté los misterios de su jugosa cercanía y su seco rompimiento,<br />
sabía bien que <strong>un</strong> fuego crepuscular crecía dentro del alma, como si<br />
estuviera siempre en <strong>un</strong> sótano con escaleras huecas, casi a p<strong>un</strong>to de<br />
romperse, mirando siempre cómo subir al primer nivel y anhelar esa<br />
dulce pretensión, ese sueño indetenible. Acostarme con <strong>un</strong>a mujer, el<br />
mero hecho de pensarlo, hacía que se me aflojara el estómago y me<br />
daba de p<strong>un</strong>zadas el vientre, pues no logré cortejar a ning<strong>un</strong>a, menos<br />
aún tocarla.<br />
Esto último eran cosas ya mayores, mientras que para mis amigos eran<br />
pan de cada día. Me recorría <strong>un</strong> hormigueo presuroso al levantarme, que<br />
me hacía recordar los días aquellos en que solo masturbaba mi soledad<br />
con la ansiosa premura del tabaco y la cerveza, que me hacían compañía<br />
como dos locos enajenados que terminaban en la basura como tal vez<br />
terminaría yo. Mi cama no era ya de muelles, solo de espuma. En los<br />
últimos tiempos ya no había dinero. Papá enredado en otra aventura y<br />
siempre endeudado hasta los tuétanos, y mamá acicalándose con ese<br />
antojadizo desdén que me parecía enfermizo, pues bien sabía yo que no<br />
era su auténtica vol<strong>un</strong>tad. La suya provenía del hastío y de las apariencias<br />
que hay que guardar, y ella era experta en eso. Papá ya ni hablaba,<br />
no contaba sus cosas, y bueno, él era tipo de calle, de esquina, como se<br />
dice, y <strong>un</strong> solo silbido le procuraba sonrisas y alg<strong>un</strong>a pintadita de rojo<br />
carmesí en las mejillas, por decir lo menos. Pero yo no tenía ni siquiera<br />
<strong>un</strong> miserable rasguño o la posibilidad de tenerlo. ¿Lastimarme alguien?<br />
Ya me hubiera gustado, al menos para saber cuánta verdad había en<br />
hacer el amor o simplemente tener sexo como en las revistas o en las<br />
películas de medianoche, donde dos amantes furtivos se regodeaban<br />
con sus gemidos entrelazando los labios y las piernas. Pero eso era el<br />
m<strong>un</strong>do descarnado, <strong>un</strong> m<strong>un</strong>do para el cual no tenía pasaporte. Solo<br />
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Germán Rodríguez<br />
podía comprar amor de vez en cuando, y me daba miedo hacerlo, pues<br />
sabía del fingimiento de las prostitutas, de su amor encapsulado, de su<br />
premura, de lo rápido que se deshacen de <strong>un</strong>o cuando termina, sin darle<br />
tregua a <strong>un</strong>a caricia o a <strong>un</strong>a manifestación de afecto como <strong>un</strong> abrazo o<br />
<strong>un</strong> beso que pide a gritos <strong>un</strong>a boca apasionada, a<strong>un</strong>que para ello tenga<br />
que pagar más o rogarle a la putita que le entienda y se monte encima<br />
de <strong>un</strong>o como <strong>un</strong>a amante dispuesta a todo, condicionada por el dinero,<br />
en cuyo vocabulario las palabras soeces ab<strong>un</strong>daban para acrecentar el<br />
orgasmo y la postrera recuperación del amante y su furtiva compañía.<br />
Ese era mi sueño, por lo menos. O la obsesión que me consumía.<br />
Quizá las dos cosas. N<strong>un</strong>ca lo diré todo. Jamás contaré lo que condicionaba<br />
mi mente y mi corazón hasta detenerlo como <strong>un</strong> reloj que va<br />
de vaivén en vaivén sin dar la hora apropiada, pues la avería del reloj<br />
no viene de la falta de pilas, ya gastadas, sino del reloj mismo y su<br />
constitución endeble.<br />
Sentía que me h<strong>un</strong>día como en <strong>un</strong> remolino de viento, a p<strong>un</strong>to de<br />
solo respirar para no perder el poco aliento que quedaba en mí, pero<br />
únicamente apostando a <strong>un</strong>o que otro acto que me procurara seguir<br />
sobreviviendo, pues no llegaba jamás a vivir. Supe entonces que <strong>un</strong>a<br />
mujer de alquiler no te besa así de primeras, y sufría, sufría mucho, más<br />
allá de mi depresión, pues estas mujeres no se involucran. Tienen tanto<br />
pánico de cualquier ruido o gesto, que se cuidan incluso de la palabra<br />
más amable, pues no la entienden, no la incorporan a su vocabulario.<br />
Total, su piel está curtida, y su alma, rebelde como <strong>un</strong>a roca donde<br />
no cae ni <strong>un</strong>a sola gota de agua, lacerante como <strong>un</strong> cuchillo a p<strong>un</strong>to<br />
de encontrar a su cómplice perfecto para la coartada perfecta. Si se<br />
involucran, se crea <strong>un</strong> interés lo suficientemente peculiar, o simplemente<br />
la putita es así, su carácter es así, y se entrega sin darle importancia, sin<br />
darse cuenta de que debe dosificar sus energías para el día siguiente. Si<br />
atiende bien a todos, no va a durar mucho en el negocio y su rostro va<br />
a parecer <strong>un</strong> día de desvelo o <strong>un</strong>a madrugada de llanto, y va a terminar<br />
por enamorarse del más desgraciado, del miserable o del rufián, del que<br />
la castiga o la hiere. Así es. Solo cuestión de psicología, como entendí<br />
más tarde, ya encerrado.<br />
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Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
A veces solo cobran y cobran hasta j<strong>un</strong>tar todo lo que pueden para<br />
pagar sus deudas, comer bien, vestirse a la moda o ayudar a sus hijos<br />
en casa o a cualquiera de sus padres, que se está muriendo por alg<strong>un</strong>a<br />
enfermedad. Muchas llevan también en la sangre el deseo creciente<br />
de entregarse por el mero gozo del dinero; las joyas; comodidades<br />
que n<strong>un</strong>ca imaginaron ni en sus mayores anhelos o en sus peores e<br />
inadvertidos extremismos, como departamentos de lujo y todo lo que<br />
contienen sus más extraños desvaríos, los de los dueños, por supuesto,<br />
que las compran con dinero muchas veces mal habido, a<strong>un</strong>que sea<br />
mediante la violencia o resulten <strong>un</strong>os extraños desarrapados que las<br />
obligan a fumar marihuana o cocaína, lo que luego se convierte para<br />
ellas en <strong>un</strong>a costumbre codiciosa, o terminan por viciarlas en algo peor<br />
que el licor desmedido y sus inevitables consecuencias de adicción,<br />
pudiendo incluso llegar hasta el <strong>crimen</strong>, pero estas ya son cosas peores<br />
que aquí no se van a relatar, además de los encuentros de sexo grupal,<br />
intercambio de parejas y otras perversiones. Así es esto, así se mueve<br />
esto. Todo se cocina de la mejor manera: con <strong>un</strong>a sonrisa bien picante,<br />
<strong>un</strong> maltratador persuasivo (el proxeneta o predador) y clientes poco<br />
menos que entregados al pecado mortal de la lujuria, insatisfechos<br />
de sus mujeres y de la alcoba que habitan más por costumbre que por<br />
el placer de los sentidos, en <strong>un</strong>a sesión que solo se sabe milagrosa y<br />
omnipotente después del matrimonio religioso.<br />
Luego pareciera que empiezan a morir las ilusiones, el pasado que<br />
ataca o el gesto inconf<strong>un</strong>dible que se detecta en el rostro de la persona<br />
a quien <strong>un</strong>o ama, y que se sabe que no le ama de la misma forma, que<br />
ni siquiera está pensando en él, que solo se regodea del placer para<br />
expiar <strong>un</strong>a culpa, <strong>un</strong>a descarga voluptuosa o <strong>un</strong>a nostalgia que imaginan<br />
a puertas cerradas, con los ojos bien absortos en la almohada o en el<br />
techo, dependiendo de la posición de ambos; mirando sin observar,<br />
anulando el amor como se anulan las buenas intenciones, y a<strong>un</strong>que la<br />
pasión se vea entregada a <strong>un</strong>as cuantas sesiones más, igual acabarán por<br />
deteriorarse con el paso del tiempo que todo lo aniquila, que se parece<br />
al gélido viento de los océanos atrapando en el fondo del mar, en sus<br />
remolinos tumultuosos, a barcos y aviones de gigantescas dimensiones,<br />
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Germán Rodríguez<br />
que los hacen desaparecer tal y como sucedía en el Triángulo de las<br />
Bermudas cuando las embarcaciones y no pocos Boeing se h<strong>un</strong>dían sin<br />
dejar rastro alg<strong>un</strong>o. Entonces el tiempo es comparativamente igual: no<br />
deja rastro, es meteórico, no siempre sana las heridas, muchas veces<br />
las hace más prof<strong>un</strong>das, amenaza sin importarle que somos aves de<br />
paso, que corremos a cada instante no solo para sobrevivir, trabajar o<br />
espiarnos entre nosotros mismos, sino también para liberarnos. Cuánta<br />
sapiencia la de mis compañeros de celda (de <strong>un</strong>os pocos), ahora que<br />
se me hace tan difícil la ración de comida, el polvorín del claustro, la<br />
perversión de las más siniestras mentes. Y el amor me cubría como <strong>un</strong><br />
ramillete de espinas sobre <strong>un</strong>a tumba que yace en <strong>un</strong> lugar sacrosanto.<br />
Después de todo, ¿qué me quedaba sino el tiempo aún inexplorado<br />
que me sabía a <strong>un</strong> día sin forma durante cada minuto de mi existencia?<br />
Aquí también hago pausa, <strong>un</strong>a breve, pues siento que me derrumbo como<br />
el hombre que llora el adiós de <strong>un</strong>a mujer, que aún la siente en su piel<br />
y que pretende olvidar con el engaño de su memoria y el inexplicable<br />
suceso de que aquel ser <strong>humano</strong> murió, de que no tendrá más <strong>un</strong> contacto<br />
cercano con nadie, y de que puede ir al camposanto incluso para ponerle<br />
<strong>un</strong>as flores a la cruz de todos los que están en otras tumbas, y colocarle<br />
<strong>un</strong> par de rosas a aquella que ahora no se sabe por dónde camina ni<br />
qué destinos ha colisionado, con <strong>un</strong>a desgana que nadie tomaría en<br />
cuenta, pues cada quien va a ver a los suyos, y aquí cabe saber que el<br />
egoísmo prima casi siempre y <strong>un</strong>o no se puede enf<strong>un</strong>dar el escudo de<br />
la compasión porque nadie le compadece ni se acuerda de él.<br />
Pero yo no digo eso, sino quienes más calle tienen. Retomo entonces<br />
lo que aquí me ha detenido (la muerte en el corazón de aquella mujer<br />
que abandonó el amor y sus intrincados caminos); y les digo que no<br />
pude entonces sino esperar a que por lo menos, en esta vida superflua<br />
que suele alimentar <strong>un</strong> hueco hondo, muy hondo en mis maneras más<br />
íntimas, me tocara <strong>un</strong>a putita no tan experimentada que me concediera<br />
<strong>un</strong> poco de cariño o aprecio. He oído que alg<strong>un</strong>as se enamoran del<br />
cliente, que incluso le dan <strong>un</strong> hijo, y mantienen solas a la criatura; no le<br />
piden nada al ocasional amante, pero los llaman solo para encontrarse<br />
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Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
en <strong>un</strong> p<strong>un</strong>to y recibir su mes, que no es otra cosa que el alimento para<br />
la criatura.<br />
Yo no buscaba placer, mucho menos <strong>un</strong>a extraña pose o <strong>un</strong>a perversión<br />
sin escrúpulos; al contrario, tan solo <strong>un</strong> gesto de cariño, <strong>un</strong> roce<br />
de cabellos, o por si fuera mucho, <strong>un</strong> beso, para que la noche dejara<br />
en mi alma <strong>un</strong> sabor bonito. Pero solo observé que muchas ya están<br />
quemadas, curtidas por el roce y la desventura de <strong>un</strong> televisor y la novela<br />
lacrimógena, o la radio con su música de moda, puesta a todo volumen<br />
para acallar cualquier gemido falso en su mayoría. La primera vez, la<br />
seg<strong>un</strong>da y tercera, la puta ve lo mismo, actúa al principio como <strong>un</strong>a dama<br />
inhibida, pensando en la caballerosidad del advenedizo cliente, hasta<br />
terminar por perturbarse de tanta suciedad, que le oprime el corazón y<br />
los huesos, para darse cuenta de que solo le interesa la cópula jadeante<br />
y no sus corazones destrozados por la humillación. Pedían migajas y<br />
recibían menos que eso. Tal vez <strong>un</strong>a sonrisa fingida, como ellas lo hacían<br />
con otros. En esta vida todo se paga, y el alimento que para <strong>un</strong>os es<br />
veneno, para otros es el pan de cada mañana.<br />
Un día más, sin más pasatiempo que mi ordenador y el periódico entre<br />
las manos. Luego, <strong>un</strong> nuevo libro despertaba ya por ese entonces solo<br />
mi repudio, y las ganas de follar, como los españoles dicen, terminaban<br />
en <strong>un</strong> llanto silencioso, brutalmente silencioso para mi corazón.<br />
¿Mamá? Preocupada por papá. ¿Hermanos? Solo <strong>un</strong>a menor, Sandra.<br />
Papá no quería más hijos. Decía que los hijos éramos <strong>un</strong> estorbo cuando<br />
crecíamos. Así era él y así lo amaba. Ya he dicho que mi vida no era más<br />
que <strong>un</strong>a luz tenue que se va apagando por la miseria de <strong>un</strong> techo que<br />
solo te apresura el insomnio y te corroe de rutina la pupila cabizbaja,<br />
<strong>un</strong> suelo sin voz se acicala para tus pasos, últimamente desprotegidos,<br />
como queriendo encontrar la senda correcta, que ya tarda <strong>demasiado</strong><br />
en aparecer, y <strong>un</strong> inmueble de bellas características, que se materializó<br />
en <strong>un</strong>a casa hermosa de tres pisos, con hermosos jardines. La luz de los<br />
faros en la entrada contigua de la casa que daba al jardín principal se<br />
advertía desde lejos y alumbraba de noche a los pocos visitantes, a<strong>un</strong>que<br />
para el predial y los arbitrios no alcanzase, pues mis padres no hicieron<br />
los trámites a tiempo como para disfrutar de la jubilación que estipulaba<br />
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Germán Rodríguez<br />
<strong>un</strong>a ley que lo cubría todo y les hubiera dado <strong>un</strong>a mensualidad suficiente<br />
para vivir sin angustias económicas, a<strong>un</strong>que sin lujos, por supuesto. A<strong>un</strong><br />
así, la casa seguía siendo maravillosa. Era esta la opinión de tíos, primos<br />
y vecinos. Pero plata en efectivo escaseaba, y en cualquier momento se<br />
tornaba la deuda en embargo, pues papá se endeudaba. Las mujeres lo<br />
volvían loco y se gastaba el dinero en sus divertimentos de alcoba y en<br />
el trago que lo tenía enfermo, más con la hipertensión, que le obligaba<br />
a colocarse su pastillita debajo de la lengua cada vez que se exaltaba.<br />
Debía llevar <strong>un</strong>a vida más sana y tranquila.<br />
En ese entonces, la cerradura del cuarto era otro problema para mí;<br />
se le había caído la manija, pues era casa antigua; caserón, como dirían<br />
alg<strong>un</strong>os. Y esto me asustaba cuando por ahí llegaba mamá y podía<br />
sorprenderme masturbándome a la luz del día, pues la <strong>un</strong>iversidad no<br />
tenía ya ning<strong>un</strong>a sorpresa, ni los cursos <strong>un</strong>a ambiciosa o acostumbrada<br />
manera de vivir a la usanza de los otros estudiantes: con sus novias<br />
pasando todo el día en la <strong>un</strong>iversidad, releyendo lo que el profesor de<br />
la última clase decía que estudiásemos.<br />
Pronto la abandoné; las notas me lo habían dicho todo: «No sirves».<br />
Y no tuve vol<strong>un</strong>tad para probar otra carrera u oficio. Dinero no había<br />
en casa, pero en el refrigerador no faltaban el cereal, la carne o las<br />
conservas, o la Pepsi Cola que tanto me gustaba; no sé cómo mamá se<br />
las arreglaba ni quiero enterarme, pues recuerdo el rímel, el labial y no<br />
quiero pensar más, pues papá no daba ya ni <strong>un</strong> centavo. Sin embargo,<br />
me quedaba aún la Biblia, y la leía a rabiar, para saber en <strong>un</strong>a que otra<br />
noche que la realidad era tremendamente otra, y que los deseos y la<br />
aparente sana convivencia de la gente vienen materializados por las<br />
apariencias, por conversaciones fatuas y tomaduras de pelo continuas,<br />
la conchudez y la queja simplona de a diario.<br />
Pero qué podía hacer si no tenía aquellos atributos. El intelectual<br />
había dado paso a <strong>un</strong> mendigo poco menos que bien vestido, de sobra<br />
alimentado, subido de peso, <strong>un</strong>o más que actúa para sobrevivir en <strong>un</strong><br />
m<strong>un</strong>do de puras apariencias, que se agacha para no perder, que ve la<br />
vida pasar, que silba con el aliento de <strong>un</strong> espíritu desaliñado. Pensé en<br />
detener a <strong>un</strong>a muchacha por el brazo a<strong>un</strong>que me cayera <strong>un</strong>a cachetada<br />
18
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
en la intentona, en irme «a <strong>un</strong> burdel, por lo menos», como todos decían<br />
(lo que logré hacer, pero no culminé como todo varón. Bueno, para mí<br />
fue <strong>un</strong> inicio, y no se lo dije a mis compañeros de la <strong>un</strong>iversidad), para<br />
así enamorarme de <strong>un</strong>a puta novata y sacarla de ese m<strong>un</strong>do sucio y<br />
perverso; pero no había valor, no tenía el coraje necesario, me faltaban<br />
las ganas o la depresión me consumía, no sé. Todo se mezclaba.<br />
Creo que no debí haber nacido jamás (esto es <strong>un</strong>a lastimera opción de<br />
pesimismo, de la cual sí me arrepiento); algo común en todos escaseaba<br />
en mí, como falta el sol a <strong>un</strong>a cueva donde se entierra a los muertos,<br />
como falta la visita de <strong>un</strong> amigo a <strong>un</strong> camposanto, a<strong>un</strong>que no deje flor<br />
alg<strong>un</strong>a. Y luego vendría lo peor; por cierto, diré que n<strong>un</strong>ca más el viejo<br />
se metió en mis decisiones, pero me ayudaba, siempre creyó otra cosa<br />
con respecto a mi hombría, pero yo dejaba que pensara así, no lo contrariaba;<br />
la hipertensión era dolorosa casi siempre, y <strong>un</strong> infarto a estas<br />
alturas me habría sumido en <strong>un</strong>a prof<strong>un</strong>da locura. Los medicamentos ya<br />
no eran suficiente alivio. Los cariños de mi madre y mi boca silenciosa<br />
sí que le hacían bien cuando se ponía de muy mal humor. Siempre fue<br />
así, el viejo.<br />
Recuerdo a mamá <strong>un</strong> día en la cocina, lavando los platos y la vajilla<br />
nueva que papá había comprado. No se movió de ahí hasta ver que todo<br />
brillaba a su alrededor. Así era ella, y advertí que a fin de cuentas mamá<br />
lo haría todo, como siempre, con esa perfección tan suya, congénita,<br />
como decían los parientes, que daba miedo de lo obsesiva que se<br />
mostraba. ¡Y pensar que arreglaba los objetos de la mesa de comer como<br />
las manijas de <strong>un</strong> reloj! Pero era mi madre, y yo la quería, y no podía<br />
contradecirla, ni la juzgaba por lo que me daba miedo de pensar, como<br />
ya he mencionado, pues temía que se fuera de casa como tantas veces<br />
había amenazado con hacerlo. Y es que ella no podía ya más con todos<br />
los malos ratos, y era <strong>un</strong> mujer buena y bonita; salida de <strong>un</strong>a quinta,<br />
pero conservadora y sencilla.<br />
¿Humilde? No lo sé. Jamás entendí mucho ese término, esa palabra,<br />
pero cuando se lo proponía, mamá era <strong>demasiado</strong> soberbia para mi gusto.<br />
Más que exigente, autoritaria y honesta como <strong>un</strong> policía que no recibe<br />
soborno alg<strong>un</strong>o, al menos eso parecía. Está claro que <strong>un</strong>o no termina<br />
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Germán Rodríguez<br />
ni de conocer a la madre misma. Muchas veces no la entendía, pero<br />
¿quién entiende a las mujeres? Y si es mamá, hay que comprenderla<br />
y p<strong>un</strong>to. Es la única mujer que nos perdona todo y que todo lo da. No<br />
importaba nada en la vida, sino esa suave paz que ceñía sobre mi cabeza<br />
cuando posaba sus manos sobre ella, cual remolino intempestivo que<br />
acomete feroz en la llegada, pero que cuando se va, deja <strong>un</strong>a estela de<br />
sangre nueva que circula cálida y fresca como el abrazo más tierno o<br />
el más insospechado en momentos de angustia, y que lo arrastra todo<br />
por el sendero de la bendición. Así lo creí y quise creerlo siempre. Las<br />
madres de muchos de mis compañeros habían fallecido, y los padres<br />
flirteaban con otras mujeres en sus horas de asueto, encabritados con<br />
otra hembra que los hacía sentir «vivos», sin la monotonía de la mujer<br />
a la que siempre hay que besar o rendirle a<strong>un</strong>que sea <strong>un</strong> poco de respeto<br />
en la cama y fuera de ella, o muchos habían abandonado el hogar sin<br />
decir algo tan básico como «¿qué pasa?, ¿qué sucede?». O «Me voy de<br />
esta porquería, ¡carajo!», por decir lo menos.<br />
Mi madre, en cambio, me ofrecía <strong>un</strong>a seguridad que no hubiese cambiado<br />
así como así por nada; a<strong>un</strong>que tuviese que soportar sus dolores de<br />
cabeza constantes, o ir a comprar sus aspirinas cuando ya me encontraba<br />
casi dormido, o acompañarla a algún que otro sitio, a visitar a <strong>un</strong>a<br />
hermana suya, a <strong>un</strong>a prima querida que no la veía desde hacía tiempo<br />
o esperar a que llegara cuando salía con sus amigas de la <strong>un</strong>iversidad<br />
y hacían los reencuentros de su promoción, algo que papá toleraba sin<br />
decir siquiera:<br />
—¿A qué hora llegas?<br />
—Temprano, Gerónimo —el seg<strong>un</strong>do nombre de papá—, temprano.<br />
O cuando mamá tocaba la puerta de mi cuarto y rápidamente, a<strong>un</strong>que<br />
con más desagrado que buen ánimo, me reclutaba para acompañarla<br />
al mercado a hacer las compras, o llevarla en el auto de papá a alg<strong>un</strong>a<br />
tienda si quería ver algún vestido novedoso para sus diseños, que siempre<br />
exponía en alg<strong>un</strong>os centros de comercio. El resto del tiempo, no<br />
estaba conmigo ni con papá, pero traía regalos generosos, y todos nos<br />
callábamos la boca, y el silencio se hacía cómplice absoluto de <strong>un</strong>a<br />
andanada de pensamientos paranoicos que ponían en duda la conducta<br />
20
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
intachable de mamá. Pero nadie quería imaginárselo de esa manera.<br />
Y papá menos. Así que silenciábamos nuestros rostros y bocas con el<br />
presuroso deseo de no querer saber nada mientras ella viniera feliz y<br />
contenta a darnos <strong>un</strong> poco de felicidad.<br />
En ese entonces rondaba los veinticinco años, y mi vida se antojaba<br />
como <strong>un</strong>a pelea donde no hay reglas, donde el combate lo libraba<br />
conmigo mismo y con mis hojas de papel en blanco, que en ese tiempo<br />
eran <strong>un</strong>a caricatura de <strong>un</strong>a nada sobre papel inservible. Ni <strong>un</strong>a sola letra,<br />
la mente conf<strong>un</strong>dida; puros trazos e ideas sin aliento, ni <strong>un</strong> solo gemido<br />
de vol<strong>un</strong>tad, pues bien sabía yo que la vol<strong>un</strong>tad lo hace todo pedazos.<br />
Pero la vida se obsequiaba frente a mí como <strong>un</strong> océano donde mar<br />
adentro se van tejiendo ondulantes las poderosas aguas, se encadenan<br />
entre los orificios de las prof<strong>un</strong>didades, ciñéndose aún más a las esquinas<br />
donde el ostracismo de algas y cardúmenes sobrevivían, por así decirlo,<br />
con más fe que fuerza de la existencia misma.<br />
¡Qué destino podía pedirle a <strong>un</strong> m<strong>un</strong>do que se debate entre guerras y<br />
extraños milagros, que al final terminan por ser <strong>un</strong>a farsa! Sí, sé que las<br />
iglesias presbiterianas, luteranas, evangélicas, cristianas, los testigos de<br />
Jehová, protestantes, mormones y otras religiones habían crecido, pero<br />
ni <strong>un</strong>a sola fe me llenaba los ojos, menos el corazón. Parece que el hábito<br />
de ver alg<strong>un</strong>a que otra revista pornográfica se me hizo costumbre, como<br />
ir accediendo de a pocos a los lupanares de moda, a<strong>un</strong>que solo fuera<br />
para ver a las mujeres desnudarse, y luego pagaba y me iba. Tenía miedo<br />
de continuar, ya que en <strong>un</strong> inicio fallé al no terminar con la descarga<br />
seminal, algo que quise borrar a toda costa de la mente, pero que se<br />
aparecía en mi memoria como algo que me daba <strong>un</strong> cierto regazo, <strong>un</strong>a<br />
ligera experiencia, y así lo entendí, sin darle <strong>un</strong>a gran importancia al<br />
as<strong>un</strong>to.<br />
Después de este as<strong>un</strong>to confuso y algo risible, llegó mi primera relación,<br />
la primera que me desasosegó el alma, que me lanzó a <strong>un</strong> espacio<br />
donde cabían sólo el brillo de las estrellas y los ángeles circ<strong>un</strong>dándome,<br />
pero que terminaría por acabar sin respuesta.<br />
Creo advertir que estarán preg<strong>un</strong>tándose qué pasó con aquella mujer<br />
que se me ofrecía a la luz de la tarde, semidesnuda, con harto polvo en<br />
21
Germán Rodríguez<br />
las mejillas y <strong>un</strong> colorete tan pobre que daba la impresión de que su<br />
autoestima se debatía entre el abismo y la locura… Pues diré, a<strong>un</strong>que<br />
tarde ya por estas terribles u obcecadas divagaciones, que al tocarla<br />
supe de inmediato que su oficio no era el de <strong>un</strong>a prostituta profesional.<br />
Esta mujer solo cobraba y follaba como si nadie pudiera advertir en<br />
su ánimo <strong>un</strong>a presencia de hastío y maldad; lo sabía, pues la sonrisa<br />
mediática era fingidamente cruel y sedienta de premura. Quién sabe si el<br />
destino de <strong>un</strong>a vida llena de miserias, la necesidad empujada por el deseo<br />
imperativo del hambre y las malas costumbres, que solo se adquieren<br />
por la ropa que te presto o me prestas, el cigarro que se comparte con<br />
pelea incluida de por qué te estás fumando la última colilla, el licor que<br />
se añeja con la tertulia mientras se espera y que termina por estropear<br />
<strong>un</strong>a que otra virtud valedera, como el deseo de ser alguien o la vol<strong>un</strong>tad<br />
para levantarse día a día dignamente, no sé, al menos para ir a algún<br />
trabajito que no te procure mucho, pero que sea necesario para cubrir<br />
las necesidades de comida, techo y ropa; esto es, el querer vivir honestamente<br />
a<strong>un</strong>que sea con muy poco; o empleándose en alg<strong>un</strong>a casa, ya<br />
sea para limpiarla, lavar la ropa de los dueños o cocinar cuidando a los<br />
hijos pequeños, tantas cosas que se pueden hacer, pero hasta para eso<br />
había que tener recomendación.<br />
Sí justifico que el oficio más antiguo del m<strong>un</strong>do sea necesario y<br />
hasta imperativo para saciar el deseo carnal y evitar gran parte de las<br />
violaciones que se producen a diario en el m<strong>un</strong>do entero. Pero quizás<br />
n<strong>un</strong>ca entienda a las mujeres de la calle, de las esquinas a media luz;<br />
reconozco que son agresivas, que se defienden hasta de <strong>un</strong> beso o de<br />
<strong>un</strong>a palabra bien hablada o amable. Reconozco que absorben toda la<br />
suciedad del cliente y reniegan de ellas mismas, porque parece que solo<br />
les importa cuánto y cómo comen, o dónde cobijarse para que la sonrisa<br />
permanezca a<strong>un</strong>que sea durante <strong>un</strong>os minutos más, mientras hacen su<br />
labor con <strong>un</strong> sacrificio tan doloroso como si de matar se tratase; a<strong>un</strong>que<br />
para alg<strong>un</strong>as mujeres matar se ha convertido en <strong>un</strong> placer tan sádico o<br />
<strong>un</strong>a venganza dolorida por los años trágicos de la infancia, cual perro al<br />
que lastiman inmisericordemente y que luego no tiene piedad de nadie<br />
para atacar y morder.<br />
22
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
Otras putitas ejecutan sus actos por el solo placer de la lujuria, la<br />
codicia del dinero y lo que compra este instrumento de papel, y que de<br />
repente, de <strong>un</strong> momento a otro, destruye tantas vidas, o quién sabe si<br />
la genética hace su parte deleznable, sarcástica e impura. Aún las más<br />
sanas, las que recién comienzan, se acostumbran rápido a las sesiones<br />
de amor consentido, a la rufianería, al maltrato o a la gentileza de los<br />
regalos del parroquiano de turno, y acaban disfrutando de quien les da<br />
más placer y significativos detalles, y no pocas han conseguido al amante<br />
permanente y han acabado casándose y convirtiéndose en mujeres serias,<br />
sin poses de mujer de m<strong>un</strong>do. La altivez hecha mujer, digo yo, como<br />
para tomármelo de pura broma.<br />
A<strong>un</strong> estudiando criminología, eso no podré entenderlo jamás. Este es<br />
<strong>un</strong> m<strong>un</strong>do de locos, donde todos estamos hechos de <strong>un</strong> poco de quijotes<br />
y de sanchos, o donde nuestro material espiritual se ve acosado por<br />
la inefable marcha de las divagaciones, frustraciones, sueños que se<br />
complican, acciones que se deterioran con la rutina o con el malestar<br />
de los días. Aquí sí concuerdo con Vallejo cuando dice en <strong>un</strong>o de sus<br />
versos: «El hombre sí te sufre, el dios es él […] Las herramientas para<br />
sobrevivir son entonces caldo de cultivo para el ataque, el pánico fingido,<br />
la fragancia que se trasluce para el deleite de <strong>un</strong>os minutos y que se<br />
esfuma con <strong>un</strong> salivazo o <strong>un</strong>a penetración inmisericorde, que terminan<br />
por retornar el alma misma a <strong>un</strong> dominio territorial donde solo caben<br />
la voracidad de <strong>un</strong>a hiena, la velocidad de <strong>un</strong>a gacela enceguecida o<br />
la furia de <strong>un</strong> hombre apertrechado por todos los flancos, sin salida,<br />
dispuesto a todo, sin importarle que siempre existe <strong>un</strong>a tenue brisa que<br />
nos saque del abismo, a<strong>un</strong>que sea para desespantarnos».<br />
Debo decir que reconoceré, a fin de cuentas, que acepté su llamada,<br />
la de la putita, por supuesto; su índice derecho diciéndome: «¡Ven,<br />
hombre!» era <strong>demasiado</strong> tentador, y que a<strong>un</strong>que patética la hembra,<br />
debo admitir que tenía <strong>un</strong>as increíbles piernas bajo <strong>un</strong>a falda desfachatadamente<br />
diminuta, que no hacía sino ponerme en <strong>un</strong>a excitación más<br />
que extrema. Yo que sólo toqué mujer para la iniciación y no conseguí<br />
culminar; luego tuve la primera relación de pareja, con convivencia y<br />
todo (esto pocos lo sabían, pero solo de boca): me refiero a algún que<br />
23
Germán Rodríguez<br />
otro amigo de promoción del colegio, mi madre y hermana y <strong>un</strong>a tía<br />
medio chismosa. Ahora recuerdo que, ya conviviendo, la llevé a <strong>un</strong>a<br />
re<strong>un</strong>ión de mi familia, y todo ¿para qué? Dicen los que me vieron en<br />
la re<strong>un</strong>ión, <strong>un</strong> primo mío muy estimado, que se me veía tranquilo al<br />
lado de ella. Yo era feliz. Ella, jamás sabré si experimentó alg<strong>un</strong>a vez<br />
la felicidad conmigo. ¡Algo sí sé! Se tragó mucha sangre mía, sangre<br />
del alma, y no tuvo ning<strong>un</strong>a compasión en abandonarme. Sé que me<br />
porté mal, que los nervios deshechos me habían consumido y pronto<br />
la depresión se tornó en agresión. No me justifico. Pero así fueron las<br />
cosas. Estoy contando mucho, y esto no es bueno para mi cabeza.<br />
Empiezo a palidecer nuevamente. Sé que la felicidad trae tranquilidad.<br />
Pero la angustia también trae tragedia, y yo no sabía aún la mía. ¿Para<br />
qué la traje a casa? ¿Para qué la llevé a vivir a otra casa? ¿Me emocioné?<br />
¿Me arrepiento? Realmente no. Lo vivido queda. Y lo que se formó<br />
como fango también queda. Y habrá que sacarle <strong>un</strong>a lección a la mala<br />
costumbre del amor y sus reveses, y por qué no, también a sus bellos<br />
paisajes. A fin de cuentas, y retomando lo primero que les narro, lo que<br />
a nadie le conté, fue como <strong>un</strong> inicio, lo de la puta y lo inconcluso, por<br />
supuesto. No vayan a creer otra cosa. Necesitaba granjearme el respeto<br />
de mis contemporáneos y dije que me revolqué con <strong>un</strong>as seis o siete por<br />
decir lo mínimo, y a<strong>un</strong> así la aceptación fue poca, pues muchos tenían<br />
de semana en semana <strong>un</strong> nuevo material, así las llamaban, y me daba la<br />
risa, y me miraban no saben cómo. Como diciendo: «Y este, ¿mentirá?<br />
¿O le creemos solo para que nos haga <strong>un</strong>os recados?».<br />
Bueno, ese era el proceder de los muchachos, y yo no era como ellos,<br />
como ya he comentado. Lo intenté, eso sí, pero jamás pude. De ahí<br />
mi baja autoestima y mi nerviosismo, ya adquirido desde antes, desde<br />
que <strong>un</strong>o nace, dicen… La genética o el ADN, no lo quiero ni pensar.<br />
Ahora, váyase a ver la imaginación de cualquier lector, ¡sí! La cruel<br />
imaginación de quien quiera juzgarme. Pero les diré que solo Dios juzga,<br />
y me salvaré mientras tanto.<br />
La consumación de este acto, simplísimo para muchos, pero frenético<br />
y ansioso para mí, me dejó <strong>un</strong>a secuela escalofriante y abrumadora.<br />
¿Si culminé el acto? ¡Claro que lo acabé! ¡Pero de qué forma! ¿Me<br />
24
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
enorgullezco de ello? ¿Siento pena de mí mismo o de lo que ejecuté<br />
sin ni siquiera proponérmelo? Eso ni los que me estudian o grafican<br />
con sus test van a poder resolverlo, pues tampoco yo lo sé. ¿Que si se<br />
me fue las manos? ¿Que si era <strong>un</strong> loco potencial designado para <strong>un</strong><br />
manicomio tarde o temprano? ¡Qué les digo! Si yo mismo me encontraba<br />
en <strong>un</strong>a situación donde el soporte era <strong>un</strong>a cuerda tan delgada como la<br />
de <strong>un</strong> equilibrista, y nada bajo esa cuerda, absolutamente nada, más<br />
que suelo o acera potentemente demoledora, fría como <strong>un</strong> bosque que<br />
no tiene salida, pues la enmarañan los árboles enormes que no dejan<br />
sino pedir auxilio, si es que alguien escucha, porque al final nadie lo<br />
oye, y si lo hace, se hace el loco o la loca y no se entromete, pues el<br />
miedo lo domina.<br />
Entonces no sabía qué es lo que estaba haciendo, y si lo sabía, lo<br />
entendía a mi manera, pues de ética y moral y de respeto aprendí mucho<br />
en los libros y de mi padre. Y cuando la persona faltaba a estos preceptos,<br />
me transformaba en <strong>un</strong> energúmeno. Los tenía muy metidos dentro de<br />
mí, para mi familia y lo que aprendí, el respeto y la nobleza del espíritu<br />
sacaban la cara para enorgullecernos. Así era yo. Y no tuve reparos<br />
en contarlo, pero a veces me atragantaba con mi propia saliva, y supe<br />
bien que eran los nervios, los malditos nervios, y fui presa de ellos,<br />
¡sí! Preso del deseo incontenible por saciar <strong>un</strong>a conducta desdichada y<br />
mortificante, y sofocar <strong>un</strong> incendio de ira, descargando mi neurastenia,<br />
como ya se me había diagnosticado.<br />
Entonces supe que lo mío no era monstruoso, sino <strong>humano</strong>, <strong>demasiado</strong><br />
<strong>humano</strong>. La verdad la sabe Dios y yo mismo, y n<strong>un</strong>ca fue malintencionado<br />
mi proceder. La emoción violenta o la obnubilación de la conciencia<br />
constituían la consecuencia del diagnóstico, las medicinas psicotrópicas,<br />
el dolor de no ser querido y la mortificación de haber sido bueno a pesar<br />
de las mentiras que tuve que soportar.<br />
Vuelvo al relato al cual me incorporo de cuando en cuando, y como<br />
si fuese <strong>un</strong> preludio de relámpagos fugaces, diré que el revolcón duró<br />
poquísimo, como para que la susodicha ni se acordara de mi rostro<br />
la próxima vez que se me ocurriera visitarla. De todos modos, qué<br />
se iba a acordar, si todos los días desfilaban de diez a veinte con total<br />
25
Germán Rodríguez<br />
desparpajo, pagando su entrada y encaminándose al romance por <strong>un</strong>os<br />
quince minutos que al final resultaban menos de diez, tal vez cinco, sin<br />
que la chica se desnudase por completo. Y si no acababas, ¡qué mala<br />
suerte! La putita no hacía más que vestirse y te despedía, riéndose con<br />
tantas ganas, que seguro que terminaría el día al filo de <strong>un</strong>a tempestad de<br />
lágrimas encerradas entre cuatro paredes, en sus dominios más íntimos,<br />
fuera de las calles. Era mejor, pues, que ya te vinieras con todas las<br />
ganas, que vulneraras el sagrado dominio del sexo, pues ellas no te las<br />
iban a despertar. Su labor no era la seducción o la excitación eficaz, sino<br />
que introdujeras el miembro en su vagina y terminaras pronto con la<br />
descarga. Un mero acto mecánico. Es sabido que los rufianes o las mamis<br />
adelantaban la hora y se disponían en la puerta, prestos para cualquier<br />
situación inesperada: algún reclamo que no se justificaba n<strong>un</strong>ca, porque<br />
todo era para el favorecimiento de las chiquillas y de las no tanto, y casi<br />
siempre <strong>un</strong> cliente podía salir de improviso por grosero, como <strong>un</strong>o que<br />
salió casi desnudo con su preservativo en la mano, pateado y escupido,<br />
por haber cacheteado a <strong>un</strong>a de las muchachas. Según su versión, porque<br />
le metió mucha prisa y él se lo tomaba con calma; o tal vez porque al<br />
final pedían <strong>un</strong> vuelto que no era lo usual, o la puta no les gustaba, o al<br />
revés, porque había putitas selectivas que solo aceptaban el trato con<br />
gente blanca por decir lo mínimo, o porque muchos hacían cola para<br />
la misma, que era la favorita, la más rica, la más complaciente. Pero<br />
ella era cara, y solo atendía a dos o tres por día, según sus deseos o<br />
requerimientos, y luego se transformaba en <strong>un</strong> ama de casa hacendosa<br />
y viajera con su marido y sus dos retoños, como si nada en el m<strong>un</strong>do la<br />
confrontase con sus más íntimos secretos. Creo que así era feliz. Total,<br />
de todo hay en esta villa del Señor.<br />
Así me enteré mientras esperaba turno. Diré que cuando me tocó la<br />
muchacha, que de nuevo digo no era <strong>un</strong>a prostituta en su real dimensión,<br />
noté que sus ojos suplicaban <strong>un</strong> aroma diferente, tal vez <strong>un</strong>a palabra<br />
sincera, sin hipocresía. Entonces, creí que iba a caerle bien cuando le<br />
dije:<br />
—No es mi primera vez, pero estoy nervioso, <strong>un</strong> poco tenso, no me<br />
siento muy bien, quisiera que me ayudaras a concretar esto.<br />
26
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
Se rio con más brusquedad que amabilidad, <strong>un</strong>a risa de dudosa procedencia,<br />
como cuando la observé al quitarse las pantimedias y me invitó a<br />
explorarla como si de la velocidad de <strong>un</strong> rayo se tratase. Languideció <strong>un</strong><br />
tanto y se quitó las bragas, pero esta vez sin ning<strong>un</strong>a gracia, quedando<br />
desnuda apresuradamente…<br />
El primer gemido lo di yo; ella se puso a leer el periódico, <strong>un</strong>o de<br />
farándulas, y hacía como que no le interesaba nada. En ese momento<br />
acudió a mi mente la frase: «Debe de estar curtida», pero yo seguí en<br />
mi labor, y ella en lo suyo. Le pedí <strong>un</strong> poco de atención, le dije:<br />
—Por favor, escúchame, deja de leer ese periódico, mira que te lo<br />
estoy pidiendo con cariño —eso que yo consideraba respeto, pero no<br />
me contestó. Solo me dijo—: Concéntrate —y para mí ello fue como<br />
<strong>un</strong> baldazo de agua más que fría. La supe igual que todas las mujeres<br />
superfluas. No me refería en especial a las prostitutas, sino a las mujeres<br />
de todos lados, las que no les interesaba más que ellas mismas y su<br />
goce y el dinero o la recompensa que obtendrían. Y pensar que llevaba<br />
casi todos mis ahorros por si me hubiese comprendido… Entonces me<br />
sorprendí jadeante, suplicándole que no quería más que <strong>un</strong> poco de su<br />
cariño, de su tiempo, y sobrecogedoramente volví a rogarle <strong>un</strong> poco<br />
de atención y que me ayudara a concretar el acto sexual, y le dije que<br />
había decidido darle el triple de lo estipulado.<br />
No le dije explícitamente que pagaba por ello, más bien le señalé que<br />
le iba a dar tres veces más de lo convenido si era más condescendiente.<br />
Se lo dije con todo respeto y sin violencia alg<strong>un</strong>a, pero volvió a decirme:<br />
—Concéntrate, amigo, pues te estás demorando, o me voy ahora<br />
mismo, no me interesa tu dinero. ¡Termina ya! —y yo le dije, creo por<br />
última vez—: No seas así conmigo, por favor; solo deseo <strong>un</strong> poco de<br />
cariño. Lo último que me pasó me dejó vacío y nervioso —así le confesé<br />
en pocas palabras—. ¡A<strong>un</strong>que sea, finge! Te lo suplico —le clamé.<br />
—Cállate, ya basta por hoy, estoy cansada y no terminas. Me voy…<br />
—creo que aquí se gatilló el resto. A<strong>un</strong>que mi voz se tornaba <strong>un</strong> tanto<br />
quebrada, noté que fue más vil que generosa.<br />
Era cierto que no estaba totalmente en mis cabales, que el hecho de<br />
que no me proporcionara el afecto, a<strong>un</strong>que fuera fingido o simulado,<br />
27
Germán Rodríguez<br />
en esos momentos me había convertido en <strong>un</strong>a herida supurante, y que<br />
la soledad diaria me había hecho presa del desasosiego. Al final todo<br />
concluyó del mismo modo en que se había desvestido: apresurada, violentamente<br />
raudo. De ahí ya no recuerdo nada, solo que me condujeron<br />
a <strong>un</strong>a celda con <strong>un</strong>as ventanas oxidadas, ajadas por el tiempo, como<br />
si la libertad estuviera a <strong>un</strong> paso de la esquina, con <strong>un</strong> par de policías<br />
haciendo su labor más perfecta y simplona: <strong>un</strong> par de esposas en las<br />
muñecas, y el traslado en <strong>un</strong> camión donde había otros detenidos. He<br />
de decir que los custodios conocían su labor; a<strong>un</strong>que aburrida y tonta,<br />
conocían su oficio y los barrotes intrincados de las celdas: el envío de<br />
algún dinero, el arma escondida en <strong>un</strong>a que otra chuchería, los cuchillos<br />
hechos de tenedores y madera bien cincelada, con <strong>un</strong>a p<strong>un</strong>ta que causaba<br />
miedo de solo mirarla,… y al costado, el pabellón de violadores y<br />
matones a sueldo. Todo controlado por el policía en jefe y <strong>un</strong> taita o<br />
mandamás del calabozo.<br />
La puta me cobró por adelantado, como siempre. Cien soles que<br />
desenf<strong>un</strong>dé con más miedo que tentación por el deseo de la carne y la<br />
caricia próxima. Avizoré que ella se detenía a preg<strong>un</strong>tarme a cada rato<br />
si ya había acabado, y apenas dijo esto, exploté muy dentro de mí a la<br />
manera de <strong>un</strong> hombre dañado, moralmente agraviado en lo más íntimo<br />
de su ser. Ella, antes de que ejecutara el acto, como ya dije, cogió el<br />
diario, la vi leyéndolo de costado, se aseguró de que yo empezara,<br />
y después ni <strong>un</strong> mínimo de atención. Lo que cobraba no era poco y<br />
merecía <strong>un</strong>a reciprocidad. La atención dio paso a la indiferencia. O<br />
mejor dicho, la desatención dio pie a la furia total, desbocada como <strong>un</strong><br />
caballo rasguñado en sus patas traseras. La miré absorbido con el más<br />
callado grito aterrador, conf<strong>un</strong>dí su rostro con el espejo decolorado de<br />
la casa de mamá; y su cuerpo se envolvió entre mis manos como si de<br />
<strong>un</strong> ovillo vetusto de lana se tratara, y entonces sucedió lo inevitable…<br />
La masacré sin medias tintas. Mis manos y mi cuerpo parecían los<br />
de <strong>un</strong> animal que hubiera estado enjaulado durante años. La muchacha<br />
apenas pudo defenderse; cuando mordía <strong>un</strong>o de sus senos para extirpárselo<br />
logré que soltara <strong>un</strong> grito final, como el de <strong>un</strong> suplicio. La mordí<br />
tan fuerte que los pechos quedaron tirados en medio del cuarto. Luego<br />
28
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
vino el golpe que destrozó su cráneo y lo dejó con <strong>un</strong> hueco prof<strong>un</strong>do.<br />
Era peor que <strong>un</strong>a bestia salvaje; mis puños hubiesen podido destrozar en<br />
ese momento <strong>un</strong>a construcción de ladrillo o cemento armado. La furia no<br />
se mide por lo que <strong>un</strong>o pueda hacer, sino por la barbarie que <strong>un</strong>o se va<br />
comiendo en el fondo mismo del alma. Y mi furia estremeció los diarios<br />
más leídos, y a<strong>un</strong> la gente más superficial de farándulas o los riquillos de<br />
moda pusieron cara de espanto, y por <strong>un</strong>os momentos la sensibilidad se<br />
volcó en sus cielos extraviados. Ya dije que estaba desbocado, al borde<br />
de <strong>un</strong> abismo donde ni la más misericorde palabra detiene lo que <strong>un</strong>o<br />
guarda bajo siete llaves, como si de <strong>un</strong>a bomba guardada largo tiempo<br />
entre gasolina, pólvora y bajo <strong>un</strong> sofá vetusto se tratase. No pasó ni <strong>un</strong><br />
par de minutos, y el cuerpo yacía frenéticamente doblado, salpicada la<br />
sangre por las paredes, pues presioné sus ojos hasta sacárselos de su<br />
órbita, y la nariz le quedó rota, o mejor dicho, no le quedó más que <strong>un</strong><br />
pedacito de nariz, y a<strong>un</strong> las cortinas y la ventana más próxima al cuarto<br />
se tiñeron de sangre.<br />
El de vigilancia tembló y le dio pánico hasta entrar. Quizás pensó que<br />
también le darían muerte a él, pues me vio hecho <strong>un</strong>a bestia irracional,<br />
con la mirada fija ahora en él, y salió corriendo, a pesar de que estos<br />
sujetos muchas veces tienen <strong>un</strong> historial criminal o de pandillaje, o se<br />
dedican al oficio de vigilar a las prostitutas porque sus antecedentes<br />
judiciales y penales no les permiten <strong>un</strong> trabajo más limpio. Entró y salió<br />
como <strong>un</strong> rayo de fuego. Y pidió auxilio. No pudo hacer nada contra mí.<br />
Las demás putas desaparecieron con el calzón en la mano, pues atendían<br />
seguido, y los parroquianos apertrecharon bien sus cuerpos para desfilar<br />
raudamente por las escaleras y fugarse al primer asomo de <strong>un</strong> grito<br />
desgarrador. La pasión suele cegar los sentidos, más aún cuando está<br />
herida de muerte y la siguen matando con la indiferencia y el ignorante<br />
maltrato, algo que jamás comprenderán las almas vulgares, pues es<br />
bien cierto que la ignorancia es <strong>demasiado</strong> atrevida como para detener<br />
sus impulsos altaneros, fisgones, su palabra encogida y su ensueño<br />
demarcado por <strong>un</strong> charco de barro donde creen tener el control de sus<br />
vidas, cuando solo perecen a diario. Y sin embargo, están las almas<br />
idealizantes, las que construyen quimeras y sueños empapados de <strong>un</strong><br />
29
Germán Rodríguez<br />
enorme y grandioso entusiasmo, como cuando el amor ha derramado<br />
su bendición en <strong>un</strong> beso que armoniza el espíritu con las fibras más<br />
íntimas de nuestro cuerpo físico.<br />
El fiscal ha formulado en su acusación treinta y cinco años de pena<br />
privativa de la libertad por asesinato en primer grado. Las portadas de<br />
los diarios más leídos han desviado las noticias políticas, económicas<br />
y hasta de crímenes pasionales para reflejar este execrable episodio.<br />
«Diabólico, sangriento, monstruoso, aberrante. No tengan piedad de<br />
Dios», sentenciaron todos sin temor a dudas. Yo entierro la cabeza<br />
como <strong>un</strong>a tortuga, como es característico en mí desde niño, pero ahora<br />
tengo cuarenta años; he perdido quince de mi juventud en prisión (con<br />
los beneficios penitenciarios no se ha podido disminuir la pena, por<br />
los trámites, que se demoraron mucho, pero se cumplió la condena); y<br />
de cuando en cuando se realizan campeonatos de futbolín, pero yo no<br />
juego los partidos, me quedo viéndolos. Jamás aprendí ni a ser portero.<br />
Creo que tuve miedo desde pequeño, y el fútbol es <strong>un</strong> deporte violento,<br />
desmedidamente insensible para <strong>un</strong> espíritu como el mío, lleno de<br />
temores y susceptible como el verde pasto que se pisotea y termina<br />
convirtiéndose en tierra poco fértil. Tengo pánico de que me hagan daño,<br />
de que se comporten como lo hicieron todo el primer año de carcelería.<br />
Yo n<strong>un</strong>ca violé a nadie y pedí <strong>un</strong> poco de compasión y delicadeza<br />
cuando lo ejecutaran conmigo, pero no me escucharon y dieron rienda<br />
suelta a sus desbordadas pasiones enfermizas, y me vejaron peor que<br />
a <strong>un</strong> animal al que se degüella, disfrutando sádicamente del placer del<br />
dolor, de la rabia contenida, de la tristeza sollozante. Y entonces fui<br />
otro, <strong>un</strong> hombre pálido y sombrío que solo atinaba a dar de comer a las<br />
palomas todos los días como <strong>un</strong> autómata, como <strong>un</strong> pedazo de cartón<br />
estropeado por las manos sucias de quienes aporrean a <strong>un</strong> ser <strong>humano</strong><br />
con el arpón de la miseria y sus escondrijos.<br />
Ahora no sé si me arrepiento, si dejé que mis manos fueran conducidas<br />
por la ira furib<strong>un</strong>da, mas n<strong>un</strong>ca malsana; si cometí <strong>un</strong> pecado gravísimo<br />
tampoco sé si lo fue; ahora solo recuerdo pequeños episodios como<br />
escaleras que <strong>un</strong>o va subiendo como renqueando, a paso muy pero muy<br />
lento, como si la vida estuviera al límite o el pedacito de lugar que nos<br />
30
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
arrincona nos fuera a devorar, y no aceptamos sino el hecho de tener que<br />
hacer las cosas con la letanía de la extrema paciencia, de la sinrazón, de<br />
la vida que parece ya no tiene ningún sentido, o como el árbol que ha<br />
desfallecido porque siente que ya no hay vientos que lo cobijen en su<br />
diario peregrinaje en <strong>un</strong> mismo sitio raído. Solo quería que me amaran<br />
de mentira durante <strong>un</strong>os minutos. Estaba dispuesto a dar más de lo que<br />
me pedían si era necesario. Una nube negra se agigantó entre mis ojos,<br />
palidecí, creo que desemboqué en <strong>un</strong> trance vertiginoso, y al fin… Todo<br />
lo que estoy narrando se lo conté a <strong>un</strong> periodista de policiales, quien<br />
atinó a abrazarme y a llorar conmigo. Fue la primera muestra de afecto<br />
después de tantos años sin el calor de <strong>un</strong> abrazo. Quizás debería haber<br />
sido comprensivo con aquella mujer de carmesí y olorosa piel, pero ¿y<br />
yo dónde quedaba?<br />
Me cuenta mi abogado, <strong>un</strong> viejecito de apellido Sánchez, letrado de<br />
oficio, que la pena no la va a poder reducir. Que los hechos son incontrastables,<br />
irrefutables, y otra vez más se me nubla la mente, pero lloro,<br />
lloro amargamente, mientras mamá viene a buscarme con la comida<br />
del día, toda demacrada y angustiada, y no puedo evitar decirle que<br />
le fallé, que me perdone, que todo tiene solución, que voy a entregar<br />
mi vida a Dios si es necesario, que me voy a volver <strong>un</strong> profeta, <strong>un</strong> ser<br />
redimido ante todos, pero a ella también se le cae la cara de vergüenza<br />
y me preg<strong>un</strong>ta por qué. Y yo le digo:<br />
—Tranquila, por favor, mamá; quiero verte tranquila —a<strong>un</strong>que bien<br />
sabía yo que dentro de ella se le iba el alma; y como desviándome de la<br />
conversación, le murmuré—: Todo va a pasar, mamita; el doctor Sánchez<br />
dice que salgo en menos de diez (esto es mentira, solo para que mamá<br />
recobre <strong>un</strong> poco el aliento o su pérdida no sea tan excesiva y f<strong>un</strong>esta).<br />
—¿Diez qué? —me inquiere, pues no entendió bien lo que le dije, y<br />
ahora con <strong>un</strong> marcado acento le espeto:<br />
—Solo anda a casa —mientras ella escucha y ve con sus ojos entrecerrados<br />
que en el pabellón de a lado <strong>un</strong> miserable cortó la garganta de<br />
otro; huye despavorida, y, de lejos, me dice:<br />
—Vuelvo mañana…<br />
31
Germán Rodríguez<br />
La cárcel es hostigante, bulliciosa y llena de fango. Me mezclo con<br />
todo ello, y apenas me acomodo en el respaldo de <strong>un</strong> sucio colchón<br />
de espuma, recuerdo los besos que le di en el cuello a Betty, la occisa.<br />
Besos reprimidos pero apasionados, y me conmueve saber que algo de<br />
placer obtuve por mí mismo, que nadie me lo procuró, que estoy solo<br />
porque me da la gana, que no pienso sino en mí, en mi sentencia, en<br />
mis años de encierro.<br />
Quiero gritar, pero los presos en vez de ahuyentarse me gritan:<br />
—Loco de mierda, hijo de puta, vas a pagar lo que has hecho. Te vas<br />
a pudrir, huevón.<br />
Yo los miro de reojo y pienso que no hay fin sino la muerte misma<br />
del alma. Advierto <strong>un</strong> cuchillo por detrás, me doy la vuelta; es Gorki,<br />
el del pabellón de al lado. Me ha visto frágil y quiere desenf<strong>un</strong>dar toda<br />
su venganza contra alguien, pero no se lo permito. Total, el único que<br />
puede contra mí soy yo mismo.<br />
La lectura de sentencia está programada para el mes siguiente. Oigo<br />
que no faltan sino veintisiete días y <strong>un</strong>as cuantas horas. Me reduzco a <strong>un</strong><br />
ser miserable, peor que <strong>un</strong> gusano, y la gente, cuando salgo del presidio<br />
para dirigirme a la Sala Penal de Condenas o Absoluciones, me espera<br />
a las afueras para lincharme. La turba actúa así porque es ignorante. No<br />
conoce los instantes previos, son <strong>un</strong>a masa deforme de gente que cree<br />
tener la razón (a<strong>un</strong> hasta aquí soy ególatra) por ese fanatismo mediático<br />
con el sentir del pueblo; pero al final los pueblos no existen en sí mismos.<br />
Las personas sí lo hacen y dan <strong>un</strong> nombre digno o indigno a su ciudad<br />
o al lugar donde nacieron. Esta muchedumbre se ve seducida por las<br />
noticias y los prolegómenos del caso, tal como sucede con la gente poco<br />
instruida y educada, que solo se regocija en su propio charco, haciendo<br />
escándalo de cualquier tontería en su afán de sentirse importante cada<br />
vez que se le permita hacerlo, o que agravia al que tiene frente a sí o<br />
al del costado, con <strong>un</strong>a malcriadez o indiferencia insultantes, que aún<br />
para ellos es poca cosa. Pronto para mí la pena también es <strong>un</strong>a nada<br />
inservible; no la siento, y aquí las leyes se pervierten o se ultrajan a la<br />
usanza de los más poderosos, usufructuadas al servicio de los que más<br />
dinero ostentan.<br />
32
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
¿Pena de muerte? No hay. ¿Creo merecerla? No lo sé. Ahora comprendo<br />
que fue decididamente monstruoso. Ahora lo recuerdo todo. Pido al magistrado<br />
que me conceda relatarle los detalles, la miseria más incólume<br />
de mi acto, cómo pasó, por qué sucedió, qué me hizo ser otra persona<br />
que no era. Y sin embargo sabía bien que aquel carácter o destino iba<br />
germinando en mí con <strong>un</strong> prof<strong>un</strong>do despecho, y cercano, muy cercano<br />
a la frustración de no ser yo mismo, lo que equivaldría a decir que la<br />
enfermedad no sólo me predispuso, sino que había desencadenado sus<br />
consecuencias, y estas venían porque era algo irremediable, incontenible,<br />
incontrolable, como dos más dos son cuatro o como <strong>un</strong> río salido<br />
de sus cauces, inclemente, o <strong>un</strong> viento gélido transformado en <strong>un</strong>a<br />
tormenta que todo lo arrastra.<br />
Entonces los magistrados entendieron que a veces la existencia nos<br />
preserva, nos ilumina o nos aniquila contra <strong>un</strong> muro donde se preparan<br />
las balas para el disparo final. A <strong>un</strong>o de los jueces se le enf<strong>un</strong>dó el rostro<br />
de compasión y fue muy <strong>humano</strong> conmigo; diría yo que sintió mucha<br />
lástima con todas las víctimas: la occisa y su familia, y por supuesto,<br />
mi madre y yo mismo. Lo noté cuando el relator de sentencias daba<br />
el veredicto final. Pero conversó con los otros jueces y me dieron la<br />
oport<strong>un</strong>idad de reivindicar mi silencio. Me permitieron hablar casi <strong>un</strong>a<br />
hora entera. N<strong>un</strong>ca se había producido esto antes en <strong>un</strong> juicio. Pero<br />
dibujé con palabras, con tal desbordada pasión, rayana en la franqueza,<br />
que al final, tras <strong>un</strong> silencio prolongado, la sentencia fue por debajo<br />
de lo que el fiscal había pedido. Mi madre lloraba en el primer banco,<br />
sentada tras de mí, y yo con la mirada le pedía perdón. Los jueces se<br />
pron<strong>un</strong>ciaron largamente. Uno de ellos habló después de haber fijado<br />
en quince años la condena:<br />
—Esto es absolutamente triste, y creo saber que el condenado merece<br />
toda la misericordia del m<strong>un</strong>do.<br />
Ningún juez pron<strong>un</strong>ciaría esto, la mayoría se cuidaba de lo que decía,<br />
por no decir todos, ya fuera para proteger su puesto de confianza, o<br />
porque la hipocresía siempre fue <strong>un</strong>a virtud dentro de toda burocracia.<br />
Esto era inimaginable para cualquiera; podía sentirse <strong>un</strong>a insospechada<br />
parcialización, pero no era cierto; fue lo que sentían, pues creo que<br />
33
Germán Rodríguez<br />
todos entendieron la naturaleza de lo acontecido. Sin embargo, el juez<br />
principal, el que dirigía la sala penal, tuvo el coraje de manifestar su<br />
sentir, su opinión y lo que tal vez le dictaba el corazón. Y ese fue mi<br />
tri<strong>un</strong>fo.<br />
La gente lo abucheó. No comprendían. Ya he dicho que las masas<br />
carecen de aquel atributo de individualidad y se alinean con el resto,<br />
porque solos no son nada; no valen nada, porque en grupo cualquiera<br />
ataca, cualquiera juzga o se proclama. Mientras tanto, la sala entró en<br />
descanso, mortificados por todo lo que se les venía: los comentarios<br />
malintencionados o alg<strong>un</strong>a parcialización manifiesta, que muchos<br />
dirían para poder sacarlos de sus puestos. Me condujeron a otra celda,<br />
otra prisión, en provincia. En estos precisos momentos comprendí lo<br />
sucedido, más que <strong>un</strong>a realidad desaforada, era <strong>un</strong>a pesadilla salida de<br />
los peores libros de crímenes. ¿Si me arrepiento? ¡Claro que no! Dentro<br />
de mí creo haber hecho lo correcto (puede parecer que estoy loco, pero<br />
no, estoy más cuerdo que n<strong>un</strong>ca), pero los jueces se llevaron la mejor<br />
impresión de mí, a<strong>un</strong>que esta detección fuera tortuosa y compasiva, y<br />
lograron entender que el ser <strong>humano</strong> es <strong>un</strong> ser <strong>humano</strong> por encima de<br />
todo y merece que le presten atención, respeto, empatía, o al menos<br />
<strong>un</strong> solidario interés, a<strong>un</strong>que de conveniencia se trate (y diría que esto<br />
sería lo último que pudiese suceder en el peor de los casos). Quién<br />
sabe si ellos habrán vivido esto como yo alg<strong>un</strong>a vez, pero claro, sin los<br />
resultados desmedidos de mis actos. Soy <strong>un</strong> pasional (desde bebé, decía<br />
mi madre, lloraba como ning<strong>un</strong>o), y trabajo ahora en la carpintería del<br />
presidio. Me divierto. Yo que leía afanosamente, como <strong>un</strong> ratoncito de<br />
biblioteca, ahora fabrico muebles y de los buenos; mi madre viene los<br />
días asignados para las visitas, con su bolsa llena de frutas y comida,<br />
pero sé que la pobre en <strong>un</strong>o de estos días se me va a caer, y yo j<strong>un</strong>to a<br />
ella. No lo advierto, pero <strong>un</strong>a opresión en el pecho me dice que algo<br />
va a suceder.<br />
34
Un amor no correspondido<br />
Ella se fue como vino. N<strong>un</strong>ca supe cómo entró a mi vida. Fue <strong>un</strong>a<br />
tercera persona que nada tenía que ver en mi m<strong>un</strong>do, creo que no cabía<br />
en mis ambiciones ni yo en sus conformismos. Pero igual se fue, tiempo<br />
después, no dejando rastro ni para el llanto prolongado, mucho menos<br />
para la compasión. Solo se marchó y dejó las cosas con sabor a amargura<br />
y soledad duraderas. Entreabrí la puerta de la habitación y lancé <strong>un</strong> beso<br />
a mi Corazón de Jesús, le pedí perdón por mis actos violentos y puse mis<br />
manos entrelazadas en mi cabeza, bajo <strong>un</strong>a almohada ya usada; tomé<br />
<strong>un</strong> hisopo de algodón, me limpié los oídos como para relajarme, como<br />
siempre lo hacía, y lloré en <strong>un</strong> solo grito. Me detuve en el baño, pues no<br />
sabía a dónde dirigirme. Recuerdo que alcé el teléfono, llamé a mamá y<br />
le conté todo. Total, ella era mi amiga y papá ya no me quedaba. Murió<br />
de <strong>un</strong> infarto, que no quiero comentar, pues se me llena de lágrimas<br />
el rostro y no logro escribir sino su nombre sobre el papel en blanco.<br />
Mamá dijo que me esperaría en casa.<br />
—Sí, papi, vente para acá. No te demores tanto y vente.<br />
La oí preocupada.<br />
—Sí, mamá, allá hablamos.<br />
Luego recorrí los demás cuartos y lloré en cada <strong>un</strong>o de ellos. La ropa<br />
aún tendida, y las ollas y los platos sin lavar. La noche anterior, antes<br />
de su partida, fue durísima; <strong>demasiado</strong> llanto y <strong>un</strong>a energía mortal que<br />
se desprendía hasta del paisaje y del viento, que no podían augurar<br />
más que <strong>un</strong> episodio desgarrador y sombrío, confabulándose con los<br />
35
Germán Rodríguez<br />
últimos insultos: «Hija de puta, todas me las vas a pagar. Yo que te doy<br />
de comer... Deberías estar agradecida, y solo te limitas a cumplir. ¡Qué<br />
te has creído! ¿Que no me he dado cuenta de que tú y tu puta familia<br />
sois de lo peor? ¡De que ni siquiera me llevaste a tu casa! Te lo pedí y<br />
accediste solo para cumplir, no porque me tuvieras amor. No te fajaste<br />
por mí. Yo sí lo hice. Me la jugué por tus putos problemas. Además, con<br />
cuántos te habrás acostado. ¿Ayer no dijiste que seis? Y yo creí ser el<br />
sexto, el último, y tú me lo aseguraste, mentirosa. ¿Ahora cómo puedo<br />
confiar en ti nuevamente? Mentira tras mentira. Yo sí fui honesto, pero<br />
al rato dijiste: “¡A ti qué te importa cómo fue mi pasado! Fueron seis<br />
antes que tú”. Y fue la mentira confirmada. Otra mentira más, después<br />
de haber grabado el número de su exconviviente y padre de su hija,<br />
en su celular, como Laura. ¿Por qué hiciste eso? ¿Qué ocultabas? Te<br />
estás confabulando con el matón, ¿no es así? ¡Júrame que no es así!<br />
¡Júramelo! Y tú me decías: “Te lo juro”. Pero lo ocultaste hasta el último<br />
momento. Dios, con quién estoy. Y respondiste con voz baja: “Lo hice<br />
porque pensé que cogerías el celular y borrarías su número. Sabes que<br />
tengo que com<strong>un</strong>icarme con él por la bebé”. “Sí, lo sé —le grité—. Pero<br />
jamás cogí tu celular. Eso, lo que dices, es <strong>un</strong>a excusa más para esconder<br />
no sé qué diablos!». Y aquí también algo se gatilló… (quizá n<strong>un</strong>ca debí<br />
preg<strong>un</strong>tar por su pasado ni ella por el mío; pero yo se lo contaba de la<br />
forma más normal y hasta hilarante, como para dejar sentado que nada<br />
tenía que ver con mis anteriores parejas, y ella se mostraba silenciosa; a<br />
veces se le escapaba algo de lo que vivió antes y esto me encolerizaba,<br />
pues lo que ella contaba lo hacía con <strong>un</strong>a nostalgia que en lo más íntimo<br />
de mi ser me decía que aún seguía queriendo a alguien y que yo era el<br />
sustituto perfecto, el seg<strong>un</strong>dón. Y que si la mostraba ante la gente que<br />
me rodeaba, aparte de la del trabajo, fue porque me sentía orgulloso de<br />
tener a <strong>un</strong>a mujer agradable y guapa a mi lado, y porque tuve la firme<br />
convicción de que llegaría hasta el altar con ella). N<strong>un</strong>ca estuve ciego de<br />
amor ni mucho menos. Solo quería comprensión. Le advertí que padecía<br />
<strong>un</strong>a dolencia mental, que no era como el resto, que la sensibilidad que<br />
salía de mis poros era como vidrio templado, que al menor contacto se<br />
rompía, que no podía dormir sino con pastillas… Pero así y todo ella<br />
36
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
aceptó. Después de dos meses con veintitrés días no dijo ni siquiera <strong>un</strong><br />
falso adiós, a<strong>un</strong>que hubiera sido a través de <strong>un</strong>a carta o <strong>un</strong> telefonazo.<br />
Dolió tanto que la primera vez que fui a buscarla, cuando me apagó<br />
el celular, no sabía qué calle o avenida tomar, no sabía a qué auto o<br />
microbús recurrir; era como <strong>un</strong> zombi en plena calle de la panamericana<br />
norte. Miraba a la gente y me preg<strong>un</strong>taba si no estaría conf<strong>un</strong>dida entre<br />
todos ellos. Total, qué me podía esperar, si el mismo día que se fue le<br />
di <strong>un</strong>a patada, esta cayó en la silla, pero igual la lastimó ligeramente<br />
(podría parecer que de verdad la lastimé groseramente y que fui <strong>un</strong><br />
maldito cobarde, pero no fue así, solo relato la verdad, no ganaría nada<br />
con mentir, ni redimirme a mí mismo; la presión y los nervios habían<br />
hecho su trabajo limpiamente y yo, envuelto en sus contubernios, solo<br />
me dejaba llevar; ya he dicho, no podía controlar lo incontrolable,<br />
no fue mi culpa). Mientras, ella enrojeció de rabia y me dijo: «Me<br />
prometiste que no ibas a golpearme ni <strong>un</strong>a vez más; eres <strong>un</strong>a basura»,<br />
y luego me calmé como por arte de <strong>un</strong> acto ilusionista que deja a todos<br />
anonadados en sus asientos, y nos dirigimos a tomar el taxi colectivo.<br />
Antes de aquello, también Pilar había reaccionado como n<strong>un</strong>ca. Me<br />
mordió los dedos anular y meñique hasta casi sacármelos. En verdad<br />
me dolió. Pero eso a ella no pareció importarle. Solo interesaba su dolor<br />
y tomaba conciencia de lo que ella sentía. ¿Y yo? ¿Podían comerme<br />
los buitres o algún ave carroñera? Si por ella fuera, creo que lo hubiese<br />
permitido sin interferir.<br />
Me desprendí de ella rápida y furiosamente. Y luego quiso ahorcarme,<br />
pero no se lo permití. Y me dijo:<br />
—¡Jódete!<br />
Y empezó a gritar como <strong>un</strong>a loca. Todos van a saber esto (se refería<br />
a los vecinos), pero ya todo estaba consumado, incluso desde antes de<br />
aquella noche. La hermana había conversado con Pilar. La tal Juliana<br />
era problemática y se encontraba muy frustrada, pues no había podido<br />
tener hijos en su matrimonio en siete años de casados con su esposito,<br />
como así llamaba al que se partía el lomo por su amor. Un imbécil diría<br />
yo. Una marioneta a la cual le mueves los hilos y responde con actos,<br />
porque palabra no tiene, y el tal Miguel era hombre sin personalidad.<br />
37
Germán Rodríguez<br />
La hermana, ¡<strong>un</strong>a tremenda zorra! Lo que le escribían en Facebook me<br />
dio <strong>un</strong>a justificación perfecta para decir que no tenía nada de santita la<br />
muy pérfida. ¿Y el marido? La quería, siempre andaba detrás de ella,<br />
trabajando a brazo partido y llevándola de viaje por diversos lugares.<br />
¡Eso sí que es amor! O la cojudez más grande del m<strong>un</strong>do! Saber que<br />
te estás matando para que te den el culo por la noche y vivir solo para<br />
eso, mientras para la arpía (la tal Juliana, de quien hablo) era <strong>un</strong>a raya<br />
más en su cinturón. Su mirada la delataba, y eso que no soy hombre de<br />
experiencia; pronto supe que la mujercita daba órdenes a quien quisiera,<br />
y el marido se lo permitía y no decía nada: <strong>un</strong> pelele absoluto, como<br />
decía mi madre: <strong>un</strong> remedo de hombre. Pero lo que atormentaba a la<br />
tal juliana era su esterilidad, el no poder concebir, mientras que todas<br />
sus amigas se llenaban de hijos, y esto yo lo comparaba con <strong>un</strong> búho<br />
mortificado por la luz omnipotente de <strong>un</strong>a luciérnaga. Y es que el búho<br />
se esconde y no te mira de frente, y luego sonríe con la indirecta precisa<br />
para cazar o redescubrir en ti el silencioso dolor del cual este animal se<br />
ríe sin que lo percibas. (Por eso, si tienes <strong>un</strong> búho hecho de artesanía o<br />
como adorno, ponlo siempre de cara a la pared).<br />
Entonces, retomando el aciago día, Pilar y yo salimos de casa. El<br />
primer colectivo llegó a su destino en cinco minutos y nos dejó en plena<br />
avenida, mientras yo compraba mis pastillas y Pilar iba a comprarme <strong>un</strong><br />
Red Bull. Me encontró hablando en <strong>un</strong>a cabina. Pensó que hablaba con<br />
mamá y que seguro que le contaba todo. Pilar en el fondo sabía que mi<br />
madre era mi amiga y conocía casi todas mis andanzas y desventuras.<br />
La vi menos de treinta seg<strong>un</strong>dos, y cuando colgué el teléfono, tras<br />
despedirme de mamá, había desaparecido como cuando apareció en mi<br />
vida: ¡sin saber cómo! La busqué entre tanta bulla y muchedumbre; el<br />
rostro agitado palidecía con mi tristeza, y el desencajo de mis facciones<br />
hacía que viera las calles como puros objetos inservibles, a<strong>un</strong> a la gente,<br />
de la cual trataba de zafarme para poder encontrar a mi mujer. No pude<br />
ubicarla. Apenas colgué el teléfono, la llamé: fueron cuatro timbradas<br />
que me dieron algo de esperanza, como cuando se tiene a <strong>un</strong>o de los<br />
padres para abrazarlo y llorar para que te diga: «¡Calma, hijo, todo<br />
va a pasar!», pero luego se enmudeció el aparato, se apagó como <strong>un</strong><br />
38
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
incendio que calcina todo cuanto encuentra en <strong>un</strong>os seg<strong>un</strong>dos con <strong>un</strong>a<br />
llama furib<strong>un</strong>da y luego se apaga bruscamente, sin mediar el auxilio de<br />
bomberos o de gente especializada, y entonces supe que tal vez jamás<br />
volvería. Dejó casi todas sus cosas en la casa, muchas fotos, incluso<br />
las que nos hicimos en el viaje a Cuzco, pero jamás hubo <strong>un</strong>a mención<br />
de su parte en ning<strong>un</strong>a fotografía, pues en otras donde se encontraban<br />
su madre y sus hermanos, por lo menos algo recordaba y escribía. En<br />
nuestras fotos n<strong>un</strong>ca hubo nada.<br />
Por ese entonces, mi alma y mi cuerpo estaban completamente<br />
desequilibrados como desde dos meses atrás más o menos. Y ella me<br />
acompañaba en mis terapias al hospital para el dolor de mis músculos;<br />
yo sabía que ella lo hacía por cumplir. Dos semanas atrás, su rostro<br />
había cambiado, y sus besos eran fríos. Yo se lo comentaba, y ella se<br />
molestaba. Como tengo <strong>un</strong> carácter fuerte le reprochaba sus contestaciones<br />
altisonantes y contrarias. Le decía:<br />
—¿Podrías ser <strong>un</strong> poco más hipócrita al menos? —pero nada.<br />
Un día me dijo que así era su carácter y que estaba intentando cambiarlo,<br />
pero que no podía. «Tal vez lo heredé de mi padre», era su<br />
estribillo… (qué locura ahora pensar que de su padre o de ella, quien<br />
me enseñó a hacerlo, heredé también la forma de limpiar mi máquina<br />
de afeitar para evitar su desgaste inminente y hacer que así durara más.<br />
Ella me ayudó a perfeccionar la técnica. Había visto al degenerado del<br />
tal Teodoro hacerlo en las mañanas, y sí que lo aprendió). Después dijo:<br />
—Contigo no se puede, Giacomo, jamás sé qué te gusta, o si puedo<br />
decirte algo o no. No sé cómo vas a reaccionar.<br />
Y eso era mentira. Ella sabía cómo podría reaccionar, pero no me<br />
estaba tratando bien, y eso yo lo sentía como <strong>un</strong> dolor en el pecho.<br />
Estaba intranquilo. Y siempre tuve intuición, desde pequeño, mucha<br />
sensibilidad para detectar lo que era cariño de verdad o fingimiento. Y<br />
aquí tal vez ella trató de ser mejor mujer para conmigo, pero no podía,<br />
pues no me quería lo suficiente o no me quería nada.<br />
El resto se lo aguantaba, pues cada dos semanas había ya <strong>un</strong> pequeño<br />
dinero para su mamá y su hija y algún que otro regalito, y tampoco tenía<br />
mucho dinero para mejores detalles o <strong>un</strong>a suma estimada para calmar<br />
39
Germán Rodríguez<br />
los nervios cada mes. Mejor o peor no sé si estuvo cuando fue a vivir<br />
a la casa que alquilamos, pues yo decía:<br />
—A partir de ahora es nuestra casita, con jardín y todo.<br />
Soñaba con durar mucho más tiempo o el para siempre con Pilar. Sabía<br />
que no estábamos enamorados como locos, pero había entendimiento en<br />
muchos aspectos, y esto se terminó porque también terceras personas<br />
se introdujeron bruscamente en la relación. Luego, nuestra existencia<br />
se convirtió en <strong>un</strong> infierno del que saldría tan lastimado que no pude<br />
moverme en dos semanas. ¿Por qué? ¿Acaso me pegaron? ¡No!, ya he<br />
dicho que los nervios se encontraban haciendo su labor limpiamente,<br />
dejando el rastro silencioso de <strong>un</strong>a cruz llena de sangre marcada en el<br />
ánimo y el cuerpo, que se te encogía como <strong>un</strong> puño cerrado. No hablo<br />
de infidelidades. Jamás las hubo. Ni por mi parte, como tal vez sospechó<br />
ella de <strong>un</strong>a supuesta aventura mía, ni por la suya. Yo lo sabía, y eso me<br />
bastaba. Hablo específicamente del padre de su hija: <strong>un</strong> matón a sueldo<br />
con <strong>un</strong> grave defecto físico: <strong>un</strong> brazo quemado, el derecho. Y <strong>un</strong>a mirada<br />
furib<strong>un</strong>da como de zorro ártico, bien cubierta con <strong>un</strong>as lentes oscuras<br />
de escaso costo. Su lugar de donde n<strong>un</strong>ca lo sacarían, según Pilar: La<br />
Victoria, cerca de Matute, <strong>un</strong> estadio de <strong>un</strong> equipo que <strong>un</strong> día de niño<br />
acaparó mi atención, pero que se diluyó con el tiempo, pues el fútbol<br />
ya no me gustaba. Era yo cercano a deportes de más cara envergadura<br />
e individualismo, pues mi otra pasión siempre fue y será el tenis.<br />
Homero, el exmarido, comenzó con sus insultos a través de mensajes<br />
al celular: «Desgraciado, ¿ya te tocó a ti? ¡Ahora me toca a mí! (Se<br />
refería al sexo). Y para que sepas, ella me entregó lo que compraron en<br />
Cuzco, me regaló varias de las cosas que compraron. ¡Así que ya sabes,<br />
imbécil!». Otro de sus mensajes ofendía directamente a mi profesión,<br />
mi honor, y desestabilizaba mis emociones: «Abogaducho de quinta,<br />
yo ya me la comí como quise. Si estás tú con ella, a mí no me importa.<br />
Gilipollas. Ya nos vamos a ver, tuputamadre, y vas a ver lo que te va<br />
a pasar». Tal vez mi peor error fue timbrarlo aquella vez a su celular,<br />
pero jamás le insulté. Jamás hice nada contra él. Bien sabe Dios de<br />
esto. Solo quería saber si Pilar se com<strong>un</strong>icaba a ese número donde<br />
hablaban de su hija, pero juro que jamás lo maltraté ni le dije esto es<br />
40
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
mío ni nada. El me provocó. Y sabe Dios que mi carácter es también<br />
impulsivo y contesté a sus mensajes desde mi celular particular (cosa<br />
de las más estúpidas que hice), y este tipo, guardaespaldas y chófer de<br />
<strong>un</strong> fiscal, tenía mucha calle y <strong>un</strong> amplio recorrido. Iba siempre <strong>un</strong> paso<br />
por delante de mí. Y pensar que lo subestimé… Pues, como abogado,<br />
me lo comería con zapatos y todo (y otra vez el ego que nos engaña, que<br />
nos deja a merced del contubernio de la risa y el llanto); pero Homero<br />
imprimió todos mis mensajes, en los que soltaba los peores insultos y<br />
amenazas habidos y por haber; la rabia se había hecho presa de mí, pues<br />
hirió mi orgullo con sus palabras insultantes, y entonces el muy capullo<br />
den<strong>un</strong>ció con las impresiones de los mensajes a la fiscalía, acusándome<br />
del delito de coacción.<br />
Y pensar que quien comenzó todo fue él... A veces la justicia es <strong>un</strong><br />
poco salvaje cuando en la reacción no media <strong>un</strong> equilibrio. Pero ¿quién<br />
en este m<strong>un</strong>do es tan equilibrado como para decirme yo no hice esto<br />
o aquello? Ganó <strong>un</strong>a primera batalla y me dejó con la suciedad de <strong>un</strong>a<br />
den<strong>un</strong>cia que tuve que afrontar a pesar de que mi mejoría mental iba ya<br />
en declive por todas las tensiones acumuladas. Además, él sabía que,<br />
como era abogado, Pilar iba a pedirme tarde o temprano que la ayudara<br />
con la tenencia de la menor, pues él tenía a la niña, y mi mujer buscaba<br />
recuperarla. Extraños desvaríos y errores en su conducta hicieron que<br />
alg<strong>un</strong>a vez entregara a su hija, pero eso ya es pasado. Más adelante<br />
hablaré sobre ese tema.<br />
Y sucedió como el tipejo pensaba. Ella me pidió que la ayudara. Sin<br />
ton ni son, formulé la demanda ante el juzgado de familia, adj<strong>un</strong>té los<br />
medios probatorios necesarios e inmediatamente admitieron la demanda<br />
de tenencia. Le íbamos a ganar, y Pilar estuvo muy contenta por todo<br />
ello, pues planificábamos vivir con la niña también. Pero no previmos<br />
los resultados. El tipo comenzó a amenazarme, me dijo que no me<br />
metiera en su vida, menos en la de su hija. Que me iba a ir muy mal si<br />
lo hacía, y que no le costaba nada meterme <strong>un</strong> plomazo, así se expresaba<br />
este furib<strong>un</strong>do sujeto. Y el proceso que me había entablado por gusto<br />
seguía su trámite, y perdía clamorosamente mi tiempo en ello, pues los<br />
clientes ya no me encontraban en la oficina, y este hombrecillo aceleró<br />
41
Germán Rodríguez<br />
los trámites para joderme la vida. Y amenazaba con seguirme. Un día<br />
de tanto pánico, Pilar misma me dijo:<br />
—Nos está siguiendo Homero. Estoy segura de que ese es su auto, a<br />
la postre auto de su padre, pues el muy miserable no se podía comprar<br />
ni <strong>un</strong>o viejo.<br />
El carro estaba gastado y parecía que se le reventaba todas las partes,<br />
andaba con las justas, y con la ventana rajada por <strong>un</strong>o de sus lados,<br />
como cuando viajé en él. También lo relataré más adelante. El auto era<br />
de color marrón claro con líneas verdes, bastante maltratado, como el<br />
alma maltratada de quien lo conducía. Entonces le dije a Pilar:<br />
—¿Estás segura?<br />
—Segura, segura, no. Pero es la marca del auto, <strong>un</strong> Toyota, el mismo<br />
color, pero no le vi la placa.<br />
—¡Pero haberte fijado, mujer! —le contesté.<br />
Y ella me dijo:<br />
—Es que pasó tan rápido...<br />
Aquí hubo <strong>un</strong>a gran mentira. El auto no pasó tan rápido, sino lento,<br />
muy lento, <strong>un</strong>os cuantos seg<strong>un</strong>dos, tal vez diez o quince, y luego aceleró<br />
su curso. Yo no pude ver, pues en ese momento mis anteojos estaban<br />
empañados por el sudor del miedo. Sé que Pilar tuvo tiempo de ver la<br />
placa, y sé también que no me lo decía, pues temía que yo hiciera algo,<br />
o que el tipo se enfrentara conmigo y me matara si decidía seguirlo, y<br />
que a la postre ella perdiera el contacto con su hija, o tal vez porque<br />
en el fondo de su alma, aún se compadecía de ese maldito delincuente.<br />
Total, era el padre de su única hija. Ella dice que temió algo, que quizás<br />
portaba su arma, pero no la vi nerviosa. No parecía asustada, más bien<br />
la vi <strong>un</strong> poco suspicaz en cuanto a cómo yo actuaría.<br />
A veces pensaba que sufría de varias personalidades a la vez. Pero no<br />
quiero que ello se me meta en la mente. Me haría más daño del que de<br />
hecho me procuró. Quien tuvo que tomarse agua de azahar y <strong>un</strong> sedante<br />
fui yo, incluso estaba medicado, como ya dije. En ese momento creí<br />
que ella se confabulaba con él. Que me estaban trabajando al miedo,<br />
y no sé cuál fue su interés al meterse conmigo. Quizás sí lo sé, pero lo<br />
escondo muy dentro de mí. ¡Sí!, lo sé. No puedo resistirme a contarlo.<br />
42
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
¡No puedo! Es más fuerte que yo: Pilar quería saciar su hambre, la ropa<br />
de su hija, curar la enfermedad de las varices de su madre, llevar dinero<br />
para comprar cosas en su casa, porque a veces, a<strong>un</strong> a sus hermanos,<br />
que ya tenían familia, no les alcanzaba. ¿Y yo qué? ¿Yo qué? ¿Dónde<br />
quedaba el miserable de Giacomo, en el último lugar de su jerarquía?<br />
¿En el lugar de aquel a quien se utiliza solo para conseguir algo de él?<br />
¿O es que el tonto de Giacomo era <strong>un</strong> tipo al que ella creía manipular,<br />
al que Pilar quería acondicionar a su antojo? ¡Pero qué estaba pensando!<br />
¿Que yo era <strong>un</strong> pelele, <strong>un</strong> ser sin personalidad? ¿Un mamarracho de<br />
hombre al que ella podía manejar como le diera la gana? Estaba muy<br />
equivocada. Yo podía ceder a sus antojos, a sus decisiones de último<br />
minuto, a sus intempestivas formas de ser, con la sola condición del<br />
respeto y el cariño recíproco (no quiero decir amor recíproco, pues<br />
pienso que ella jamás me quiso, porque el hecho de que me hayan amado<br />
está muy lejos de mis expectativas), pero que me dejara manipular como<br />
si fuese <strong>un</strong> muñeco de trapo, <strong>un</strong> pelele, o tratarla de forma tan afectuosa<br />
que ella se supiera servida, amada, y llegara incluso a no decirme ese<br />
precioso gracias n<strong>un</strong>ca, o a no acercarse a mi sillón cuando sabía lo mal<br />
que lo pasaba por algún conflicto o algún as<strong>un</strong>to que me trastocaba la<br />
cabeza, malacostumbrándola a que yo le hiciera todo tipo de favores,<br />
como se lo hice varias veces. ¿Servida, sin la debida correspondencia<br />
de su parte, como si fuese yo <strong>un</strong> empleado de ella? No, cojudo no<br />
soy. Bueno y generoso sí, pero ¿que me dramatice sus vivencias para<br />
socorrerla con lo poco que tenía? Señores, eso es manipulación, <strong>un</strong><br />
creciente egoísmo. ¡No!, no estaba paranoico, que es lo que ustedes<br />
creerán cuando lean estas líneas. Pero las actitudes de ella a veces eran<br />
tan desbordablemente extrañas que yo ya no sabía quién era en realidad.<br />
Que yo la ayudara en su proceso, eso estaba bien, pero que arriesgara<br />
mi vida en esa intentona; eso ya era mucho pedir. A veces sentía que<br />
no había la más mínima consideración por su parte. Solo pensaba en<br />
su hija, su madre, sus hermanos, y por último cabía yo como de sobra.<br />
No diré que fue mala. N<strong>un</strong>ca lo diré. Más bien fue buena o intentó<br />
serlo. Repetiré esto hasta encontrar la paz que tanto pido y añoro. Pero<br />
hasta eso dudo cuando escribo estas líneas… Pues no pudo con su<br />
43
Germán Rodríguez<br />
genética, con su pasado tortuoso, con sus intereses de medio pelo y su<br />
libertad antojadiza, y es que no permití que terceras personas se metieran<br />
en nuestra relación, como <strong>un</strong>a hermana suya, de nombre Juliana, de<br />
quien ya dije era bastante altanera y cizañosa (la gente que ha vivido<br />
en la pobreza más absoluta cree que cuando se casa con <strong>un</strong> hombre<br />
de recursos que le concede todos sus caprichos ha logrado el éxito tan<br />
intensamente buscado). Entonces se le suben los humos, se le hincha<br />
el pecho y no ve más que su entorno de gente de la misma clase de<br />
pensamientos y opiniones, hipócrita, y se sobran, ya no te miran. Lo<br />
cierto es que no han conseguido nada por sus propios medios y que es<br />
otro quien provee; pero ahí están, alzando la vista y barriéndote con<br />
la mirada, cuando en realidad solo son almas en estado vegetativo, a<br />
las que les falta prof<strong>un</strong>dizar en cuanto a la razón de existir; almas que<br />
no viven, que solo acarician el día siguiente como si el m<strong>un</strong>do fuera a<br />
agotarse del todo, y lo quieren todo, y su conducta va directa a <strong>un</strong> vacío,<br />
a <strong>un</strong>a postrera servidumbre, por supuesto, sin que ellos lo sepan, en la<br />
más absoluta inconsciencia). Frustrada por no concebir, la tal Juliana<br />
aconsejaba cosas tan egoístamente, que incluso <strong>un</strong> día le dijo a Pilar:<br />
—Entrega a tu hija a su papá para que estudies. Sabes que es lo mejor.<br />
Y el cuñado terminó por convencerla, pues era amigo de la infancia<br />
de Homero, y se la habían presentado para ver si formaban pareja (algo<br />
más formal, por cierto).<br />
¡Qué estupenda presentación! Le estaban diciendo que se acostara<br />
con el verdugo, y ella ya había tenido varios verdugos antes, desde su<br />
infancia, y esto no lo toleraría, a<strong>un</strong>que pronto habría de acostumbrarse<br />
a aquella vida de conformismos y retorcijones en el estómago.<br />
Le enseñé a trabajar, a<strong>un</strong>que tuve que recurrir a los gritos, pues Pilar<br />
jamás mostró interés por la labor jurídica. Y cuando cobraba su semana,<br />
mejor dicho, cuando yo se la daba en <strong>un</strong> sobre, solo decía: «¡Ah!». Ya.<br />
Y eso era todo. Ni <strong>un</strong> solo gracias. ¡Y pensar que venía de <strong>un</strong>a familia<br />
paupérrima, con <strong>un</strong>a brutalidad de problemas, que incluían el alcoholismo<br />
de su padre, su degeneración y abuso para con sus hijos, <strong>un</strong>a madre<br />
sin carácter que parecía permitirlo todo y que callaba la boca porque<br />
no tenía adónde irse! En fin, fueron casi todos los años de su vida. Y<br />
44
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
la recuperación de eso tarda mucho, y hay que tener paciencia, pues el<br />
cuerpo y la mente resumen en <strong>un</strong> pliego de preg<strong>un</strong>tas lo que a veces ya<br />
no se puede curar y lo que sí se puede sanar. Entonces luchan, pero si<br />
no hay vol<strong>un</strong>tad, el instinto domina, se apodera como <strong>un</strong> gran señor y<br />
no hay manera de detener a los instintos que se saben que nacieron de<br />
<strong>un</strong>a herida no sanada o mal curada.<br />
No quiero ser malpensado, pero parecía que Pilar solo pensaba en<br />
cobrar o en que yo le pagara su trabajo de asistente o secretaria todos los<br />
fines de semana, específicamente los viernes, que era como habíamos<br />
quedado; y estaba bien, lo merecía, era su derecho y mi obligación, pero<br />
<strong>un</strong>o merece también <strong>un</strong> poco de interés y <strong>un</strong> gracias por lo menos. No<br />
diré nada más, pues no quiero que me juzguen y me torturen creyendo<br />
que escribo esto solo para salvar mi alma del postrero infierno que ya<br />
ustedes están suponiendo creo merecer sin misericordia. ¡Pero no es<br />
así! Se lo aseguro. Se lo puedo jurar por mi padre que en paz descanse,<br />
a quien amé y amo tanto y seguiré haciéndolo hasta mis últimos días.<br />
Poco se puede esperar de quien solo hace algo a sabiendas de que va a<br />
recibir algo en recompensa o como retribución. Si bien es cierto que se<br />
trabaja para conseguir dinero, este trabajo tiene que ser realizado con<br />
perfecta o imperfecta devoción, pero con todas las ganas que <strong>un</strong>o le<br />
pueda poner (a<strong>un</strong>que la existencia nos diga que esto o aquello no salió<br />
como lo hubiésemos deseado. Total, hay que estar preparado para las<br />
altas y bajas, y así se consigue templar el carácter y acometer con más<br />
bríos los próximos actos, las buenas intenciones), pero realizar <strong>un</strong> acto<br />
que se supone trabajo, diversión, pasión o juego, lo que sea, equivale<br />
a ejecutarlo con todos los sentidos, y ella n<strong>un</strong>ca tomó <strong>un</strong> mínimo de<br />
interés, a pesar de que al principio no le exigía mucho, casi nada, diría.<br />
Pero su trabajo era fácil, nada complicado: llevar documentos, entregarlos<br />
en recepción, ir alg<strong>un</strong>a que otra vez a presentar escritos, recibir las<br />
llamadas o hacerlas y tratar con algún que otro cliente. Eso era todo. El<br />
resto, lo que resultaba hacer los trabajos, ganar los casos y hacer todo lo<br />
posible para no perderlos, y por supuesto, cobrar por ellos, lo ejecutaba<br />
yo. A<strong>un</strong>que, cuando ya adquirió algo de experiencia en la labor judicial,<br />
le encargué alg<strong>un</strong>os cobros de dinero. Nada del otro m<strong>un</strong>do.<br />
45
Germán Rodríguez<br />
Me acuerdo, <strong>un</strong> viernes cuando ya éramos pareja, de que hicimos el<br />
amor o tuvimos sexo, ahora ya no sé lo que hubo; pero recuerdo que<br />
me dijo: «No te olvides de mi semanita». Y yo le respondí: «Tranquila,<br />
no lo he olvidado, jamás lo olvido, mi amor». Y entonces la llevaba en<br />
el auto para que tomara su taxi colectivo hasta la casa de sus padres,<br />
donde también vivían sus hermanos con sus esposas e hijos (no todos<br />
por cierto, pues eran nueve hijos, y <strong>un</strong>o estaba en el extranjero y no se<br />
acordaba para nada de los suyos. Y es que la familia era problemática,<br />
y el muchacho decidió viajar para no tener que pasar las vergüenzas<br />
que le suscitaban con justa razón el padre y la madre). Y entonces,<br />
antes de irme a casa, despedía a Pilar, como cada noche, con <strong>un</strong> fuerte<br />
abrazo. Me dijo:<br />
—¡No me aprietes tanto!<br />
Y luego solo le daba <strong>un</strong> beso en los labios o en la frente, o esperaba<br />
a que ella lo hiciera, pero apenas llegaba su taxi colectivo se subía en<br />
él, miraba hacia los costados, menos hacia donde se posaba mi rostro,<br />
y se olvidaba de despedirse. Esto me encolerizaba, pues la quería bien,<br />
como para formalizar con ella nuestra aún insípida pero para mí feliz<br />
relación, a<strong>un</strong>que solo de momentos se tratase, como el viaje a Cuzco<br />
y algún que otro trámite de <strong>un</strong> juicio que nos procuraba algún dinero.<br />
Sonreíamos, nos íbamos al cine, hacíamos el amor como dos locos<br />
furib<strong>un</strong>dos y parecíamos felices. He dicho parecíamos. Y ella me decía,<br />
con respecto a su distracción, que no me lo tomara a pecho, que solo<br />
se le había escapado, que estaba abstraída en otro pensamiento, que no<br />
pensara que era malo, que no pensaba más que en su hijita y su familia;<br />
pero ya se sabe: cuando el amor es sincero, o al menos se quiere algo,<br />
<strong>un</strong>o no se olvida. Tal vez pase <strong>un</strong>a vez o dos, pero no diez o más veces.<br />
Entonces aquí el amor se manifestaba como <strong>un</strong> espejismo tenue y sin<br />
aliento, con <strong>un</strong>a descarga de moral que se adhiere más al egoísmo y la<br />
barbarie, que tiene como meta <strong>un</strong> interés fijo, que si tarde o temprano<br />
no se consigue, entonces puedes echar a <strong>un</strong>a persona a la basura como<br />
se te dé la gana, sin la más mínima consideración.<br />
Tantas cosas se sucedieron en esta relación de <strong>un</strong>os once meses más o<br />
menos. La meta del año como pareja quedó como para exhalar <strong>un</strong> suspiro<br />
46
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
de resignación frente a <strong>un</strong> destino que se tornaba ansioso y sepulcral.<br />
Tan poco tiempo como para que algo se descubra como <strong>un</strong>a maraña de<br />
silencios y mentiras. Pero así soy yo: <strong>un</strong> terrible pasional, que luchaba<br />
denodadamente para salvarla a ella y a su pequeña hija, pero mi pánico<br />
me traicionó o nos condujo a todos a <strong>un</strong> final sin escapatoria.<br />
El diagnóstico de mi médico era preciso: depresión y ansiedad con<br />
fobia y pánico; el remedio: Alprazolam y algún que otro antidepresivo<br />
para drenar la serotonina en el cerebro, y de esto hace varios años. O tal<br />
vez fue ella la que traicionó la lealtad. No la fidelidad. Eso se arregla.<br />
Luego contaré por qué; y por cierto, tuve que rebajarme y morderme<br />
la lengua para que su exmarido no me hiciera nada malo. El tipo tenía<br />
<strong>un</strong>a pistola, pues era guardaespaldas, y comenzó a amenazarme cuando<br />
sintió que perdía totalmente a su exmujer, o quién sabe, a su todavía<br />
mujer; eso solo lo saben ellos dos, y cuando vio que su hijita respondía<br />
más a mis regalos y atenciones, que eran las que debía procurarle <strong>un</strong><br />
verdadero padre; juguetes o sanos divertimentos en el parque de los<br />
juegos mecánicos, o algún almuerzo en <strong>un</strong> bonito restaurante, que él<br />
no podía comprar, ni pagar, ni asumir en su presencia, al igual que su<br />
mamá, pues les faltaba el dinero. Aquí la envidia es como <strong>un</strong>a energía<br />
que se acomoda en quienes tienen la falsa y estúpida virtud de la ética<br />
en <strong>un</strong>a doble moral, pues no ven sino con los ojos de la oscuridad lo<br />
que es limpio y cristalino como <strong>un</strong>a mirada franca que te revela el<br />
m<strong>un</strong>do sin medianías ni fingimientos. A mí, trabajando duramente,<br />
se me hacía más fácil conseguir el dinero, gracias a que tenía muchos<br />
años de experiencia. Aquí se trastocó el hombre. Tenía celos por la<br />
niña: lo único que le quedaba, o sus amenazas contra Pilar para que lo<br />
ayudara a mantener a la menor, pues su sueldito apenas llegaba para<br />
el mantenimiento familiar, y el licor de <strong>un</strong> día sí y <strong>un</strong> día no con los<br />
amigos de su barrio le terminaba por consumir lo poco que le quedaba.<br />
Debo decir que tras estos años creo sinceramente que Pilar era para él<br />
y Homero para ella. Ambos, además, cumplían años el mismo día, el<br />
mismo mes, y ambos disfrutaban de su conformismo, mientras tanto se<br />
desprendía el olor inconf<strong>un</strong>dible de la miseria, la rutina sin ambiciones<br />
47
Germán Rodríguez<br />
y el fraude de <strong>un</strong>a convivencia donde el licor barato y los vejámenes<br />
consumían al por mayor la saciedad del espíritu.<br />
Los gritos vinieron luego con el malestar de las sombras que salían a<br />
nuestro encuentro; Pilar con depresión, el llanto de la mañana siguiente<br />
hacía difícil la convivencia, y sus silencios y besos eran cada vez más<br />
cerrados, más superficiales. Luego mi mente daba vueltas como las<br />
manijas de <strong>un</strong> reloj que pretende adelantar la hora lo más raudamente<br />
posible, pero que tiene que respetar las leyes de la física y el tiempo, y<br />
entonces la hora se vuelve más incandescente, los minutos más curtidos,<br />
los seg<strong>un</strong>dos, <strong>un</strong> eterno vaivén; y la premura y el deseo corroen el<br />
tiempo, <strong>un</strong> sinsabor que se agiganta cuando <strong>un</strong>o piensa en él y se procura<br />
conseguirlo, sin saber si se cumplirá o no. Y entonces el m<strong>un</strong>do es <strong>un</strong><br />
pasatiempo de angustias y frustraciones, donde solo puedes tri<strong>un</strong>far<br />
si tu vol<strong>un</strong>tad está dispuesta a hacerlo todo pedazos, mientras aquí la<br />
vol<strong>un</strong>tad se teñía de gris y plomo.<br />
Pilar y Homero habían vivido sucesos imprevisibles en la niñez,<br />
compartían <strong>un</strong> m<strong>un</strong>do de desventura y animalidad, y se den<strong>un</strong>ciaban<br />
mutuamente para ver quién se quedaba con la custodia de la hija. A él,<br />
de niño, lo abandonó su madre, fue criado por sus tías, en <strong>un</strong> éxtasis<br />
demoledor que solo Pilar conocía y que jamás me contó, ¿para qué iba<br />
a contármelo? Ahí se quemó su brazo derecho. ¿Cómo? No lo sé, ni<br />
pretendo averiguarlo. Solo sé que eso le dolía prof<strong>un</strong>damente en el alma.<br />
Así lo experimenté <strong>un</strong> día, cuando ya no podía soportar sus insultos, sus<br />
amenazas, y me enfermé de los nervios más de lo que creía mi pareja<br />
de entonces (Pilar, por supuesto); y la cicatriz enorme de Homero dio<br />
paso a <strong>un</strong>a grotesca burla mía, de la cual me arrepentí, pues pude haber<br />
causado algo más horrible que todas las ventanas rotas de mi pequeña<br />
oficina, que precisamente él había ejecutado con ese brazo que estaba<br />
quemado. El contenido llegó vía mensaje de texto a su celular, y le dije:<br />
«Hola, brazo quemado. Pilar ha tenido que tener estómago para estar<br />
con <strong>un</strong> tipo como tú». Y le canté <strong>un</strong>a canción sobre <strong>un</strong> niñito al que<br />
despreciaban sus congéneres, como si de <strong>un</strong> animal se tratase, y al que la<br />
gente iba a despreciar toda la vida por su brazo quemado, y le cantarían:<br />
«Pobre bracito quemado, llamas a la casa y nadie abre las puertas, y te<br />
48
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
quedas solo como <strong>un</strong>a rata de alcantarilla, pues las mujeres huyen de<br />
ti, como siempre seguirán huyendo; pobre bracito quemado, ahí estás,<br />
traumado y perturbado porque nadie te quiere, nadie da <strong>un</strong> centavo<br />
por ti. Así morirás, bracito quemado. Adiós, porquería». Me excedí<br />
cuando escribí esto. Estaba enfermo de odio, de rencor, los nervios me<br />
habían consumido; pronto dieron paso a los síntomas: ojeras de mal<br />
gusto, la gordura, la mirada sin <strong>un</strong> p<strong>un</strong>to fijo, sin deseo, y el flaquear<br />
de mis rodillas y el rostro desencajado se f<strong>un</strong>día en <strong>un</strong> ostentoso gesto<br />
de desesperación… Clamaba ayuda, pero Pilar no me la daba. Más bien<br />
ella suplicaba mi apoyo, y lo hacía con mucha sutileza. Me la jugué<br />
por sus problemas como nadie, y ella no tuvo consideración, ni <strong>un</strong><br />
agradecimiento de verdad para mí. Eso dio pie a la cólera furib<strong>un</strong>da, que<br />
estrené con sopapos en la cabeza y <strong>un</strong> escupitajo en su rostro cuando <strong>un</strong><br />
día me contestó mal y defendió a su exmarido, diciendo que yo había<br />
comenzado la pelea al com<strong>un</strong>icarme con él por teléfono. Fue delante de<br />
mi madre. No pude contenerme y pasó lo que ya dije. Creo que desde<br />
ese día me odió en silencio, pues desde aquel momento prácticamente<br />
enloquecí. Su energía era <strong>demasiado</strong> hostil, y el cuerpo comenzó a<br />
dolerme de tan solo tocarla, a<strong>un</strong> cuando hacíamos el amor.<br />
Estaba también su niñez desventurada y trágica. Su aura se confabulaba<br />
con el rostro de la muerte. ¿Por qué me dolían tanto los músculos?<br />
Cuando llegaba a casa de mi madre, el dolor desaparecía o menguaba.<br />
¿Cuestión psicológica? Tal vez. Pero su indiferencia y su poca o inexistente<br />
consideración, más sus silencios sin cariño, me daban la oport<strong>un</strong>a<br />
corazonada de <strong>un</strong> dolor disfrazado de <strong>un</strong>a atención poco frecuente en<br />
mi vida: la forma en que me sostenía el brazo cuando caminaba a su<br />
lado, cuando me cogía de la mano y de las caderas cuando iba a mi<br />
tratamiento al hospital para curar mis dolores en el área de rehabilitación<br />
física, sus comidas riquísimas, pero con bastante condimento,<br />
que siempre elogiaba por lo sabrosos que eran sus platillos, su devoción<br />
por tener la casa limpia… ¿Es que acaso todo esto fue fingido? ¿Una<br />
manera sutil de acercarme a su regazo para que pueda dominarme a su<br />
antojo? ¿El interés por vivir a mi costa? Ya he dicho que era conformista.<br />
Su mediocridad la había adquirido no necesariamente del exmarido,<br />
49
Germán Rodríguez<br />
sino en su infancia, pues muchas veces la pobreza extrema trae como<br />
mendigos hambrientos a la tibieza, la sonrisa sarcástica y desdeñosa,<br />
pero bien acompañada de la mueca genial de amabilidad y sentimiento<br />
aparente (para agenciarse algo que sostenga su existencia), la altanería<br />
amenazante (que defiende lo que interesa a sus más cómplices deseos),<br />
el dolor de no saber qué hacer, bien adentrado en el fondo mismo del<br />
alma, el bullicio melancólico, la pereza que se estrena como <strong>un</strong>a virtud<br />
al principio, pues se cree que estas personas lo necesitan todo, o que<br />
todo se les debe dar sin <strong>un</strong> gracias pequeñito a cambio, que es lo que<br />
se pretende por lo menos. Pues como cualquier ser <strong>humano</strong> que es<br />
gentil y bondadoso, merece la reciprocidad del prójimo. Aquí no se<br />
descarta la decisión de querer ser alguien, pues no he dicho que Pilar y<br />
su familia no luchaban por salir adelante; lo hacían, pero a costa de los<br />
demás, a<strong>un</strong>que el precio fuese <strong>un</strong> poco caro de pagar. Pero el cojudo<br />
que lo permite tiene tanta culpa como el que ejecuta <strong>un</strong> acto contrario a<br />
la naturaleza de lo noble y bondadoso. Alg<strong>un</strong>os quieren dar a entender<br />
que son más, que lo tienen todo, y en este sentido el color de la piel algo<br />
les había ayudado, pues los hermanos de Pilar eran blanquitos y de ello<br />
sacaban partido, hablaban mucho de sus orígenes, como elogiándose<br />
envilecidamente. Y pensar que Pilar me dijo que por este defecto (el<br />
conformismo, -pues el tal Homero jamás iba a salir de su barrio de La<br />
Victoria), había dejado a su exmarido, y porque el tipejo la abofeteó<br />
delante de su hija. ¿Acaso era todo esto mentira? ¿Era <strong>un</strong>a mitómana<br />
redomada y consecuente? ¿O algo malo se cocinaba en sus entrañas,<br />
en su pensamiento, en su corazón?<br />
No lo sé. No lo quiero saber. No me consta. Me cuesta creer que<br />
pudo cambiar. Quiero creer que todo fue para bien, que fue <strong>un</strong>a buena<br />
mujer, y quedarme con ese recuerdo fijo en la memoria, pero la duda<br />
siempre crece, más aún cuando n<strong>un</strong>ca más se presentó frente a mí.<br />
¿Tanto me temía? Y si era así, entonces podíamos vernos a<strong>un</strong> dentro de<br />
<strong>un</strong>a comisaría, y sanseacabó. ¿Por qué tanto temor? ¿O es que no me<br />
quiso dar cara, pues sentía que había hecho mal en abandonarme cuando<br />
yo más la necesitaba? ¿O es que acaso era el rostro de <strong>un</strong>a mujer que<br />
ahora sí mostraba la verdadera fealdad de su más íntimo ser y no quería<br />
50
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
que yo la viera más ni que la siguiera o conversara con ella? Tantas<br />
cosas pasaban por mi mente, que tenía que tomar buenas raciones de<br />
analgésicos para poder detener el dolor de cabeza. Y encima, la muy<br />
sinvergüenza me den<strong>un</strong>ció por maltrato físico y psicológico en <strong>un</strong>a<br />
comisaría cercana a mi oficina. N<strong>un</strong>ca supo cómo poner también en la<br />
den<strong>un</strong>cia que ayudé a que mejoraran sus vidas, le di trabajo y le enseñé<br />
a trabajar, le pagaba lo suficientemente bien (no era <strong>un</strong> dineral, pero con<br />
el sueldo y las comisiones se ayudaba como ningún otro trabajo se lo<br />
había proporcionado), como para que hiciera la labor encomendada con<br />
cariño, cosa que n<strong>un</strong>ca hizo. Todo fue por cumplir, solo para cumplir y<br />
basta. Que le compré cosas de uso cotidiano, para su casa, útiles para su<br />
hija, el chándal de su colegio, <strong>un</strong>iforme y otros regalitos más, como <strong>un</strong><br />
colchón de muelles, más algún dinerito que siempre caía en la oficina<br />
y que le daba para sus pasajes y almuerzos. Y no se iba en microbús<br />
como el resto de la gente, sino en taxi colectivo, pues a mí me gustaba<br />
procurarle algo mejor para que se fuera cómoda y tranquila, además de<br />
hacer rápido el viajecito hasta su casa.<br />
Luego le abrí las puertas de mi hogar, de mi cuarto, del dormitorio de<br />
mi hermana y hasta el de mi madre, y ella jamás me presentó a ning<strong>un</strong>o<br />
de sus hermanos, solo a su madre, como quien presenta a <strong>un</strong>a simple<br />
amiga, sin entusiasmo; con <strong>un</strong>a dudosa calma (¿será este el carácter<br />
tibio de los mediocres o la indecisión de los fracasados?); y fui yo<br />
quien le pidió que me llevara a su casa. De ella no nació esta acción.<br />
Esto la descubría en todo su ser. Dijo que era por temor. Pero el temor<br />
no se siente todo el tiempo, y aquello sembraba la duda creciente en<br />
mí e iba convirtiéndose en <strong>un</strong>a bola de nieve inmensa que arrasaba el<br />
vuelo estruendoso y animoso de mi corazón y de mi conducta. Jamás<br />
he estado más seguro de que algo ha marcado su destino y el mío ahora<br />
que se ha ido para no volver. No diré para siempre o n<strong>un</strong>ca, porque me<br />
enseñaron que <strong>un</strong>o no puede depender de estas palabras o asumirlas,<br />
pues es infinitamente inimaginable que no suceda <strong>un</strong> «siempre» de vez<br />
en cuando, o que el «n<strong>un</strong>ca» muestre su presencia perturbadora, pues a<br />
todos nos llega la hora de algo, el colofón de <strong>un</strong> vestigio, de <strong>un</strong>a ilusión,<br />
y el n<strong>un</strong>ca no existe, es quimérico. El siempre es más que quimérico, es<br />
51
Germán Rodríguez<br />
<strong>un</strong> imposible de la naturaleza. A veces se da, a veces no se da. Así de<br />
simple. Ning<strong>un</strong>o de los dos se dan la mano, y sin embargo viven j<strong>un</strong>tos<br />
en cada frase que imaginamos, en cada boda religiosa que se sucede en<br />
algún lado y que susurra en el vientre mariposas de todos los colores,<br />
o en el primer beso y la primera entrega que <strong>un</strong>o imagina como la más<br />
cruenta o el más mágico de los sueños. Y es entonces cuando acude a<br />
mi memoria que todo lo que <strong>un</strong>o vive es <strong>un</strong> espacio de cuatro paredes<br />
en el que puede ser el más feliz de todos los mortales, sin importarle<br />
que fuera de los cuatro muros que le rodean existen hienas devorando<br />
a sus hijos; hijos devorando a sus padres; médicos extirpando órganos<br />
vitales para <strong>un</strong>a supuesta donación que terminará por ser mercancía;<br />
<strong>un</strong>a mujer que llora en la calle su miseria pintada de cuerpo entero,<br />
con <strong>un</strong>a minifalda alevosa y <strong>un</strong> puñal entre los dientes; <strong>un</strong> grupo de<br />
muchachos en <strong>un</strong> auto consumiendo marihuana; <strong>un</strong>a monja embarazada;<br />
<strong>un</strong> padre abusador y alcohólico; <strong>un</strong> cura pedófilo contándoles a sus fieles<br />
las virtudes que debemos poseer para entrar al reino de los cielos, en<br />
plena misa, por cierto, y tantas cosas más que nos volverían locos si<br />
nos transformáramos en mártires salvadores de todas estas tragedias,<br />
que forman parte del circo romano de todos los días, donde cada quien<br />
aplaude al más fuerte, al más poderoso, donde lo que es bueno trasciende<br />
la vulgaridad de lo nefasto, de lo poco virtuoso, y se transforma en <strong>un</strong>a<br />
nada, pues nadie le da su sitio, su valor; y donde lo malo es <strong>un</strong> remedo<br />
significativo con claros y perturbadores matices de masa silenciosa y<br />
enmudecida, y termina por convertirse en estandarte de todos aquellos<br />
que luchan en la tierra denodadamente por lo que consideran ser algo,<br />
tener algo seguro.<br />
Qué rabia me dan las personas que preg<strong>un</strong>tan:<br />
—¿Tienes trabajo fijo?.<br />
No hay nada fijo, señor o señora, amigo o amiga, ¡entiéndanlo! En la<br />
vida, como decía mi padre, solo son seguros la muerte y los impuestos.<br />
Mañana puedo estar bajo la sombra de la lluvia o del barro del cual<br />
fuimos hechos. O quién sabe, muriéndome de risa por algún chiste de<br />
<strong>un</strong> desconocido. Puede pasar que no recuerde nada de esto a los sesenta<br />
o setenta, si Dios me da vida para ello, pues existe la posibilidad del<br />
52
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
Alzheimer o de la demencia senil. Puede darse el caso de que llegue a<br />
los noventa y me encuentre rodeado de nietos y bisnietos cenando a mi<br />
lado, cantándome el cumpleaños feliz, j<strong>un</strong>to a todos mis hijos, a<strong>un</strong> a<br />
sabiendas de que mi esposa pasó a mejor vida (si es que por la gracia de<br />
Dios llego a tener esposa e hijos), y que la compañera de toda mi vida<br />
sería, pues, <strong>un</strong> ángel que nos cuida con sus más milagrosas bendiciones.<br />
Pilar dejó <strong>un</strong>a marcada y escalofriante duda tras mis pasos. Ahora soy<br />
<strong>un</strong> paranoico (<strong>un</strong> amigo de promoción de la <strong>un</strong>iversidad me dice «loco<br />
de miércoles», de buena, fe claro está), <strong>un</strong> loco vestido con <strong>un</strong>a casaca<br />
de cuero, <strong>un</strong> vaquero ajustado y bien marcado, <strong>un</strong> tipo trajinado pero<br />
locuaz, a<strong>un</strong>que tenga que consumir bebidas energizantes para reposar el<br />
cansancio y ahogar las penas; y me doy cuenta de que la cárcel ahogó<br />
<strong>un</strong>o de mis gritos y liberó otro de ellos. Pero Pilar estuvo cerca, ¿saben<br />
cómo? A través de mis escritos, pues n<strong>un</strong>ca más apareció, como si no<br />
hubiese existido en mi vida si no hubiera sido por <strong>un</strong> viaje y <strong>un</strong> trabajo<br />
que trajo como complicidad <strong>un</strong>a relación que estaba determinada a<br />
acabar de la peor forma. O quizás Pilar no reconoció ni sintió pena<br />
de mis dolores, de mi reacción, a pesar de saber de mis dolencias, al<br />
menos mientras vivimos en casa. Jamás le mentí. Siempre le repetí que<br />
era mejor que volviera con su exconviviente, con el padre de su hija,<br />
el matón de medio pelo, el tal Homero; que por su pequeña hija era lo<br />
mejor, pero ella siempre dijo que n<strong>un</strong>ca regresaría con él, que ello era<br />
imposible.<br />
Esta vez me tocó a mí utilizar estas palabras en <strong>un</strong>a sola frase. A<strong>un</strong><br />
no sé si regresó con él. Creo que no, pero no lo he averiguado, no me<br />
interesa ya, me da igual si volvió a tratarlo como pareja, porque cada<br />
quien hacía su labor de padre, o tal vez se llevaron tan mal que eso<br />
pudo dar paso a la <strong>un</strong>ión (y esto sabe a paradoja, como lo es la vida<br />
real). Quién sabe, se acostumbraron de tal forma que espíritu confluyó<br />
con modo de vida y cercanía a lo mediano, a lo tibio, y en definitiva,<br />
los dos nacían en la misma fecha y <strong>un</strong>a hija los <strong>un</strong>ía y los des<strong>un</strong>ía<br />
sin poner <strong>un</strong> parche para detener la sangre derramada de todos los<br />
costados del alma; de ambos, claro está. Aquí fui <strong>un</strong> tercero excluido<br />
por intenciones poco congruentes: <strong>un</strong> hombre que no se resigna a la<br />
53
Germán Rodríguez<br />
idea de cuidar solo a la hija de seis años, <strong>un</strong>a mujer que tampoco se<br />
resigna a la idea de haber entregado a la hija a la edad de cinco años<br />
a su padre, en <strong>un</strong> desvarío de locura y de arrebato, pues según lo que<br />
Pilar me dijo, en certeras palabras:<br />
—Fue para estudiar mi carrera, Giacomo, para superarme, trabajar<br />
y ganar <strong>un</strong> poco más y aportar para el colchón, la cama que ya se<br />
rompía de mi hija, los víveres y <strong>un</strong> médico para los males cada vez<br />
más recurrentes de mi madre. ¡Te lo juro!.<br />
Pero había alg<strong>un</strong>as cosas más: la relación desgastada y los dos separados,<br />
Pilar y Homero, Homero y Pilar; total, la misma cosa. Y ella en<br />
<strong>un</strong>a nueva ilusión según lo que me contó (ilusión que la desbordó, pues<br />
amaba a este tipo, que no soportó tampoco al matón y esta vez él la dejó<br />
y se casó con otra), tras su separación de este matoncito. ¿Por qué lo<br />
trato así? ¿Por qué me consume <strong>un</strong> odio irrefrenable e irreparable? Esto<br />
tal vez sea cierto en la medida en que este tipo introdujo en nuestras<br />
vidas el pánico, la amenaza consecuente y sistemática y el desorden<br />
enfermizo que imperaba en su vida. Creo saber entonces que enfermé<br />
de los nervios, y quizás fui egoísta para advertir que Solo yo sufría y<br />
que ella debía callar el dolor y esconder las lágrimas; luego mi malestar<br />
fue intolerable y se reflejaba incluso en <strong>un</strong> dolor agonizante, como <strong>un</strong><br />
fuego voraz en casi la totalidad de mi cuerpo.<br />
Pilar reflejaba su malestar en el rostro. Cada vez más repulsivo. Sus<br />
ojos se le enceguecían de <strong>un</strong> malestar conocido como rabia, y mientras<br />
el caño estuvo abierto todo se podía perdonar. Pero cuando ya no hubo<br />
para la compra fácil, cuando la enfermedad tocó a nuestra puerta y quedé<br />
postrado en cama, y el dinero se tornó escaso, la cara de ella cambió:<br />
se irritó, se volvía cada vez más silenciosa y parecía tramar algo. Pues<br />
sí lo hacía. Y pensar que esto era <strong>un</strong> juego para ella, pero yo sí lo había<br />
entregado todo con la formalidad de convivir primero y luego casarme.<br />
Los electrodomésticos se quedaron a solas, y yo endeudado.<br />
Aquella nueva ilusión, cuando ella se separó del padre de su hija,<br />
se presentaba como <strong>un</strong> pseudocontador o profesor de contabilidad,<br />
o estudiante de aquella carrera, n<strong>un</strong>ca lo supe decididamente, pues<br />
siempre me lo comentó como <strong>un</strong>a mujer que no mentía, que incluso se<br />
54
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
entusiasmó <strong>un</strong>a vez delante de mí, diciéndome que ella gritaba a los<br />
cuatro vientos, en su casa, en los alrededores de esta, a sus amigas, a<br />
medio m<strong>un</strong>do, que se iba a casar con él, y al final el hombre terminó<br />
<strong>un</strong>iéndose a otra, y a ella como que el corazón se le tornó <strong>un</strong>a piedra<br />
dura, muy dura de roer. Sus palabras eran <strong>un</strong>a tortuosa confusión entre<br />
meridiana claridad y obcecada ambigüedad; es decir, <strong>un</strong>a manera<br />
incierta de contar que motivaba la cólera, que trastocaba el alma y que<br />
suponía su no querencia hacia mí, su poco aliento, su miseria de afecto,<br />
como las migajas de <strong>un</strong> cariño que se dan porque no te queda otra, pues<br />
te están dando algo y tienes que corresponder, y por supuesto, <strong>un</strong> fijo<br />
interés por recuperar a su pequeña y obtener <strong>un</strong> rédito tal vez de sus<br />
entregas ficticias a determinado hombre (en ese entonces yo), que se<br />
le aparecía bueno, amable y sensible. Pero me di cuenta de que a este<br />
profesor de contabilidad, que así lo suponía como he dicho, lo quería,<br />
lo intuía en mi espíritu, y el pasado comenzó a echar raíces poco sólidas<br />
en mi corazón, raíces detestables, que se empezaron a esconder en<br />
<strong>un</strong>a oscuridad perpetua, pues bien sabía yo que ella estaba conmigo<br />
solo para desprenderse de la naturaleza insana de su vivienda en el la<br />
carretera central, y así poner distancia entre tanta saladera, como ella<br />
misma decía sobre su casa y su persona, y claro, de los que vivían ahí.<br />
Pero ya fuera poco cierto o decididamente auténtico lo que me habló,<br />
a<strong>un</strong> así pensaba en su madre y sus hermanos.<br />
La saladera era la de su padre, <strong>un</strong> abusador de menores, alcohólico<br />
y vicioso. Y pido perdón por juzgarlo, pues no debo, soy apenas <strong>un</strong> ser<br />
<strong>humano</strong> y debo dejar a Dios ese don divino, pero la cólera me arranca<br />
de raíz la furia contenida; entonces qué le quedaba sino hacerse de <strong>un</strong>a<br />
nueva familia, a<strong>un</strong>que no se sintiera a gusto con lo que podía ofrecerle,<br />
y esto, a pesar de que me aceptó con todo lo que yo venía cargando<br />
desde hacía buen tiempo. Y aquello terminó delatándola como <strong>un</strong> ser que<br />
fingía, y que si trataba de portarse bien, encontraba en esta conducta <strong>un</strong><br />
escape, <strong>un</strong>a redención de sus otras culpas, pero jamás la supe convencida<br />
ni me dio mi lugar. Jamás me dio mi lugar, y eso me dolía. Me dolía en<br />
el corazón. Me ponía de mal humor, y la andanada de gritos y palabras<br />
obscenas se llenaron como <strong>un</strong> tinte gris en sus ojos, pues ya me odiaba<br />
55
Germán Rodríguez<br />
en secreto. Eso lo intuía, como ya dije, pues tengo innato ese instinto.<br />
Su odio no era consciente, pero estaba ahí, sumergido en el más absoluto<br />
desdén de sus actos, y nadie la podía cambiar. Un día me dijo:<br />
—Giacomo, los dos sabemos que no estamos enamorados y solo<br />
vamos a comprendernos. El querer viene después.<br />
Y ello me volvió a dañar. Y en ese preciso instante quedé dañado de<br />
por vida. ¿No me quería ni <strong>un</strong> poquito?<br />
No puedo precisar sus sentimientos. Fueron tan imprecisos que solo<br />
pude capitularlos cada hora del día, cada noche que dormíamos j<strong>un</strong>tos,<br />
hasta que ya no soporté ni tocarla casi al final. Y peor aún, saber que<br />
a este profesor de contabilidad le hizo entrar a su casa, y según ella<br />
misma, con lágrimas en los ojos, manifestó que él le había prometido<br />
matrimonio, y ella bailaba todos los días y era feliz. Cómo era posible,<br />
entonces, que no supiera que lo amaba, que estar con él la había sumido<br />
en <strong>un</strong>a burbuja de la que no quería salir, pues ahí cantaba su alma y su<br />
cuerpo bailaba, y el amor es eso: <strong>un</strong>a ilusión que se espera con ansias,<br />
que se descubre incólume como <strong>un</strong> cimiento firme, pero que no se sabe<br />
si en algún momento se va a caer.<br />
Y aquí se cayó el sueño, pues este sujeto no soportaba la relación de<br />
padres que ella tenía con el matón, así me lo contó y así le creí también,<br />
y entonces desapareció de la vida de Pilar dejándola llorosa y depresiva,<br />
y supe entonces que el haber querido a este hombre que la había dejado<br />
para casarse con otra, la enturbió, la volvió más fría que n<strong>un</strong>ca y no le<br />
quedaron más ganas que enredarse con <strong>un</strong>o y otro hombrecillo, todos de<br />
medio pelo para abajo, como asirse a alguien para no caer o no h<strong>un</strong>dirse<br />
en el fango de las ilusiones enterradas. Después me enteré de que había<br />
otro hombre más en la lista, que posteriormente supe que se llamaba<br />
Renzo, taxista de estación, y que era algo así como <strong>un</strong> desahogo, el cual<br />
no podía evitar, pues su temperamento de mujer la dominaba con altibajos<br />
e indecisiones del tipo de no saber a quién querer (la inestabilidad<br />
hecha persona, que la dominaba en casi todos sus actos), y esta última<br />
confesión (la del taxista, pues), o penúltima, ya no sé si pude creerle,<br />
destruyó gran parte de mis esperanzas a su lado. No buscaba yo mujer<br />
virgen ni bien cuidada por papá o mamá, ni me interesaba su pasado<br />
56
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
para enrostrárselo en la cara, pero la mentira ofendía, y el ocultamiento<br />
también es <strong>un</strong>a mentira, y paradójicamente, aquí no hubo mentira. Por<br />
más que ella me decía que ya no quería a este sujeto, fui testigo de<br />
lágrimas de nostalgia y del entusiasmo con el que me dijo que se iba<br />
a casar con él. Tenía pruebas suficientes. Mas yo sí tuve la honestidad<br />
de contarle mis aventuras y consecuencias poco felices de mis pocos<br />
amoríos, casi nada, como decía. Valoro la honestidad por encima de<br />
todo, y ella me mintió. Un motivo más para decirle:<br />
—No vales mi esfuerzo, y ahora que estoy delicado, la cara se te pone<br />
fea, ¿qué pasa? ¿Finges?.<br />
Ella me decía:<br />
—Ya, Giacomo, por favor no me fastidies, no me mortifiques —y<br />
lloraba que hasta se le movía el cuerpo, y callaba, y eso no me gustaba,<br />
pues si hubiese hablado para relajar las cosas, para acometer en <strong>un</strong><br />
esfuerzo de comprensión… ¡No!, no lo hacía. Y yo le hablaba con <strong>un</strong>a<br />
normalidad rayana en lo delicado:<br />
—¿Por qué lloras? ¿Qué te he hecho? Vamos a conversar, ¿está bien,<br />
Pilar? ¿Escuchaste?<br />
Y ella no quería seguir conversando, se iba a cocinar y no hablaba<br />
nada, jamás se acercaba a hacerme <strong>un</strong> cariño. Solo <strong>un</strong> frío beso cuando<br />
se iba a acostar por la noche, mientras veía mis programas preferidos,<br />
y me decía:<br />
—Te espero en la cama, no tardes.<br />
Y casi siempre se dormía rápido.<br />
Pero yo no tenía sueño. Ya he dicho que tomaba pastillas, y pensaba<br />
que tras dormir con ella, al día siguiente, iba a tener nuevamente el<br />
cuerpo con <strong>un</strong> dolor bastante desagradable que solo se calmaba con<br />
dos pastillas recetadas por el psiquiatra y el neurólogo, y quizás por<br />
el trato de Pilar, pero ¿a qué trato podía referirme? Si no se sentaba al<br />
lado de la cama, j<strong>un</strong>to a mí, tenía que pedírselo. La idea no salía de ella,<br />
sabiendo que se me hacía casi imposible ir a trabajar, que la dureza de<br />
los músculos ya había dado paso a la depresión y a la ansiedad por el<br />
pánico de que Homero, el matón, alterara nuestro hogar, y ese matón sí<br />
sabía lo que hacía. Una bestia de ser <strong>humano</strong>, si así puede llamársele; <strong>un</strong><br />
57
Germán Rodríguez<br />
potencial asesino, que por la gracia de Dios no ha ejecutado a nadie, pero<br />
ha herido a muchos (con su pistola, claro está, amenazando como <strong>un</strong> loco<br />
insaciable a quien se le pusiera en su camino o contra él), <strong>un</strong> hombre<br />
que ojalá Dios lo perdone, pero cuya cara aún recuerdo con desprecio:<br />
de ojos vivaces, atrevido en su mirar, como <strong>un</strong> lobo que quiere atrapar<br />
a su presa a toda costa, en el menor descuido, con lentes oscuras casi<br />
todo el tiempo. Pilar también las usaba. Ya he dicho que se parecían. Su<br />
cabello era ligeramente ondulado, pues venía de descendencia negra, y<br />
sin ánimo de ser racista, porque conozco negros que son amigos míos<br />
y mi santo predilecto es San Martín de Porres, a<strong>un</strong>que este último fue<br />
mulato.<br />
Pero sigamos con sus facciones y su brazo; sí, ese brazo tétrico, tristísimo<br />
y cuyo pasado le daba <strong>un</strong> tinte de cortejo fúnebre, pues trataba de<br />
esconderlo, pero se le veía malogrado todo el tiempo, cuando no usaba<br />
camisa o se la remangaba. La quemadura debió de ser del grado más alto<br />
e irreparable. Casi siempre andaba con camisa de manga larga y negra<br />
o de colores oscuros, me decía Pilar. Sus labios parecían <strong>un</strong>a brecha<br />
brusca entre los dientes y la mandíbula, y la sonrisa, desinteresada,<br />
desganada, como la de <strong>un</strong> triste actor de circo al que las monedas le<br />
alcanzan justas para la comida y luego tiene que volver a su rutina de<br />
hacer reír, mientras <strong>un</strong> lloriqueo incesante crece dentro de su actuación,<br />
aplaudida claro, pero rutinaria, y poco ventajosa, pues los dueños del<br />
circo se llevan la mayor parte de las ganancias, haciendo de negreros<br />
con sus empleados.<br />
Su nariz es poco prominente, normal, ni caída ni levantada, recta<br />
pero <strong>un</strong> tanto achatada, sin gracia, y los pómulos, hinchados, seguro<br />
que también ya por la gordura, que la comida hacía estragos. Pero ¿de<br />
qué se alimentaba? De pura chatarra, cerveza barata y otras delicias que<br />
solo inflan. Ganaba muy poco como guardaespaldas, y quizás estuve<br />
equivocado, y pensé no pocas veces que los cobros de cupos con sus<br />
amigos de La Victoria lo mantenían con la billetera <strong>un</strong> tanto llena, y<br />
de ahí que me comentara <strong>un</strong> día que se iba a comprar <strong>un</strong> auto nuevo.<br />
¡Cómo le gustaban los autos! Pero era <strong>un</strong> miserable y ridículo, eso sí<br />
lo era. Hasta con malas mañas había quitado su departamento al padre<br />
58
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
para que lo incluyera en la sucesión a él solo y no a su media hermana,<br />
como si los bienes materiales se los fuera <strong>un</strong>o a llevar a la tumba, ¡ay<br />
Dios mío! ¡Qué estupidez más grande! Pero hay gente que acumula y<br />
acumula, y después descubre en su lecho postrero que no fue feliz, y que<br />
lo consume <strong>un</strong>a terrible enfermedad incurable que ni todos los millones<br />
lograrían pagar. Porque es bien sabido que incluso querer a alguien es<br />
<strong>un</strong>a cuestión de decisión, y <strong>un</strong>o no puede decir «lo que no crece no<br />
prospera o lo que no nace no crece», como tantas frases manoseadas,<br />
pues a veces, lo que no crece o no se manifiesta al principio como <strong>un</strong><br />
amor de quimeras o simplemente <strong>un</strong> gusto, termina por convertirse en<br />
<strong>un</strong> amor irrepetible.<br />
Entonces, ¿qué me podía esperar con esto? Ni yo lo sabía.<br />
Pilar estaba conmigo por <strong>un</strong> error de la naturaleza y sus designios<br />
circ<strong>un</strong>stanciales, lo sabía y logré albergar <strong>un</strong>a cólera que se nutría de<br />
sus justos y mezquinos cumplimientos en su empleo, pues laboraba<br />
conmigo y siempre acababa por decirme:<br />
—Ya se terminó todo, ¿no?<br />
—No, Pilar, aún hay muchas tareas por hacer, ¿acaso no te das cuenta<br />
de que siempre hay algo que hacer? ¿Qué te pasa, te aburres, este trabajo<br />
es poca cosa para ti o qué?<br />
Y es que mi estudio es pequeño, y ella se llenaba la boca diciendo<br />
que había trabajado en otros grandes sitios: clubes como El Bosque,<br />
empresas como la Pacífico Peruano Suiza, pero lo malo es que le pagaban<br />
mucho menos de lo que yo le pagaba, y ella no lo valoraba. Y me jodía<br />
su hablar. También le decía:<br />
—¿A quién le hablas, Pilar? Yo tengo nombre, ¿te pesa decirlo o qué?<br />
¿Por qué no lo mencionas?<br />
Para ese momento, ella ya ardía de rabia, pues no le gustaban las<br />
llamadas de atención.<br />
—Qué pena, pues, hijita; esto es trabajo, y aquí se cumple lo que<br />
se tiene que cumplir. Recuerda que vivimos de lo que los clientes nos<br />
pagan.<br />
Por último le dije:<br />
—Al menos di mi nombre para saber que estás aquí; acércate si ves<br />
que nos estamos llevando mal.<br />
59
Germán Rodríguez<br />
Yo no iba a acercarme todo el tiempo, como hacía cada vez que<br />
discutíamos. Entonces se acumulaba el dolor y este dio pasó a <strong>un</strong>a<br />
fetidez verbal que aceleró <strong>un</strong> día mi boca hacia su rostro, cuando en <strong>un</strong>a<br />
noche de puro arrebato, tras <strong>un</strong>a contraria suya, le escupí, y creo saber<br />
muy dentro de mí que a partir de ese momento me odió como n<strong>un</strong>ca.<br />
Aquello sucedió en casa de mi madre, cuando mamá Indira se encontraba<br />
presente en su cocina, y salió en defensa de ella, y se lo agradezco.<br />
Mi madre, siempre tan buena y siempre tan en su razón, no sabía por<br />
qué yo había reaccionado así. No la culpé por ello jamás. Sin embargo,<br />
es bien sabido que la venganza de <strong>un</strong>a mujer tiene confines y escondrijos<br />
bastante deteriorados, pero infinitamente pérfidos y deleznables,<br />
superiores en hacerse justicia por sus propias manos, muy aventajados<br />
a la venganza del hombre. Este, a<strong>un</strong>que a traición, denota temeridad, <strong>un</strong><br />
olor a siniestro; incluso se puede dar el caso de que frente al enemigo te<br />
espere la muerte misma, pero ahí acaba todo, y el resto es simplificado<br />
por el paso de los años. Pero la venganza de la mujer es sutil, no deja<br />
huella, puede permanecer en el tiempo, inalterable; y dejándote sin vida,<br />
a<strong>un</strong>que la vida física no se extinga, sabe qué tipo de herida causarte, y<br />
a veces elige la más supurante, aquella que apenas la tocas, salta pus y<br />
el foco infeccioso de los miedos más obscenos. Su venganza es tenue,<br />
eficaz como la hiel que arde y no se detiene su prof<strong>un</strong>do fastidio, su<br />
profuso malestar; que al llevarse a cabo arrastran lodo, piedras y toda<br />
la barbarie posible que les permite desenf<strong>un</strong>dar su odio y el infierno<br />
que las contiene como <strong>un</strong>a lágrima partida dentro de <strong>un</strong> vaso sin agua.<br />
En ocasiones me detengo porque me duele la espalda y el médico me<br />
ha recetado descanso casi absoluto para mi lumbalgia, pero no puedo<br />
con mi imaginación y entonces me siento en mi computador, a<strong>un</strong>que me<br />
descubra ya de madrugada narrando el porqué de mi vida, la de Pilar;<br />
de Homero, el matón, padre de su pequeña hija, ya rebelde, como pude<br />
comprobar la vez en que salí con su madre y con ella a <strong>un</strong> restaurante,<br />
mientras la niña me decía:<br />
—Yo no quiero esa comida.<br />
—Come, mamita —le dije—, está bien rico.<br />
—No, a mí no me gusta. A mi papá tampoco le gusta esta comida.<br />
60
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
No quiero mamá, dile que no quiero.<br />
—Come, hija —le susurré al oído.<br />
Y me dijo:<br />
—¡Nooooooo! No quiero, no me vas a obligar.<br />
Entonces ya no aguante más y le dije a Pilar:<br />
—Haz comer a tu hija, porque ya me estoy enfadando.<br />
La verdad es que la niña se puso muy rebelde, y no me gustó para<br />
nada su malacrianza, mientras mamá no decía más que:<br />
—Pórtate bien, Sarita; Giacomo te va a comprar dulces después de<br />
comer.<br />
—No, mamá, no quiero. Quiero a mi papá.<br />
Y entonces, desde aquel día, casi siempre salió con su hija a solas.<br />
Yo me abstuve de hacerlo j<strong>un</strong>to a ella, porque detrás de todos estos<br />
episodios estaba su maldito padre, el matón, quien seguro que instruía a<br />
la niña para sabotear las saliditas que tenía regularmente con su expareja<br />
y lograr que se viniera abajo la relación. Y la niña era muy vivaz, y se<br />
parecía mucho físicamente al hombrecillo ese. Y quién sabe, tal vez<br />
también psicológicamente, pues él ejercía su custodia.<br />
Cada vez que podía llamaba a casa y le contaba a mamá Indira que<br />
no me sentía bien, que el cuerpo me dolía a horrores, que el trato que<br />
Pilar me daba me hacía sentir poco querido, pero también le decía<br />
ingenuamente, como no queriendo darme cuenta, que su brazo cogía<br />
mi brazo y que era como <strong>un</strong> bastón para mí, en el buen sentido de la<br />
palabra; que me ayudaba. Creo que es mujer buena mamá, o lo está<br />
intentando… ¡Así la quiero recordar! Y en la cama, en la noche, me<br />
daba vueltas, mientras ella dormía plácidamente; a<strong>un</strong> cuando ya tomaba<br />
mis pastillitas.<br />
Ella sentía mis quejas, pero más parecía ser su sueño el que importaba,<br />
y n<strong>un</strong>ca se com<strong>un</strong>icaba, tenía que decirle:<br />
—¿Qué te pasa, Pilar? Sé que me estás oyendo, y no te das la vuelta.<br />
—Es que no me he dado cuenta —me decía—. Tengo el sueño muy<br />
prof<strong>un</strong>do, Giacomo.<br />
Claro que sí se había dado cuenta, pero su mala fe tergiversaba mis<br />
inútiles demonios; ella podía comprenderlos, pero no quería, o no podía,<br />
61
Germán Rodríguez<br />
o se le estaba haciendo cada vez más difícil, pues hasta el dinero llegó a<br />
escasear, ya que no siempre se tiene toda la santa vida. Hay momentos<br />
en que <strong>un</strong>o se detiene, se acaba la gasolina de las andadas a todo pulmón<br />
y el cuerpo sufre las consecuencias, se resfría, se estresa, se pone muy<br />
mal y arrecia la tempestad, y la curvatura del miedo es dominada muy<br />
a menudo por la firmeza de la sinrazón. Si había dinero los males no<br />
importaban y las palabras soeces y alg<strong>un</strong>o que otro maltrato era como<br />
comprar pan en la esquina o en la tiendecita de la vecina; no se daba<br />
vueltas a nada, nada se tramaba, pues dinero es dinero y este es el gran<br />
señor mientras la dignidad parece obtener de su antigua decencia puras<br />
calamidades. Llamé a mamá y le dije que no podía más, que no sabía<br />
qué me pasaba.<br />
—Hijo —me decía—: analiza bien la situación, a veces puede ser<br />
que no te has acostumbrado.<br />
—Sí, mamá. eso debe de ser, pues ella ya convivió, tiene experiencia,<br />
y esta es la primera vez que salgo de verdad de casa, y no entiendo por<br />
qué me descubro por la madrugada, desvelado, fumando. ¡Ay, mamá,<br />
qué voy hacer! —Y me salía del cuarto como si algo me llevara al límite,<br />
absorto en cualquier cosa, sintiendo que no se podía esperar ya nada de<br />
mí, excepto la violencia y sus extraños desvaríos. Cuando hacía <strong>un</strong> par<br />
de horas que la com<strong>un</strong>icación con mi madre había terminado, yo seguía<br />
pensando que sufría, y yo también j<strong>un</strong>to a ella, en la distancia, pues mi<br />
padre Gerónimo, yo lo llamaba papá Giacomo, había fallecido <strong>un</strong> año<br />
antes y me embargaba la culpa de haberla dejado sola.<br />
Mi mujer habría sido capaz de compensar ese vacío y ese sentimiento,<br />
pero no se acercaba a mí, y jamás me dijo <strong>un</strong>a palabra bonita, <strong>un</strong>a<br />
de amor que me convenciera hasta los huesos; y es que de ella no<br />
nacían esas maneras. Su interés era calculado, matemático, empolvado<br />
de cualquier buena intención, a<strong>un</strong>que diré que lo intentaba, que daba<br />
todo lo posible para saberse buena y amable, pero n<strong>un</strong>ca pudo con su<br />
naturaleza, al menos durante el tiempo que la conocí. Esto la llevaba a<br />
<strong>un</strong>a indiferencia que no solo se notaba cuando besaba o hacía el amor,<br />
si es que lo hacía, pues creo que su sensación voluptuosa del sexo la<br />
poseía de <strong>un</strong>a brutal extravagancia para darse placer a ella misma, y es<br />
62
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
que saltaba encima de mí como <strong>un</strong>a potra salvaje, y me decía:<br />
—¡Ay! Cuidado, lo siento, creo que te estoy lastimando.<br />
Mientras, yo le advertía que no, que no me lastimaba para nada, que<br />
lo suyo estaba inmejorable y que continuáramos así, a<strong>un</strong>que los cuerpos<br />
terminaran estrujados por la sensación de voluptuosidad, llenura, calor y<br />
agotamiento. Y entonces <strong>un</strong>irse a ella con la piel desenf<strong>un</strong>dada de toda<br />
noción de la realidad, como cuando <strong>un</strong>o se entrega sin darle importancia<br />
más que al precioso instante de esa vorágine llamada sexo, era <strong>un</strong>a lucha<br />
continua que como n<strong>un</strong>ca me desgastó, hasta dejarme <strong>un</strong>a cruel estela<br />
de divagaciones y <strong>un</strong> físico derruido, <strong>un</strong>a mente agotada de no poder<br />
imaginármela en el acto mismo, como entregada en su totalidad, y su<br />
poder de fingimiento que me atormentaba.<br />
Parecerá que soy <strong>un</strong> paranoico, que todo lo digo para hacerme el buenito,<br />
el que se hace la víctima, el que quiere lucir bien ante todo el m<strong>un</strong>do<br />
como si de <strong>un</strong> ser inofensivo se tratase, pero eso estaba cogido por los<br />
pelos, pues todos cargamos <strong>un</strong>a culpa, a<strong>un</strong>que muchos nos olvidemos<br />
de ella y queramos extinguirla expiando nuestros demonios, dando<br />
monedas a los ciegos, a los revendedores que suben a los microbuses,<br />
a los desposeídos de la tierra, o enterrando cualquier vestigio de duda<br />
o de mentira con la verdad ambigua (como la de Pilar y su familia),<br />
siempre presta a corromper subrepticiamente la firmeza, la claridad de<br />
los sentimientos y el valor de la virtuosidad innata.<br />
Por cierto, mi mujer siempre estuvo convencida plenamente de que lo<br />
que decía era la única verdad, y se lo creía como quien quiere creer que<br />
la esperanza es <strong>un</strong> don que enaltece, que no escatima <strong>un</strong>a resignación,<br />
y lo que <strong>un</strong>o desee se va a cumplir sí o sí a pesar de cualquier obstáculo.<br />
Pero la esperanza no es eso, es la grata sensación de que hay <strong>un</strong><br />
alguien superior que puede concedernos la gracia de lo que aún no ha<br />
sucedido, de lo que va a venir con <strong>un</strong>a ayudita que tarde que temprano<br />
va a cambiarnos la vida para bien, pero sabiendo también que si no<br />
sucede nada, o algo nos sale mal, eso no va a engendrar necesariamente<br />
<strong>un</strong> mal abrumador, sino que tal vez la esperanza y la oport<strong>un</strong>idad nos<br />
estén esperando por la puerta trasera y tengamos que descubrirlas en<br />
63
Germán Rodríguez<br />
el momento justo, en la paciencia de quien sabe esperar algo mientras<br />
hace algo.<br />
Pero Pilar no hacía nada para que la esperanza se concretara. Entonces<br />
su sentido de que cualquier cosa que deseara iba a concretarse era <strong>un</strong>a<br />
valla de por sí, pues no contaba con <strong>un</strong> cimiento real y sólido. Estaba<br />
sembrando raíces infelices y poco fec<strong>un</strong>das, y si su esperanza no se<br />
concretaba, entonces sus demonios la traicionarían, y esto la hacía<br />
palidecer más de lo que su espíritu ya proyectaba. Estaba enferma. Sí,<br />
lo sabía, y no quise enterarme, o no quise creerlo. Estaba más enferma<br />
que yo, y su enfermedad no provenía del estrés o de las frustraciones<br />
que trae la vida; lo suyo era más prof<strong>un</strong>do: su enfermedad procedía de<br />
<strong>un</strong> deseo insano y de la genética de su padre, <strong>un</strong> alcohólico que ahogaba<br />
sus miedos y vergüenzas con el peor de los licores, pues supe bien<br />
que ensució la vida de por lo menos dos de sus hijas en su infancia o<br />
pubertad (en total eran seis mujeres y tres varones, y dos fallecidos), y<br />
entonces sembró en ellas las raíces de la indiferencia, de la lujuria, de la<br />
inestabilidad, de la apatía y del gusto por hacer escándalo por cualquier<br />
cosa que se presentaba ante ellas, algo con lo que no convenían, que no<br />
compartían o que les causaba contradicción.<br />
La suerte de ambas ha sido esquiva. Para Juliana, la de no poder<br />
engendrar la ha traumatizado. Solo con sus amigos y compañeros de<br />
trabajo disimula afanosamente esa voz intranquila y furiosa que debe<br />
recalar en su marido, que por cosas del destino parece acceder a cualquier<br />
deseo suyo. No la culpo, la mujer es simpática, y el marido debe<br />
de gozar <strong>un</strong>as increíbles sesiones de cama por las noches, o quizás es<br />
<strong>un</strong>o de esos peleles que le permiten todo a la mujer, vaya yo a saber, y<br />
que está enamorado a más no poder, sabe Dios si por ciertas argucias<br />
de la brujería o porque la mujer se maneja tremenda lengua, que en la<br />
cama o en todo sitio debe de ser tentadora la propuesta de su sexo. Y<br />
Pilar, la desgracia de no poder tener a su hija j<strong>un</strong>to a ella todo el bendito<br />
tiempo, pero la entregó porque así se lo sugirieron su hermana Juliana y<br />
su cuñado Miguel, este último amigo del matón incorregible, y porque<br />
también llevaba en la sangre (la otra fórmula esquiva de destino poco<br />
certero) el estigma de que hubiera abusado de ella, como de Juliana, su<br />
64
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
progenitor, el irreverente, pervertido y sucio Teodoro, <strong>un</strong> viejo fuerte,<br />
de manos grandes y raizudas, alto y blanco como <strong>un</strong>a columna de humo<br />
negro, negro por la maciza fealdad de su constitución anímica y lo<br />
sucio de su mirada. Y es que de su alma parecía desprenderse el fango<br />
de <strong>un</strong>a noche donde se cometieron crímenes viles y cuyos cuerpos<br />
fueron enterrados en la tierra húmeda, y donde el barro se volcaba como<br />
<strong>un</strong>a depresión sin forma, acusadora desde todos los ángulos, frontal y<br />
aparatosa. El viejo daba cuerda y deambulaba. Pero se le destinó en su<br />
propia casa a <strong>un</strong> cuarto con puerta hacia otro recoveco por el que salir<br />
sin ser visto. Al fin era terreno suyo, y todos tenían que soportar el hedor<br />
de tenerlo, a<strong>un</strong>que les costara decirlo, o porque la fuerza de la costumbre<br />
había hecho presas de todos sus hijos, de al menos tres que vivían ahí<br />
con sus familias. Vivían sin remordimientos, aparentando que podrían<br />
ser <strong>un</strong>a familia medianamente feliz, pues en <strong>un</strong>a foto que vi aparecía el<br />
último de sus hijos, <strong>un</strong> tal Darío, con su hijita y su conviviente, saliendo<br />
del bautizo de su primer hijo, que cargaba en brazos el sucio y pervertido<br />
Teodoro. ¡Qué asco! Y la madre que no miraba, la tal Sonia, <strong>un</strong>a viejecita<br />
encanecida, con el cabello pintado, natural de la selva, creo que de<br />
Moyobamba o Rioja, cuya edad era de sesenta y cinco años, pero que<br />
parecía de ochenta. Así de maltratada se encontraba. No fijaba sus ojos<br />
frente a mí, supuse que era vergüenza de su propia hija, de ella misma<br />
o pura hipocresía. Solo cuando llevé a su hija Pilar a Cuzco me dijo:<br />
—¡Qué bueno que haya devuelto a mi hija sana y salva! Le agradezco<br />
el viaje y las atenciones.<br />
¿Qué creyó? ¿Que esto iba a mantenerse cada día, a cada minuto?<br />
Como vieja, sabía que no, que todas las parejas pasan por situaciones<br />
muy desagradables, y más cuando <strong>un</strong> hombre tiene los pantalones de<br />
verdad. Tal vez esto no se lo esperaba, pero ¿qué iba a hacer yo? Mi<br />
manera de ser y mi genética daban paso a <strong>un</strong> hombre que no lo permitía<br />
todo, que era bueno pero no cojudo. No hablo de ser autoritario, no me<br />
refiero a eso, sino a saber que en la vida hay que compartir lo bueno y<br />
lo malo, a<strong>un</strong>que esto último se presente con garras y todo.<br />
Volviendo a lo que me dijo sobre el viaje, le respondí:<br />
—Pues no podía ser de otra manera, mi señora. Soy hombre de buenas<br />
65
Germán Rodríguez<br />
intenciones, y ya nos veremos otro día para conversar más largamente.<br />
—Sí, ya nos veremos, joven. —Y sonrió, y pasó el celular a manos<br />
de su hija.<br />
Esta se desvivía por decirme:<br />
—Ya, amorcito. Te quiero. Cuídate.<br />
Esto sí la entusiasmaba a la vieja Sonia, y después ¿qué? ¿No podía<br />
dirigirme la mirada? ¿Se sentía menos? ¿O era <strong>un</strong>a reverenda hipócrita<br />
que quería salvaguardarse de la certera intuición que estoy seguro que<br />
ella intuía en mí (la madre, por supuesto)? ¿O la ignorancia de no poder<br />
llevar a cabo <strong>un</strong>a conversación la había puesto así? ¡Yo que con el mejor<br />
agrado me las llevaba a ambas a disfrutar de <strong>un</strong> rico plato de comidas!<br />
¿Qué sucedía? Aún no puedo advertirlo, pero creo saber que esta gente<br />
ya sabía que mi conducta no era la de <strong>un</strong> pelele, la de <strong>un</strong> hombre al que<br />
puedes manipular a tu antojo como <strong>un</strong> pichiruche (como se dice a <strong>un</strong><br />
hombre sin personalidad, sin carácter). Se las sabían todas, y eso las<br />
disgustaba mucho.<br />
La psicopatía de mi mujer no se mostraba directamente en el rostro,<br />
pues este reflejaba todo lo contrario. Su sonrisa mantenía <strong>un</strong>a fuerte<br />
dosis de ligereza y seguridad al <strong>un</strong>ísono, era, hasta diría, ejemplar, con<br />
<strong>un</strong>a naturaleza que simulaba bondad, empatía, <strong>un</strong>a sonrisa que calaba<br />
hondo en los ánimos más maltratados, pero su ánimo daba tumbos de<br />
cuando en cuando, casi imperceptibles, como saber que si en algo se le<br />
contradecía, su sonrisa amenguaba camaleónicamente para transformarse<br />
en <strong>un</strong> rostro enturbiado por la cólera y el desdén, como el alcohólico<br />
al cual no se le da su ración diaria de licor y luego le viene el síndrome<br />
de abstinencia, que puede volverlo loco o psicótico y predisponerlo a<br />
todo tipo de ataques y repulsiones. Y es que así era mi mujer, sonará a<br />
inútil, tonta y estúpida esta comparación, pues toda comparación que<br />
se haga de alguien con algo o con otra persona es odiosa, mortificante,<br />
pero aquí cabía compararla en toda su dimensión, saber cómo es su<br />
carácter, la forma en que miraba, pues varias veces desviaba los ojos<br />
con <strong>un</strong>a complacencia que mostraba que no le importaba nada en lo<br />
más mínimo. Y entonces, ¿para qué vivía?<br />
Pilar no te daba la cara, al menos cuando hablaba de sus hermanos o<br />
66
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
de su madre, y aquí yo le inquiría:<br />
—¿Por qué no miras de frente, Pilar? ¿Es que acaso me ocultas algo?<br />
—Por favor, Giacomo, trata de calmarte, ¿qué te está pasando?<br />
Siempre a la defensiva. A veces no miro, me distraigo, así soy yo, así<br />
he sido siempre, si quieres pregúntale a mi mamá-.<br />
Incluso me retaba, y mi cólera se contenía pero iba en aumento. Pero<br />
qué iba a preg<strong>un</strong>tarle a la vieja, como yo le decía, si tampoco hablaba;<br />
bajaba la cabeza y se dirigía a mi mujer cuando yo le hacía alg<strong>un</strong>a que<br />
otra preg<strong>un</strong>ta, pero yo no preg<strong>un</strong>taba para indagar sobre su vida ni nada<br />
por el estilo, sino para tratar de ser condescendiente y ganarme el aprecio<br />
de la vieja. A<strong>un</strong> así no me miraba, y toda preg<strong>un</strong>ta que le hacía fue para<br />
advertir <strong>un</strong>a sonrisa, sacarle al menos <strong>un</strong> gesto cariñoso, ser <strong>un</strong> tanto<br />
zalamero con la vieja Sonia. Hasta que <strong>un</strong> día me miró, mejor dicho<br />
me clavó la mirada, pues pensó que estaba observando a la sobrina, su<br />
nieta, hija de <strong>un</strong>o de sus hijos mayores, la seg<strong>un</strong>da y última vez que<br />
entré a la sala de su casa, pero yo solo atiné a decirle a la muchacha:<br />
—Señorita, su celular suena como el mío.<br />
—¡Ah! Sí señor, son la misma marca, igualitos —me dijo la sobrina,<br />
y a<strong>un</strong> Pilar también me observó, no era su mirar acostumbrado, se<br />
transformaba, y entonces supe que solo te escudriñaban cuando la cosa<br />
supuestamente se podía poner fea: celos, desprecio, humillación y otras<br />
cosas que ya sufrieron antes.<br />
No abrían su corazón, menos podrían abrir su sensibilidad; se la<br />
guardaban como el más secreto de los tesoros en <strong>un</strong> baúl polvoriento<br />
y antiquísimo. Y yo que me preg<strong>un</strong>taba qué hacía con Pilar, pues me<br />
sentí terriblemente incómodo con la vieja en las tres veces que salimos<br />
a pasear los tres j<strong>un</strong>tos. La vieja no aceptaba ni <strong>un</strong> helado, y Pilar, que<br />
se llevaba a su hija a la casa de su madre los sábados, ponía <strong>un</strong> rostro<br />
desinteresado, endurecido, alejado de la pres<strong>un</strong>ta amabilidad de todos<br />
los días, cuando en los últimos tres meses de nuestra convivencia me<br />
llamaba «gordito». ¡Qué patética palabra! Pero cuando <strong>un</strong>o se está<br />
ilusionando, suena hermoso en el oído, y se le muestra como <strong>un</strong>a<br />
palabra más que afectuosa, a<strong>un</strong>que tal vez con esta palabra trataba de no<br />
conf<strong>un</strong>dirse con otros sujetos, pues hubo dos veces en que me cambió de<br />
67
Germán Rodríguez<br />
nombre; por supuesto, <strong>un</strong> nombre parecido al mío, que comenzaba con<br />
la misma letra, pero que yo no esperaba, pues lo dijo en dos momentos<br />
culminantes: cuando hacíamos el amor y cuando me despedí <strong>un</strong> día<br />
de su casa, tras haber ido a visitarla, con más fuerza que por propio<br />
entusiasmo o invitación de mi mujer (si es que se puede llamar invitación<br />
a la petición que le hice para que me llevara a su casa y me presentara<br />
a su familia), pues, según ella, su familia no estaba a mi altura. No<br />
podía creerme aquella mentira, pues bien sabía ella que yo era <strong>un</strong> tipo<br />
sencillo y de buenas intenciones, que también pasé necesidades, tal vez<br />
no como ella y sus hermanos, que hasta de niños pedían la sobra de<br />
la comida de los restaurantes, sobre todo los más pequeños, pero bien<br />
sabía lo que era no tener <strong>un</strong> juguete nuevo, o comer a veces <strong>un</strong>a vez<br />
al día, pues a papá y mamá no les alcanzaba con lo que ganaban; así<br />
que aquella reacción me dejaba con <strong>un</strong>a duda insoportable, no lo podía<br />
tolerar, pero a<strong>un</strong> así lo toleraba y me callaba la boca para no desgastar<br />
ni romper la relación, que para mí, puesta sobre <strong>un</strong>a balanza, tenía más<br />
de buena que de mala en todos los sentidos.<br />
Sin embargo, no pude precisar que apenas era yo <strong>un</strong>a herramienta para<br />
que Pilar consiguiera lo que se proponía: la custodia de su hija y <strong>un</strong>a<br />
vida mejor, o en su defecto solo lo primero si lo seg<strong>un</strong>do no f<strong>un</strong>cionaba.<br />
Entonces se podía sentir satisfecha. Pronto, creí con total seguridad que<br />
quería las dos cosas.<br />
Recuerdo haberla abrazado <strong>un</strong> día por detrás, rodeando con mis manos<br />
su cintura, con todo mi afecto. Estábamos frente a <strong>un</strong>a tiendecita, cerca<br />
de <strong>un</strong>as tres o cuatro cuadras de su casa, y ella se zafó, quitó el cuerpo<br />
más rápido que <strong>un</strong>a palabra mal pensada, y yo le dije:<br />
—¿Qué te pasa?<br />
—No, Giacomo, nada. Acá la gente es bien chismosa, y por mi papá<br />
nos conocen a todos, por sus escándalos en la comisaría y su alcoholismo,<br />
el haber tenido que recogerlo hasta hace <strong>un</strong> par de años tirado<br />
en la calle, casi todos con vergüenza.<br />
—¿Y eso qué tiene que ver con que te abrace? No me parece la<br />
respuesta a la preg<strong>un</strong>ta —le dije—. Estás mal, no puede ser <strong>un</strong>a excusa<br />
justificada. ¿Qué tienes que ver tú con tu padre? ¿O es que acaso tienes<br />
68
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
a otro por acá? ¿O no me quieres nadita?<br />
—No, Giacomo, ¡¿ves?! Ya estás hablando tonterías. Así no me gusta.<br />
¿Para eso has venido?<br />
Y con ello me hacía sentir toda la culpa de la situación, y me cambiaba<br />
la conversación muy pero muy rápido. Yo me molestaba, y al resentirme<br />
y saber que posiblemente me fuera, a<strong>un</strong>que no quisiese hacerlo, me<br />
decía:<br />
—Discúlpame, mi amor. ¿Ves? Por eso no quiero que estemos por<br />
acá. Vamos a salir a pasear con mamá cuando vengas. Ya verás que todo<br />
será diferente. Dentro de la casa, o cerca, la gente habla.<br />
Mis palabras finales fueron:<br />
—Yo no vivo de la gente, creo que tú tampoco, mujer. Reflexiona<br />
<strong>un</strong> poquito.<br />
Y otra vez su tono y su rostro cambiaron para peor, y la pasábamos<br />
mal toda esa tarde, discutiendo o contrariándonos.<br />
—Contigo no se puede más, me decía.<br />
Y perdía rápido la paciencia. Sé muy bien que hago perder la paciencia<br />
a las personas, pero no es mi principal prioridad ni mi más anhelada<br />
búsqueda. Pero Pilar hacía todo lo posible para despertar estas incontrastables<br />
y terribles sensaciones y pensamientos que se ceñían a <strong>un</strong>a duda<br />
zigzagueante, como <strong>un</strong> remolino que lo arrasa todo, y que no sabes qué<br />
cosas dejará, qué se salvará o cuánta gente perecerá, o si al menos se<br />
alejará. Todo ello era nuevo para mí. Pero lo toleraba, y me iba pensando<br />
y pensando. Después tomaba mi periódico y al llegar a casa la llamaba,<br />
y su tono de voz había cambiado para bien, y entonces creo que la<br />
locura, que si bien es cierto no se manifiesta en <strong>un</strong> principio, iba tomando<br />
presencia enternecedora en el subconsciente.<br />
Salir con su mamá era <strong>un</strong> suplicio. ¿Que todo cambiaría? La vieja<br />
n<strong>un</strong>ca fue más la que me saludó efusivamente cuando llevé a su hija a<br />
Cuzco; también se transformó y cayó en <strong>un</strong> silencio secretísimo y mal<br />
visto que no me gustaba para nada, y es que si lo toleraba era por Pilar<br />
y nada más, pues me daban ganas de decirle a la vieja:<br />
—Y señora, ¿por qué no habla como aquella vez? ¿O es que usted<br />
es <strong>un</strong>a interesada y poco le importa lo que le converso? Al diablo con<br />
69
Germán Rodríguez<br />
ustedes. —Eso pensaba en hablarles a las dos, pero callaba, y callaba, me<br />
iba a casa, y los tonos de voz de ella se relajaban, ya sin mí, en su casa<br />
de la carretera central, mientras yo seguía el juego como <strong>un</strong> niño que<br />
parece no percatarse de que se avecinan cosas peores, más aún cuando<br />
la salud ya no me daba para el olvido o para el recuerdo. Solo añoraba<br />
descansar <strong>un</strong> poco.<br />
El litigio es terrible, y ser abogado deja dinero, pero los clientes te<br />
llenan de basura con sus problemas, y no les interesan para nada los<br />
tuyos, pues ellos pagan su dinero y ahí queda todo. Muy pocos son los<br />
que te escuchan algo, pero al rato tiran siempre para sus problemas y<br />
cómo solucionarlos. El egoísmo se manifiesta trepidante, y a veces<br />
insostenible, pues los problemas van acallando la voz, te la van secando<br />
a<strong>un</strong>que no hables, ya que es <strong>un</strong> indicio de que ya te están cansando<br />
al escucharlos, y dejan solo <strong>un</strong>a estela de muerte precipitada, que se<br />
transforma en presión, ansiedad y otras dolencias de este siglo, que<br />
envejecen a cualquiera. Todo el m<strong>un</strong>do camina rápido y se mofa del<br />
otro. No les interesas. A la gente le importan sus cosas y p<strong>un</strong>to. Ahí se<br />
acaba el resto. Y ese resto eres tú, que esperas <strong>un</strong>a pequeña dádiva de<br />
consideración y buen trato al menos, <strong>un</strong> oído para no pasarla tan mal y<br />
saber que te escuchan, quién sabe, <strong>un</strong>os seg<strong>un</strong>dos.<br />
Los escolares hacen del bulliyng su diversión más complaciente,<br />
y se esconden como cobardes cuando la situación ha traspasado la<br />
conducta del miedo y se transforma en <strong>crimen</strong>; y los padres ¿qué hacen?<br />
¿Las autoridades? Los hijos se han convertido en aves carroñeras<br />
que despilfarran lo que papá y mamá ganan con tanto esfuerzo. Pero<br />
papá y mamá tienen la culpa, pues les dan todo y los acostumbran a<br />
regalos costosos, y el dinero se lo dan a manos llenas, y entonces ¿qué<br />
quieren? ¿Angelitos? La verdad es que <strong>un</strong> m<strong>un</strong>do de hienas voraces y<br />
aves carroñeras se avecina con gran poder. No estoy profetizando. Solo<br />
comento algo de la realidad que me toca vivir y así distraigo la mente,<br />
pero recuerdo que también tengo que tener precaución. Que la vida a<br />
veces te pasa por encima, como <strong>un</strong>a mujer de tacones altos a la cual vi<br />
en Discovery Investigation, canal por cable, alzando los tacones por<br />
encima de la cabeza de <strong>un</strong> hombre que yace morib<strong>un</strong>do o ya muerto,<br />
70
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
tras <strong>un</strong> charco de sangre, y la muy vil, esposada, con los policías detrás,<br />
levanta los pies y lo pasa de costado con <strong>un</strong>a indiferencia que calaría<br />
a<strong>un</strong> en los huesos del alma del peor animal carnicero.<br />
La vieja no me causa nada, la vieja de mi mujer, claro está. Su porte<br />
es pesimista desde los cabellos (desprolijos y sin brillo) hasta la suela<br />
de sus zapatos, que a<strong>un</strong>que humildes, podría arreglarlos, pero tal parece<br />
que para ella que vivas el momento, que te distraigas, pero no puedes,<br />
porque el mismo Friedrich Nietzsche aletargó su mente y su cerebro se<br />
congestionó, precisamente por ser la mente más luminosa de la filosofía<br />
y del conocimiento entero, y terminó muriendo en <strong>un</strong> sanatorio mental,<br />
loco, enajenado como dirían muchos, perdida la razón y los motivos para<br />
develar otro tipo de existencia. Y se marchó temprano de esta tierra para<br />
traspasar los aposentos de su pasado, de sus escritos inmensos, y veo<br />
ahora su rostro en <strong>un</strong>a foto antigua, mejor dicho lo observo, y comprendo<br />
cuál será su final, pero nadie se lo había dicho, o jamás nadie se percató.<br />
Sus ojos, cerca de los cuarenta y cinco años, avizoraban el trasfondo de<br />
<strong>un</strong>a locura inmanejable, terriblemente desenfrenada y tristísima, donde<br />
el Dios hacedor le tuvo compasión y lo recogió para que no siguiera<br />
sufriendo en vida. Y me preg<strong>un</strong>to: ¿por qué Dios sigue permitiendo que<br />
tanta gente padezca tantas cosas feas? Y la foto me dice que si tuviera<br />
el poder de que todos estos seres enmascarados de <strong>un</strong>a sonrisa peculiar<br />
y exagerada, de la familia de mi mujer, claro está, pudieran morirse ya<br />
mismo, entonces les extendería la mano que guía al cadalso y las aguas<br />
se mantendrían quietas por largo tiempo. ¡Asesino! Dirán muchos. Pero<br />
salvar a alguien o a muchos de seguir viviendo en la miserabilidad de<br />
la tragedia, no es otra cosa que compasión, porque sabes bien que tarde<br />
o temprano esa foto dirá muchas verdades ocultas que generarán <strong>un</strong><br />
descalabro; que los que vienen, los hijos de los hijos de los hijos, serán<br />
más carroñeros, más viles, y que la cabeza gacha por mucho tiempo,<br />
reemplazada por el agua turbia de <strong>un</strong>a sonrisa en extremo creativa, no<br />
es remedio para soportar el mal, sino <strong>un</strong>a confesión del alma que le dice<br />
al m<strong>un</strong>do: ¡destrúyeme, porque yo no puedo! Y esa era la conclusión<br />
de aquella foto. No lo intuía, lo sabía perfectamente, como sabía que<br />
el sol sale todos los días a darnos la bendición de <strong>un</strong> nuevo amanecer.<br />
71
Germán Rodríguez<br />
Hoy he podido contemplar <strong>un</strong>a tarde sobria, dulce y placentera, que<br />
se extendió hasta principiar la noche. Después de <strong>un</strong> tiempo he salido<br />
<strong>un</strong> día de domingo, como la canción de Gal Costa, a distraerme, pero<br />
más que <strong>un</strong>a distracción, he llegado hasta el p<strong>un</strong>to más sensible de<br />
<strong>un</strong>a conversación con <strong>un</strong>a mujer que no veía desde hacía años. Mujer<br />
hermosa y arrebatada, por cierto, de ojos siempre abiertos, pequeños<br />
pero expresivos, de <strong>un</strong>a naturaleza simple y sincrónica a la vez; <strong>un</strong> tanto<br />
desmadejada, de seguro por los vaivenes, las angustias que trae el propio<br />
devenir del tiempo, imaginada en silencio como <strong>un</strong> ser cualquiera,<br />
pero vista en la realidad como <strong>un</strong>a persona de corazón generoso. Lo<br />
sé, a<strong>un</strong>que en mi alma ya paranoica estoy intuyendo que me equivoco<br />
de nuevo, y supuse dureza bajo el regazo de su alma, pero <strong>un</strong>a dureza<br />
de la buena, al menos eso quiero creer, y no la sarcástica burla de <strong>un</strong><br />
espíritu corroído por sombras tenebrosas que desprolija a <strong>un</strong> ser <strong>humano</strong>.<br />
Entonces advertí que ella podía ser señal de algo mejor y mayor que <strong>un</strong><br />
abrazo o <strong>un</strong>a caricia, y que sus palabras podían resultar el mejor antídoto<br />
contra la sinrazón y la contrariedad.<br />
¿Me he equivocado con esta nueva mujer? Sí, no sanando mis heridas<br />
aún; la he ofendido, pero le he pedido perdón. Sin embargo, su resentimiento<br />
ha dado lugar a que no me hable más. Quizá algún día lo haga.<br />
Solo la traté <strong>un</strong>as tres semanas para desarticular mis miedos y buscar <strong>un</strong><br />
horizonte diferente. Se llamaba Hilda. ¿La he buscado antes? ¡Sí!, como<br />
le dije a ella, pero ella también me buscó (a través de <strong>un</strong> medio poco<br />
usado por mí, las redes sociales), y sentado en la banca de <strong>un</strong> parque,<br />
los dos con <strong>un</strong> frío revuelto que hizo que pronto tuviéramos que ir a<br />
guarecernos donde cabía el gentío y <strong>un</strong> poco de comida y servicio, para<br />
luego entrar en la no búsqueda, como le comenté <strong>un</strong> tanto filosóficamente,<br />
tras mis lecturas de guías espirituales y gurús de la meditación.<br />
Pero ay de nosotros, los <strong>humano</strong>s, los que siempre estamos preg<strong>un</strong>tando<br />
algo, buscando <strong>un</strong> tesoro que ciframos será nuestra salvación. Y se lo he<br />
dicho a Hilda, y se lo volvería a repetir, pues al buscar y no encontrar,<br />
o al dejar de buscar y encontrar lo que buscábamos, a<strong>un</strong>que ya estemos<br />
sin el aliento necesario para recibir lo que tanto hemos añorado, lo<br />
que constituye la piedra angular del deseo de nuestro propio <strong>un</strong>iverso,<br />
72
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
entonces nos queda seguir o quedarnos como <strong>un</strong> pedazo de hielo que<br />
se derrite a la luz de la noche, o recalar en la oport<strong>un</strong>idad que se nos<br />
presenta como <strong>un</strong> simple regalo, pero es la oport<strong>un</strong>idad, pues si no la<br />
tomamos a tiempo, se va como <strong>un</strong> tren en marcha que corre raudo con<br />
los horarios establecidos. Hilda y yo hemos alterado bastante el radar<br />
de nuestros sentidos, la hemos pasado bien, pues todo escritor aún<br />
en ciernes, tiene el derecho de vivir su existencia a la usanza de <strong>un</strong>a<br />
novela maquiavélica, mordaz, susurrante o simplemente feliz de saberse<br />
contemplando el m<strong>un</strong>do, y acometer feroz el próximo capítulo. Diré que<br />
nos despedimos casi sin darnos cuenta y que después de terminado el<br />
encuentro acabamos por enviarnos <strong>un</strong> par de mensajes que nos deben<br />
de haber sumido en la mayor de nuestras inspiraciones. Luego de ello,<br />
la sinrazón mía y la brusquedad suya determinaron <strong>un</strong> final rapidísimo.<br />
Después, escribo este pequeño episodio y creo poseer el m<strong>un</strong>do, pues<br />
gira, creo yo, alrededor de nosotros, <strong>un</strong>a especie de ventilador de oxígeno<br />
que nos permite recobrar el aliento tras tanto sacrificio para ganarnos el<br />
pan de cada día y la rutina que nos sobrecoge como <strong>un</strong> calvario del que<br />
muchas veces no salimos y nos desesperamos. Muchos no aguantan la<br />
visión de lo monótono y terminan por erradicar su vida de <strong>un</strong> m<strong>un</strong>do<br />
que parece perseguirlos con <strong>un</strong> estoicismo vehemente pero enajenado<br />
al borde de <strong>un</strong> abismo de sombras, que, a<strong>un</strong>que tenues, son mortales al<br />
fin y al cabo, pues es bien sabido que a<strong>un</strong> en la tristeza y los problemas<br />
debemos de buscar la felicidad pasajera para no caer en <strong>un</strong> hueco hondo<br />
que nos muestre el m<strong>un</strong>do como <strong>un</strong>a hiena salvaje.<br />
He descansado después de todo lo narrado hasta este momento, y solo<br />
puedo decirles que volviendo al contexto de lo que absorbe mis pensamientos,<br />
no puedo mentirles, y es que Pilar sigue en mi mente como<br />
<strong>un</strong>a bomba de tiempo aún no calibrada, como <strong>un</strong>a deuda con su destino,<br />
pues no supe jamás de ella. ¿Se esconderá? ¿Verá por alg<strong>un</strong>a esquina<br />
si me encuentro bien? Al menos por donde paso, el polvo parece haber<br />
dejado <strong>un</strong>a estela de su propio olvido, como si nadie la hubiese visto,<br />
pues qué raro que nadie me preg<strong>un</strong>te por ella. Tanto tiempo trabajando<br />
conmigo, y solo <strong>un</strong>a persona preg<strong>un</strong>tó cuando conté algo de ella, pero<br />
no dijo más nada. ¿Es acaso el olvido que se merecen los que jamás se<br />
73
Germán Rodríguez<br />
atrevieron a abrir el corazón?... ¿Los que tuvieron miedo de mostrar el<br />
verdadero rostro?... Ahora sé que aquel teléfono en plena esquina era<br />
la oport<strong>un</strong>idad, mejor dicho, la excusa bien f<strong>un</strong>damentada para huir<br />
dejando lágrimas y <strong>un</strong> descontrol que en ese momento, con todos los<br />
autos que pasaban por aquel lugar de la Panamericana Norte, pudieron<br />
haberme costado la vida. La calle atestada de mercaderes ambulantes y<br />
las estaciones de los taxis colectivos le daban <strong>un</strong> tinte pintoresco a todo,<br />
casi todos los días. Pero en esta oport<strong>un</strong>idad, el gris violento de <strong>un</strong>a<br />
mañana se tendió como <strong>un</strong>a alfombra de cuya tela ya gastada y sucia se<br />
desprende, <strong>un</strong> olor fétido, animales minúsculos que te causan las alergias<br />
por las que estornudas a diario, y la distorsión del movimiento natural de<br />
los autos y camiones, pero que <strong>un</strong>o siente que se vienen contra <strong>un</strong>o sin<br />
límite que les ponga freno. La vendedora de celulares en <strong>un</strong>a esquina,<br />
la farmacia donde compraba mis pastillas, y la chica que recargaba mis<br />
celulares aparecían como <strong>un</strong>a vaga presencia, <strong>demasiado</strong> insípida. ¡Y<br />
pensar que reí con alg<strong>un</strong>a de ellas para agradecer el trato amable que<br />
me daban! Pero esta vez eran <strong>un</strong>as totales desconocidas para mí, pues<br />
sabía bien que no me servirían ni de guías ni de nada. El supermercado<br />
se escondía como <strong>un</strong>a presencia imponente pero vaga. Se escondía,<br />
pues tan grande eran sus compartimientos, que buscar allí era peor que<br />
<strong>un</strong>a locura. La gente iba a notar mi sudor, el desencaje de mis ojos, la<br />
turbiedad de mi boca ensalivada. Diría que el que se escondía era yo.<br />
Pilar apareció durante <strong>un</strong>os breves seg<strong>un</strong>dos esperando a <strong>un</strong> costado<br />
del teléfono público, a <strong>un</strong>os diez metros míos, mientras yo agachaba<br />
la cabeza para conversar bajito con mamá, y ella desapareció como <strong>un</strong><br />
misterio que n<strong>un</strong>ca se encontró, o que tal vez siempre estuvo ahí presente<br />
como <strong>un</strong> misterio, y no me daba yo cuenta de ello. El misterio entonces<br />
tomaba la forma de <strong>un</strong>a adivinanza, de <strong>un</strong>a fábula, de <strong>un</strong>a historia<br />
que no contiene <strong>un</strong> final o cuyo término es inesperado, angustiante,<br />
desenfrenado como la pesadilla de <strong>un</strong> niño que no logra escapar de sus<br />
captores, que lo quieren vejar y darle <strong>un</strong>a golpiza brutal, y que si se<br />
despierta de ese terrible sueño es porque Dios es grande, porque si no<br />
despierta y los acechos son constantes es porque el trauma ya bordeó su<br />
alma y los escondrijos de su corazón, y no va a detenerse mientras papá<br />
74
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
o mamá no detecten a tiempo que el pequeño o la pequeña necesitan el<br />
calor inequívoco del afecto y de la caricia que sobrecoge, que te espía<br />
a diario, a<strong>un</strong>que <strong>un</strong>o crea que no necesita protección.<br />
Pero el ser <strong>humano</strong> no solo necesita protección, sino también <strong>un</strong><br />
cuidadoso análisis de su comportamiento para equilibrarlo y para que<br />
su corazón rinda a la medida de <strong>un</strong> ser medianamente feliz. Desapareció<br />
sin rastro. No hubo huella prematura, ni habrá huella posterior al idilio.<br />
Se fue, y ello me quedó claro. Le adelanté varias veces que ya me hacía<br />
daño, y que era mejor que se fuese de la casa, que me dejara solo, que<br />
yo sabría cómo arreglármelas.<br />
¿Arreglármelas? No sabía por dónde comenzar, y el día que boté sus<br />
cosas me pareció eterno, pues primero me detuve a verlas y lloré en<br />
cada rincón. Tomé sus prendas íntimas para recurrir a algún brujo para<br />
que me hiciera el trabajito de devolvérmela, pero no sabía por dónde<br />
comenzar. Exhausto, me detuve frente a mi Corazón de Jesús, que estaba<br />
en nuestro cuarto principal, apoyé mi mano derecha en Él y le oré con<br />
todas mis fuerzas. Ahí, algo tranquilizó mi enturbiada mente, y como<br />
con <strong>un</strong> analgésico que calma por <strong>un</strong>as horas el dolor, me retiré presto de<br />
la casa, que de nido de amor se había convertido en <strong>un</strong> desolado paisaje<br />
de demonios y <strong>un</strong> cadáver viviente: el mío.<br />
Recuerdo haber sido presa <strong>un</strong> día de los atrevidos y malsanos insultos de<br />
cuatro de sus hermanos: el pintor de brocha gorda (este fue el primero),<br />
que me reclamó dónde estaba su hermana, y pensar que ni la extrañaba<br />
cuando vivíamos j<strong>un</strong>tos, pero sabiendo que ya se venía a vivir conmigo,<br />
me engañó diciendo que su madre, la vieja Sonia, se encontraba delicada<br />
de salud. ¡Mentira! Y ni siquiera saludó, solo dijo:<br />
—Pásame con mi hermana, apúrate, pásamela, sé que ella está<br />
contigo. ¡Oye, dale el celular, caray!<br />
Pero qué se podía esperar de <strong>un</strong> bruto malcriado, que intuí y luego<br />
comprobé que le pedía prestado dinero a la hermana, a Pilar, por<br />
supuesto, dinero que yo le daba, y el muy desagradecido ni se tomaba<br />
la molestia de saludar. A<strong>un</strong>que se me viene a la mente que sí saludó<br />
la primera vez que lo vi, producto de resolver el caso del matón que<br />
disparó al suelo contra este hermano, pues mi mujer, que no tenía la<br />
75
Germán Rodríguez<br />
tenencia de su hija, se la robó al matón, pues me dijo que se la iba a<br />
llevar lejos, mientras yo le decía que se iba a meter en <strong>un</strong> problema<br />
bien gordo, y que su padre, el matoncito de cuarta, tenía los papeles, y<br />
que yo ya no podía hacer nada para ganar el proceso de variación de la<br />
tenencia, pues el tipo me tenía amenazado, lleno de pánico, y hasta me<br />
había interpuesto otra den<strong>un</strong>cia por supuesta extorsión, que después de<br />
mi ayuda con su proceso, archivó y desistió de ellas, como desistí yo<br />
de las den<strong>un</strong>cias que le dije a Pilar que interpusiera contra él, y todo<br />
esto me produce <strong>un</strong> temblor en el cuerpo cada vez que lo menciono.<br />
La primera den<strong>un</strong>cia que me interpuso fue por coacción: <strong>un</strong>a tremenda<br />
falsedad; la seg<strong>un</strong>da, por extorsión, basada en no sé qué sucios f<strong>un</strong>damentos,<br />
que posteriormente leí, para comprobar que me había acusado<br />
de ser cómplice del rapto de su hija, pues Pilar se la había llevado, ya<br />
que no tenía la custodia de la pequeña. ¡Qué bestialidad más grande!<br />
¡Qué tamaña mentira! Casi vomito de la repulsión de su mitomanía<br />
calculada y de su calibrado deseo de h<strong>un</strong>dirme, a<strong>un</strong>que pueda parecer<br />
extraño dada mi profesión, pero he de decir en mi defensa que he visto<br />
cosas feas, pero que se me acuse de algo que es siniestro, malévolo y<br />
pérfido no tiene perdón.<br />
Solo buscaba h<strong>un</strong>dirme. El tal Homero era <strong>un</strong> desquiciado de por vida,<br />
<strong>un</strong> traumado, pues su infancia fue intranquila y poco feliz, y jamás supo<br />
de dónde venía ni adónde iba. Eso sí que es deprimente. Retomando lo<br />
del pintor, el hermano mayor, me saludó cerca de <strong>un</strong>a notaría en donde<br />
firmaría el desistimiento del plomazo que había disparado Homero<br />
contra él. Realmente lo hizo para asustarlo, pues disparó contra el suelo.<br />
¿Pudo causar <strong>un</strong>a desgracia? ¡Sí!, pero el tipejo era así, desequilibrado,<br />
arrebatado, y si sigue así, se la van a cobrar de cualquier forma; algún<br />
verdugo, quizás <strong>un</strong>a mala j<strong>un</strong>ta, o va a terminar en <strong>un</strong>a esquina sin que<br />
nadie, a excepción de la policía, lo recoja. El pintor, el hermano de Pilar,<br />
estaba de mala noche creo yo, o quién sabe si fumaba algún aperitivo<br />
por las mañanas, pero estaba tranquilo, eso sí, qué duda cabe. Me tendió<br />
la mano, y días después sucedió lo del teléfono y el reclamo para que<br />
le pasara el celular a su hermana, y me calumnió por el teléfono que le<br />
había hecho firmar <strong>un</strong> papel en blanco (n<strong>un</strong>ca lo hice, él leyó las formas<br />
76
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
de sus propias palabras escritas y firmó <strong>un</strong>a declaración jurada), y decía<br />
que gracias a eso el matón se iba a librar de su tentativa de homicidio.<br />
Pero nada trascendió. Y aquí el matón aceptó <strong>un</strong> arreglo para que yo<br />
lo ayudara en su proceso de tentativa de homicidio y en las den<strong>un</strong>cias<br />
que también yo le había interpuesto, pues perdería su trabajo… y otras<br />
cosas más, y recíprocamente, él desistiría de todas las den<strong>un</strong>cias en<br />
mi contra. Y entonces, ahí se acordó todo. Hasta vino a mi oficina,<br />
nos fuimos en su viejo carro a solucionar todos los problemas (sería<br />
mentirles decir que ya por estas alturas yo no era el mismo. La hacía<br />
de hipócrita y tomaba lírica de laboratorios Pfizer para el dolor de los<br />
nervios), y entonces fue cuando redescubrí su brazo quemado, de lo<br />
cual Pilar ya me había dicho, y para vengarme, sabiendo que ese era<br />
<strong>un</strong> dolor traumatizante de su infancia, por las injurias y calumnias que<br />
había vertido contra mi persona, se lo recordé con ironía y sarcasmo y<br />
hasta le compuse <strong>un</strong>a cancioncita que originó seis ventanas rotas de mi<br />
oficina. (Las frases y la canción se las envié por mensaje de texto). Yo<br />
también soy arrebatado. Me contengo, pero si la persona a quien quiero,<br />
Pilar, me dice <strong>un</strong>a noche antes, cuando ya había sustraído a la niña:<br />
—Tengo sueño, Giacomo, mañana hablamos, ya no te preocupes, me<br />
muero por dormir, por favor, ¿sí?<br />
Mientras yo le decía:<br />
— ¿Qué te pasa, Pilar? Ha sucedido algo muy feo. Deberías estar al<br />
menos <strong>un</strong> tanto preocupada, ¡pero qué fresca eres que te quieres dormir!<br />
— ¡Sí! ¡Me quiero dormir ya! No molestes más. —Y apagó su celular<br />
y el de su mamá con la velocidad de <strong>un</strong> rayo. No respetó nada. Ni mi<br />
preocupación por lo que sucedía, ni lo que había ocasionado en su casa<br />
por la testarudez de tener a su hija, cuando ya legalmente le correspondía<br />
<strong>un</strong> régimen de visitas.<br />
Estaba hecha <strong>un</strong>a amenaza la tal Pilar. Y yo no pude conciliar el<br />
sueño. Ella sí se caía de sueño, ¡yo no! Entonces enfurecí y concerté<br />
<strong>un</strong>a cita con el matón para arreglar la custodia total de la menor. Total,<br />
yo dominaba de cabo a rabo las normas. Y solo pensé: «Ella sí se<br />
duerme tranquila, mientras yo acá en mi cama preocupándome hasta<br />
los tuétanos como <strong>un</strong> reverendo cojudo». ¡No! Así no son las cosas. Y<br />
77
Germán Rodríguez<br />
después, aquello también parece haber acarreado <strong>un</strong> grato e inmejorable<br />
rencor en mi contra, pero es que ella actuaba sin presagiar que los<br />
demás nos podíamos morir, y solo se importaba a sí misma, y todo lo<br />
concerniente a su hija, que a la postre me di cuenta, también era <strong>un</strong>a<br />
careta para esconder que no podía vivir sin <strong>un</strong> hombre que la mantuviera<br />
y complaciera en sus gustos, al menos en los más básicos y necesarios.<br />
De pasadita, este también respondería por la hija como <strong>un</strong> verdadero<br />
padrastro. Por cierto, ella se mostraría tan complaciente como <strong>un</strong> día<br />
de picnic, donde la familia feliz se disfruta en todos sus extremos y<br />
divagaciones.<br />
Sin embargo, Pilar no sentía esa sensación, solía dosificar bien las<br />
energías y la risa la traicionaba, pues volteaba y <strong>un</strong> gesto suyo, como<br />
mueca fea, le desarreglaba la apariencia, mostrándose como <strong>un</strong>a bruja<br />
ante mis ojos. Luego volvía la mirada y era la mujer más cariñosa y<br />
comprensiva:<br />
—Por cierto, amor, hoy te tocan tus pastillas en la noche. Yo misma<br />
me voy a la farmacia a comprártelas, y te recuerdo que mañana me voy<br />
a pagar la cuenta de la luz y el mantenimiento.<br />
—¡Ah! Sí. Tienes razón, mamita.<br />
Así era yo, así la trataba, siempre le decía mamita, hijita, mi amor, y<br />
ella respondía con palabras como gordito, bebé, corazón. Sí, desde que<br />
comenzamos nuestra relación me dijo Corazón. Qué conchuda, pues no<br />
sentía nada por mí. Pero es bien cierto que algo siempre te traiciona, y<br />
aquí a mí me traicionaba el hambre que pasó de niña, me daba pena; no<br />
lástima, sino pena de verdad, la auténtica, la que se siente cuando tienes<br />
<strong>un</strong> deseo perfecto para quien quieres, algo bueno y hasta maravilloso<br />
para ese alguien que ha sufrido penurias, y se lo entregas con cariño<br />
grato, afectuoso y honesto. Y ahí fue cuando mi corazón se traslucía<br />
sensible, y a<strong>un</strong> diría susceptible a sus peticiones, y me encariñaba, no<br />
sé si por la costumbre de tenerla, o porque quería poseer ya <strong>un</strong>a familia<br />
de verdad. Me lo merecía, y la presenté a parte de la parentela; pero<br />
también es bien cierto que nada se puede poseer, que nada nos pertenece,<br />
que solo nos pertenecemos a <strong>un</strong> Dios hermoso, ese Dios creador que<br />
designa nuestros caminos, porque nosotros, los <strong>humano</strong>s, cometemos las<br />
78
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
locuras menos imaginables, y nuestro Dios se enoja, toma <strong>un</strong> dado en<br />
el cielo y juega para no pensar que aquí en la tierra se ciernen peligros<br />
venidos del mismísimo cielo. ¡Sí! El que fue expulsado como el ángel<br />
más hermoso, el más lúcido, el más profético, el más inteligente de todos<br />
los ángeles, el que todo lo puede aquí en la tierra, y que se pone <strong>un</strong>a<br />
careta para hacernos la vida <strong>un</strong> poco más ligera sin pensar que nos está<br />
dando la pócima del enigma más tenebroso, de la traición más cruenta;<br />
pero le creemos, y seguimos sus pasos como mansos corderitos. Me<br />
pongo a pensar que yo también puse mi cuota de desagrado, de traición,<br />
de crueldad en mis calificativos, y de <strong>un</strong> maltrato que la dejaba siempre<br />
llorando, mientras le decía:<br />
—¡Cállate, cállate mierda!, que me salas la casa. Los vecinos escuchan<br />
y tú haces <strong>un</strong> drama. ¿Qué te crees, cojuda? ¿Que no me doy cuenta?<br />
¿Qué quieres, que todos se enteren de que eres <strong>un</strong>a pobre víctima de<br />
<strong>un</strong> pegalón? ¡Sí, pues, soy <strong>un</strong> pegalón! Pero tú eres <strong>un</strong>a abusiva, <strong>un</strong>a<br />
mierda que dices quererme y no me quieres, que no te compadeces de mi<br />
mal, que no te pones en mis zapatos, <strong>un</strong>a hipócrita, <strong>un</strong>a vil mitómana, y<br />
¿qué crees? ¿Que el dinero lo consigo fácil o lo cago a cada hora? ¡No!<br />
Yo me sacrifico, me quemo las neuronas, y no te falta nada, y jamás<br />
te acercas, n<strong>un</strong>ca te acercas a decirme papi, hijo o algo por el estilo.<br />
Siempre tengo que pedírtelo, siempre. Siempre mendigando <strong>un</strong> poco<br />
de ti, mendigando migajas de mi propia mujer. No me lo merezco. Soy<br />
<strong>un</strong> tipo orgulloso. Por eso me alteras. Me produces tanta cólera, como<br />
alg<strong>un</strong>a vez me la dio mi madre, pero mi madre cambió.<br />
—¿Después de cuántos años, Giacomo? Tu madre demoró en comprenderte,<br />
¿no es así? Y yo no soy tu madre.<br />
—No, no eres mi madre. Ella es única —le respondí.<br />
—Apenas vivimos j<strong>un</strong>tos, me dijo en voz alta.<br />
—¡Sí! Tienes razón. Apenas… —Y ahí fue cuando le di <strong>un</strong> p<strong>un</strong>tapié<br />
en la pierna derecha, que hizo que cayera sobre el respaldar de la silla, y<br />
<strong>un</strong>a soberbia cachetada en su rostro me ayudó a desvestir mis demonios.<br />
Yo estaba muy mal. El estrés, la fibromialgia (<strong>un</strong>a dolencia en casi todos<br />
los p<strong>un</strong>tos sensibles y más focalizados del cuerpo, como neuralgias<br />
persistentes que hacen la vida intolerable y tortuosa), la migraña y<br />
79
Germán Rodríguez<br />
la depresión habían abarcado como <strong>un</strong> cáncer maligno <strong>un</strong> porcentaje<br />
inmanejable de mi cuerpo, y pronto mi cabeza solo tronaba como <strong>un</strong>a<br />
bomba en erupción, más el llanto prolongado de mi dolor en el pecho,<br />
que lograba calmar con <strong>un</strong>a media cucharadita de agua florida en <strong>un</strong>a<br />
mitad de vaso con agua, pues así me lo recomendó <strong>un</strong>a mujer de amplios<br />
ojos y virtud apasionada pero certera en sus aseveraciones, que leía el<br />
tarot de manera magistral. Pero igual la depresión había hecho presa de<br />
mí nuevamente, y la ansiedad era <strong>un</strong> oscuro demonio que trastornaba<br />
mi bifurcado pánico.<br />
—Busca ayuda, por favor —le supliqué a Pilar. Pero ella no podía<br />
más que llamar a mi madre, y decirle:<br />
—¡Controle a su hijo!<br />
Jamás <strong>un</strong>a palabra amable, <strong>un</strong>a palabra bendecida por la humildad o<br />
la sencillez de quererme a<strong>un</strong>que fuera <strong>un</strong> poquitito, o si no se quiere, al<br />
menos se actúa por compasión, ¡pero no! Ella no se ponía en los zapatos<br />
de los otros, menos en los míos. La cólera y el odio también habían<br />
echado gruesas raíces en su rostro y en su carácter. La he perdonado, y<br />
ella también de seguro me perdonó por las humillaciones a las que la<br />
sometí. Al menos eso quiero creer.<br />
Debo decir que ya no me echo la culpa de lo que pasó. ¿Para qué<br />
cargar con <strong>un</strong>a bolsa de ladrillos en la espalda? ¿Tuve gran culpa?<br />
¡Sí! ¿Me arrepentí? Quizá, pero le rogué al Altísimo que me diera la<br />
tranquilidad para ser mejor persona y erradicar de mi vida la violencia.<br />
Ahora estoy escribiendo, y siento la alegría desde mi propia sangre,<br />
y le develo a Pilar que su existencia me ha pagado más de lo debido,<br />
pues esta novela es de ella, de nadie más. ¿De mí? ¡Qué va! ¿De sus<br />
besos? No podría estar seguro de decir ni siquiera «quizá», pues los<br />
besos se dan con <strong>un</strong> completo éxtasis, como si de <strong>un</strong> sueño reparador<br />
se tratase, con la perturbadora imagen de que el m<strong>un</strong>do se nos acaba y<br />
tenemos que tomar aquel beso como el último, el más glorioso, el que<br />
nos redime de nuestras culpas más ancestrales, pues el beso tiene que<br />
amar o al menos ilusionar, darse con el rostro que no te cabe de la alegría,<br />
y sabiendo que después de darlo, te vas a presentar ante todos los demás<br />
como el ejemplo del optimismo, de que la vida es bella, del que lleva la<br />
80
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
existencia con <strong>un</strong>a alegría más que espontánea, como si <strong>un</strong> estandarte<br />
de felicidad te distinguiera por cualquier camino que vas o suelo que<br />
pisas. Pero esto solo es <strong>un</strong>a caricatura, pues como repito, no es oro todo<br />
lo que reluce. No le tememos a nadie, y a la postre, existimos sin nada,<br />
pues cuando morimos nos vamos sin nada, y no necesitamos nada más<br />
que la ilusión de <strong>un</strong> amor que se va proyectando en el poco devenir del<br />
tiempo como <strong>un</strong>a ilusión imperecedera, como tenue luz en medio de<br />
sombras duraderas, que es <strong>un</strong> canto contra la rutina que nos castiga y<br />
nos estira sus más recónditos desatinos, pues la monotonía es así, sólo<br />
logra extraer de <strong>un</strong>o la frustración y el corolario de <strong>un</strong>a existencia gris,<br />
más cuando no hay <strong>un</strong> deseo creciente, vivo, que te desborde hasta la<br />
obsesión. Aquí también hay que decir que esto puede resultar nocivo,<br />
pues la obsesión duradera nos conduce muchas veces a <strong>un</strong>a ruta sin<br />
salida, donde creemos vivir <strong>un</strong> comienzo vertiginoso y fascinante, pero<br />
lo que significa en verdad, es que nos estamos acercando a <strong>un</strong> estadío<br />
o sitio que nos devora con el poder de lo logrado. Por eso la gloria solo<br />
acoge a los muertos, y la fama y el dinero te generan las envidias más<br />
generosas, y el que tiene oídos para escuchar la verdad: «Diré que ni<br />
frecuentar lo mismo a diario con titubeos o sin ellos, u obsesionarse con<br />
algo o depender de alguien es lo mejor, pero somos seres <strong>humano</strong>s, y<br />
hasta que logremos el equilibrio, los errores estarán teñidos de alg<strong>un</strong>a<br />
atmósfera cruel, despiadada, sombría, opaca, como de laberinto, y después<br />
de frecuentar todas esas sensaciones, quizás cambiemos <strong>un</strong> poco<br />
para aligerar la vida, a<strong>un</strong>que el camino haya sido duro». Pues podríamos<br />
llegar a cosas mayores, donde la culpa no se expía ni se redime; pero<br />
esta tierra es así, <strong>un</strong> m<strong>un</strong>do de locos, donde cada <strong>un</strong>o pone su granito<br />
de arena para desencadenar sus más denigrantes oficios y ponerlos al<br />
servicio del rey de la tierra, de Satanás, el de las diademas apocalípticas,<br />
el de las siete cabezas, pues estaremos alimentando su gran ego y nuestra<br />
desaparición forzosa en brazos de este alacrán maldito y bebedor de<br />
sangre como vampiro que se lleva de ti la poca santidad de tu espíritu.<br />
Y despertamos con <strong>un</strong> beso, porque el beso estremecedor nos cobija<br />
y nos muestra su cariño inconf<strong>un</strong>dible, su aplauso, su grato deseo de<br />
que seamos mejores, mientras vivimos con la esperanza en la pupila de<br />
81
Germán Rodríguez<br />
nuestras miradas, en <strong>un</strong> amplio panorama de neón y verdes luces, con<br />
el aliento fresco y el olor a mar; las perlas que te desbordan la piel muy<br />
por encima de los abrigos de pieles que solo te la cubren. En resumen,<br />
<strong>un</strong> beso es <strong>un</strong> corazón que se aproxima al caído y lo recoge, y este<br />
empieza a moverse con nuevos bríos.<br />
Y aquí, en esta historia, el beso que me daban era negro, hostil, indiferente,<br />
y hasta aguijoneador, y como el que no quiere ver, te percatas<br />
pero no dices nada, y vas acumulando y acumulando… ¿Qué cosa? Pues<br />
cólera furib<strong>un</strong>da. Un beso bien dado, o bien recibido, o cuando confluyen<br />
ambos en su más alta y legítima pretensión de incondicionalidad,<br />
te lleva a los confines más recónditos de aquel cofre o cajita de cartón<br />
en el que <strong>un</strong>o encierra sus tesoros tan preciados.<br />
Juliana, la hermana de Pilar, no había podido tener hijos. Fue grotesca<br />
conmigo desde que timbró al teléfono de su hermana, que lo había<br />
olvidado en la oficina donde laborábamos, y me preg<strong>un</strong>tó a bocajarro:<br />
—¿Dónde está Pilar? ¿Ya sale? Dile que la estoy esperando.<br />
«¿Dile…? —repetí para mis adentros—. ¿Qué tiene esta?».<br />
Y me colgó el celular sin decirme más nada. Era la personificación<br />
de la altanería, del orgullo estúpido y la ignorancia a rabiar, bien acompañada<br />
de <strong>un</strong>a hipocresía refinada cuando se trataba de conversar con<br />
otras gentes: la de sus negocios o su trabajito. La tal juliana conocía de<br />
mí, pues su hermana se lo contaba todo, y la mujer, más que amargada<br />
por <strong>un</strong> mal día o algún cuestionamiento de su propia existencia, sabía<br />
que le había prohibido a Pilar que negociara productos de natura y otros<br />
que repartía con la hermana, demorándose a veces más de <strong>un</strong>a hora y<br />
media, sin la menor consideración de que Pilar aún trabajaba conmigo,<br />
y que recibía <strong>un</strong> sueldo por ello, no muy desalentador por cierto. Esta<br />
situación se había producido más de tres veces ya, y tuve que dejarle bien<br />
en claro a mi pareja y empleada a la vez, que el trabajo era el trabajo,<br />
y que su hermana no podía disponer de nuestro tiempo a la hora que<br />
le diera la gana, menos cuando estamos con pendientes, y le prohibí<br />
tajantemente vender los productos a los que hice mención, pues nadie<br />
molestaba a su hermana en el trabajo, y la muy conchuda sí podía darse<br />
el privilegio de molestar a su hermana por <strong>un</strong>os cuantos trapos que le<br />
82
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
regalaba. Entonces Pilar me dijo:<br />
—Ya no voy a vender nada con Juliana. Que ella haga sus cosas, pues<br />
le he dicho que me está perjudicando en mi trabajo.<br />
Y yo la creía, a pesar de intuir que siempre le había estado contando<br />
todo, que la hermana no me tragaba; que si me hablaba así por teléfono,<br />
como <strong>un</strong>a troglodita, era porque Pilar se lo contaba todo, mientras me<br />
enseñaba que sus números habían desaparecido de su celular, mas no de<br />
su memoria. Al fin y al cabo, era su hermana. ¡Y cuántas cosas habrían<br />
vivido j<strong>un</strong>tas! ¡Cuántos secretos! ¿Y yo en medio de todo aquello como<br />
mero espectador para ver qué era lo que decidían sobre mí? No, yo sabía<br />
que le decía todo, detalle por detalle, y callaba, pero le dije <strong>un</strong> día que<br />
botase los trapos viejos que le daba la hermanita, y Pilar se molestó<br />
mucho. Le dije, cuando ya vivíamos j<strong>un</strong>tos:<br />
—Mi mujer no se viste con trajes de cuarta. Te voy a comprar ropa<br />
nueva, así que deshazte de toda esa porquería. Encima de que tu<br />
hermanita te sugirió con su esposo que entregaras a tu hija… ¿Y así le<br />
tienes consideración? ¿O lo de tu hija es <strong>un</strong>a mera treta? Vamos, dime<br />
algo… algo…<br />
Pero Pilar siempre se calló. Su silencio y sus cuestionamientos a<br />
mis preg<strong>un</strong>tas me sugerían la raíz de <strong>un</strong>a fábula creada por ella y su<br />
hermana, y quién sabe, tal vez sus demás hermanos y la madre también.<br />
Pretendieron que yo hiciese lo que ella me sugería muy sutilmente, que<br />
me despojara de ciertas costumbres, como el de ahorrar para guardar pan<br />
para mayo, como se dice, como decía siempre mi mamá, por si alg<strong>un</strong>a<br />
contingencia sucedía. Pero no conseguía eso de mí. No puedo decir en<br />
desmedro mío que fuera <strong>un</strong> ridículo, nada más alejado de la verdad:<br />
había en la lista buenos y finos restaurantes, sana diversión con su hija<br />
o su mamá, a la que yo no tragaba, y ella tampoco a mí; <strong>un</strong> par de viajes<br />
bastante calurosos y alg<strong>un</strong>o que otro más que costoso, con avión y todo,<br />
trabajo de seis horas o siete como máximo. Nada de presiones, pues las<br />
presiones me las comía yo con mis clientes, y solito me las calaba con<br />
el peso de sus problemas. Ella apoyaba, y esto diré siempre en su favor,<br />
y ese apoyo era muy gentil para mis emociones ya cansadas. El fr<strong>un</strong>cir<br />
de mi ceño por la preocupación de den<strong>un</strong>cias y demandas pendientes,<br />
83
Germán Rodríguez<br />
y las mías que también debía atender, pero ella terminaba su semana,<br />
cobraba lo suyo sin agradecerlo siquiera, la llevaba en el auto hasta La<br />
Victoria, donde recogía a su hija de la casa del matón, hasta el domingo<br />
que venía más o menos a las 3 o 4 de la tarde a casa de mi madre para<br />
encontrarnos, pues devolvía a la hija a esa hora, previa coordinación<br />
con el tal Homero. Esa era la rutina. Solo ella y su familia. Allá era<br />
contenta. Conmigo solo para cumplir. Así lo percibí y así se dio para<br />
mi bien o para mi mal. No sé qué parte me tocará de las divisiones de<br />
la diosa fort<strong>un</strong>a, pero esta historia es ya de por sí <strong>un</strong> perdón a su gran<br />
apoyo, a mi afecto acostumbrado, a la mujer a la que empezaba a querer<br />
y a prodigar en cosas y cariños mi alianza para <strong>un</strong>a familia final.<br />
Es cierto, tenía miedo de mí mismo, de mi carácter, de mi conducta<br />
poco convencional, fuera de los márgenes de las reglas en mi ánimo,<br />
en mi ocupación como abogado y hasta en mi forma de pensar, pues<br />
sabía bien que no estaba emocionalmente estabilizado. Por supuesto<br />
que lo sabía, pero no porque fuera mala persona, sino porque tomaba<br />
medicamentos para la cabeza, <strong>un</strong> tanto dañada en sus neuronas y su<br />
serotonina, para poder ser <strong>un</strong> poco más feliz químicamente, pues la risa<br />
y el llanto son entrañables f<strong>un</strong>ciones de la química cerebral. Así es, así<br />
lo dicen los médicos, los expertos, no yo, y llevaba años haciéndolo,<br />
posiblemente tuviera secuelas, a<strong>un</strong>que no voy a justificar esto último.<br />
Asumiré gran parte de mi culpa, como <strong>un</strong> hombre responsable de mis<br />
actos y mis verdades. N<strong>un</strong>ca hubo retirada para mí con respecto a ella.<br />
También me comí las uñas con sus problemas y jamás pateé el tablero<br />
para alejarme, a<strong>un</strong>que hubiera sido lo más fácil cuando la cosa se puso<br />
brava, fea, oscura, pesada y desesperante. Pero cuando los problemas<br />
me tocaron a mí, cuando le dije que ya no daba para más, y se lo dije<br />
y se lo repetí en varias ocasiones, comencé a agredirla, primero verbal<br />
y luego físicamente, pero sin las agravantes de <strong>un</strong> cruento y alevoso<br />
ataque, sino a medias, como <strong>un</strong> desfogue de todo ese estrés que ella<br />
había traído a mi vida, y es que n<strong>un</strong>ca la lesioné como para que me<br />
den<strong>un</strong>ciara por ello, y hasta contó que estuve internado en <strong>un</strong> hospital de<br />
salud mental, y que era <strong>un</strong> tipo peligroso, lo dijo todo ante la policía…<br />
84
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
Luego no sé qué pasó o en que quedó todo aquello, y entonces ella no<br />
aguantó ni <strong>un</strong> mes. No se la jugó por mí, pateó el tablero como se patea<br />
a <strong>un</strong> perro que está clamando auxilio desesperada y angustiosamente.<br />
Yo sí me la jugué por ella y sus problemas, y mi orgullo estaba herido<br />
de muerte por ello. Se fue, como ya he dicho. Soy reiterativo en lo que<br />
respecta a este tema, pero me dolió tanto en su momento que creí haber<br />
perdido la brújula por primera vez en mi vida, y el no saber qué hacer<br />
era mi única consigna, <strong>un</strong>a devaluada consigna, mi única resignación<br />
y también mi único problema. Me sumí en la depresión y lloré a rabiar<br />
casi todos los días. Me abandonaron por primera vez, y dolió tanto como<br />
cuando te quedas sin energía, sin poder dar <strong>un</strong> paso, ni para adelante<br />
ni para atrás, ni para los costados, y nadie te presta la mano, a pesar<br />
de saber que lo necesitas para aferrarte a <strong>un</strong> salvavidas, para no morir<br />
abatido por la duda, el temor y la poca visibilidad de los actos <strong>humano</strong>s<br />
y su consecuente egoísmo, y de la misma naturaleza que nos delata con<br />
<strong>un</strong>a persecución implacable cuando el desamor y la retirada del amor<br />
tocan a tu ventana.<br />
El seg<strong>un</strong>do hermano en ofenderme fue el menor: «Tuputamadre,<br />
huevón, hijo de puta, ya vas a ver lo que te pasa si sigues molestando<br />
a mi hermana». Y recuerdo que en ese entonces aún yo no molestaba a<br />
Pilar de ning<strong>un</strong>a forma, no fue hasta que su exmarido nos hizo la vida<br />
insoportable, pero me gané gratuita y antojadizamente el saber que este<br />
hermano, de nombre David, creo, y digo creo, porque solo lo vi <strong>un</strong> par<br />
de veces, y me saludó en el primer encuentro, sin darme ni siquiera la<br />
mano. En ese instante le preg<strong>un</strong>té, como para iniciar <strong>un</strong> diálogo:<br />
—¿Qué pintura estás usando? —Pues se encontraba pintando parte de<br />
su humilde morada, y me respondió toscamente—: ¡Una pintura barata!<br />
Y me quedé callado. Quise salir huyendo, pues fue muy tosco, y<br />
percibí que no quería que yo estuviese sentado en su casa, pero me dije<br />
a mí mismo: «A todos hay que comprenderlos, justificarlos; quién sabe,<br />
habrá tenido <strong>un</strong> mal día. De este mismo hermano, Pilar me dijo que se<br />
encontraba «cabezón» 1 , pues su mujer estaba de parto, la primera hijita<br />
de ambos, y la seg<strong>un</strong>da de su conviviente, y no había nada de ropita para<br />
1 Preocupado<br />
85
Germán Rodríguez<br />
la bebé, pues con las justas había conseguido para el parto y la c<strong>un</strong>ita.<br />
Recuerdo haber llegado a casa y haber buscado entre las ropas de las que<br />
alg<strong>un</strong>a vez vendimos con mamá en <strong>un</strong> pequeño negocio que hicimos, en<br />
el rubro de ajuares para bebés, alg<strong>un</strong>a que otra toallita de baño, baberos<br />
pequeños y de mandil y algún bebe-crece 2 o para el uso diario, y noté<br />
que nos quedaban muy pocos. Mientras tanto, le dije a mi madre que<br />
me consiguiera algo más para dárselo a Pilar, para que pudiera dárselo<br />
a su hermano durante el fin de semana, mientras estaba en su casa,<br />
pues no tenían ya dinero para que la bebé pudiera venir a este m<strong>un</strong>do,<br />
al menos con <strong>un</strong> manto cubierto de dignidad y decencia, y alg<strong>un</strong>a que<br />
otra prenda bonita para las fotos. Al final, parece que pudieron j<strong>un</strong>tar<br />
<strong>un</strong> poco de dinero entre sus demás hermanos para contribuir con David<br />
y su mujer, y así poner linda a la bebé para el álbum de la familia. El<br />
hermano era soldador en <strong>un</strong>a empresa que recién lo había contratado,<br />
sé que trabajaba hasta los domingos con tal de que le pagaran las horas<br />
extras y llevar <strong>un</strong> poco más grueso el sobre, y eso que vivían en casa de<br />
los padres. ¿Alquilar algo? Ni pensarlo. Creo sinceramente que no les<br />
hubiera alcanzado, y el amor muchas veces se extingue cuando el dinero<br />
patea la puerta con zozobra y no te pide permiso para ello. Entonces<br />
es cuando el hambre azota como <strong>un</strong>a batalla cruel donde el hormigueo<br />
empieza a sentirse en el estómago y las p<strong>un</strong>tas filudas en las venas, pues<br />
no hay sangre que recorra mientras no hay alimento que nutra.<br />
Este mismo hermano fue el que Pilar me recomendó para que pintara<br />
mi oficina. Sus oficios eran variados: pintor de brocha gorda, soldador,<br />
gasfitero, construcción civil y otros ramos parecidos. Pero cuando aún no<br />
trabajaba en la empresa como soldador, con <strong>un</strong> salario y sus beneficios,<br />
a<strong>un</strong>que no muy generosos, pero seguros a fin de mes, Pilar me lo ofreció<br />
varias veces para el trabajito de la oficina. No sé por qué rara o gentil<br />
intuición no acepté que pintara en mi centro de trabajo. ¿Temía algo?<br />
¿No me sentía seguro aún de Pilar? ¿O es que la contestación brusca<br />
y hostil que me dio David en su casa, cuando yo solo pretendía ser<br />
amable, terminó por enfriar el entusiasmo de caerle bien a la familia,<br />
empezando por él? Supe que era esto último, o que todo se confabulaba<br />
2 Ropita ligera para dormir<br />
86
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
para poder decirle a Pilar, con <strong>un</strong>a mentirilla, que no tenía dinero en<br />
aquel momento, que ese era <strong>un</strong> trabajo que había que pagar al contado y<br />
que debíamos esperar <strong>un</strong> poco. Ella no se lo tragaba, pues tenía malicia,<br />
y te miraba, y eso le bastaba para saber que estabas dándole rodeos a<br />
la situación. Después de aquello, ya casi ni me tocó el tema. Supo que<br />
lo estaba rechazando. Era mujer de ojos muy vivaces. Engañarla con<br />
<strong>un</strong>a mentira blanda, a<strong>un</strong>que le llevase kilómetros de kilómetros en el<br />
arte de hablar bien no se acercaba ni siquiera a lo mínimo de su astucia,<br />
y entonces ella supo que su hermano no me había caído bien desde que<br />
me contestó bruscamente en su casa aquel día. Y bien que tuve razón<br />
en no recibirlo jamás, pues me insultó sin que yo le agrediese o le<br />
contrariase en algo. Fueron insultos totalmente injustificados y acaecidos<br />
desde <strong>un</strong> teléfono público que se prestaba para la complicidad de este<br />
desagradecido, que jamás dio <strong>un</strong> gracias (todos los hermanos parecían<br />
carecer de esta palabrita, que a pesar de ser tan chiquita, significa <strong>un</strong>a<br />
inmensidad de cosas buenas) por la ropita que se le dio, y sabe Dios<br />
que se la ofrecimos con todo el corazón mi madre y yo, y aquí sí que<br />
no se tomó siquiera la molestia de llamar por teléfono para al menos<br />
ser gentil. También creo que veía el m<strong>un</strong>do de forma distorsionada, y<br />
que su pasado lo ensombrecía. Siempre justificando a cualquiera. Pero<br />
así soy yo.<br />
Tal vez la hermana se confabuló con todo esto, pues ahora que lo<br />
recuerdo todo como de <strong>un</strong> tirón, Pilar me comentó que le había prestado<br />
dinero al mayor de los hermanos y a éste último, y andaba diciendo que<br />
aún no le pagaban. ¿Entonces recurrían a la hermana para la semanita?<br />
Semanita que yo daba. Ya fuera por el trabajo que ella prestaba, o por<br />
el placer que me procuraba. En mi favor diré que también le procuré<br />
mucho placer y le compré sus cosas: zapatos, chompas, blusas, <strong>un</strong> par<br />
de sacos, además de buenos restaurantes y demás amabilidades que<br />
siempre ayudan a estabilizar <strong>un</strong>a relación. Y la preg<strong>un</strong>ta es: ¿Qué saco<br />
de todo esto? ¿Por qué? ¿Acaso esta mujer no se lo ganó con su trabajo<br />
en la oficina, ridículo? Y yo contestaría con <strong>un</strong> rot<strong>un</strong>do ¡no! Todo lo que<br />
hacía lo ejecutó por cumplir, solo por cumplir, para cobrar su semana<br />
87
Germán Rodríguez<br />
y comisiones por el trabajo realizado, que casi siempre ejecutaba yo,<br />
y por hacerla sentir bien se lo daba. Así se ayudaba y sonreía más para<br />
conmigo y entonces me sentía yo más feliz. ¡Qué tonto! ¡Qué estúpido<br />
de mi parte! Pues muchas veces no había trabajo, y nos divertíamos<br />
el resto del día, sin prever que vendrían momentos difíciles, pero esto<br />
a ella parecía importarle poco menos que si me diera <strong>un</strong> infarto o <strong>un</strong><br />
derrame de tanta presión.<br />
Los demás detalles quedan a la imaginación de los lectores. Tampoco<br />
voy a contar cada signo vital o cada acto. Solo diré que la pasábamos<br />
muy bien, y que tras las sábanas retorcidas y estrujadas, nuestro placer<br />
se j<strong>un</strong>taba con alg<strong>un</strong>a que otra compra, y la cama terminaba agotada<br />
de tanto estar ahí, hasta la salida del lugar a donde íbamos (esto aún<br />
antes de vivir j<strong>un</strong>tos), y relajarnos con alg<strong>un</strong>a que otra comida en <strong>un</strong><br />
buen lugar, y el regalo (que no faltó), y que siempre regocijaba la más<br />
íntima saciedad del espíritu.<br />
La tercera hermana en crearme <strong>un</strong> desasosiego desde que la vi fue<br />
Silvia. La menor de todas. Fiel al estilo moderno de las chicas de 25<br />
a 28 años, vestía bastante provocativa, con los labios bien delineados<br />
con <strong>un</strong> contorno suave y el color a la medida de su ropa, de muy buena<br />
calidad, por cierto. Según los datos que pude recabar de ella, era la más<br />
paradita, la que tenía más dinero que los demás. Aparte, se casó con <strong>un</strong><br />
cholito de pura cepa, pero con plata, y luego divorciado, pero parece<br />
que la pensión era suficiente para vivir ella y su hijo tranquilos, pues<br />
el papá del muchacho en cuestión era negociante y tenía sus capitales<br />
fluyendo. No le iba nada mal. Sabe Dios por qué se habrían divorciado.<br />
Pero bastaron las palabras de mi mujer, en <strong>un</strong>a sola frase bien directa,<br />
como <strong>un</strong>a estocada, mientras charlábamos, «Ojalá Silvia siente ya la<br />
cabeza», para darme cuenta de que la muchacha n<strong>un</strong>ca había estado<br />
tranquila. Si así era su temperamento, eso no me interesa a mí; solo que<br />
delataba con sus actos a sus otras hermanas, pues Pilar a veces soltaba<br />
alg<strong>un</strong>a que otra frasecita que si tal vez jamás la hubiese mencionado,<br />
posiblemente seguiríamos j<strong>un</strong>tos, a<strong>un</strong>que esto es ya suficientemente<br />
raro como para ponerse a hacer cuentas de lo que pudo ser y no resultó.<br />
Silvia era delgada, de rasgos finos, con <strong>un</strong>os ojos lo suficientemente<br />
88
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
vivaces como para provocarte cualquier cambio de sentimientos; la nariz<br />
refilada como si <strong>un</strong> cirujano le hubiese dado <strong>un</strong> perfil más clásico y<br />
sensual a la vez, de pómulos pequeños pero casi perfectos en su tamaño,<br />
acordes a la cara; con <strong>un</strong> pelo ligeramente rojizo que la hacía parecer<br />
<strong>un</strong>a verdadera beldad. Cuando habló y me saludó, me dijo:<br />
—¡Tú y mi hermana estáis saliendo…! —Y movió la cabeza como<br />
sonriéndose—. ¡Qué bien! Después me cuentas todo y hasta exageras<br />
—y se rio como muchacha de barrio, muy orondamente y sin la gracia<br />
de <strong>un</strong>a dama.<br />
Esto me pareció que la afeaba <strong>un</strong> tanto, y cuando siguió hablando,<br />
supe bien que era caprichosa, altanera, muy pero muy buena para<br />
conversar y esperar de ti, con sus ojos vivaces, la respuesta correcta. Y<br />
eso no me gustó. Le dije a Pilar que mejor nos íbamos a caminar por<br />
ahí, y accedió, no sin antes poner <strong>un</strong>a cara como de quien dice: «¿Qué<br />
te pasa, ah?». Pero me tragué la lengua y luego salimos. Me disculpé por<br />
lo rápido de mi visita, y de plano supe que la tal Silvia estaba para <strong>un</strong>a<br />
buena tiradera 3 y nada más; me abrazó rodeándome el cuello cuando<br />
me fui, y me dijo:<br />
—Que te vaya bien, cuídate.<br />
Y le dije lo mismo por amabilidad y cierta dosis de hipocresía, que la<br />
hermanita menor utilizaba a granel. Lo mío quedaba como mera reserva<br />
de mis buenas intenciones y de mi caballerosidad. Menos mal que se<br />
encontró con su enamorado, de quien prefiero no recordar el nombre,<br />
pues con este me conf<strong>un</strong>dió Pilar en dos ocasiones. Claro, que los dos<br />
nombres empezaban con G, pero me disgustaba la sola idea de saber<br />
que entre hermanas se pudieran prestar a los enamorados, o que si<br />
alg<strong>un</strong>a actuaba para su beneficio sexual con alg<strong>un</strong>o de ellos, lo hiciese<br />
secretamente sin que la otra ni nadie se enterase.<br />
Pero esto son solo indicios y conjeturas. A<strong>un</strong>que a mi favor diré que<br />
el tipo miraba a Pilar de pies a cabeza, y esta le dedicaba <strong>un</strong>a mirada<br />
displicente cuando el hombrecito le comentaba algo. No me gustó nada<br />
ese intercambio verbal, y por ello también me marché del lugar, de<br />
la salita de Silvia, mientras en el camino le hacía conocer a Pilar mi<br />
3 Para <strong>un</strong> buen polvo<br />
89
Germán Rodríguez<br />
disgusto. Quizás n<strong>un</strong>ca se lo hubiese hecho saber, pero me conf<strong>un</strong>dió<br />
de nombre cuando dijo:<br />
—Mamá, G… ya se va.<br />
Y entonces me surgió la duda, como cuando <strong>un</strong>o no sabe con quién<br />
está, o como si la oscuridad no pareciera tan natural a la hora que le<br />
toca. Esto es contradictorio, pero expresa la razón real de las mentiras<br />
que se distraían con el silencio cómplice del rostro apenas ingenuo de<br />
Pilar y su juramento de que jamás estuvo con ese muchacho. ¿La creí?<br />
N<strong>un</strong>ca. Pero trataba de que esto no molestara mi memoria y olvidé ese<br />
episodio por buen tiempo.<br />
Al principio, y retomando el haber visto a Silvia, me dije: «¿Por qué<br />
no fue ella la que se me apareció? ¡Caray! Y es que la mujer me gustaba.<br />
Pero había respeto, y no podía jugar así con su familia. Luego vino todo<br />
lo que ya dije, y se me esfumó, no por casualidad, pues nada es casual en<br />
esta vida, la virtud que Silvia, la hermana, guardaba muy celosamente.<br />
Su sonrisa perfectamente preparada, nada espontánea, pero a la postre<br />
<strong>un</strong>a grata sonrisa que generaba confianza y buen humor, pero he aquí<br />
que f<strong>un</strong>ciona la intuición, y esta no me fallaba, y desde que se sonrío<br />
delante de mí, la vi fea, ¡decididamente horrible! No me generó ni <strong>un</strong><br />
ápice de confianza, y más bien le tuve cierto resquemor. Parecía que el<br />
alma de mi padre me había poseído para protegerme y darme todas las<br />
salidas posibles a mis problemas o a los que vendrían. Él estaba detrás<br />
de todo, y por ello amo tanto a papá Giacomo; los dos nos llamábamos<br />
igual, y sigo besando su foto en señal de cariño, de respeto y de amor<br />
por su grandeza. A<strong>un</strong> lo sigo admirando, y seguiré haciéndolo hasta que<br />
Dios me dé el último visto bueno, el suspiro final, y vaya a acompañarlo<br />
para conversar y reír j<strong>un</strong>tos.<br />
Diré para continuar con este relato que Silvia se me aparecía ahora<br />
como cualquier chica bien arregladita, pero sin ning<strong>un</strong>a gracia; mientras<br />
Pilar se me iba metiendo cada vez más en la diaria costumbre de los<br />
antojadizos sentimentalismos que me agujereaban el corazón como a<br />
<strong>un</strong> niño que juega con su primer juguete, o con el recién comprado,<br />
pero que tiene la mala costumbre de no dejarlo para nada, como otros<br />
90
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
chicos sí lo hacen, con la ilusión de que este juego no termine n<strong>un</strong>ca,<br />
o de guardarse al menos <strong>un</strong> recuerdo duradero y afectuoso de aquel.<br />
Silvia me llamó varias veces cuando el matón se dirigió hasta la<br />
casa de ellos para llevarse a la hija de Pilar, que mi entonces mujer se<br />
había llevado contra toda regla, pues ya antes había firmado <strong>un</strong> acta<br />
de conciliación extrajudicial con la calidad de sentencia para que el<br />
padre poseyera la custodia y ella <strong>un</strong> régimen de visitas. ¿La sustrajo<br />
por capricho? ¿Porque quería darle la contra al exmarido? No lo sé.<br />
Homero le había causado mucho daño, y en su esperanza de formar <strong>un</strong><br />
hogar con él, como Pilar misma me había dicho, había soportado los<br />
vejámenes de este bruto, y tal vez se acostumbró a ellos, pero terminó<br />
marchándose de la casa. Sin embargo, ella jamás estuvo tranquila,<br />
por lo que supe, y quién sabe si la tal Pilar, la que dormía conmigo, se<br />
estuviese divirtiendo con otros hombres cuando su hija permanecía en<br />
custodia de su padre (cuando yo aún no la conocía), cuando estos dos<br />
se encontraban separados recientemente. Y así fue. Pilar había llevado<br />
<strong>un</strong>a vida <strong>un</strong> tanto desordenada: <strong>un</strong> hombre por aquí, otro por allá, y es<br />
que no se podía sacar a la hija de la cabeza, como tantas veces me dijo,<br />
y según sus propias confesiones, que no se las creí del todo, fue lo que<br />
la llevó a tener esta vida libertina y sin reglas. El matoncito guardaba<br />
resentimiento por ello, pues quizás ansiaba volver con ella. A la postre<br />
era muchacha simpática, y me dijo alg<strong>un</strong>a vez en el auto, mientras<br />
salíamos a pasear, que el tipejo de Homero le pidió que volvieran antes<br />
de que nos conociéramos, y ella le espetó <strong>un</strong>a rot<strong>un</strong>da negativa. Ella<br />
también hizo lo suyo, por cierto, para vengarse de las torturas de este<br />
muerto de hambre, ignorante por donde se le mire, que solo manejaba<br />
el auto y la pistola y <strong>un</strong>a mirada rapaz a la perfección, pero de cerebro<br />
nada; la masa gris se la habían tragado los gusanos con sus cortezas y<br />
parámetros frontales y todo lo que constituye el lado de la cordura y la<br />
inteligencia. Era, pues, de esperar que cualquier día le pasase algo a este<br />
tipejo. Pero ahora se lo dejo todo a la buena de Dios. Diré que mientras<br />
este matón disparaba contra <strong>un</strong>o de los hermanos de Pilar, pero al suelo,<br />
para amedrentarlo, me contó que se portaron avezados y conflictivos<br />
cuando fue a la casa de la mamá de su hija, mientras Silvia, la hermana<br />
91
Germán Rodríguez<br />
menor, me llamaba para darle alg<strong>un</strong>a solución al respecto (solución que<br />
tenía mucho que ver con el dinero, como insinuándome que se venían<br />
problemas mayores, y que mi ayuda como abogado no bastaba, sino que<br />
el vil dinero era la solución, y que se lo enviase. Esto no me lo dijeron<br />
explícitamente, solo se dedujo de la forma en que se escandalizaban<br />
ante el alboroto de que el matón volviera a hacer de las suyas, con sus<br />
amigos de mala j<strong>un</strong>ta, cerca de la casa de la mamá de Pilar o dentro de<br />
ella). Pilar estaba desesperada, pero al hablar con ella, después de los<br />
interludios con Silvia, noté su voz bastante tranquila, nada nerviosa, y<br />
entonces… La desesperación era <strong>un</strong> recurso barato que utilizaban los<br />
hermanos o la tal Silvia para que les enviara dinero. Sí, eso era. Ya no<br />
tengo la menor duda. Pero yo le explicaba con devoción y preocupación<br />
cómo debían actuar. Esto no les interesaba. La conclusión perfecta:<br />
querían el vil dinero, lo que pensé en darles, pero si no se necesitaba en<br />
ese momento, yo no iba a malgastarlo. No por ridículo, sino porque me<br />
gustaba utilizar el dinero solo para cosas urgentes e importantes. Aquí<br />
la urgencia estaba tergiversada, y se podía solucionar de otras formas. Y<br />
entonces, yo no hice nada en ese momento para darle ese preciado regalo<br />
a Pilar, pues también el negocio había bajado y tenía deudas que cubrir.<br />
Sin embargo, he dicho que jamás le negué nada, y le pagaba <strong>un</strong> salario<br />
gentil más <strong>un</strong>as comisiones que la dejaban satisfecha hasta cierto p<strong>un</strong>to.<br />
De esto se dio cuenta la hermanita, la tal Silvia, y como ya dije, revestida<br />
de <strong>un</strong>a hipocresía a granel, esta última también me ref<strong>un</strong>dió con palabras<br />
de mal gusto en su celular, por mensaje de texto, y después poniéndolo<br />
por altavoz. Al querer com<strong>un</strong>icarme con la hermanita, esta mencionó:<br />
«Tengo las pruebas de los hostales, Pilar, y además ya te dije: ¿qué<br />
haces con ese sujeto? ¿Para qué te sirve? Ya hablamos de ello. Tú haz<br />
lo que ya hemos hablado. De <strong>un</strong>a vez hazlo. ¿No te das cuenta o qué?<br />
No te eches para atrás». Se refería a mí. Le dije a Pilar que me pasara el<br />
celular; no quiso, se lo quité de las manos, y le respondí a la hermana.<br />
Esta me acalló con <strong>un</strong>a andanada de groserías y <strong>un</strong>a boca escandalosa<br />
como ning<strong>un</strong>a. Estaba en lo cierto. Era <strong>un</strong>a veleta grosera y simplona,<br />
quizás <strong>un</strong>a prostituta refinada y asolapada, y n<strong>un</strong>ca hube hecho yo<br />
nada contra ella, pero así te pagan las buenas intenciones, con insultos<br />
92
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
y contrariedades que te terminan por malograr los nervios y limitarte<br />
a ser <strong>un</strong> títere si así ellas lo hubiesen querido, siempre y cuando <strong>un</strong>o<br />
estuviese loco por cualquiera de las hermanas.<br />
Ya viene la última, la tal Juliana. Pero les comentaré que no soy de<br />
enamorarme como <strong>un</strong> burro terco e imprevisible, me doy cuenta de lo<br />
que pasa, y para llevar la fiesta en paz también suelo ser cortés y afable<br />
hasta cierto p<strong>un</strong>to, cuando hinchadas ya las pelotas de tanto cojudeo,<br />
me harto y exploto como tal vez nadie se lo esperaba.<br />
El buenito de Giacomo terminaba por convertirse en <strong>un</strong>a bestia furiosa<br />
y descontrolada. Ya he dicho que no lo podía evitar, y jamás pude<br />
en mi sano juicio evitar lo que vendría tiempo después. Lo que tuve<br />
que decirle por el celular se quedó apenas en jadeos, pues la tal Silvia<br />
manejaba <strong>un</strong>a lengua bípeda y bien calibrada como para silenciarte si<br />
algo no le gustaba. Y eso que yo reclamaba y también me encolerizaba<br />
con avidez, pero terminó ganándome la partida, apagando con esa voz<br />
temperamental, como de placera de barrio chico, el último resquicio de<br />
decirle por qué reaccionaba así. Al final, creo que ni me escuchó, pero<br />
le dije: «Vete a la mierda, huevona», y corté el celular con furia. Esta<br />
volvió a llamar, la tal Silvia, y apagué el teléfono. Pilar me miraba de<br />
reojo con disgusto, y yo le metí <strong>un</strong> lapo por meterme en tanto problema.<br />
Así desfogaba la furia contenida.<br />
La última, <strong>un</strong>a mujer de bonitas y graciosas facciones en las fotografías<br />
donde pude verla, ya fuera al lado de su familia o con el pelele<br />
de su marido, supe que se había casado porque el tipo era bonachón y<br />
trabajadorcito, y le daba sus gustos a la tal Juliana, y conocía de su más<br />
íntimo secreto: el haber sido violada en su niñez o pubertad. Eso no lo<br />
puedo determinar. Y tampoco he podido saber a ciencia cierta si fue el<br />
pervertido de Teodoro, el padre, o algún borracho de la calle o amigo del<br />
«gran padre». A<strong>un</strong>que mis dudas parecen despejarse cuando veía a Pilar<br />
y lo patética que había sido su narración cuando me dijo que el viejo<br />
había abusado de ella. Juliana tenía <strong>un</strong> carácter explosivo. ¿Saben?, no<br />
quise verla n<strong>un</strong>ca, me resultaba repulsiva por su solo comportamiento,<br />
tal vez presentía que si la trataba se me iba a salir a mí también el<br />
demonio de todos los confines de mi cuerpo, pues la mujer, furiosa<br />
93
Germán Rodríguez<br />
o rabiosa, se bifurcaba como <strong>un</strong> animal extraño que dependía de la<br />
personalidad amable y complaciente, mientras que su otro antifaz era<br />
la de la mujer corriente, vulgar, idiota, furib<strong>un</strong>da, frustrada y renegona,<br />
calificativos que solo asomaban como <strong>un</strong> recuento de lo que mostraba,<br />
pues en lo íntimo jamás pude conocerla.<br />
Bastó intuirla en <strong>un</strong>a que otra conversación por teléfono para establecer<br />
que la mujer mostraba a<strong>un</strong> <strong>un</strong>a tercera personalidad, la de la mujer<br />
amorosa, e incluso diría la que tomaba la posición de madre coraje: tal<br />
vez por su posición de no poder serlo. No por decisión. Ya lo he dicho.<br />
No podía. Su aparato uterino no f<strong>un</strong>cionaba, o sus óvulos mostraban ya<br />
la apariencia de los de <strong>un</strong>a mujer en decadencia, a pesar de sus treinta y<br />
seis años. Yo sabía que la violación tenía mucho que ver en todo esto.<br />
Una mujer abusada y vejada se sume en el más prof<strong>un</strong>do resentimiento,<br />
a<strong>un</strong>que crea haber curado sus heridas, o se las dé de liberal y coquetee<br />
con cualquiera a ver si liga lo que ya su agresor le dejó de muy pequeña:<br />
el placer escondido; virtualmente <strong>un</strong> placer al que todos tenemos derecho,<br />
pero que a temprana edad no se sabe cómo manejarlo y arraiga en <strong>un</strong><br />
instinto sexual mórbido que puede caer en el desenfreno. Es por ello que<br />
muchas mujeres abusadas sexualmente caen fácil en la prostitución, en<br />
la liberalidad del sexo y la ninfomanía, o en su defecto, en el apartarse<br />
de los vaivenes del temperamento que les dejó no solo <strong>un</strong> gran vacío,<br />
sino también <strong>un</strong> gozoso placer sucio y desequilibrado que no saben<br />
cómo controlar o erradicar. Entonces me daba perfecta cuenta de que<br />
las secuelas de la violación no se habían curado en su totalidad; n<strong>un</strong>ca<br />
se curan del todo, pero se puede remediar el resentimiento y la cólera,<br />
y el trauma, con ciertas terapias anti choque y alg<strong>un</strong>a que otra medicina<br />
y ejercicios espirituales. Se puede transformar pacientemente, para que<br />
salga a la luz el tan exquisito placer de vivir y hacer realidad los deseos<br />
no logrados. Y aquí el deseo no logrado era muy claro: no poder tener<br />
hijos. No era el varón, el pelele de su marido, <strong>un</strong> estudiante de sistemas<br />
que no merece más de dos líneas, manipulable y sin personalidad. Tal<br />
vez <strong>demasiado</strong> enamorado de su mujer. A<strong>un</strong>que hombres sin carácter<br />
se ven ahora bastantes, como si de sardinas apretadas se tratara. Era<br />
la tal Juliana, y como ya dije, primero debía curar el alma para sanar<br />
94
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
el cuerpo y concebir.<br />
Esto lo redescubro a través de mis lecturas, y creo que quizás pude<br />
haber hablado con ella de esto, pero así como se comportó conmigo,<br />
no me quedó otra que apartarme, y apartar a Pilar de la que consideraba<br />
su santa patrona, pues todo se lo contaba. Convencía a mi mujer con<br />
regalitos de seg<strong>un</strong>da mano. Un par de sacos ya usados, o blusitas de<br />
media estación, pero la ayudadita ameritaba la contribución de Pilar,<br />
y su tiempo. No era gratis la dádiva, n<strong>un</strong>ca lo fue. Ya he dicho que<br />
conocía bien a la gente. Mi profesión de abogado me permite analizar a<br />
diario a muchas personas, su psicología, su forma de trato, sus maneras<br />
hipócritas o auténticas de comportarse, o su inusual personalidad volátil.<br />
En fin, las buenas o malas intenciones han asomado por mi oficina como<br />
lluvia fresca o aves carroñeras en diversos tiempos, y conozco a la<br />
persona apenas oigo su voz: si es conchudo el manejo de su alocución,<br />
la criollada perfecta que creen ejecutar, la pendejada asolapada… Por<br />
ello, el primer telefonazo de Juliana al celular de su hermana, que había<br />
olvidado en mi oficina, la retrató en su mayor dimensión: agresiva,<br />
intolerante, insufrible, <strong>un</strong>a puta redomada en toda su vibración. Luego,<br />
cuando Pilar y yo nos fuimos a vivir j<strong>un</strong>tos, le prohibí por <strong>un</strong> tiempo<br />
que viera a la sierpe venenosa, a la tal juliana. Su esposo era <strong>un</strong> mártir<br />
más de la mediocridad. Nada más parecido a las personas que n<strong>un</strong>ca<br />
aparecen sino como meros espectadores, con objetivos tibios, pero sin<br />
<strong>un</strong> apasionamiento que los ponga en <strong>un</strong> pedestal para admirar. Nada<br />
más para hablar de este pobre hombrecillo.<br />
Le dije a Pilar <strong>un</strong> día, que mientras vivíamos en nuestra casa (la que<br />
alquilamos), no trajera regalitos de seg<strong>un</strong>da o tercera mano, que yo<br />
sabía que eran de Juliana. Y es que <strong>un</strong> día me molesté con ella, porque<br />
estuve tan entusiasmado de ir a casa de la mamá de Pilar (cuando aún<br />
no vivíamos j<strong>un</strong>tos), a verla a ella y sacarla a pasear j<strong>un</strong>to con su hija,<br />
cuando de pronto me lanzó la respuesta:<br />
—¡No vengas! ¡No!<br />
—¿Por qué? —le inquirí—. ¿No quieres que nos veamos <strong>un</strong> ratito,<br />
amor?<br />
—No, no es eso; lo que sucede es que me voy a la casa de Juliana,<br />
95
Germán Rodríguez<br />
pues hoy es el último día que la voy a poder ver antes de que mi hermana<br />
se someta a <strong>un</strong> último tratamiento para que quede embarazada.<br />
—¡Ah! Ya. Pero debiste haberme avisado, Pilar. No me dices nada.<br />
Me haces resentir, perder todo el entusiasmo de querer ir a verte y pasear<br />
<strong>un</strong> rato contigo y tu hija. Parece que no confías en mí.<br />
—Ay, Giacomo, todo te lo tomas a pecho.<br />
—¿Cómo que a pecho? Eres mi mujer, caray. Solo te digo lo que<br />
siento. ¡Qué! ¿Acaso eso te molesta?<br />
—Por favor, ya basta —me decía, y se molestaba, cuando el molesto<br />
debía ser yo. Entonces le espeté—: Dame la dirección de tu hermana<br />
para poder ir y encontrarnos ahí.<br />
—¡No! Giacomo, es que solo voy a ir a limpiar.<br />
—¡Ah! ¿Cómo que a limpiar? ¿Es que tu hermana te hace trabajar para<br />
darte algo a cambio? ¡Qué mierda! —dije—. Ya sé. ¡A tu hermanita no<br />
le caigo ni <strong>un</strong> carajo! ¿Por qué mientes? ¿Por qué no eres más sincera?<br />
Sé que tu hermana no me soporta como yo tampoco a ella. Dejémonos<br />
de hipocresías. ¿Para qué mentir? La honestidad ante todo, Pilar.<br />
—Ya, Giacomo, basta. Yo voy a ir solo a ayudarla, y me quedo<br />
a dormir con mi hija, pues creo que Silvia va con su enamorado, y<br />
Juliana quiere que cantemos <strong>un</strong> poco en el karaoke de su casa como<br />
para relajarnos.<br />
—Qué bien —le dije, bastante amargado y angustiado—. ¡Diviértanse!<br />
O sea que ella sí va, ¿y con el enamorado encima? ¿Y yo qué soy? ¿Un<br />
trasto? ¿Por qué no me das mi lugar?<br />
—Ya no me fastidies, Giacomo. Total, por último, ya no voy pues<br />
—me dijo—. Ya estarás contento.<br />
Y colgó el celular. Luego de ello hizo caso omiso a mis siguientes<br />
llamadas y apagó el celular. Me irrité tanto que quise ir a buscarla a su<br />
casa, después supe instantáneamente que ello me causaría problemas.<br />
Los hermanos no eran buena fuente de aceptación y mucho menos de<br />
acercamiento. Reprimí los ánimos y esperé a que amaneciera.<br />
Casi no dormí, y apenas al despertarme la timbré de nuevo. Esta vez<br />
contestó y con voz pausada me dijo:<br />
—¿Ya estás más tranquilo?<br />
96
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
Y le dije:<br />
—Qué conchuda eres. Yo angustiado, sin poder dormir, y tú ¿qué?<br />
—Mi hija se puso mal, Giacomo, le dio infección a las vías urinarias.<br />
Lo nuestro ahora no me importa. Primero es mi hija. ¡Sí! Está bien.<br />
—Tienes razón —le dije, a<strong>un</strong>que con la cólera aguantada.<br />
—Tuve que recurrir a <strong>un</strong> médico particular anoche, y tú preocupándote<br />
si iba o no a mi hermana.<br />
Le dije:<br />
—Claro, si no hubiese sucedido aquello de tu hija, seguro que ibas…<br />
Pero pronto advertí que lo importante era saber cómo estaba la niña,<br />
y me refirió que aún faltaba que le pusieran las inyecciones.<br />
—Creo que me la voy a quedar, la voy esconder bajo tierra a<strong>un</strong>que<br />
sea, como tú y otros abogados me dijeron. Ya no aguanto estar sin mi<br />
hija por culpa de ese idiota que me la quitó con mentiras e inventos.<br />
—Pero yo no te dije eso, Pilar, recapacita. Vas a perder cualquier<br />
juicio y vas a complicar tu situación legal. Él tiene la custodia, ese<br />
matón no te va a dejar tranquila, no nos va a dejar vivir en paz. Lo<br />
sé. —Ya no supe que más decirle, y ella se aferró a la idea de primero<br />
curarla totalmente, pues le recomendaron siete inyecciones, y tal vez<br />
luego se la entregaría, a<strong>un</strong>que no sé si fingía en esto. La duda te corroe<br />
cuando la persona es inestable, y ella lo era, y no había más qué hacer<br />
sino esperar el próximo paso.<br />
La angustia se apoderó de mí. A ella parecía importarle poco, pues<br />
fresca como <strong>un</strong>a lechuga se tomaba las cosas con más calma que serenidad<br />
espontánea. Luego vendría <strong>un</strong> sinsabor escabroso.<br />
97
Amenazas y desengaños<br />
El matón llegó a la casa de la madre de Pilar ya entrada la noche, con<br />
tres sujetos más de su misma calaña en <strong>un</strong> auto Hy<strong>un</strong>dai, se enf<strong>un</strong>dó la<br />
pistola en el cinto y fue directo a tocarle a la puerta. Horas después, en la<br />
comisaría más cercana al lugar donde vivía Pilar y su familia se generó<br />
la den<strong>un</strong>cia por tentativa de homicidio y peligro común. Los efectivos<br />
de la Dirincri habían encontrado <strong>un</strong> casquillo de bala a tres metros de la<br />
puerta de entrada, y abrieron el procedimiento respectivo: las citaciones,<br />
la muestra para que el matón se hiciera la prueba de absorción atómica<br />
y demás cosas de ley. Ella me llamó desesperada esta vez, diciéndome:<br />
—Pasó lo que tenía que pasar, Giacomo. El muy maldito vino con<br />
otros, armado, y le disparó en el brazo a mi hermano. Lo están llevando<br />
al hospital. Y a David, el menor, lo ap<strong>un</strong>tó con el arma en la cabeza.<br />
David se enfrentó con él y le dijo: «Dispárame, conchadetumadre. Hazlo<br />
huevón». Lo provocó. Le gritamos que no dijera esas cosas. El muy<br />
cobarde bajó la pistola y huyó en el auto de sus compinches raudamente.<br />
Antes de ello, se rio en la cara del hermano y marchó.<br />
Luego, a los dos o tres días del incidente, Pilar le entregaba a la niña,<br />
porque esta salió y dijo:<br />
—Papá, hola papá.<br />
Este la cargó y se la llevó, y Pilar no opuso resistencia. Así era su<br />
inestabilidad y la pobreza que te mantiene a raya, y la amenaza que te<br />
vulnera. Total, ella la había entregado en <strong>un</strong> momento dado, y no había<br />
más que deducir de su conducta o de sus actos. El tipo den<strong>un</strong>ció a Pilar<br />
99
Germán Rodríguez<br />
por sustracción de menor, y a mí por extorsión, alegando que me había<br />
coludido con su exconviviente para secuestrar a su hija. Nada más<br />
falso, nada más siniestro. Le teníamos miedo al matón. Y su familia<br />
sufría. Antes de que el tipejo, el matoncillo guardaespaldas, ejecutara<br />
este acto, Pilar se com<strong>un</strong>icó con la tal Juliana, quien tenía alg<strong>un</strong>a que<br />
otra conexión con la prensa, por mediación de su marido, para que la<br />
televisión viniera a entrevistarnos a mi oficina. Al principio dije sí, y<br />
luego no quise que se supieran mis trapitos sucios, que no eran muchos,<br />
pero como la televisión es carroñera y hurga en toda tu vida, pues me<br />
negué a ello, y Pilar me dijo:<br />
—Sí, tienes razón, Giacomo. También van a averiguar lo de mi papá<br />
y sus líos con la vecindad y la comisaría, y que es alcohólico y…<br />
De pronto se puso a llorar desenfrenadamente.<br />
Averigüé también que al hermano jamás lo llevaron a <strong>un</strong> hospital. La<br />
bala fue directa al suelo. Así se comprobaron los hechos reales, tal y<br />
como me dijo el matón, con quien tuve que hacer migas por <strong>un</strong> tiempo.<br />
Y Pilar misma se contradijo cuando me refirió que solo era <strong>un</strong> roce, que<br />
todos se habían preocupado por llevarlo al hospital, pero que al final no<br />
se llegó a ir. Otra patraña, otra duda que ella sembraba en mí.<br />
Una noche, cuando ya le habían aplicado la inyección, creo la tercera<br />
a la niña, le dije a Pilar que tratara de estar tranquila, y resultó que el<br />
más preocupado era yo. Y le increpé su conducta.<br />
—¿Sabes qué? Ya me tienes harta. Estoy con sueño y quiero dormir,<br />
ya no molestes, voy a apagar el celular. Ya no me fastidies.<br />
—¿Fastidies? Pero si estoy preocupado por ti y por lo que les sucede,<br />
no tienes consideración, cojuda. —Y ya la ira iba en aumento.<br />
Pron<strong>un</strong>cié esta palabrita, «cojuda», y me cortó el teléfono hasta el<br />
día siguiente, creo que hasta pasado el mediodía. Yo tomaba pastillas,<br />
ella lo sabía. Y entendía que ello me provocaba mucha ansiedad y hasta<br />
podía enfermarme de los nervios, pero su sueño fue más importante.<br />
Así que en <strong>un</strong> arranque de cólera, llamé al padre de su hija, ¡qué asco!<br />
Tuve que tragarme mi orgullo y le dije que todo se podía resolver para<br />
bien. Que de todo lo legal iba a encargarme yo, incluso de archivar lo<br />
de la tentativa de homicidio, pero con la condición de que desistiera<br />
100
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
de esas den<strong>un</strong>cias tan deleznables y podridas que me había formulado,<br />
pues me estaban haciendo mucho daño. Quedamos <strong>un</strong> día en hora y<br />
sitio pactado, y lo arreglamos, no sin antes utilizar toda mi diplomacia,<br />
o hipocresía, para tratar con este energúmeno. Al final Pilar también<br />
estaba den<strong>un</strong>ciada, y las cosas iban a tomar <strong>un</strong> cauce de reconciliación<br />
aparente, pero sin den<strong>un</strong>cias por ning<strong>un</strong>a de las partes. Ya les dije que<br />
el matón comenzó con tremendos insultos, y que mi reacción se tradujo<br />
en <strong>un</strong> intempestivo huracán que me trastocó la cordura. Y fue por ello<br />
que pisé el palito, mientras que él me grababa todo lo que decía y lo<br />
que escribía. Fui <strong>demasiado</strong> tonto, o mejor dicho, <strong>demasiado</strong> ansioso.<br />
Ya mis nervios para ese entonces colapsaban, pero no podía detenerme.<br />
Pilar mentía u ocultaba las cosas, que es lo mismo al fin de cuentas (su<br />
falta de honestidad), y esto traía cola.<br />
El encuentro con el hombrecillo, de ojos rapaces como ya dije, por<br />
lo codicioso y hambriento de su mirada, justificó mi presencia a mitad<br />
de camino entre el Palacio de Justicia de Lima y el jirón Azángaro,<br />
zona bastante conocida por los lugareños, por la fama de sus negocios<br />
de falsificación de documentos al por menor y mayor. Él vino con<br />
su abogado. Llevaba los lentes oscuros, como queriendo esconder su<br />
nerviosismo, igual que Pilar los utilizaba, tal vez para ocultar sus deseos<br />
o secretos más prof<strong>un</strong>dos. Era ligeramente de corta estatura, de <strong>un</strong>os 165<br />
centímetros más o menos, cara rechoncha, ojos de buitre y suspicaces,<br />
<strong>un</strong>a nariz <strong>un</strong> tanto pequeña pero achatada como la de <strong>un</strong> boxeador<br />
novato, y el cabello ensortijado. Era de raza negra. Y supe en ese<br />
entonces, después de que se sacara los anteojos, que era <strong>un</strong> ventajero, <strong>un</strong><br />
oport<strong>un</strong>ista de quinta, rapaz y codicioso, que me dejaría apenas la camisa<br />
si se lo permitía. Me sorprendió cuando él pagó la tasa judicial para el<br />
desistimiento que le había hecho firmar a Pilar sobre los papeles de la<br />
tenencia que le íbamos ganando en el juzgado, mientras ella confiaba<br />
dudosamente en todo lo que yo hacía, pues seguro presagiaba que me<br />
vengaría por esa inestabilidad de su carácter que tanto daño me produjo.<br />
Si ella me hubiese querido, si por lo menos hubiese tenido <strong>un</strong>a consideración<br />
por mí o <strong>un</strong> mínimo de afecto, tengan por seguro que jamás<br />
hubiera entregado legalmente a la hija de Pilar. Además, el matón poseía<br />
101
Germán Rodríguez<br />
la custodia, Pilar apenas <strong>un</strong> régimen de visitas. Y tras todo este penoso<br />
accionar, mis neuronas atormentadas colapsaban y reflejaban en mi<br />
cuerpo el dolor de <strong>un</strong>a avalancha que como barro o basura fétida hubiese<br />
caído sobre mí.<br />
Diré que se resolvieron los documentos en <strong>un</strong>os tres o cuatro días,<br />
y que lo más horrible fue cuando tuve que acompañarlo en <strong>un</strong> auto<br />
destartalado, el del matoncito, hasta las afueras de Huachipa, para resolver<br />
su caso en <strong>un</strong>a comisaría cercana y luego acudir a la fiscalía. El<br />
hijo de puta me tomó tanto cariño que me contó varias intimidades de<br />
la familia de Pilar, y de lo fresca, conchuda y putañosa que esta era.<br />
—Si contigo se lleva bien, ahí tú. Yo ya no meto la pata —me dijo—,<br />
¡ni que fuera huevón! —Y se fue riendo entre dientes.<br />
Lo soporté, no sé cómo. Quise arrancarle la nariz de <strong>un</strong> mordisco y<br />
la cabeza de <strong>un</strong> tajo, o empujarlo del auto para que muriera arrollado,<br />
pero no pude, n<strong>un</strong>ca pude en los dos trayectos que hicimos. Pensé en<br />
mi familia, en mí, en mi madre, y no tenía el valor o la estupidez para<br />
hacerlo, pues jamás hube hecho ese daño a alguien. Creo que hasta por<br />
hipocresía simpaticé con él y me granjeé <strong>un</strong> tanto su amistad. «Las cosas<br />
no se pueden parecer a <strong>un</strong>a amistad verdadera cuando de por medio hay<br />
<strong>un</strong>a hija o <strong>un</strong>a expareja que se fue, que lo dejó a <strong>un</strong>o con <strong>un</strong>a herida<br />
sangrante, que se revolcó al rato con otros; lo que existe son ganas de<br />
hacer daño, venganza, envidia y hasta resentimiento del más hostil, la<br />
amargura hecha presa de <strong>un</strong> buitre carroñero, y que con <strong>un</strong>a sola sonrisa,<br />
que se sabe cuentera y bonachona, lo borra todo por <strong>un</strong> breve tiempo.<br />
Luego no es más que <strong>un</strong> espejismo que se cruzó como <strong>un</strong> paréntesis en<br />
tu vida y te dejó sabor a hiel y <strong>un</strong> carcinoma en el alma».<br />
Y es que yo, al tratar de simpatizar con Homero, llegué a tomarle<br />
hasta <strong>un</strong> tanto de simpatía, pero de la buena; sin embargo, descubrí en<br />
él que su interés para conmigo era malsano, desprovisto de todo buen<br />
ánimo. Se relajaba y reía a media altura, como la tibieza de la que habla<br />
Nuestro Señor Jesucristo, esa suave y tenue mediocridad que lo ensucia<br />
todo, que todo lo vuelve maquiavélico, moderado pero mezquino, y él<br />
sabía en el fondo de su corazón que no era feliz, y por tanto, no quería<br />
que nadie fuese feliz, mucho menos la mujer que lo abandonó y que<br />
102
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
luego le dejó a su pequeña hija con él.<br />
¿Cometió Pilar <strong>un</strong> grave error con este acto, el de dejar a su hija con<br />
el padre, con el matón de barrio? Tal vez, pero ¡quién puede juzgar a<br />
nadie! Y mala mujer n<strong>un</strong>ca fue. Así me he hecho la idea de creérmelo<br />
para que mi alma esté en paz. Su desesperado intento por salir de la<br />
miseria espiritual, y la pobreza material que todo lo corroe y lo corrompe,<br />
colisionó también su espíritu con el interés de sacar provecho y ventaja<br />
de todo aquel que se le presentaba como <strong>un</strong>a oport<strong>un</strong>idad sentimental.<br />
¿Era yo en ese momento su ventaja? Quizá sí, quizá no. Ella me decía<br />
que solo quería formar <strong>un</strong>a familia. Yo le creí. Apertreché bien los<br />
ánimos y me la jugué por ella, a pesar de que mi madre me dijo <strong>un</strong> día<br />
delante de Pilar:<br />
—¡Tiene hija, Giacomo! Sabes que vas a tener problemas, ¿no? Yo<br />
solo te digo. Ya sabes, Giacomo. Parece que no entiendes o no has<br />
aprendido en todo este tiempo.<br />
Y ella miró hacia abajo. Una cólera moderada surgió de Pilar hacia<br />
mi madre, mas n<strong>un</strong>ca fue notoria, fue simulada, y hasta diría que insignificante<br />
para mostrar siempre la risa en los labios cuando de hablar<br />
con mamá Indira se trataba, o de ayudarla en la cocina, o salir a pasear<br />
con mi pachito (nuestro cachorro, que siempre será <strong>un</strong> cachorro y el<br />
más hermoso de todos los perritos para mi familia, y es que tras las<br />
redacción de estas líneas se nos fue para descansar en paz, tras <strong>un</strong> largo<br />
acompañamiento, tras tantas alegrías y tristezas compartidas, como <strong>un</strong><br />
angelito nuevo en los cielos). Sentía yo también algo de aturdimiento<br />
por lo que dijo mamá, ¿acaso cólera o resentimiento? ¡Pues sí! Pero se<br />
me pasaba al rato. Era mi madre y la amo con todo el corazón, y sé que<br />
quiere lo mejor para mí, pero esta vez yo decidía; mientras mamá Indira<br />
tenía siempre para Pilar algún polo, blusa o ropa de moda, nueva por<br />
cierto, no cara, sencilla, pero algún obsequio siempre hubo para la que<br />
fue mi exmujer. Mi madre jamás se portó mal con Pilar. Y ella entró a<br />
mi casa, a la casa de mi madre, a sus cuartos y a todo cuanto contuviera<br />
el departamento que papá nos legó a su muerte. Y ese cariño sincero<br />
y sin medias tintas, ¿dónde quedó en ella? ¿Se desencantó? ¿Es que<br />
acaso n<strong>un</strong>ca apreció lo que le dimos con nuestro más puro sentimiento?<br />
103
Germán Rodríguez<br />
¿Tanto se puede fingir? ¿La pobreza te obliga a ello?<br />
Reconozco que la riqueza también es codiciosa, y ello lo sé desde<br />
que leía los libros que papá Giacomo me regalaba o alg<strong>un</strong>a película<br />
de crímenes y criminales en la que mataban por dinero (¿no dicen que<br />
detrás de ese papel moneda está la figura de Satanás?), y todo ello, a la<br />
codicia me refiero, te obliga a mentir despiadadamente, a coaccionar<br />
y a ser el más duro en la lucha por ser el tiburón más veloz, el de más<br />
largo alcance, el devorador; y en la riqueza, la soberbia y la envidia se<br />
muestran más amistosos…<br />
Cuánta traición, la del alma, por supuesto, en toda esta vorágine.<br />
Pilar, ya no he dado la vuelta, ni he mirado hacia atrás, ni he corrido<br />
tras de ti, pues temo convertirme, como en la mitología griega, en <strong>un</strong>a<br />
estatua de sal, en <strong>un</strong> ser <strong>humano</strong> tibio que regresa a su pasado para seguir<br />
muriendo o naufragando en caso de no alcanzar a ver <strong>un</strong>a embarcación o<br />
<strong>un</strong> bote, o algo a lo cual te puedas aferrar. Solo sé que camino mirando<br />
hacia adelante, no me distraigo, a<strong>un</strong>que la mirada la tenga <strong>un</strong> poco<br />
perdida, y la emoción se me haya congelado como la nieve a la tierra<br />
en tiempos de otoño, pura naturaleza, pura consecuencia de los actos<br />
mismos de <strong>un</strong>a emoción mal llevada.<br />
Pero yo sé muy bien lo que hago, y no me ufano de ello. Pilar me<br />
ha dado <strong>un</strong>a gran lección y se ha vengado al mismo tiempo. Está bien,<br />
me parece justificado y necesario incluso lo que ha hecho. Desde aquel<br />
escupitajo que le enrostré en la cara n<strong>un</strong>ca más me perdonó; lo sé, lo<br />
intuyo muy de cerca, como se intuye a la mujer que ya ni te mira a la cara<br />
mientras le hablas, y no es porque esté haciendo otra cosa importante o<br />
frugal, sino porque ya no le interesas. Tal vez quiso disculparme, pero<br />
no pudo. Su subconsciente la traicionó, y entonces mis peticiones de<br />
perdón eran en vano, pues no hacían efecto. Ella ya había tomado la<br />
senda del ojo por ojo y diente por diente y la tenía como el remedio<br />
más exacto, el más claro, el más transparente, el más obtuso, y eso fue<br />
en lo que se tradujeron sus futuras acciones.<br />
La enfermedad es <strong>un</strong> contraste con la naturaleza de lo saludable, se ve<br />
pálida y cabizbaja, se detiene a meditar de cuando en cuando la razón<br />
de por qué apareció con todo su poderío: esto es con todo su dolor,<br />
104
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
<strong>un</strong> profuso dolor que se guarecía incluso en los p<strong>un</strong>tos más sensibles<br />
del cuerpo. El diagnóstico: fibromialgia (síndrome que te carcome de<br />
dolores más que p<strong>un</strong>zantes las zonas donde hay más ramificación nerviosa),<br />
en fin, <strong>un</strong>a calamidad para mis años aún jóvenes. Pero dispuesto<br />
a soportarlo me inicié en <strong>un</strong>a terapia que incluía tratamiento físico,<br />
inyecciones e ingesta de medicamentos. Lo acepté sin mediar duda y<br />
aceleré mi ritmo de vida, pues me sentía rodeado por todos los flancos<br />
de la nerviosidad y el deterioro de mis músculos. Quise acabar con<br />
todo ello lo más pronto posible, pero es muy cierto que cuando <strong>un</strong>o<br />
se desespera por lograr <strong>un</strong> objetivo, y este era el de mi salud, pronto<br />
parece escaparse, como el amor cuando lo malacostumbras con mimos<br />
y caprichos imprudentes, sin fondo, pues de lo que se trata no es de<br />
la velocidad con que se le persiga (al amor también) para atrapar o<br />
conseguir <strong>un</strong> resultado feliz, sino del tiempo, el supremo hacedor de todo<br />
lo que vivimos (memoria y olvido que se entremezclan con <strong>un</strong>a caricia<br />
crepitante que muchas veces requiere paciencia y sacrificio), más a<strong>un</strong><br />
cuando la dolencia ya ha penetrado el fondo mismo de las neuronas,<br />
precipitándolo a <strong>un</strong>o en <strong>un</strong>a batalla entre la locura y la razón, pues en<br />
ello se había convertido mi vida.<br />
Sin embargo, hice <strong>un</strong>os últimos y penosos esfuerzos, ya casi con <strong>un</strong>a<br />
doble moral (sentirme herido y agraviar al solo contacto; o acicalarme<br />
para la puta más redomada, cuando bien podía salir con chicas de buena<br />
cosecha), con el mirar desvariado y los pies temblorosos; ¡el corazón,<br />
ni qué decir, vapuleado, y la cabeza enmarañada!, los que a la postre<br />
terminaron costándome la libertad.<br />
De regreso en el auto destartalado de Homero, se quitó las gafas<br />
oscuras y me dirigió la mirada, penetrante, acelerada, como la de <strong>un</strong>a<br />
fiera herida, pero sonreía para disimular, y me dijo:<br />
—Creo que tú y yo simpatizamos más que con Pilar, jajaja.<br />
Y le dije que sí…<br />
—Mira, cholo, somos hombres, y las mujeres siempre joden, y además<br />
tenemos casi el mismo carácter, cómo son las cosas, ¿no?<br />
Entonces le seguí la corriente, pues no me gustaba que mencionara<br />
el nombre de mi mujer. Yo la quería a mi manera, y él ya era pasado,<br />
105
Germán Rodríguez<br />
a<strong>un</strong>que siempre supe que se verían la cara toda la vida, pues existía <strong>un</strong>a<br />
hija de por medio, y mi angustia carcomía los últimos p<strong>un</strong>tos focalizados<br />
de dolor. Estaba entregado también a la idea de formar <strong>un</strong>a familia y<br />
ser feliz. ¡Qué frase más manoseada! ¡Ser feliz! Pero así somos los<br />
<strong>humano</strong>s, vamos perdiendo la felicidad en el camino, porque no la<br />
disfrutamos en el seg<strong>un</strong>do a seg<strong>un</strong>do, pues a<strong>un</strong> en la tristeza se puede ser<br />
feliz, y esto lo aprendí de los inmejorables consejos de papá Giacomo,<br />
mi padre, pues en <strong>un</strong>a de nuestras conversaciones me dijo con esa<br />
grandeza que le permitían sus enormes y dilatadas lecturas:<br />
—Cuando se llora por <strong>un</strong> amor que se fue, entonces el cuerpo sufre,<br />
la mente se transforma y pretende evitar todo lo malo, lo que destruye<br />
o invade, pero tu alma, hijo, debe permanecer inalterable, como <strong>un</strong>a<br />
silenciosa lluvia que se esparce por todo tu rostro, y descubres que es lo<br />
más bello de la naturaleza, pues además de refrescarte, crea <strong>un</strong> ambiente<br />
de serenidad y distracción, a<strong>un</strong>que solo sea por <strong>un</strong> brevísimo tiempo.<br />
Ahí está la felicidad. Cógela. Atrápala y despídete de ella por <strong>un</strong> tiempo.<br />
Solo que no la tomas en ese preciso momento, no la adviertes, y se pasa<br />
con su pañuelo alargándote <strong>un</strong> adiós que pretende volver, pero que<br />
no se sabe cuánto tardará en aparecer de nuevo, por supuesto, en otra<br />
manifestación, de otra naturaleza, y deberás tomarla ahora sí, porque<br />
no se pueden desperdiciar las oport<strong>un</strong>idades de poder reinventarse o<br />
reivindicarse, y ese soñado ser feliz se traduce en cada seg<strong>un</strong>do de tu<br />
existencia: mientras vayas en el ómnibus, esperando el taxi, en el trabajo<br />
mientras preparas <strong>un</strong> informe o trabajas en <strong>un</strong>a investigación, o sea lo<br />
que hagas, cultivando tu propio jardín, para bien o para mal; o a<strong>un</strong> en el<br />
pago de tus tributos y a tus acreedores, hacerlo con meridiana felicidad<br />
y tolerancia te harán sentir y ser más sabio, hijo, y aquí termino, pues<br />
ya me duele la cabeza y quiero descansar.<br />
—Está bien, papá, gracias… Yo también me cansé —le decía, mientras<br />
el libro abierto que representaba mi padre se iba a la cama a dormir, pues<br />
últimamente se cansaba mucho su cerebro al hablar o dar <strong>un</strong> consejo,<br />
y hablar con papá suponía todo <strong>un</strong> reto, pues el hombre era cultivado<br />
de los pies a la cabeza, y sus charlas eran la genialidad en persona. Y<br />
no diré más, pues luego siento tanta pena… Él ardía como en fiebre<br />
106
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
por la hipertensión. Pronto acabó muriéndose de <strong>un</strong> infarto. Y aquí me<br />
detengo, pues me detienen también las lágrimas.<br />
Antes de llegar a la oficina con el matón, nos encontrábamos arreglando<br />
nuestras diferencias plasmadas en den<strong>un</strong>cias y demandas de todo<br />
calibre, y cada quien peleaba a su modo. No puedo mentir, lo subestimé:<br />
—¡Qué me va a poder ganar a mí ese matoncito, guardaespaldas<br />
frustrado y misio! ¡Un granuja por donde vaya! ¡Yo soy el mejor abogado<br />
de todo Lima, y lo destruyo cuando a mí se me dé la reverenda gana!<br />
Pero no fue así, pues no se puede subestimar a nadie, ni <strong>un</strong>o puede<br />
sobreestimarse, y papá Giacomo también me dijo aquello. Tuve que<br />
aprender la lección de perder dos batallas seguidas en lo legal para<br />
comenzar a recuperarme y formularle otras dos den<strong>un</strong>cias que estuvieron<br />
a p<strong>un</strong>to de proceder, más la de peor calibre, la tentativa de homicidio, en<br />
la cual se le pasó la mano al tipejo, y es que lo llevé al límite. Pilar era<br />
constantemente aconsejada por mí, pues lloraba mucho por su hija, y<br />
le dije que tomara el toro por las astas y que se la llevara, que la tomara<br />
en brazos en los días que se iba a casa de su madre y la escondiera;<br />
en fin, que se la quitara al exmarido a<strong>un</strong>que fuera por <strong>un</strong> tiempo para<br />
que aprendiera lo que es quedarse sin ver a <strong>un</strong>a hija, pero el matón era<br />
paranoico, traumado, <strong>un</strong> enfermo que bebía ab<strong>un</strong>dante licor casi todos<br />
los días de la semana, menos los que trabajaba, pues su labor era <strong>un</strong><br />
día sí y otro día no (como la de la policía), y manejaba el auto de su<br />
jefe y lo chalequeaba; y tras decírselo repetidas veces a Pilar, por fin<br />
comprendió la naturaleza de lo que se vendría, pero lo hizo tan a su modo<br />
que aquello resultó muy mal, y el matón se desesperó. Bien sabía yo su<br />
psicología, la de precipitarse con total desvarío, violencia y codicia, sin<br />
importarle si en el camino hería o mataba, y qué distinto es enfrentarse<br />
a <strong>un</strong> hombre con miedo, a otro que se las juega de frente, y a otro que<br />
está dispuesto a morir en el intento, precisamente porque está resuelto a<br />
morir, y es entonces cuando te enfrentas con la muerte misma. Existe <strong>un</strong><br />
peligro mayúsculo, y ese hombre era <strong>un</strong>a muerte perpetua en su vivir, y<br />
ahí cometió el error garrafal: disparar. Cosa seria. Cosa que lo amansó<br />
para tratar conmigo sus problemas, y ayudarnos a desistirnos de todo.<br />
Debo decir con toda la sinceridad del m<strong>un</strong>do, que algo de empatía<br />
107
Germán Rodríguez<br />
hubo entre Homero y mi persona, que tal vez pudimos habernos tratado<br />
civilizadamente, pero ese era yo, y él tenía otras perspectivas. En su<br />
mente solo cabía la venganza y el disfrute de que los demás sigan<br />
frustrados como él, esto es: sin ser felices… Y esto tradujo todo lo bueno<br />
en <strong>un</strong> brutal odio, pues comencé a preg<strong>un</strong>tarle a Pilar cuáles eran sus<br />
p<strong>un</strong>tos débiles, solo para sonsacarle alg<strong>un</strong>as cosas que yo ya me sabía.<br />
Una de ellas era su brazo quemado, tal vez la peor de sus debilidades,<br />
pues lo hacía monstruoso, feo, antipático, como para que ni <strong>un</strong>a sola<br />
mujer se fijara en él. Y es que la quemadura era de tercer grado, horrible.<br />
La cura por cirugía parecía difícil de desentrañar y resolver. Le dije que<br />
Pilar se había metido con él por lástima, y que debía de haber tenido <strong>un</strong><br />
gran estómago para estar con él, que era <strong>un</strong> pedazo de mierda andante.<br />
Así se lo dije. Sin contemplaciones. Incidí en componerle hasta <strong>un</strong>a<br />
canción bastante burlona sobre su brazo, y con ese mismo brazo derribó<br />
las seis l<strong>un</strong>as de mi oficina y esparció todos los vidrios por todos los<br />
extremos de mis escritorios y documentos. Le preg<strong>un</strong>taba a ella:<br />
—¿Dónde está ese maldito? Dónde?<br />
Pero no pudo ubicarme y se retiró, temeroso de que lo cogiera la<br />
policía, pues él creía que yo ya había dado aviso. Entonces recibí la<br />
llamada de Pilar. Me encontraba cerca haciendo <strong>un</strong>os trámites y cuando<br />
volví… Ella lloraba, pero no noté lágrimas. ¿Simulaba? Quise creer<br />
en ella, como ya dije, tratando de asimilar lo bueno, sus acciones, sus<br />
palabras, sus gestos, y los vidrios desparramados que me aturdieron la<br />
razón. Le dije:<br />
—¡Ya ves! ¡Por tu maldita culpa!<br />
Y los nervios se apoderaron de mí. La golpeé en la espalda con<br />
varios furib<strong>un</strong>dos manazos y <strong>un</strong> par de puñetes. En el rostro nada. Me<br />
contuve. Luego, lloré como <strong>un</strong> niño después de este sinsabor. Estaba<br />
contra las cuerdas. Mis nervios, deshechos. Ella se secó las aparentes<br />
lágrimas, se mojó el rostro en el cañito de mi oficina, y después, como<br />
si nada, se repuso. Tal parecía que su aparente llanto hubiese sido <strong>un</strong><br />
saludo a la indiferencia. ¿Lágrimas de qué? ¿De dónde? ¿De miedo?<br />
¿De mentira? ¿De saber que ella era la culpable? ¡Si no sabía cómo<br />
derramarlas! Al menos cuando ocurrían todos estos actos brutales en los<br />
108
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
que el intermediario azotado era yo, y ellos los luchadores inmortales<br />
por la estabilidad emocional y bienestar de la hija.<br />
Quería controlarlo todo a su alrededor, incluso a mí, ¿sobre todo a mí?<br />
Que pareciera que sí sufría de verdad el drama que estaba yo viviendo<br />
con tamaño problema.<br />
—Estás curtida, ¿verdad? —le preg<strong>un</strong>té.<br />
No dijo nada. Solo me respondió:<br />
—Ya desfogaste contra mí. Está bien. Todo va a pasar.<br />
—Sí, seguro que sí…<br />
Y me reí calculadora y apaciblemente, como <strong>un</strong> actor de polendas, tal<br />
y como lo hacía mi personaje preferido en el cine: el gran Al Pacino, imitando<br />
su gran papel en la película Caracortada, Scarface; me fascinaba<br />
verla. La disfruté más de cien veces (¡<strong>un</strong> maniático, sí!, de la película), y<br />
aún la sigo viendo con <strong>un</strong>a pasión increíble. Creo que me da fuerzas para<br />
actuar a la usanza de <strong>un</strong> actor que no le tiene miedo a nada ni a nadie,<br />
que se camufla extraordinariamente y que cuando habla, determina con<br />
sus palabras la precisión del corazón y sus más sagrados contubernios,<br />
lo que para él significa «pasión para actuar, tomar decisiones y ganar a<br />
toda costa», y ello me ha servido para simular su forma, a mi manera<br />
por supuesto, de persuadir a la gente para que tome mis servicios como<br />
abogado en el mismo instante en que me consultaban su problema.<br />
No dejaba escape a la retirada, tal y como Pacino lo hacía en <strong>un</strong>o de los<br />
pasajes de la película en mención, donde quiere ganar dinero de verdad,<br />
a lo grande, y le tienden <strong>un</strong>a trampa con <strong>un</strong>os colombianos, por <strong>un</strong> par<br />
de bolsas de lo que él llama graciosamente «el hielo», y logra abatirlos<br />
con ayuda de su mano derecha, Many, y otros dos secuaces. Luego le<br />
dice al narcotraficante que dio el dinero para comprar la cocaína:<br />
—Fue divertido, chico —con <strong>un</strong> acento muy cubano, como se reprodujo<br />
la película, y j<strong>un</strong>tos se rieron.<br />
Y el narco comprendió que estaba ante <strong>un</strong> tipo con verdaderos huevos<br />
y <strong>un</strong>a habilidad innata para arreglar problemas. Los gestos del gran<br />
Al Pacino me ayudaban a desenvolverme de <strong>un</strong>a manera genial, lo<br />
admiraba y lo admiro, y siempre digo que en sus películas, sobre todo<br />
en Caracortada, Scarface, que mereció <strong>un</strong> Óscar al Mejor Actor del<br />
109
Germán Rodríguez<br />
momento, siempre hubo <strong>un</strong>a señal de gratitud de aquel hombre señalado<br />
como asesino, traficante de drogas, <strong>un</strong> delincuente que representaba<br />
al gran Al Capone. Y les diré por qué: porque Tony Montana, en su<br />
papel, reflejó siempre que los niños y las mujeres no tenían por qué<br />
pagar los errores de otros a quienes él tenía que asesinar. Y esa forma<br />
de ser lo mostraba como <strong>un</strong> ser terriblemente compasivo, al p<strong>un</strong>to que<br />
por tener ese carácter, se traicionaba a sí mismo y a los demás (que no<br />
tenían su corazón), y después pagó los platos rotos cuando finalmente<br />
lo asesinaron. Cada <strong>un</strong>a de sus películas tiene <strong>un</strong> tinte de lección. Un<br />
actor nato, de pura sangre, con <strong>un</strong>a dosis de seducción, provocación y<br />
determinación para conseguir lo que se propone en pantalla, pues sus<br />
gestos lo dicen todo, lo hace todo genial.<br />
Diré que, después del incidente de la oficina, Pilar decidió irse a vivir<br />
conmigo a <strong>un</strong>a casa alquilada, para comenzar de cero, con lo poco que<br />
teníamos. Un par de muebles comprados cuando papá falleció, <strong>un</strong>a mesa<br />
de comedor de cuatro sillas, sencillo, nada ostentoso, <strong>un</strong>a mesita de<br />
centro y <strong>un</strong>a cama de <strong>un</strong> año y medio de uso; eso era todo lo que tenía<br />
y con ello nos dirigimos a dicha casa. El resto lo fui comprando con<br />
mucho sacrificio; primero <strong>un</strong>a cocina pequeña, luego <strong>un</strong> refrigerador<br />
mediano, <strong>un</strong> equipo de sonido en oferta y el estante que protegía el<br />
equipo. Al salir <strong>un</strong> negocio, puse cable en la casa y adorné <strong>un</strong> tanto el<br />
jardincito. Quería que fuera nuestro nido de pasión, que nuestro amor<br />
fuera madurando, y vivir tranquilos, pero la voz y las amenazas del<br />
matón nos siguieron hasta acá.<br />
De lejos, la tal Juliana, la hermana que no podía concebir, echaba sus<br />
malas vibras como si de <strong>un</strong> dragón furioso o <strong>un</strong> caimán hambriento se<br />
tratase. La muy condenada n<strong>un</strong>ca me tuvo ni <strong>un</strong> resquicio de simpatía.<br />
Quién sabe si porque todos sus hermanos o hermanas llevaban <strong>un</strong>a vida<br />
miserable, con hombres y mujeres mediocres, conformistas, y a<strong>un</strong> el<br />
esposo de Juliana era apenas egresado de <strong>un</strong> instituto y amigo íntimo<br />
del barrio de La Victoria del matón, es decir, otro matón más, pues<br />
cuando la hermana me contestó el celular de Pilar, <strong>un</strong>a vez que esta<br />
había huido, dijo:<br />
110
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
—Dirincri, Dirección de Investigación Criminal, ¿quién llama?<br />
Y le dije:<br />
—Soy yo, Juliana, Giacomo.<br />
Y me lanzó los insultos:<br />
—Huevón de mierda, no vuelvas a llamar. Te vamos a den<strong>un</strong>ciar.<br />
Y cortó. Apagó el celular para dejarlo morir lentamente, así causaba<br />
más daño. Entonces le mandé <strong>un</strong> mensaje donde le solté lo peor:<br />
«Pobre y triste mujer, te vas a quedar seca por siempre. N<strong>un</strong>ca celebrarás<br />
el día de la madre, cojuda».<br />
Y minutos después, el mismo día, me llamó el marido, con voz gruesa,<br />
diciéndome:<br />
—Con Giacomo Rivera por favor.<br />
—Sí, él habla, ¿de parte de quién?<br />
—Soy el esposo de Juliana, compadre. Mira cholo, creo que no te<br />
conviene que te estén den<strong>un</strong>ciando, y que los problemas con tu pareja<br />
o expareja no me interesan (él para ese momento ya sabía que Pilar me<br />
había abandonado), así que ya te pasó con Homero, con el que te tuviste<br />
que relajar por las cosas que decías, tú me entiendes, ¿no?<br />
Todo esto lo dijo con voz gruesa y como renqueando al hablar.<br />
—Así que te recomiendo —como suelen hablar los matones— que<br />
no te pongas sabroso y te estés tranquilo, ¿ya, compadre?<br />
Entonces, me quedé paralizado de <strong>un</strong>a pieza y no le contesté; él solo<br />
atinó a cortar luego el celular.<br />
Las palabras del tipejo de Homero, fueron simples (cuando recién<br />
nos instalamos en la casita alquilada), pero terminaron por derrumbar<br />
mis alicaídos nervios:<br />
—Ya sé dónde vives ahora huevón de mierda, te cagaste, ahora sí<br />
que me las vas a pagar todas.<br />
Y Pilar me decía:<br />
—No va a llegar hasta acá, solo está amenazando el muy imbécil.<br />
Pero su rostro, imperturbable, me decía otra cosa:<br />
—Esto te lo mereces, hijo de puta, por pegarme el otro día, por el<br />
escupitajo en la cara, por creerte la gran cosa y creer que a mí me vas<br />
a enseñar a trabajar…<br />
111
Germán Rodríguez<br />
No, paranoico no estaba, ese fue el razonamiento de ella. El rencor<br />
no se puede reemplazar nada más que por el cariño afectuoso y limpio<br />
cuando te han ofendido antes de tantas formas, o cuando de niña tu<br />
mismo padre te ha puesto la mano, no para pegarte, sino para gozar de<br />
tus partes más íntimas, y ello a Pilar la sofocaba, la lastimaba y la hacía<br />
decir con cierta socarronería que todos los hombres éramos <strong>un</strong>os perros,<br />
mientras le sudaban profusamente las manos, las axilas y los pies. Era<br />
su sudor excesivo, desarmonizado; me preg<strong>un</strong>to: ¿de nervios? No lo<br />
sé, pues su rostro no dejaba que se le enrostrara ni <strong>un</strong>a mínima señal de<br />
desencajo; se la veía bien, ni <strong>un</strong> ápice de depresión, a no ser las lágrimas<br />
que se le venían encima de cuando en cuando por su estado depresivo e<br />
inestable, a<strong>un</strong>que les diré que ni a<strong>un</strong> esas mismas lágrimas le marcaban<br />
el rostro. Pronto presentí que ese sudor excesivo podía ser hormonal o<br />
genético, desde luego algo la delataba: ¡sus ojos! ¡Sí! Sus ojos irac<strong>un</strong>dos,<br />
rabiosos, y <strong>un</strong>a eterna melancolía y frustración alrededor de sus pupilas.<br />
La rabia contenida durante años había hecho presa de <strong>un</strong>a dinamita<br />
en estado de alerta, luego ha dormitado <strong>un</strong> poco aquella pólvora, no<br />
se ha vuelto basura ni mucho menos, pero ha cambiado su color a <strong>un</strong><br />
gris raro; la pólvora no ha detonado aún. No creo que detone, pues<br />
para que se estremezca o se ponga sensible y pueda causar <strong>un</strong> daño de<br />
considerables dimensiones, no solo la mecha tiene que estar en buenas<br />
condiciones, sino también su contenido. Y Pilar tenía de contenido <strong>un</strong><br />
vacío inmenso, como el balde que <strong>un</strong>o baja de los cerros en busca de<br />
agua, pero que n<strong>un</strong>ca llega a manos de quien duerme hasta tarde, pues<br />
la gente se despertaba temprano a recoger el agua de la cisterna, y Pilar<br />
era como <strong>un</strong> dado que se queda en el laberinto de <strong>un</strong> juego que se sabe<br />
que va a perder, y así jamás se consigue nada.<br />
Entonces, qué se podía esperar de <strong>un</strong> espíritu tan alicaído, tan abruptamente<br />
desposeído de sí mismo, sin ganas de realizar algo por lo menos<br />
interesante; pues no se podía esperar menos que nada. Entonces esa<br />
dinamita solo estaba alerta. Detenida por el tiempo y las incongruencias<br />
de <strong>un</strong> alma sin forma, pues es bien sabido que cuando hasta los espíritus<br />
más aterradores quieren generar <strong>un</strong>a abrupta desolación o <strong>un</strong>a tragedia<br />
insensata, tienen que llenarse de coraje y de <strong>un</strong>a mezcla de indiferencia<br />
112
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
atomizada, nuclear y energética (qué paradójico, ¿no?), que sintonice<br />
con lo que van a procrear: la destrucción de algo, de alguien, de muchos<br />
o de sí mismos. A no ser que <strong>un</strong>o sea <strong>un</strong> enfermo mental, con <strong>un</strong>a<br />
sintomatología esquizoide, psicótica o algo parecido, que se le considere<br />
inimputable, esto es, sin responsabilidad, pues no hay conciencia para<br />
ejecutar tales terribles actos. Solo <strong>un</strong> psicópata se caracteriza por su<br />
indiferencia agigantada y alimentada por el desprecio <strong>humano</strong> y esas<br />
singulares agallas (o bestialidades) que así nomás nadie las tiene. Y son<br />
conscientes de sus resultados, de sus trágicos acontecimientos, cuando<br />
dirigen algo contra el m<strong>un</strong>do.<br />
Vuelvo al matón. Invadió así nuestra pequeña casa alquilada, con <strong>un</strong><br />
jardincito de ensueño, y proyectó su más recóndito odio tras quedarse<br />
con su hija y saber que la mamá ya no se iba a ocupar como antes de ella,<br />
pues le había retorcido el alma, y lo único que buscaba era venganza,<br />
crear en torno de nuestras vidas <strong>un</strong>a suciedad insuperable, <strong>un</strong> miedo<br />
atroz y <strong>un</strong>a tragedia a futuro que no estaba dispuesto a tolerar, a<strong>un</strong>que<br />
mis nervios ya no me permitieron discernir más allá de lo que este matón<br />
se había proyectado; entonces enfermé de <strong>un</strong> síndrome psicosomático<br />
grave que me producía dolor en todo el cuerpo. No podía trabajar. No<br />
quería hacerlo. Y el pánico se apodero de mi ser.<br />
Pilar miraba a hurtadillas lo que pasaba, cosía mis medias, y no<br />
hablaba. Yo siempre tuve que acercarme a ella, a acariciarla, a llamarla<br />
para conversar sobre cualquier cosa, mientras ella limpiaba la casa,<br />
ordenaba algún que otro utensilio de cocina o lavaba la ropita, pues<br />
aún no habíamos comprado lavadora. Menos mal que no la compré,<br />
pues todo se hubiese tenido que rematar en <strong>un</strong>os días más, cuando Pilar<br />
abandonó nuestra pequeña casa alquilada y se alejó para siempre de ella.<br />
Me viene a la memoria, ahora que escribo este espinoso as<strong>un</strong>to, que<br />
hace pocos días, exactamente <strong>un</strong> mes y <strong>un</strong>a semana, me llamó <strong>un</strong>a tal<br />
cuñada de Pilar, de nombre Esmeralda. Diré que con ese nombre no<br />
identificaba a ning<strong>un</strong>a cuñada de ella, tal vez alg<strong>un</strong>a amiga se hizo pasar<br />
como si lo fuera, pero al margen de ello, me dijo con poca determinación:<br />
—Tú eres Giacomo, ¿no?<br />
—Así es —contesté.<br />
113
Germán Rodríguez<br />
—Pilar dice que si le puedes enviar todas sus cosas a la casa de su<br />
mamá…<br />
Y yo le respondí:<br />
—En primer lugar ella tiene que llamar, a ti no te conozco, no sé si<br />
eres cuñada o qué, pero nada tengo que hablar contigo —y le corté de<br />
inmediato el celular.<br />
Ya no volvió a llamar. Mi voz era tajante y dura, y la mujer no se<br />
atrevió a llamar otra vez. Creo que se pasó de conchuda la tal Pilar.<br />
Sí, digo la tal Pilar, pues sentí amor por ella alg<strong>un</strong>a vez en el pasado,<br />
pasión ni qué decir, del mejor gusto, pero se acabó. Con su huida, mi<br />
cuerpo quedó como <strong>un</strong> trapo viejo, estropeado, desvalido, como <strong>un</strong><br />
nudo que no se puede zafar o <strong>un</strong>a máquina que no tiene por dónde<br />
desengancharse de otra. Así me quedé, sin órbita, y con la maldición<br />
en los labios. Y pedirme sus cosas… ¡Caray! Ya sus cosas no existían.<br />
N<strong>un</strong>ca existieron desde que ella se fue. Se desmadejaron, se volvieron<br />
inservibles; pudo pedirlas antes, jamás lo hizo; pudo llamar para saber<br />
si mi estado de salud había mejorado, pero no llamó, no metió ni <strong>un</strong><br />
céntimo en saber qué me estaría sucediendo. ¿Yo la busqué? ¡Sí, sí que<br />
lo hice! Llamé a su madre. N<strong>un</strong>ca se tomó la molestia de contestarme.<br />
Llamé a la tal Juliana. Le pedí perdón por todo lo malo. Me humillé y<br />
enterré el orgullo con tal de volver a verla. Y la hermana me contestó:<br />
—Este número es de la Dirincri, número equivocado.<br />
Ese fue el primer y seg<strong>un</strong>do día tras su abandono. Luego me dijo:<br />
—¿Qué quieres? No tengo nada que hablar contigo, huevón. Deja<br />
de llamar.<br />
Y le pedí perdón de nuevo. Pero la línea yacía ya cortada. Pilar estaba<br />
con Juliana, en su casa, guarecida ahí como <strong>un</strong>a rata que no sabe defenderse<br />
por ella misma. Pero sí la busqué. Llamé después de <strong>un</strong>a semana<br />
y los días que siguieron a sus dos números de celular, <strong>un</strong>o el antiguo,<br />
y el otro, con el que nos com<strong>un</strong>icábamos a diario. Los dos apagados,<br />
como si n<strong>un</strong>ca hubiesen tenido vida. Desconectados. Quise ir a casa de<br />
la hermana, pero el pánico no me dejaba. Temía que pudieran llamar<br />
a la comisaría y decir que estaba siguiendo a la hermana, acosándola,<br />
maltratándola, y también quise ir a casa de su madre, pero sus hermanos<br />
114
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
y hermanas vivían allí, no todos por cierto, pero los otros vivían en<br />
lugares aledaños, y tuve miedo de que me pegaran o me aporrearan<br />
como si de linchar a cualquier delincuente se tratase.<br />
¿Me porté mal para merecer todo eso? ¡Sí! No lo niego, pero Pilar<br />
también se portó mal. Le enseñé a trabajar, le pagaba por ello, la ayudaba<br />
con su familia y su hija, y n<strong>un</strong>ca hubo <strong>un</strong> agradecimiento de buena<br />
vol<strong>un</strong>tad. Parecía todo maquinado, sin vida, y cuando aprendió a decir<br />
gracias, lo hizo porque le dije que eso era <strong>un</strong> buen síntoma para que<br />
todo nos fuera mejor, y porque <strong>un</strong> gracias es siempre el condimento para<br />
que las cosas te vayan bien, tengas trabajo y engranes con la gente que<br />
nos trae <strong>un</strong> pan a esta oficina y nos da de comer, y siempre hay que ser<br />
agradecido y bendecir a quien trae trabajo, así se lo dije, y no entendía.<br />
¡Ah! Ya. Esta era su única respuesta. Y <strong>un</strong> día dijo:<br />
—Está bien, Señor Perfecto.<br />
Y yo le dije:<br />
—No te expreses así, no te burles.<br />
Su rabia incontenible quería desembocar y no podía. Hasta eso temía.<br />
Menos mal para mí. Porque si no se hubiese transformado en <strong>un</strong>a<br />
psicópata. Sus ¡Ah! ¡Ya!, me hacían enfurecer. ¿Por qué no la boté?<br />
¿Tanto problema me suponía? Es que no quería perderla, quería <strong>un</strong>a<br />
mujer a mi lado, hijos con esa mujer, <strong>un</strong>a familia con la que pudiera<br />
compartir las aventuras y desventuras de todo núcleo familiar recién<br />
formado, y ella me decía que también quería lo mismo. Pero pateó el<br />
tablero, abandonó; sí, abandonó como se abandonan las cosas que no<br />
sirven, como cuando dejas a <strong>un</strong> perrito que ya está viejo y postrero hacia<br />
la muerte en <strong>un</strong>a mitad de carretera, mientras que el perro espera que<br />
regreses, porque piensa que lo has dejado ahí para que pasee, cuando<br />
en realidad se sabe que n<strong>un</strong>ca más vas a volver por ese lugar, que te<br />
apesta su enfermedad de viejo, los orines producto de sus achaques, y<br />
que ya no te mueva la cola, porque hasta para ello perdió la energía, y<br />
lo dejas a solas. Y yo sentí toda esa barbarie, y me llené por ratos de<br />
esa barbarie, tanto que quise ir y meterle <strong>un</strong> par de tiros por el culo a<br />
la tal Pilar, y mandar matar a ese matón de La Victoria, su exmarido,<br />
y estamparle en la cara <strong>un</strong> puñal o <strong>un</strong>a sierra eléctrica por la cabeza,<br />
115
Germán Rodríguez<br />
mientras le cortaba los dedos en pedacitos; pero todo lo que pensaba<br />
terminaba ahí, en pensamiento. Jamás me atreví a hacer algo contra<br />
ellos, contra nadie de su familia, y entonces redescubrí que existe <strong>un</strong><br />
Dios que se encargará de juzgarnos a los dos, a<strong>un</strong>que mi escepticismo<br />
me dice que la vida continuará, y ese Dios no nos traerá el secreto de<br />
<strong>un</strong> juicio real y justo, sino solo para seguir viviendo, de la oración pues,<br />
como para no caer rendido de manos y pies, tendido en el suelo como<br />
<strong>un</strong>a marioneta sin alguien que mueva los hilos, o peor aún, como <strong>un</strong>a<br />
serpiente que destila <strong>un</strong> veneno que nadie beberá, a no ser que sea como<br />
<strong>un</strong> antídoto, pues lo extraen del mismo veneno.<br />
Dos meses con veintitrés días duró la convivencia. Se compraron<br />
todas las pocas cosas que ya dije, pero con mucho esfuerzo. Ella también<br />
ponía lo suyo. No el dinero, pero sí la mano de obra para tener limpia<br />
la casa, el planchado y la comida. No puedo ser mezquino en esto. Las<br />
primeras dos semanas vivimos con el corazón en la mano los dos, pues<br />
de <strong>un</strong> teléfono del sitio donde vivíamos llamó al padre de su hija para<br />
poder visitarla como siempre los fines de semana. El tipo, después de<br />
que ella hubiera sustraído a su propia hija, no la dejó verla en <strong>un</strong> par de<br />
semanas, pero luego ella no pudo más y se fue a su colegio, y recuerdo<br />
que llevaba frutita y alg<strong>un</strong>a que otra golosina y <strong>un</strong>os libritos de lectura<br />
para su hijita. Eso era loable. No la tenía en su poder, pero como madre<br />
estaba esforzándose en mejorar, y ello valía la pena. Me pareció a fin<br />
de cuentas que era <strong>un</strong>a buena madre: no como la describía el matón;<br />
a<strong>un</strong>que siempre por ahí en nuestras discusiones de pareja, le reprochaba<br />
el hecho de haber dejado a su hija al cuidado del tal Homero, su padre,<br />
quien dicho sea de paso, antes de que Pilar se largara de nuestra pequeña<br />
casa, me hizo comprar <strong>un</strong> colchón de muelles para su hija. Dinero que<br />
por cierto salió de mi bolsillo, no porque ella me lo pidiera. Las mujeres<br />
muchas veces no piden, pero insinúan de tal forma, que el solo deseo<br />
se convierte en <strong>un</strong>a orden; sin embargo supe reconocer muy dentro<br />
de mí que lo hice con toda la vol<strong>un</strong>tad, y hasta se lo llevaron a casa<br />
del padre, que apenas tenía a la hija con <strong>un</strong> colchoncito de espuma<br />
carcomido por el tiempo, en <strong>un</strong>a cama de hierro, y así se decía buen<br />
padre… Bueno, quizás lo era pero el dinero no le alcanzaba, y entonces<br />
116
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
cuando la plata escasea se echa mano de todo, y mucha gente se vuelve<br />
conchuda, egoísta y caradura. Ya no le importa el qué dirán de nadie. Y<br />
el tal Homero echó mano a<strong>un</strong> de la casa de su padre, pues este rozaba<br />
los setenta y cinco años de edad, pero era <strong>un</strong> viejo bastante parado para<br />
sus años y hacía <strong>un</strong> trabajito de repartidor de golosinas y gaseosas, con<br />
lo cual ganaba algo de dinero para paliar los gastos de la casa del ahora<br />
vividor y matón, su hijo Homero.<br />
No había cariño en el tipejo, creo que era <strong>un</strong> interés lo que mitigaba<br />
su codicia malsana para con su padre, pero igual se apoderó de su casa<br />
con todo tipo de argucias, pues mientras su padre le dijo que la pusiera<br />
también a nombre de su otra media hermana, este no obedeció y puso el<br />
departamento a su nombre. Y papá incluso tenía que pagar los servicios<br />
de luz y agua más arbitrios.<br />
—La comida es bastante, viejo —le decía el tal Homero a su padre,<br />
ya que él ponía el diario de la casa.<br />
Todo <strong>un</strong> logro mayúsculo; tal y como me comentó Pilar cuando vivió<br />
con él. ¿Por qué tengo que creer a pie j<strong>un</strong>tillas a Pilar, mi ya exmujer<br />
en estos momentos? No se lo creo todo, pues hasta hablaba con algo<br />
de miedo y nobleza para con el tal Homero, al fin y al cabo padre de su<br />
hija, y creo que pecaba por defecto más que por exceso, pues Homero<br />
era conchudo, no le importaba nada más que su propio bienestar, y era<br />
exageradamente suspicaz para mi lógica, pues el tipejo andaba todo el<br />
día protegiéndoles las espaldas a jueces y fiscales y tenía <strong>un</strong>a j<strong>un</strong>ta de<br />
amistades bastante turbia y retrógrada, que entraban y salían de su casa<br />
con cervezas y cigarrillos en mano.<br />
Un día pasé por aquel departamento del primer piso y observé a lo<br />
lejos con <strong>un</strong>os binoculares lo pobre de su vida, y cuando digo pobre,<br />
me refiero a la calidad de su existencia, sin metas, desperdiciada en<br />
francachelas y <strong>un</strong> vértigo por las apuestas, con juegos bastante antiguos<br />
como los dados y las cartas, y que a muchos les sirve de muletilla para<br />
acorralar o pasar el tiempo.<br />
Frente al hogar del matón, término con el cual seguiré narrando esta<br />
historia, o creo que en sus alrededores, no lo supe bien, pues no tuve<br />
tiempo de corroborarlo en su precisa dirección, vivía <strong>un</strong>a mujer que ya<br />
117
Germán Rodríguez<br />
tenía <strong>un</strong> hijo bastante crecido, de <strong>un</strong>os veintisiete años, con <strong>un</strong>a pareja<br />
que siempre venía a visitarla. Este hombre era <strong>un</strong> abogado de la zona de<br />
La Victoria y rozaba los cincuenta y cinco años, de contextura gruesa y<br />
hasta diría gordo en la parte del bajo vientre. Un tanto corto de estatura,<br />
pero de buena tela puesta en el terno. La mujer que describo era <strong>un</strong>a<br />
amiga de Pilar, mejor dicho, la seg<strong>un</strong>da madre de Pilar, como ella misma<br />
le decía. Esta mujer, <strong>un</strong> tanto regordeta, tenía facciones seductoras, <strong>un</strong>os<br />
ojos bastante llamativos, como si quisieran atraer cualquier cosa, incluso<br />
me atrevería a decir todo tipo de peligros, pero que representaran dinero<br />
a la vista; <strong>un</strong>a mujer con los labios bien pintados, las uñas arregladas a<br />
tiempo para la visita de algún ocasional amante, a<strong>un</strong>que se granjeaba<br />
el saludo con todos los de la vecindad por su abogado que le servía<br />
de pantalla como figura sólida y sempiterna de <strong>un</strong>a pareja estable. La<br />
observé y la llamé <strong>un</strong> par de veces. Pilar jamás me dio su teléfono,<br />
pero cometió el terrible error, <strong>un</strong> día cuando aún estábamos j<strong>un</strong>tos, de<br />
llamarme desde el teléfono fijo de la casa de esta mujer, a quien ella<br />
llamaba Ceci, de Cecilia claro está, con <strong>un</strong>a familiaridad rayana en lo<br />
absurdo, pues es bien cierto que no se le puede llamar seg<strong>un</strong>da madre a<br />
cualquiera, menos a <strong>un</strong>a tipa de la que había averiguado ciertas cosas:<br />
amantes ocasionales por doquier, bien asolapada, por cierto, la pantalla<br />
de <strong>un</strong> profesional como pareja y la casa decente y bien decorada, el trato<br />
amable y gentil con los de la zona y los vecinos, siempre con la sonrisa<br />
en los labios. La tal Ceci rayaba los cuarenta y cinco años de edad. Tuvo<br />
a su hijo cuando era bastante joven. ¡Y cómo usaba el celular! ¡Dios<br />
mío! Parecía su herramienta de trabajo, con la sonrisa pegada al tono de<br />
la voz, como queriendo seducir al ocasional hablante. He dicho que la<br />
vi dos veces, que también la llamé la misma cantidad de veces. Una me<br />
identifiqué, y fue bastante respetuosa al decirme que Pilar ya había salido<br />
de su casa a mi encuentro; pues si era su seg<strong>un</strong>da madre, le comentaba<br />
de seguro toda o casi toda nuestra relación, sus altibajos, y si Pilar se<br />
encontraba sacándole provecho al que narra todo esto. La seg<strong>un</strong>da<br />
llamada solo fue para comprobar algo que me guardaré en el interior<br />
de mis recovecos más íntimos. ¿Prostituía a las chicas como Pilar? ¿O<br />
se las arreglaba para presentarles galanes jóvenes y prometedores? Que<br />
118
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
cada <strong>un</strong>o saque sus conclusiones. Yo la vi hacer ciertas cosas, y averigüé<br />
<strong>un</strong> tanto de su vida, y lo poco que pude saber de la tal Ceci me dejó<br />
perplejo. La túnica que llevaba puesta era <strong>un</strong> manto de sórdida bufonería<br />
barata. La túnica era su rostro, su ropaje, sus maneras, su familiaridad<br />
con los hombres, su hablar con ellos de forma simplona y alegre, qué<br />
más puedo decirles. Y esa era la seg<strong>un</strong>da madre de Pilar.<br />
Un día frente a <strong>un</strong> cine al que solía ir con Pilar, le reclamé por qué<br />
no me había contestado al celular cuando salió de casa de su amiga<br />
Cecilia, la primera vez que hablé con dicha señora. ¡Huy! ¡Para qué le<br />
dije que llamé!... Me comió con los ojos, como la mirada de <strong>un</strong> águila<br />
a su presa cercana, digamos <strong>un</strong> niño hambriento, como <strong>un</strong>a foto que se<br />
publicó en todos los diarios del m<strong>un</strong>do y que ganó el Pulitzer; así me<br />
miró, no exagero, y le tuve miedo, y me dijo a bocajarro:<br />
—¿Quién te dio permiso para llamar a mi amiga? Ella es <strong>un</strong>a señora<br />
en todo el sentido de la palabra, muchas veces me ha aconsejado para<br />
bien, es <strong>un</strong>a gran amiga, es como mi seg<strong>un</strong>da madre, ¿¡qué te pasa,<br />
Giacomo!? La verdad que me desagrada lo que haces. ¡Qué! ¿No confías<br />
en mí? Dímelo ahora, anda dímelo, dime Giacomo; ¡qué! ¿Ahora te<br />
quedas callado?<br />
Y se puso brava. Traté de calmarla, pues parecía que los nervios los<br />
tenía de p<strong>un</strong>ta para arriba y para abajo. No cesaba de reclamarme por<br />
qué había procedido a llamar a la tal Ceci, pero logré tranquilizarla con<br />
tiernas palabras diciéndole que no lo haría más. Se echó a llorar en mi<br />
hombro. Me dijo que quizás había exagerado, pero ya las cosas estaban<br />
hechas, y que confiara en ella. Que si ella me lo autorizaba, entonces<br />
sí podía llamar. Le dije que sí, que así sería, y nos fuimos de la mano<br />
al cine, no sin previamente limpiarse <strong>un</strong> poco los ojos con <strong>un</strong> poco de<br />
papel higiénico. Luego, de pronto, su cara cambió. Pilar era otra. Como<br />
si <strong>un</strong>a personalidad distinta se conmoviese de la película y el drama de<br />
los actores, mientras me invitaba la canchita, dándomela de comer en<br />
la boca, como quien dice, con todo el amor del m<strong>un</strong>do. Sus repentinas<br />
variantes eran difíciles de comprender, tenía que ingeniármelas para<br />
entenderla, a<strong>un</strong>que hay escritores que dicen que a la mujer no hay que<br />
entenderla, hay que amarla, pero aquí no solo era el tema entendimiento<br />
119
Germán Rodríguez<br />
entre pareja, abarcaba mucho más allá de ello. Es que Pilar cambiaba<br />
su forma de ser o reprimía la que ocultaba, pero lo hacía tan bien que<br />
<strong>un</strong>a actriz hubiera quedado bastante ridícula y poco talentosa a su lado.<br />
Era camaleónica, despampanante a veces, otrora humilde y sencilla<br />
con todos, otras veces bastante odiosa, de más está decir que el resto<br />
de los días no conocía a nadie y pecaba de soberbia. ¡Pero si era tan<br />
pobre que con las justas vivía! Y era cierto. Pilar era pobre. Jamás he<br />
mentido en ello. Pienso que anhelaba aparentar <strong>un</strong>a persona que no era,<br />
como queriendo disfrazar la frustración de quien se sabe pobre y no lo<br />
acepta, pero lo sabe y quiere conf<strong>un</strong>dirse entre la gente que lo tiene todo<br />
o al menos casi todo; pero después cambiaba, y yo no podía advertir<br />
ese repentino vaivén de actitudes tan poco ciertas o tan miserables de<br />
no poder tomarlas en serio, pues estaban hechas de <strong>un</strong> material que se<br />
parecía a <strong>un</strong> hilo de madeja carcomida por las ratas de <strong>un</strong> alcantarillado<br />
roído y pestilente; entonces me decía:<br />
—¿Para qué tienes que saludar a esa gente, Giacomo? —se refería a<br />
la de los alrededores de la nueva casita que habíamos alquilado—. Son<br />
solo <strong>un</strong> par de pobretonas y rajonas.<br />
Y yo le respondía que lo hacía por educación.<br />
—Te falta malicia, Giacomo —refirió.<br />
—¡Sí! Tienes razón. Me falta malicia y mucho por conocer. No estoy<br />
tan curtido… —Iba a decir como tú, pero callé. No supe cómo definir<br />
a tantas Pilares, yo prefería la que a ratos se volvía amorosa, solo a<br />
ratos, pues la lejanía era su actitud más ponderable, y la utilizó muchas<br />
veces para destruir mi amor, tornarlo gris, desmadejarlo y crear en mí<br />
la actitud de <strong>un</strong> afecto distante, quitándome las ganas de todo para<br />
con ella y su familia. Pronto descubrí que su silencio aterrador, con<br />
los movimientos rutinarios que hacía, era <strong>un</strong> rasgo más de su carácter<br />
pusilánime, aburrido, colmado de variados pensamientos de varias<br />
mentes, dentro de sí misma. Y cuánto me hubiese gustado compartir<br />
con Pilar todos esos secretos y llegar al fondo mismo, al centro de<br />
lo que como seres <strong>humano</strong>s llamamos el eterno dominio de nuestros<br />
corazones, pero sus diferentes personalidades la hacían inabordable.<br />
Pensé, en aquel entonces, que el enfermo no era yo, sino que ella estaba<br />
120
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
más enferma que yo, pero enferma de <strong>un</strong>a locura degenerativa que lo<br />
único que podía conseguir como resultado era la vaciedad del alma, <strong>un</strong>a<br />
insondable sinrazón, <strong>un</strong> resquebrajamiento de la moral (que ya existía<br />
y que se iba expandiendo), <strong>un</strong> pánico que no reflejaba al rostro mismo<br />
de la conciencia, pero que se daba abasto para traspasar la incólume<br />
religiosidad de lo normal y no escatimar en el vacío, el abismo sin<br />
tiempo ni final, el holocausto mismísimo de la miseria espiritual.<br />
El matón despertó <strong>un</strong> poco de simpatía para mis adentros; y no es que<br />
quiera pecar de <strong>un</strong>a nobleza aleccionada o como queriendo regocijarme<br />
en mis virtudes, que eran pocas, por cierto; sino que <strong>un</strong> día llegó a mi<br />
oficina trayendo el desistimiento de la den<strong>un</strong>cia que me había interpuesto<br />
ante el colegio de abogados, y en ese transitar, lo invité a sentarse y pedí<br />
dos jugos y dos panes con lomo y papas fritas. Apenas había desaparecido<br />
el mozo del restaurant del costado de mi oficina después de llevar<br />
el pedido, ni <strong>un</strong>a bocanada le había dado yo a tan apetitoso sándwich de<br />
lo que era mío mientras que del lado de Homero el plato yacía ya vacío,<br />
y el jugo casi por terminar. Sentí que había hecho bien en invitarle. Me<br />
contó alg<strong>un</strong>as cosas de la familia de Pilar, y si al principio no me gustó<br />
lo que decía el exconviviente de mi mujer, luego quise averiguar más,<br />
pero recibió <strong>un</strong>a llamada, creo que de la media hermana, y se retiró no<br />
sin antes decirme que todo estaba bien, y yo le dije:<br />
—Sí, mi hermano, todo lo que nos ha costado resolver estas diferencias.<br />
Luego agregó:<br />
—Chau, mi hermano. Ahí queda. Y cualquier cosa me llamas. Tú<br />
ya sabes.<br />
Se refería a que quizás tuviera alg<strong>un</strong>o que otro trabajito o ajustón<br />
contra alguien, él mismo me lo propuso. Le seguí la conversación como<br />
para no pecar de falta de calle, demostrándole sinceridad en todo ese<br />
tiempo, y le dije:<br />
—Te llamo, no te preocupes.<br />
Sin embargo, quien llamó primero fue Homero, para insistir sobre<br />
el hecho cierto de que Pilar tenía que legalizar su firma ante el poder<br />
judicial, y que con ello la custodia quedaba totalmente a su favor, y<br />
el régimen de visitas con externamiento le daba a ella el seg<strong>un</strong>do<br />
121
Germán Rodríguez<br />
plato: el de ver a su hija y llevársela los fines de semana. Pues tuvo<br />
que conformarse, no porque la ley sea la ley, sino porque Homero<br />
presionaba. Y en aquellos momentos nos encontrábamos con duro y<br />
arduo trabajo en la oficina, con divorcios, embargos, desalojos y otras<br />
peripecias más del m<strong>un</strong>do del derecho, y ella, como mi mano derecha,<br />
llevaba los documentos, los presentaba, se anticipaba a cualquier notificación<br />
tendenciosa y de mala fe contra el estudio, pero siempre algo<br />
malo ocurría en el día: ella olvidaba las llaves, se olvidaba de llamar a<br />
<strong>un</strong> cliente importante, no llegaba a tiempo a alg<strong>un</strong>a diligencia; en fin,<br />
se demoraba tanto para cumplir <strong>un</strong> encargo, o hacía el trabajo a medias<br />
como ejecutándolo solo paro cumplir y ganarse lo que ella llamaba su<br />
semanita, esto antes de que nos fuéramos a vivir j<strong>un</strong>tos.<br />
Homero no pudo más con su genio y yo tampoco. La presión de él<br />
dio lugar a mi aprehensión, y le dije que si me seguía jodiendo, no le<br />
íbamos a otorgar ning<strong>un</strong>a legalización de firma. Esto significaba no tener<br />
la custodia de la niña, y entonces el hombre explotó. Ya conté que las<br />
seis l<strong>un</strong>as de mi oficina las destruyó a puñetazos. Primero fueron tres. Y<br />
como esto me encolerizó enormemente, la tomé con ese p<strong>un</strong>to débil que<br />
ya mencioné: su brazo quemado. Y me rompió las otras tres l<strong>un</strong>as. Pilar<br />
dentro de la oficina sufría en apariencia lo que me estaban causando: <strong>un</strong><br />
terror inexplicable, y yo haciendo trámites de rutina. Pero cuando ella<br />
me llamó para contarme lo sucedido, el tipo ya se había marchado, y<br />
quien soportaba los gastos y la carga era yo, y Pilar ni disculpas pedía.<br />
Yo le tenía que increpar indirectamente:<br />
—Esto es tu culpa.<br />
Y me desfogaba contra ella tirando <strong>un</strong> p<strong>un</strong>tapié en la silla, que alg<strong>un</strong>a<br />
vez logró alcanzar parte de su pierna, pero no muy fuerte, lo justo para<br />
asustarla.<br />
El matón me insultó, me amenazó diciéndome que ya sabía dónde<br />
vivíamos Pilar y yo, que esto y lo otro; luego terminé trastornándome<br />
de tanto asedio y la tomé con Pilar. Ya dije que mis nervios estaban<br />
más que flojos. Se desvanecían como mis rodillas, que se doblaban al<br />
levantarme de la cama. El agotamiento mental había dado marcha al<br />
paroxismo y a la depresión más aguda. No iba a trabajar y el dinero<br />
122
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
comenzó a desaparecer pronto, pues de los ahorritos se tocaba lo mínimo<br />
para la comida diaria y alg<strong>un</strong>a que otra comprita para la casa. Mi madre<br />
ya había notado la cara larga y contorsionada de Pilar cada vez que la<br />
visitábamos en fin de semana, pues el siguiente, ella se iba con su hija<br />
a la casa de su madre. Mamá Indira jamás me lo dijo, pues se centró<br />
en mi felicidad:<br />
—¡Quise que fueras feliz, hijo! Y creo que con esta mujer lo estabas<br />
consiguiendo. Por ello n<strong>un</strong>ca me permití abrir la boca.<br />
Toda <strong>un</strong>a dama mi madrecita linda, pero la agonía traía consigo el<br />
derramamiento de sangre de <strong>un</strong>a vida que n<strong>un</strong>ca tuvo que ver en este<br />
pleito, pues no hubo pleito; lo que existía era <strong>un</strong>a encrucijada tediosa<br />
y malformada, como cuando te an<strong>un</strong>cian que después de <strong>un</strong> accidente<br />
en coche vas a quedar desfigurado y que ni la cirugía va a quedar<br />
completamente bien, pues la reconstrucción de tu rostro no es que sea<br />
cara en dinero, sino que no se sanará porque tu piel es muy endeble,<br />
y <strong>un</strong>o tendrá que resignarse a vivir con aquella cicatriz inobjetable,<br />
mortificante y poco amable para con los que critican o rajonean, y que<br />
son la mayoría.<br />
Ya para entonces vivíamos en la casa alquilada, y Pilar se había<br />
cansado. Yo la notaba con prof<strong>un</strong>da tensión y malestar. Su mirada tensa,<br />
como la de <strong>un</strong> perro enjaulado que no ha comido, y ha vaciado sus orines<br />
más por cólera contra el dueño que porque no se pudo contener; sus<br />
manos, que no me jalaban del sillón para levantarme a comer. Solo sus<br />
palabras… Cómo es posible que tu mujer no te dé la mano sabiendo<br />
que estás enfermo de los nervios, y que solo te diga:<br />
—¡Ya está la comida, ven hijo!<br />
Y esa palabrita, hijo, la decía sin siquiera sentirlo. No soy tonto.<br />
N<strong>un</strong>ca lo fui. Ella no me quería. Solo deseaba mantener a su familia,<br />
a su hija, a sus hermanos, a ella misma, ya se sabe con qué. Con el vil<br />
y encabritado dinero que laboriosamente obteníamos, y así siempre lo<br />
dije, pero ahora me permito decir «que yo lo obtenía», pues sus ayudas<br />
resultaron a veces buenas, y muchas veces malas, y a pesar de que soy<br />
<strong>un</strong> hombre que sabe elogiar, y que lo hago con total transparencia,<br />
diciéndole casi siempre a ella lo buena que estaba la comida que había<br />
123
Germán Rodríguez<br />
cocinado, o lo bien que había dejado las camisas o lo reluciente del piso<br />
de la sala, nada de esto la predisponía de mejores ánimos.<br />
Comencé por volverme loco de atar. Ante cualquier contrariedad de<br />
su parte, o cuando me ocultaba algo, o no hacía caso cuando la llamaba<br />
porque necesitaba de ella en esos precisos momentos y ella se demoraba<br />
a propósito diciéndome que tenía que tender sí o sí la ropa, pues no podía<br />
dejarlo para después, a<strong>un</strong>que a mí sí que me dejaba para después, yo le<br />
daba <strong>un</strong> sopapo en la cabeza, o le jalaba los cabellos, envueltos en <strong>un</strong>a<br />
cola bastante desagradable, como si de <strong>un</strong> ama de casa desarreglada se<br />
tratase. Y lo hice también en <strong>un</strong> supermercado, donde Pilar me botó el<br />
dinero de las manos y amenazó con irse, mirándome con los mismos<br />
ojos de rabia que mostró cuando le escupí en la cara, y tras darle mil<br />
nuevos soles para que se comprara lo que quisiera o lo utilizara para su<br />
familia, entonces el escupitajo no era nada, valía <strong>un</strong> pedazo de carajo,<br />
y ella se olvidaba de todo, diciéndome:<br />
—No pasó nada, ¿de qué hablas, Giacomo? Ya todo está superado.<br />
¡No te mortifiques, hijo!<br />
Y yo me preg<strong>un</strong>taba dónde estaba su dignidad. ¿Escondida tal vez<br />
bajo las faldas escabrosas de la pobreza? ¿O de lo que tenía que pagar<br />
por las eternas deudas que se hizo? ¿O porque su madre representaba<br />
más de veinte años de su edad real y sus achaques se daban cada vez más<br />
seguido? Y aquí se paralizaba transitoriamente esta maldita encrucijada.<br />
Después de varios días, comenzaban de nuevo los problemas, y al llegar<br />
a casa me sentía culpable de lo que hacía, golpear a mi mujer o tocarla<br />
de mala forma, por lo que me daba de golpes la cabeza con toda el alma,<br />
como si me tratara de redimir o haciendo como <strong>un</strong> mártir que se golpea<br />
con el único propósito de eximirse de sus demonios y culpas crecientes,<br />
y ella que me decía:<br />
—Ya no te golpees más, Giacomo. Si lo sigues haciendo me voy a<br />
ir, o voy a llamar a tu mamá.<br />
Pero yo, como ya dije, estaba como <strong>un</strong> loco de atar. Los nervios me<br />
habían regresado al estado de <strong>un</strong> troglodita, y la razón nublaba el amplio<br />
conocimiento de mis lecturas y mis actos. No estaba normal. Deshecho<br />
era la palabra, así me sentía; <strong>un</strong> poco más y creo que habría enloquecido.<br />
124
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
La gente que lograba verme con ella me decía que parecía tranquilo,<br />
que me veían más alegre, que era como si me hubiese quitado <strong>un</strong> peso<br />
enorme. ¿Tenían razón? Sí, la tenían. Pero desconocían cómo eran las<br />
peleas en casa, los gritos desgarradores, que exagerados por parte de ella<br />
tendían a poner en alerta a cualquier vecino que, asolapado, acostumbraba<br />
a conversar de esto con otros, y entonces la vergüenza me circ<strong>un</strong>daba<br />
el rostro. Muchas veces tuve que bajar la cabeza, cuando solo se había<br />
producido <strong>un</strong> empujón a la cama, pues Pilar lo sobredimensionaba, y<br />
creo no equivocarme, pues en aquellos momentos recordaba la triste<br />
violencia de su papá, el tal Teodoro, para con sus hijos y su esposa. El<br />
resto, puros improperios, pero ya he dicho que Pilar exageraba, que me<br />
trabajaba al pánico, que mi trastorno se hacía cada vez más patético con<br />
ella y la agresión se tornaba insana, pero ese no era yo, era la forma<br />
más perversa de <strong>un</strong> ego que se había descalabrado con la nerviosidad.<br />
Olvidé decirles que la hermana de Pilar, la tal Juliana, empezó a atraerla<br />
con llamadas, esto exactamente <strong>un</strong> mes antes de que ella abandonara<br />
la casa. Días antes, y sabiendo de la repulsión que esta mujer sentía<br />
por mí, le obligué a Pilar a botar de entre nuestras ropas los tres sacos<br />
usados que le había regalado la hermana.<br />
—Trae mala suerte y voy a comprarte cosas nuevas —le dije. Y no<br />
quiso hacerlo al principio. Era su hermana. La quería. Era la preferida<br />
de entre todos sus familiares, y de sus hermanos, la que más y mejor<br />
ayuda económica le había brindado, y no quería decepcionarla.<br />
Pero ella vivía conmigo, y terminó botando los sacos usados a<br />
insistencia mía, dentro de <strong>un</strong>o de los tachos de basura del pequeño<br />
condominio donde alquilamos la casita.<br />
Después de ese episodio nuestras vidas empezaron a marchar<br />
mejor, nos llevábamos bien, y mi carácter se había aligerado, creo<br />
que la adaptación estaba dando paso a <strong>un</strong>a costumbre sana de vivir<br />
por primera vez con <strong>un</strong>a mujer de la cual desconocía todo, y ella al<br />
igual que yo, a<strong>un</strong>que tenía la suprema ventaja de haber vivido sola en<br />
su soltería y haber convivido cerca de cinco años con el matón de La<br />
Victoria. Tenía experiencia. Sé que ello no es justificación para mi mala<br />
conducta. Pronto se agudizó lo más palpable: mi enfermedad nerviosa y<br />
125
Germán Rodríguez<br />
mis neuralgias, que hacían intolerable la vida en pareja; el inconsciente<br />
de Pilar, que se iba transformando en <strong>un</strong>a personalidad más irascible,<br />
despersonalizada y hasta cansada, de no poder soportar ya nada de<br />
nada, y es que su rostro sucumbió al ostracismo, a la fatiga mental, a<br />
<strong>un</strong>a disy<strong>un</strong>tiva entre su cuerpo y su alma, como cambian las nubes en<br />
el cielo: se vuelven más densas, más oscurecidas, adoptando el papel<br />
de <strong>un</strong>a futura lluvia torrencial, o <strong>un</strong> día lóbrego por su mal tiempo.<br />
A<strong>un</strong>que eso del mal tiempo dependía mucho del optimismo que <strong>un</strong>o<br />
le ponía a la vida, y me esforzaba por salir de mi concha de abanico<br />
y mis malestares nerviosos, pero pronto cedió la irritabilidad, el ego<br />
desenfrenado, la agresión y la falta de escrúpulos, así como el hecho<br />
de saber que con la amenaza y la burla fácil podía ganarle la partida<br />
psicológica a mi aún mujer.<br />
Pero todo se vino en contra mía. La razón no tuvo más reparos. El poco<br />
entendimiento se dislocó y acabó en <strong>un</strong>a sombra que parecía perseguirte,<br />
que te atacaba como <strong>un</strong> monstruo por la noche que pretende meterse al<br />
cuarto de <strong>un</strong> niño asustadizo. Y entonces creí que todo ese mes en que<br />
aparentemente todo iba cuesta arriba, en el mejor sentido de no discutir<br />
más, o que los ánimos se encontraban más calmados que n<strong>un</strong>ca, supe que<br />
solo era <strong>un</strong>a mera disposición del ánimo, como cuando se quiere ver <strong>un</strong><br />
arcoíris y se tiene frente a <strong>un</strong>o a <strong>un</strong>a fiera enorme que se le abalanza y<br />
le destroza primero las manos con las que se defiende, y luego el rostro,<br />
no quedando de <strong>un</strong>o sino el sufrimiento de <strong>un</strong>a desfiguración al límite<br />
o <strong>un</strong>a muerte inminente. Pero ya para ese entonces me encontraba sin<br />
trabajo, los pocos trámites que me faltaban por terminar solo servían<br />
para la comida y el pago de servicios, y no hubo más para Pilar, no vio<br />
más su salario (esto la desesperó, la angustió), pues siempre le dije que<br />
tendría su platita mientras me ayudara en la oficina. Pero cómo podía<br />
cumplir con ella si me encontraba en <strong>un</strong> estado deplorable, llamando a<br />
mamá a cada rato, diciéndole que me internara en <strong>un</strong> sanatorio mental,<br />
que ya no podía más, que mis fuerzas se habían acabado, que se lo había<br />
dicho como hacía <strong>un</strong> par de meses y medio a las dos: que ya no podía<br />
darle más a la mente, pues esto terminaría de mala forma.<br />
Pero creyeron que <strong>un</strong>a mente lúcida como la mía se recuperaría rápido.<br />
126
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
Sin embargo, mamá Indira, a pesar de su preocupación, no decía nada,<br />
pues temía que tal vez le alzara la voz o me fuera contra ella de boca,<br />
claro está. Esto ya había sucedido antes, en otras relaciones que tuve.<br />
Y además quería que saliera adelante y que fuera todo <strong>un</strong> hombre de<br />
carácter para conducir este nuevo hogar. No la culpo. Ella siempre fue<br />
y es <strong>un</strong>a mujer disciplinada y fuerte, sensible y con <strong>un</strong>a dureza paciente<br />
al mismo tiempo. Una madre recta y de <strong>un</strong> perfil cariñoso y dedicado,<br />
pero con equilibrio. Yo a veces le decía «Señora Perfecta». Y Pilar, que<br />
solo dependía de mí, me decía:<br />
—¿Qué quieres que haga, Giacomo? ¡No sé ya qué es lo que te hace<br />
bien!<br />
—¡Pero haz algo, mujer! ¡Hazlo! ¿Qué te quedas ahí esperando?<br />
Pero Pilar no hacía nada. Se metía al baño, salía de él, arreglaba la<br />
ropa, bajaba a ver si las cosas estaban arregladas en la sala, y eso no<br />
me ayudaba, n<strong>un</strong>ca me ayudó, más bien alteró mis sentidos, mi poca<br />
visibilidad del m<strong>un</strong>do se nubló, y Pilar aparecía como <strong>un</strong> ser indispuesto<br />
en sus ánimos y costumbres, como si su reacción apática e indiferente<br />
me condujera a <strong>un</strong> abismo del que ya no podría salir. No había sangre<br />
en su reacción, solo <strong>un</strong> mal presagio. Su rostro la delataba, la hacía más<br />
colérica, y no toleraba, no había la más mínima vol<strong>un</strong>tad de continuar y<br />
luchar por algo que jamás quizás tuvo las agallas de luchar, pues no me<br />
quería. No estaba enamorada de mí. Parecía más bien que almacenaba<br />
rencor, y así se había ido a vivir conmigo. Empecé a sentir miedo y<br />
mucha cólera por ella. Por su parte, la ira de ella ya no podía disimularla.<br />
Días antes de su partida, sus ojos eran la tosca forma de <strong>un</strong> arrebato, de<br />
<strong>un</strong>a costumbre mal aprendida como en <strong>un</strong> callejón de <strong>un</strong> solo caño: el<br />
escándalo, y sus idas y venidas al teléfono o al mercado tenían mucho<br />
que ver con las llamadas a su hermana y a su madre. Ahí acabó por<br />
descomponer su realidad y torció irremediablemente su vol<strong>un</strong>tad de<br />
vivir a mi lado, mejor dicho, su ya evidente sacrificio de vivir conmigo.<br />
127
Un paraíso salvaje<br />
Machu Picchu fue <strong>un</strong> estremecimiento salvaje, bonito y agitado a la<br />
vez, el primero de los viajes en avión entre Pilar y yo. Tuve que llevar<br />
mis pastillas para poder dormir y ni a<strong>un</strong> así concilié el sueño como debía.<br />
Tal vez por no conocerla a ella tan bien, y porque me importaba mucho<br />
el no incomodarla en las noches en las cuales yo tenía ciertos rituales<br />
para dormir, como frotarme la nariz, los pómulos y la frente con Vicks<br />
Vaporub, leer <strong>un</strong> poco el periódico o el libro de culto o ver la televisión<br />
hasta caer rendido, pero era <strong>un</strong> tour, y eso me intranquilizaba bastante,<br />
pues las horas de salida hay que cumplirlas, y levantarse <strong>demasiado</strong><br />
temprano representaba para mí <strong>un</strong>a complicadísima tarea. Esto que, al<br />
llegar nomás al hotel, le insistí en tener relaciones, puesto de manifiesto<br />
también en el avión, donde Pilar no me hizo caso, y me decía:<br />
—Ya veremos. Cálmate.<br />
Pero las ansias no pudieron dominarme, y quise hacerla mía, y fue<br />
entonces cuando me dijo:<br />
—¿Tienes preservativo? Si lo tienes lo hacemos.<br />
Y rápidamente pedí <strong>un</strong>o a recepción del hotel. Lo hicimos para relajarnos,<br />
y en la otra noche, cuando abruptamente me cambió de nombre,<br />
algo pasó, pero no le di importancia. A<strong>un</strong> cuando me dijo:<br />
—¿Sabes? Un día me fui a Canta con <strong>un</strong> pata, <strong>un</strong> amigo, y se le vino<br />
tan rápido apenas me desvestí. Era precoz, me dijo.<br />
—¡Ah! ¿Sí? —respondí, y preg<strong>un</strong>té como no queriendo, y finalmente<br />
no quise prestarle mayor atención, pues me molestó mucho<br />
129
Germán Rodríguez<br />
ese comentario poco tierno y brusco al viajar j<strong>un</strong>tos. Tal vez no debí<br />
insistirle en tener sexo, pero bueno, las cosas suceden y así fue como<br />
se comportó ella. Desde ahí supe qué experiencia con hombres tenía.<br />
—Pero eso debiste guardártelo para ti.<br />
Se lo dije, y me respondió que jamás volvería a contarme nada del<br />
pasado. Que estaba bien lo que le decía, y que contar cosas de antes no<br />
era lo adecuado si deseábamos iniciar <strong>un</strong>a relación. Aún no conocíamos<br />
nuestros caracteres. Pero supe de inmediato que ella hablaba con ese<br />
total desparpajo, y me callé. ¡Quién sabe! Tal vez debí abandonar todo<br />
en ese momento, tomar el avión antes del regreso y no volver a verla<br />
más, pero más pudieron mis ganas de seguir estando con ella. Me gustaba<br />
y me apasionaba su modo de hacer el amor, y entonces es difícil<br />
sobrellevar eso en <strong>un</strong>os pocos instantes.<br />
Hoy estoy libre, angustiosamente libre, sin la presión de ver a mi<br />
madrecita clamando por que me condenaran con <strong>un</strong>a pena menor. La<br />
pobre estaba envejecida cuando salí. La vi retorcerse de dolor y el<br />
halagüeño canto de <strong>un</strong> jilguero apoyó lo que parecía su última sonrisa.<br />
—¡Se me cae mamá! —grité, mientras mi hermana Sandra buscaba<br />
ayuda.<br />
Era el día esperado, los quince años se habían cumplido, y ella jamás<br />
dejó de ir a verme a la prisión, a<strong>un</strong>que los delincuentes más avezados le<br />
causaran <strong>un</strong> terror infernal y sintiera asco de todo ello. Yo solo le decía<br />
que tratara de acostumbrarse, pues de mí también tendría que sentir<br />
asco, pero mi madre solo me miraba con sus ojos llorosos, que trataba de<br />
mantener incólumes, pero bien sabía que se le iba la vida cada semana de<br />
visita. No sé ni por qué designios de este <strong>un</strong>iverso sideral pudo aguantar<br />
tanto, hasta verme libre. Sí. Hasta verme libre. Mientras mi hermana<br />
buscaba desesperadamente el teléfono de la ambulancia, mi madre se<br />
me desmayó entre los brazos. Vino <strong>un</strong>a persona que era enfermera, <strong>un</strong>a<br />
vecina que nos conocía, le hizo la respiración boca a boca y le aplicó<br />
presión en el pecho. Le aplicó su ayuda con la mejor vol<strong>un</strong>tad, lo mejor<br />
que había aprendido como enfermera y paramédico, pero mamá ya no<br />
daba para más. La ambulancia llegó a los cinco minutos. El jefe de la<br />
<strong>un</strong>idad le colocó <strong>un</strong> respirador artificial, le pusieron electrodos en el<br />
130
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
pecho. Antes de ello tocaron su pulso y no había nada de él. Trataron<br />
con todo. Pronto nos dijo el jefe de la Unidad de Ambulancias, delante<br />
de los vecinos a los cuales habíamos pedido ayuda, que mamá Indira<br />
estaba en <strong>un</strong> lugar mejor.<br />
—¡Se fue, hermano! —profirió Sandra, mi querida hermana, mi única<br />
hermana, lo único que me quedaba.<br />
No supe qué hacer, Sandra se quedó petrificada, llorando, tomando el<br />
cuerpo de mamá, pidiendo que no se la llevaran, pero tenían que hacer<br />
algo para que la revisara <strong>un</strong> médico y finalmente diera su diagnóstico<br />
de muerte natural. Los dos nos quedamos sin voz, sin piso, sin nada.<br />
Mamá se nos había ido, y con ella se marchaba también nuestro último<br />
pedazo de corazón, pues papá ya había partido a la eternidad.<br />
Mamá soportó de todo. Sandra jamás me echó la culpa de nada. Solo<br />
me abrazaba como <strong>un</strong>a buena hermana. Y quedamos j<strong>un</strong>tos para darle<br />
a mamá Indira <strong>un</strong>a cristiana sepultura. El diagnóstico de la muerte: <strong>un</strong><br />
ataque cardiovascular. Su muerte, <strong>un</strong> vacío irremediable, y <strong>un</strong>a sola<br />
idea persiguiéndonos: qué haríamos a partir de entonces. No voy a<br />
contar los detalles del velatorio y el entierro. Fue lo más duro que<br />
nos tocó por aquellas fechas. La vida es <strong>un</strong> poco la pasión por lo que<br />
haces, lo que te gusta hacer sin medias tintas, y si lo haces te puedes<br />
considerar <strong>un</strong> ser feliz. Y nada de lo que ejecutes se puede ver enturbiado<br />
por alg<strong>un</strong>a crítica o por <strong>un</strong> juicio. Entonces eres libre y la existencia<br />
cobra <strong>un</strong> sentido enternecedor y traspasa la frontera de la trascendencia<br />
espiritual, pues no te importa el qué dirán, no importa la mezquindad<br />
ni la mentira, ni el dolor. Solo sabes que estás actuando con el viento a<br />
tu favor; a<strong>un</strong>que se presenten obstáculos en el camino, <strong>un</strong>o está seguro<br />
que los va a superar, y que nada ni nadie lo detendrá en sus acciones,<br />
en lo que más le apasiona hacer.<br />
Mamá descansa al lado de papá. Pilar jamás se volvió a dejar ver. Mi<br />
hermana lloraba todos los días y empezó a consumir antidepresivos más<br />
que cuando murió papá. Pensé que me iba a cuidar a mí. Pero me tocó<br />
apoyarla y darle toda mi ayuda a ella. La vi consumirse por vez primera.<br />
Eso que ella era tan alegre, tan falta de memoria para los acontecimientos<br />
trágicos o los rencores de paso, pues siempre hacía amigos y gustaba<br />
131
Germán Rodríguez<br />
de la gente. Ahora se me había aislado. No tenía respuesta para ello.<br />
Pero me tocó a mí darle mi fuerza y <strong>un</strong>a sobrecogedora ternura para<br />
que pudiera levantarse. Tardó mucho más de lo previsto. Casi <strong>un</strong> año.<br />
Los antidepresivos los fue dejando de a pocos. Yo también siempre fui<br />
medicado, pero me asombraba con cuánto afán y cuánto amor protegía a<br />
mi hermana de sus demonios. Se le desencadenó la polvorienta suciedad<br />
del destino, tal vez después de tanto aguante. Así les pasa a alg<strong>un</strong>os.<br />
Contienen todo, son reservados, no lloran y se ríen de cualquier cosa<br />
para mantenerse vivos. Y Sandra era así, pero esta vez se cayó.<br />
Pilar n<strong>un</strong>ca me visitó en la cárcel. Se alejó desde aquella vez del<br />
teléfono. Con <strong>un</strong> Red Bull entre las manos. Red Bull que elevaba <strong>un</strong><br />
tanto mis energías y que ella creía la causa de mis agresiones. Pero<br />
aquello no era así. La cafeína, la taurina y otros ingredientes no me<br />
volvían loco, ni me alteraban. Lo sabía, pues conocía mi alma como<br />
nadie. Yo ya estaba como <strong>un</strong> maniático o <strong>un</strong> neurasténico, desmadejado<br />
y depresivo. Mi madre dijo <strong>un</strong> día que quizás habían sido los viajes<br />
desde aquella casa a la oficina y luego el regreso, esto es, el trajín, que<br />
me traía más que deteriorado. Y pensé que hubo mucho de eso, pero<br />
me arriesgué y me fui a vivir con Pilar, pues como todo hombre que<br />
se precia de serlo, la saqué de su casa y la de mi madre para vivir los<br />
dos nuestro amor y empezar a compartirlo todo. Ella no aguantó. Ya<br />
conté por qué. Y si yo n<strong>un</strong>ca la dejé fue porque jamás tuve el valor de<br />
abandonar a <strong>un</strong>a mujer. Y siempre entregué todas mis energías para<br />
darme íntegro al amor. Pilar no me dejó más que vacío y <strong>un</strong> inmenso<br />
temor por volver a enamorarme de alguien, pero tras su brusca partida<br />
también me dejó <strong>un</strong> alentador ocaso: me recogí yo mismo desde el suelo<br />
para luego volar por sobre los cielos, y me dediqué a no hablar n<strong>un</strong>ca lo<br />
malo de <strong>un</strong>a mujer y recordar siempre lo mejor de ella, y nuestros más<br />
alegres y gloriosos momentos. Pilar se fue, en definitiva, como se va<br />
<strong>un</strong> terremoto tras seg<strong>un</strong>dos de furia infinita, para verla <strong>un</strong> día cuando<br />
menos te lo esperes: quizás en <strong>un</strong>a calle, en <strong>un</strong> restaurante, en <strong>un</strong> club<br />
de diversión o tomada de la mano de otro hombre, con su familia ya<br />
establecida. Pero siempre había <strong>un</strong> miedo en mí de encontrarla. Creí<br />
que tras tan drástica huida, ella, al encontrarme, quizás cruzaría al otro<br />
132
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
lado o se haría la despistada, aceleraría el paso, o si la detenía, podría<br />
gritar para que no tuviésemos nada que hablar, o quizás abriera sus ojos<br />
como si a <strong>un</strong> monstruo o a <strong>un</strong> animal salvaje estuviera observando, y<br />
clamara ayuda en cualquier ciudad o esquina o calle donde pudiéramos<br />
converger. Pero nada de esto se dio, n<strong>un</strong>ca nos hemos visto más.<br />
¿Que si me hubiera gustado verla de nuevo y preg<strong>un</strong>tarle por qué?<br />
¡Claro que sí! Pero temía convertirme en <strong>un</strong>a estatua de sal, como ya<br />
mencioné, si volvía hacia atrás y luchaba por su amor o le imploraba que<br />
volviera conmigo, o tuviera la misericordia mínimamente para tenerme<br />
como a <strong>un</strong> amigo, que era lo último que me quedaba.<br />
Recuerdo que inmediatamente después de su partida me fui donde<br />
<strong>un</strong>a vidente y lectora de cartas del tarot español, de nombre Imelda.<br />
Por cierto, me la recomendaron. Y era muy buena en su labor. Miró la<br />
foto de Pilar, <strong>un</strong>a de aquellas que ella misma se tomó en Cuzco, ella<br />
sola, y dijo:<br />
—Esta mujer está intranquila.<br />
Le preg<strong>un</strong>tó a su abuela, que también había sido bruja de las buenas,<br />
las de mesa blanca, que la tenía en <strong>un</strong>a foto mediana, con <strong>un</strong>a vela<br />
blanca, grande, como la que se le pone a <strong>un</strong>a Virgen, de esas redondas<br />
y bonitas, y le dijo:<br />
—¿Te gusta esta mujer?<br />
Y <strong>un</strong> viento recorrió el cuarto.<br />
—No le gusta a mi abuela —me dijo—. ¡Ahí está! Y por ésta lloras?<br />
Vamos, Giacomo.<br />
Y entonces la sesión comenzó. Pensar que desde el preámbulo me<br />
dijo todo... ¿La creí? Sí. Yo mismo lo intuía. Pero quiero pensar bien<br />
de Pilar. Sacar todo lo bueno de ella, y eso haré de ahora en adelante.<br />
Recuerdo también que mientras duró nuestra relación tuve varios<br />
momentos más que desagradables: <strong>un</strong> tipo y dos mujeres me golpearon<br />
frente al Poder Judicial. Casi me linchan en el Club del Automóvil, pues<br />
no quise hacer cola; pagué por ello. Le dije a Pilar que se acercara y<br />
ella se fue más allá, se hizo aparte, no se la jugaba por mí, se escondía,<br />
protegiéndose. Al final no me dejaron entrar a hacer mis trámites para<br />
<strong>un</strong> duplicado de mi brevete, y ella me dijo:<br />
—Yo te defendí, pero había mucha gente.<br />
133
Germán Rodríguez<br />
No lo hizo, me di perfecta cuenta de ello. Mintió. Un día antes<br />
habíamos discutido y ella se sentía mal por ello. Y esta era su venganza.<br />
Pequeña venganza: su indiferencia. Luego se me presentaron casos<br />
de den<strong>un</strong>cia contra mí y alg<strong>un</strong>a que otra mala racha. No quiero ser<br />
mezquino. Hubo también buena suerte en alg<strong>un</strong>os casos, y entonces, creí<br />
que todo marchaba macanudamente bien. Me engreía con ella, y quería<br />
creer que me quería, pero sabía dentro de mí que no era así, entonces<br />
traté de portarme bien para que me abrazara, me besara e hiciera el<br />
amor conmigo con toda su pasión. En esto último sí que se entregaba,<br />
y es que le gustaban las poses en el amor. Era arrebatada en la cama, o<br />
en cuanto lugar lo hiciéramos. ¡Sí sentía placer con ella, claro que sí!<br />
Pero cuando las cosas se pusieron feas, le enrostré muchas cosas en la<br />
cara: su pasado, sus maridos anteriores, lo que insistí que me contara.<br />
Y esto ya era enfermizo.<br />
Pilar era la que debí haber matado. No la prostituta a quien di muerte.<br />
Pilar tenía que haber muerto, porque me había destruido los nervios, y<br />
así lo había decidido, pero no me atrevía, no pude hacerlo, pues aún la<br />
quería; entonces, así mis manos le hubieran dado el seguro candado a sus<br />
vaivenes, a su espartana indiferencia, a su sequedad de n<strong>un</strong>ca acercarse<br />
a mí cuando me sentía mal. Quería destrozarla, matarla, envenenar al<br />
matón o llenarle la casa de dinamita o masacrar sus orígenes como en <strong>un</strong><br />
holocausto, hasta que muriera peor que <strong>un</strong> miserable delincuente en el<br />
más recóndito y oscuro rincón de <strong>un</strong> penal, pateado por los presos más<br />
avezados. Pronto, mi mente se calmaba y mis emociones encontradas<br />
se materializaban con los actos preparatorios de la muerte misma, la<br />
que iba yo a provocar. Tras su abandono, quise arrasar con todo. Pero<br />
me fui a <strong>un</strong>a casa de citas, y ahí se encontraba <strong>un</strong>a mujer que pretendí<br />
que me quisiera por dinero, con su natural fingimiento, y encontré solo<br />
basura, miseria y <strong>un</strong>a falta de respeto increíble por parte de aquella<br />
prostituta, que me hizo recordar lo que Pilar hizo, y descargué todo mi<br />
dolor; mi ternura se convirtió en <strong>un</strong> estrangulamiento sádico y cruento;<br />
mis ruegos tomaron la forma de <strong>un</strong> puñetazo, como si de <strong>un</strong>a comba de<br />
acero se tratase, con <strong>un</strong>a fuerza tan descom<strong>un</strong>al que le h<strong>un</strong>dí el cráneo<br />
a la mujer. Y mis nervios destruidos no me permitieron llorar, solo<br />
134
Un <strong>crimen</strong> <strong>demasiado</strong> <strong>humano</strong><br />
comprendía que había desenf<strong>un</strong>dado toda mi fiereza, y que el hombre<br />
bueno se tornó en <strong>un</strong> patíbulo para mis más alejados demonios. Esta<br />
vez los ángeles no me protegieron. Vi la foto de papá y lloré, lloré como<br />
n<strong>un</strong>ca, con <strong>un</strong> estremecimiento que más parecía víctima de <strong>un</strong>a epilepsia<br />
que de <strong>un</strong> llanto asfixiante. Tomé alg<strong>un</strong>as pastillas para sedarme, creo<br />
que me aplicaron <strong>un</strong>a inyección para dormirme. Y desperté en la cárcel<br />
con varios periódicos que me había lanzado <strong>un</strong> recluso. Me sentí sucio<br />
y arrojé los periódicos, primero los rompí. El guardia me miró feo, muy<br />
feo. Yo también lo miré fijamente, y esa fue mi última mirada desafiante.<br />
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