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Sabor a Tierra

Novela de misterio. La muerte ha vuelto a Hondañedo. Nada es lo que parece y la verdad se encuentra enterrada bajo un puñado de tierra manchado de sangre

Novela de misterio. La muerte ha vuelto a Hondañedo. Nada es lo que parece y la verdad se encuentra enterrada bajo un puñado de tierra manchado de sangre

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SABOR A TIERRA<br />

JUAN CARLOS BOÍZA LÓPEZ


Primera edición: septiembre 2018<br />

©Texto:<br />

Juan Carlos Boíza López<br />

©Maquetación<br />

Mercedes Gómez de Sala<br />

©Diseño de la portada<br />

Juan Carlos Boíza López<br />

www.jcboiza.com<br />

©De la presente edición<br />

ACEN Editorial<br />

www.aceneditorial.es<br />

info@aceneditorial.es<br />

ISBN: 978-84-948454-6-8<br />

DL: CS-334-2018


Para ti papá, porque sé que seguirás estando a mi lado,<br />

como siempre, tras cada paso que dé en la vida.<br />

Al mejor padre del mundo.<br />

Siempre juntos.


INTRODUCCIÓN<br />

Quiero dedicar desde aquí unas palabras a todas las personas que,<br />

como los protagonistas de “<strong>Sabor</strong> a tierra”, luchan por recuperar<br />

los restos de sus seres queridos, asesinados durante la Guerra<br />

Civil y en los años de la dictadura franquista. Hombres y mujeres<br />

que, arrastrados por el horror de la historia, fueron enterrados en<br />

innumerables fosas comunes distribuidas a lo largo y ancho de la<br />

geografía española.<br />

Cuando hay quienes expresan su preocupación por el hecho de que,<br />

esta búsqueda de los olvidados de la Guerra Civil, pueda reabrir<br />

viejas heridas olvidadas, lo que en realidad están demostrando con<br />

sus miedos, es que dichas heridas nunca sanaron realmente.<br />

Ninguna sociedad puede prosperar sin asumir que el perdón sólo<br />

se puede construir tras el reconocimiento y el olvido tras la justicia.


CAPÍTULO 1<br />

EL REGRESO<br />

9


10


1<br />

A pesar de estar ya a mediados de mayo, las tormentas continuas y<br />

las temperaturas demasiado bajas se habían convertido en un auténtico<br />

incordio para los dos guardiaciviles que se encargaban de la vigilancia<br />

de la excavación. La noche se estaba poniendo cada vez más fría y<br />

hacer una ronda por el terreno no resultaba nada apetecible.<br />

—Te toca —indicó el mayor de los dos hombres, mientras<br />

rebuscaba en la guantera una de las linternas de la dotación y se la<br />

pasaba a su compañero.<br />

—¡Joder! —protestó el aludido, acariciándose el poblado<br />

mostacho que coronaba su labio superior—. A estas horas tendría<br />

que estar en la cama con mi mujer y no aquí vigilando unas<br />

puñeteras tumbas.<br />

—No te quejes tanto que por lo menos parece que ahora no<br />

llueve —le reprendió su compañero—. Aunque la verdad es que<br />

esto es una auténtica pérdida de tiempo. Tenían que haber dejado<br />

a los muertos descansar en paz en vez de andar removiendo el<br />

pasado.<br />

—¡Desde luego! Además, ¿quién demonios va a venir aquí a<br />

armar jaleo a estas horas? Hubiese bastado con que avisasen a<br />

una patrulla de carretera para que estuviese cerca —sentenció el<br />

guardiacivil molesto, saliendo del vehículo ante la mirada burlona<br />

de su compañero.<br />

—¡No te entretengas mucho que la última ronda me toca a mí y<br />

no quiero que se haga tarde!<br />

Con resignación, el hombre se adentró entre la vegetación hasta<br />

llegar a un camino de tierra que descendía hacia una hondonada<br />

11


oculta por la noche y la espesa niebla. Maldiciendo por el terreno<br />

embarrado por la lluvia reciente y la oscuridad reinante, tan espesa<br />

que el escaso haz de luz de su linterna apenas le dejaba ver el suelo<br />

que pisaba, bajó con dificultad por el camino hasta alcanzar la zona<br />

de la excavación.<br />

Un silencio absoluto envolvía el lugar, roto tan sólo por el<br />

susurro del viento al mover las ramas de los árboles. Un escalofrío<br />

recorrió su espina dorsal al ver aparecer a sus pies las cuerdas que<br />

delimitaban el perímetro de la fosa situada al final del terraplén. En<br />

aquel lugar, unos hombres habían sido ajusticiados y enterrados.<br />

Sus cuerpos, convertidos en meros sacos de huesos y ropa fundidos<br />

por la podredumbre y el paso inclemente del tiempo, estaban<br />

siendo sacados de nuevo a la luz en busca de justicia. Una tardía<br />

justicia con la que sus familiares esperaban devolverles la dignidad<br />

que aquella muerte cobarde les había arrebatado.<br />

Con un suspiro, pensó que no se podía imaginar un lugar más<br />

desolado, triste y dejado de la mano de Dios para abandonar este<br />

mundo. Sobrecogido, empezó a recorrer el terreno con el haz de la<br />

linterna. Toda la zona había sido cuadriculada, tal y como se haría<br />

en una excavación arqueológica, mediante un cordón apuntalado<br />

al suelo cuidadosamente. Aunque habían esperado a finales de la<br />

primavera para comenzar las labores de exhumación, las lluvias<br />

persistentes de los últimos días habían obligado a colocar unas<br />

telas, a modo de improvisados toldos, sobre toda la fosa para<br />

preservar la excavación.<br />

A pesar de la oscuridad, no le costó demasiado localizar el<br />

lugar donde apareciesen los primeros restos humanos, que habían<br />

obligado a paralizar los trabajos hasta que el juez autorizase el<br />

levantamiento definitivo de los cadáveres.<br />

De pronto, un ruido seco rompió el silencio reinante, como si<br />

algo se hubiese movido en la oscuridad, sacando bruscamente al<br />

guardiacivil de sus cavilaciones.


—¿Quién anda ahí? —preguntó sobresaltado, mientras enfocaba<br />

con la linterna al lugar de donde había surgido el sonido.<br />

Al principio no vio nada sospechoso pero, al fijarse con más<br />

detenimiento en las sombras, descubrió una figura encorvada<br />

envuelta en la niebla, que parecía estar ocultándose en el interior<br />

de una de las zanjas abiertas en el terreno.<br />

—¡No se mueva! —ordenó con firmeza, mientras extraía su<br />

arma reglamentaria y apuntaba al desconocido, que permanecía<br />

inmóvil sin responder ni realizar gesto alguno.<br />

El guardia avanzó despacio, cruzando la barricada de cuerda y<br />

maldiciendo su suerte, que le obligaba a tener que caminar por aquel<br />

cementerio de huesos a medio desenterrar. Al aproximarse pudo<br />

distinguir con más claridad la figura. El desconocido permanecía<br />

de espaldas a él y se encontraba envuelto en una capa negra de tala<br />

gruesa, que contribuía a dificultar su visión en plena oscuridad.<br />

Al reconocer el atuendo, comprendió que debía tratarse de algún<br />

joven del pueblo, que intentaba aprovechar la historia del lugar<br />

para gastar algún tipo de broma macabra.<br />

—No sé qué crees que estás haciendo vestido de esa guisa, pero<br />

el paso a esta zona está prohibido y estás cometiendo un delito<br />

¡Date la vuelta y acabemos con esta farsa! —ordenó, elevando la<br />

voz con autoridad.<br />

La figura, sin embargo, permaneció inalterable haciendo caso<br />

omiso a sus palabras. Sin saber muy bien qué hacer ante la falta<br />

de reacción del intruso, decidió obligarle a girarse. En el mismo<br />

momento en que puso su mano sobre el hombro del extraño,<br />

éste se giró bruscamente, abalanzándose sobre él con velocidad<br />

cegadora, mientras un brillo acerado centelleaba mortal en la<br />

oscuridad. El guardia no tuvo tiempo de reaccionar antes de notar<br />

como su garganta era cercenada y su boca se llenaba de sangre<br />

caliente. Incapaz de gritar pidiendo ayuda, intentó parar con una<br />

de sus manos el torrente de sangre que fluía de su cuello, mientras<br />

13


con la otra buscaba su arma, pero era demasiado tarde. Su mano se<br />

negó a obedecer y su cuerpo se desplomó sobre la tierra húmeda.<br />

Mientras las sombras se apoderaban de su mente, aún tuvo tiempo<br />

de ver el rostro cubierto de barro y los ojos centelleantes de odio<br />

de su atacante mirándole fijamente. Un último pensamiento cruzó<br />

su mente antes de perder la consciencia: “aquí no, así no…”<br />

2<br />

Con impaciencia, giró una vez más el dial de su viejo transistor<br />

para recibir por única respuesta estática y ruido blanco. Aquella<br />

radio tenía más años e historia detrás que su colección de monedas<br />

de la República, pero le parecía increíble que no pudiese captar<br />

ni una sola emisora. Probablemente se había vuelto a estropear.<br />

Tendría que aguantar una nueva charla de su hijo mayor, sobre<br />

lo absurdo de empeñarse en seguir usando una radio tan antigua,<br />

cuando se la llevase a arreglar. Sonrió al recordar lo orgulloso que<br />

se sintió de él cuando se licenció como ingeniero en electrónica, a<br />

pesar de que se hubiese convertido en un obsesivo forofo de toda<br />

esa tecnología moderna que a él sólo le daba dolor de cabeza.<br />

Seguía siendo noche cerrada y su compañero tardaba en volver de<br />

la ronda. Consultó el reloj y se dio cuenta, extrañado, de que hacía<br />

más de media hora que había salido. Era un buen hombre y mejor<br />

compañero, aunque le gustaba protestar por todo, especialmente<br />

cuando les tocaba vigilancia.<br />

Preocupado por lo tarde que se estaba haciendo y cansado de<br />

pelearse con el pequeño aparato, decidió guardarlo en la guantera<br />

del coche e intentar llamar por radio a su compañero. Sin embargo,<br />

en ese mismo momento la puerta del vehículo empezó a abrirse<br />

lentamente.<br />

14


—¡Ya era hora! —exclamó sonriendo—Te lo has tomado con<br />

calma…<br />

No pudo continuar su frase. Cuando reconoció el fuego de la<br />

determinación prendido en la mirada de la figura que acababa de<br />

abrir la puerta del vehículo, supo que el momento había llegado. Le<br />

quedaba poco para jubilarse y se había convencido de que iba a ser<br />

de los afortunados que escaparían de un final violento; que podría<br />

retirarse, dejar el servicio y dedicarse unos años a su mujer y a sus<br />

nietos, sin la presión de un nuevo destino o un trabajo a realizar.<br />

Pero ahora sabía que se había equivocado. Aquel momento, tan<br />

temido que incluso se huía de él en el pensamiento, había llegado.<br />

Estaba allí, frente a él, apuntándole con un arma a menos de un<br />

palmo de su rostro. Resignado, cerró los ojos y, pidiendo perdón<br />

por sus errores, rememoró en su mente la imagen de su familia.<br />

Sólo fue un instante pero pudo ver sus caras, disfrutar con sus<br />

sonrisas y sentir sus abrazos como si estuviesen junto a él. Una<br />

oleada de paradójica felicidad le embargó el alma justo antes de<br />

que el desconocido apretase el gatillo y su mundo estallase en un<br />

fogonazo escarlata de sangre y muerte.<br />

3<br />

La teniente Alba Salcedo acababa de entrar por la puerta del<br />

puesto de la Guardia Civil, dispuesta a afrontar un nuevo día<br />

complicado, pero también tedioso, cuando llegó corriendo hasta<br />

ella el sargento Antonio Gutiérrez. Nunca le había visto tan<br />

sonrojado, a pesar de que su piel blanca y extremadamente fina<br />

le convertía en un cangrejo todos los veranos. En cuanto vio las<br />

venas de su cuello hinchadas y las gotas de sudor que perlaban su<br />

amplia frente a pesar del fresco de la mañana, comprendió que algo<br />

muy grave había sucedido.<br />

15


Como responsable del puesto de la Guardia Civil de Hondañedo<br />

debía estar preparada para todo pero, cuando el sargento le<br />

informó que los dos agentes encargados de la vigilancia nocturna<br />

de la excavación del “Campo del Manco” habían sido asesinados,<br />

no pudo evitar que su estómago se contrajese con saña. Tuvo<br />

que hacer un esfuerzo para que su subordinado no notase lo<br />

profundamente afectada que se sentía.<br />

—¿Qué ha pasado? —preguntó tragando saliva.<br />

—Aún no lo sabemos. Tenían que haber informado hace una<br />

hora, pero no hubo manera de contactar con ellos, por lo que<br />

mandamos al relevo para que comprobase que ocurría. Nos han<br />

llamado hace menos de veinte minutos informando de que la<br />

patrulla había sido atacada.<br />

—¿Un atentado terrorista?<br />

—No parece probable, aunque con esos miserables nunca se<br />

sabe. Aún que se tratase de algún comando rebelde, es muy extraño<br />

que actúen en un lugar como Hondañedo y, más aún, cuando están<br />

casi desarticulados y han declarado un alto el fuego. Además, lo<br />

sucedido no cuadra con su modus operandi.<br />

—¿Quién hay allí ahora? —le interrumpió la teniente, haciéndole<br />

un gesto con la mano para que no le diese más detalles.<br />

El sargento conocía bien a la teniente y en cuanto vio como<br />

desdeñaba sus explicaciones, supo que esta vez no iba a ser él quien<br />

llevase las pesquisas más directas del caso como era habitual. Ella<br />

misma había supervisado el cuadrante de servicios el día anterior<br />

y, por lo tanto, era quien había mandado a los dos guardiaciviles al<br />

destino que les había costado la vida. Aunque sólo llevaba un par de<br />

años como responsable del cuartel, la teniente había demostrado<br />

ser una mujer de una fuerza de carácter inusual y de un talento<br />

indiscutible y estaba seguro de que, esta vez, no iba a parar hasta<br />

detener personalmente a los responsables de aquel crimen cobarde.<br />

16


—A parte de la patrulla de relevo, he mandado dos coches más<br />

para que acordonen la zona. También he avisado a Cuenca para<br />

que nos manden a los de criminalística y al juzgado para que envíen<br />

al juez de guardia para el levantamiento de los cuerpos.<br />

—Pues vamos para allá inmediatamente, quiero examinar el<br />

lugar antes de que lleguen y empiecen a removerlo todo —ordenó<br />

con determinación.<br />

No hicieron falta más explicaciones, el sargento desapareció en<br />

el interior del cuartel, volviendo a los pocos minutos tras organizar<br />

el servicio. La teniente le esperaba ya en su vehículo particular.<br />

Aunque podía utilizar uno de los coches de la dotación, prefería su<br />

viejo Corsa, al que había incorporado todo el material de patrulla<br />

habitual. No sólo lo había equipado con radioteléfono programado<br />

en scanner para poder comunicarse en todo momento, sino que<br />

además llevaba el maletero repleto de todo tipo de útiles: señales<br />

de tráfico de control policial, una cadena de pinchos, tetrápodos,<br />

linternas, cinta de acordonamiento, guantes anti corte y hasta un<br />

par de chalecos antibalas.<br />

El lugar donde se había producido el crimen, el “Campo del<br />

Manco”, no distaba más que unos pocos kilómetros del pueblo<br />

por lo que sólo tardaron unos minutos en llegar. Era una zona<br />

frondosa, rica en vegetación y que apenas había cambiado desde<br />

los años cuarenta, cuando por allí pasaba la única carretera que<br />

llevaba a Cuenca capital y en sus lindes reinaban lobos y buitres.<br />

Se decía que el origen de su nombre se remontaba al siglo XVII<br />

cuando un terrateniente de la zona, dueño de todos aquellos<br />

bosques, fue asaltado por una cuadrilla de bandoleros comandada<br />

por el conocido Perandrés. El bandolero decidió que, como el<br />

terrateniente era famoso por robar y abusar de las gentes de los<br />

pueblos de alrededor, merecía un castigo ejemplar, así que le cortó<br />

la mano y se la envió al alcalde de Hondañedo con un mensaje:<br />

“Esta es la mano que os ha estado robando, si os interesa salvar al manco lo<br />

encontraréis en sus campos”. La tradición decía que lo habían hallado<br />

17


un día después, vivo, desnudo y atado en uno de los árboles de<br />

aquel bosque, que pasó a conocerse desde entonces popularmente<br />

como el “Campo del Manco”.<br />

Tras aparcar el vehículo, se dirigieron de inmediato al lugar<br />

donde varios guardiaciviles, enfundados en chalecos reflectantes<br />

habían desviado el tráfico y acordonando la zona para evitar la<br />

presencia de curiosos y preparar la llegada de los equipos de<br />

especialistas. La teniente avanzó con rapidez cruzando el cordón<br />

ante la mirada de los guardias que la saludaron de inmediato de<br />

forma reglamentaria.<br />

—¿Qué ha pasado Valera? —preguntó dirigiéndose directamente<br />

a uno de los guardias que lucía los galones de cabo.<br />

—Ha sido una carnicería mi teniente —respondió el hombre<br />

bajando la mirada y tragando saliva con dificultad—. A Jesús le<br />

sorprendieron en el vehículo y le dispararon a quemarropa sin<br />

darle tiempo a reaccionar.<br />

—¿Y Paco? —preguntó la teniente.<br />

—Está abajo… en la fosa —titubeó el cabo como si le costase<br />

hablar—. Le han degollado.<br />

La teniente reprimió con esfuerzo la exclamación de frustración<br />

que estuvo a punto de surgir de su garganta. Una idea absurda<br />

empezó a formarse en su mente, pero ella la apartó con decisión.<br />

Cuando Alba se hizo cargo del Puesto Principal de Hondañedo,<br />

creyó que podría dejar atrás la investigación directa de crímenes<br />

como aquel. Como oficial superior, sus labores eran meramente de<br />

coordinación y control, la investigación corría a cargo habitualmente<br />

de algún suboficial, pero, en este caso, sintió inmediatamente que<br />

lo sucedido era su responsabilidad.<br />

Aspirando con fuerza una bocanada de aire avanzó hasta el<br />

coche patrulla de los guardias asesinados, mientras se ponía unos<br />

guantes de látex para evitar contaminar el lugar. El vehículo estaba<br />

18


aparcado en el andén rodeado de cinta amarilla que denunciaba<br />

que en su interior se había producido la tragedia.<br />

Jesús Bádenes estaba muy cerca de la jubilación, apenas le<br />

faltaban tres años para retirarse a un descanso merecido que<br />

ahora ya no tendría nunca. Aunque él mismo se había presentado<br />

voluntario para el servicio de vigilancia, Alba sabía que había sido<br />

una simple orden suya, al mandar aquel hombre a lo que parecía un<br />

servicio rutinario, lo que le había costado la vida a él y la felicidad<br />

a su familia.<br />

Intentando apartar de su mente la angustia que le embargaba,<br />

Alba empezó a examinar la escena del crimen. El cuerpo del<br />

hombre asesinado se encontraba desplomado sobre el asiento<br />

del conductor. Aunque debía ocupar la plaza de copiloto cuando<br />

sucedió todo, la fuerza del impacto del disparo había sido tan<br />

brutal que le había proyectado sobre el asiento contiguo. La<br />

teniente se acercó y examinó el cadáver con detenimiento. La cara<br />

estaba destrozada y todo el habitáculo era un caos de sangre y<br />

masa encefálica. El disparo parecía haberse realizado a muy corta<br />

distancia y directamente sobre el rostro de la víctima. Aquello no<br />

era un simple crimen, era una auténtica ejecución.<br />

Intentado calmarse, examinó con cuidado el vehículo en busca<br />

de cualquier detalle útil. Todo parecía en orden. Tan sólo la<br />

guantera aparecía abierta, aunque pronto comprendió el motivo.<br />

El cadáver aún sostenía en su mano un pequeño transistor que<br />

probablemente intentaba guardar en el momento del ataque. Alba<br />

recordaba aquel anticuado aparato y cómo había sido motivo de<br />

burla en innumerables ocasiones, por el cariño que le profesaba<br />

aquel hombre que ahora yacía inerte frente a ella, como una<br />

marioneta a la que hubiesen cortado cruelmente los hilos.<br />

Reprimiendo la bilis que amenazaba con desbordar su garganta,<br />

se forzó a examinar el resto del habitáculo, pero no encontró nada<br />

que fuese especialmente significativo. Estaba a punto de abandonar<br />

19


el vehículo cuando observó en el techo una zona quemada en la<br />

tapicería.<br />

—Pásame unas pinzas y una bolsa de pruebas —pidió al sargento<br />

que, tras buscar unos instantes en sus bolsillos, se las entregó de<br />

inmediato.<br />

—Gracias —sonrió agradecida la teniente al comprobar que<br />

ni siquiera bajo aquellas circunstancias el sargento había perdido<br />

su eficiencia habitual. Cuando se hizo cargo de aquel cuartel en un<br />

pequeño pueblo de la Serranía de Cuenca, esperaba encontrar un<br />

puñado de guardias de disciplina relajada, acostumbrados a lidiar tan<br />

sólo con pequeños hurtos sin importancia y los enfrentamientos típicos<br />

entre vecinos. Pero, lo cierto es que la única provinciana había sido<br />

ella y lo que había encontrado era un acuartelamiento perfectamente<br />

organizado por la mano eficiente de aquel sargento, que se había<br />

convertido en poco tiempo en algo más que su mano derecha.<br />

Tas ahuecar con cuidado la tapicería consiguió dejar al descubierto<br />

la chapa del techo del vehículo. Allí, aplastado y enganchado en el<br />

metal quemado y retorcido, se encontraba la bala que había acabado<br />

con la vida del guardiacivil. De alguna forma le pareció que aquel<br />

proyectil tenía algo peculiar. Lo extrajo con extremo cuidado de no<br />

dañarlo y lo guardó en la bolsa de plástico.<br />

—Mándalo a Madrid urgentemente y diles que mañana por la<br />

mañana quiero tener en mi mesa el informe de balística —ordenó,<br />

tendiendo a su subordinado la bolsa cerrada herméticamente con<br />

la bala en su interior.<br />

—¿No sería mejor que se lo entregásemos a científica para que<br />

lo examinen junto al resto de las pruebas? —observó el sargento<br />

ya que aquel no era el procedimiento habitual.<br />

—¡Que ellos hagan su trabajo y nosotros haremos el nuestro!<br />

El sargento comprendió que su impresión de que aquello iba a<br />

convertirse en algo personal para la teniente no había estado nada<br />

20


desencaminada. Probablemente temía que el caso fuese asignado a<br />

otra unidad más especializada y estaba dispuesta a conseguir toda<br />

la información posible antes de que eso ocurriese, aunque para ello<br />

tuviese que saltare alguna normativa en el proceso.<br />

Los dos oficiales se dirigieron entonces hacia el interior del<br />

bosque, descendiendo por un camino embarrado hasta la zona<br />

de la excavación. No tardaron en llegar al lugar donde una<br />

antigua fosa común de la Guerra Civil estaba siendo sacada a la<br />

luz. El terreno había sido cuidadosamente parcelado y cubierto<br />

con lonas para preservarlo de las lluvias. Pronto descubrieron el<br />

brillo deslumbrante y terrible de la manta térmica que cubría el<br />

cuerpo caído del segundo guardiacivil asesinado. Varios guardias<br />

escoltaban el cadáver. Aunque iban perfectamente armados, no era<br />

difícil percibir que, paradójicamente, se encontraban abrumados<br />

por la impotencia.<br />

—Retiren la manta por favor —pidió la teniente a los guardiaciviles<br />

más cercanos al cadáver que se apresuraron a cumplir la orden.<br />

El cuerpo estaba bocabajo, con el rostro ligeramente ladeado e<br />

incrustado en la tierra, como si el desafortunado hubiese intentado<br />

mirar a su atacante antes de morir. La humedad de las recientes<br />

lluvias había empapado el terreno a pesar de los toldos y el barro<br />

resultante, al mezclarse con la sangre que había brotado del brutal<br />

corte que se apreciaba en la garganta de la víctima, se había<br />

convertido en un lodo negruzco que empapaba casi todo el torso<br />

del cadáver.<br />

El sargento dio un paso atrás, sorprendido por la crueldad de la<br />

escena, controlando con dificultad las náuseas que sentía.<br />

—¿Cómo pudieron hacerle algo así? –exclamó aturdido.<br />

—Le sorprendieron. Observa la posición de la mano—explicó<br />

la teniente mientras le indicaba el lugar donde yacía el arma<br />

reglamentaria del guardia junto a su mano inerte —. Parece que<br />

intentó disparar, pero no le dio tiempo.<br />

21


—Pero ¿cómo pudieron acercarse tanto hasta Paco? Era de<br />

noche y no tenía buena visibilidad, pero llevaba muchos años en el<br />

cuerpo como para cometer un error así —protestó el sargento que<br />

conocía al hombre tendido frente a él desde que llegase destinado<br />

hace más de veinte años al puesto de Hondañedo. Sabía que<br />

Francisco Barreras, al que todos llamaban simplemente Paco, era, a<br />

pesar de su fama de protestón y eterno rebelde, uno de los mejores<br />

guardias de aquel puesto. Meticuloso, serio y extremadamente<br />

eficiente, costaba creer que nadie hubiese podido sorprenderle de<br />

aquella manera.<br />

—No debemos precipitarnos en sacar conclusiones —le recriminó<br />

la teniente incorporándose tras examinar superficialmente el cuerpo,<br />

consciente de que no podría obtener más información sin un examen<br />

más profundo, cosa que no podía hacer si no quería que científica<br />

la acusase después de alterar la escena del crimen—. Probablemente<br />

fue él quien se acercó a su atacante. Tengo la sensación de que, por<br />

algún extraño motivo, no comprendió el verdadero peligro al que se<br />

enfrentaba hasta que fue demasiado tarde.<br />

La teniente examinó entonces el terreno con detenimiento.<br />

Con extremo cuidado de no alterar las huellas que pudiese haber,<br />

escrudiñó las inmediaciones del cadáver.<br />

—¿Qué es eso? —preguntó señalando una zona junto al cuerpo<br />

donde la tierra había sido removida y un enorme agujero se<br />

abría en el suelo—Que yo sepa todavía no se han concedido las<br />

autorizaciones para empezar las exhumaciones de esta fosa ¿no?<br />

—Es cierto —confirmó el sargento comprendiendo lo que su<br />

superior quería decir—. Los trabajos de excavación se suspendieron<br />

hace una semana, al aparecer los primeros restos humanos, hasta<br />

que la jueza concediese los permisos. Yo mismo vine cuando se<br />

paralizaron los trabajos y puedo asegurar que ese agujero no estaba.<br />

Lo más probable es que anoche alguien haya estado excavando<br />

aquí de forma ilegal.<br />

22


—Es posible que Paco les sorprendiese en plena faena y por eso<br />

acabaran con él —apuntó la teniente intentando comprender lo<br />

sucedido.<br />

—Pero ¿qué podría haber en una fosa de fusilados de la Guerra<br />

Civil que fuese tan importante como para matar por ello? —<br />

preguntó el sargento poco convencido.<br />

—Sea lo que sea no podemos saberlo si se lo han llevado, pero<br />

¿te has fijado en la forma del agujero?<br />

El sargento supo de inmediato lo que quería decir la teniente. Lo<br />

que hubiese allí era alargado y de entre metro y medio y dos metros<br />

de largo. Además, estaba situado junto al lugar en que aparecieron<br />

los primeros restos humanos.<br />

—¡Un cuerpo! —exclamó incrédulo el sargento.<br />

—¡Es muy probable! —confirmó la teniente—. Parece que<br />

quien estuvo aquí anoche pudo llevarse uno de los cadáveres de<br />

la fosa.<br />

—Eso no tiene sentido —objetó el sargento al que aquella<br />

situación empezaba a parecerle cada vez más surrealista—. ¿Para<br />

qué iba a querer nadie un cadáver?<br />

—Ya sabes los problemas que ha traído esta fosa. Las familias<br />

de los tres hombres enterrados aquí llevan más de treinta años<br />

pidiendo su exhumación, prácticamente desde la transición.<br />

—Pero precisamente por eso es absurdo. Mañana iba a venir<br />

la jueza Bayardo y un forense a autorizar el levantamiento de los<br />

cadáveres para que se pudiesen llevar a Madrid muestras para hacer<br />

las pruebas de ADN. ¿Por qué iba a querer nadie hacer precisamente<br />

ahora una exhumación ilegal?<br />

—No lo sé —confesó la teniente con un suspiro —, pero me<br />

temo que esto se va a convertir en un circo. Un cuerpo desaparecido,<br />

un hombre muerto con el cuello cortado y otro con un tiro en la<br />

cabeza y todo ello en la fosa del “Campo del Manco” el día antes<br />

23


del levantamiento de uno de los cadáveres más famosos de este<br />

país.<br />

—¡Joder! ¡No sé cómo no se me había ocurrido! —exclamó el<br />

sargento al comprender lo que la teniente estaba insinuando—<br />

Esperemos que no sea más que una puñetera casualidad porque, si<br />

no es así, no sé si en Hondañedo tenemos los medios para un caso<br />

de esta naturaleza.<br />

—Pues lo vamos a tener que averiguar porque no pienso dejárselo<br />

a nadie si puedo evitarlo —afirmó la teniente con rotundidad—De<br />

momento es más urgente que nunca saber quiénes están enterrados<br />

aquí. Necesitamos saber qué cadáver falta si es que falta alguno.<br />

Llama a la jueza y explícale lo sucedido. Quiero que, en cuanto la<br />

científica de por examinado este lugar, se exhumen todos los restos<br />

y se les identifique de inmediato.<br />

Como si sus palabras hubiesen sido escuchadas por un poder<br />

divino aficionado a las coincidencias, un grupo de hombres<br />

uniformados con los habituales monos blancos del grupo<br />

de científica asomaron por el camino que llevaba a la fosa,<br />

anunciándoles que había llegado la hora de volver al pueblo.<br />

—Quédate y encárgate de todo —ordenó la teniente mirando con<br />

intensidad al sargento—. Será mejor que yo vaya al Ayuntamiento.<br />

Necesitamos que el alcalde nos ayude si no queremos que todo<br />

esto se nos vaya de las manos.<br />

4<br />

La lluvia se derrama sobre la tierra con apatía, con desgana, casi como<br />

si rehuyese el contacto inevitable con la tierra. Frente a mí, un gran hoyo<br />

se abre en el terreno como unas fauces hambrientas. En su interior el agua<br />

fluye raudo convirtiéndolo en una piscina hedionda de lodo y basura. Miro


alrededor y tropiezo con la mirada huidiza de mis dos compañeros. Sus rostros<br />

brillan empapados bajo la luz de la luna y su piel se vuelve pálida como<br />

un sordo presagio. El agua de sus mejillas se mezcla con sus lágrimas de<br />

impotencia. Noto entonces el sabor salado de mi propia soledad caer en mis<br />

labios arrastrado por la lluvia y comprendo que yo también estoy llorando.<br />

Los tres sabemos que aquel agujero será nuestro destino; el mismo que<br />

hemos cavado apartando con nuestras manos la tierra que cubrirá nuestros<br />

cuerpos después. Sabemos que es inútil pedir piedad o buscar justicia. Ya no es<br />

momento para abogados o sentencias. Es tiempo de sangre.<br />

Pero, no es la oscuridad de la tumba lo que encoge con más fuerza nuestra<br />

alma, sino la desolación que dejamos a nuestras espaldas, las despedidas<br />

que no podremos realizar, los besos, las caricias y las palabras que jamás<br />

pronunciaremos para consolar a los que son más que nuestra vida. Es en ellos<br />

en quienes está fija nuestra mirada, cuando nos ordenan darnos la vuelta y<br />

afrontar el rostro de nuestros ejecutores; es a ellos a los que pedimos perdón y a<br />

los que dedicamos nuestras lágrimas y plegarias mudas; es con ellos con los que<br />

siempre estaremos en deuda y es realmente a ellos a los que aquellas armas,<br />

que se levantan con frialdad hacia nosotros, realmente ajustician y condenan.<br />

Un brazo frio como el hielo se levanta y las armas nos apuntan con precisión.<br />

Oigo un gemido y veo como el hombre situado a mi lado se encoge asustado,<br />

su pantalón se empapa con su orina caliente mientras el pánico le hace perder<br />

el control de su propio cuerpo. No tengo tiempo para pensar nada más, un<br />

estruendo estalla y el mundo se vuelve rojo y ardiente. Lo primero que noto es<br />

un calor fuerte y seco en mi pecho, mientras mis piernas pierden su fuerza y<br />

caigo de bruces sobre la tierra mojada. Percibo el sabor amargo del barro en<br />

mis labios y aspiro una última bocanada de aire antes de que mi corazón se<br />

pare.<br />

Estoy muerto pero aún puedo ver como una sombra se cierne sobre mí, se<br />

agacha e introduce algo entre mis ropas. Después, una bota empuja mi cuerpo<br />

que rueda inerte hasta la fosa abierta. Lo último que siento es como la tierra<br />

herida se cierra sobre mí.<br />

25


5<br />

Daniel Castro se despertó temblando y cubierto de sudor. Por<br />

un momento creyó estar en su casa de Madrid pero, no sin cierta<br />

sorpresa, comprendió que aún se encontraba en el interior de su<br />

coche. Haciendo un esfuerzo por apartar de su mente los últimos<br />

vestigios de su pesadilla, recordó como había decidido parar en<br />

el andén para descansar un rato al darse cuenta de que el sueño<br />

empezaba a hacer mella en sus reflejos.<br />

Estirando los músculos con dificultad, se mintió a si mismo<br />

prometiéndose que aquella sería la última vez que viajaría de noche.<br />

Miró la hora en su reloj de pulsera y se sorprendió una vez más al<br />

comprobar que ya eran más de las nueve de la mañana. Su pequeña<br />

cabezada se había convertido en más de dos horas de un sueño<br />

profundo y atormentado. Sobrecogido, recordó una vez más la terrible<br />

escena vivida en su pesadilla, con tanta nitidez que incluso creyó notar<br />

aún el sabor de la tierra húmeda en sus labios. Abrió la ventanilla del<br />

coche y escupió al exterior intentando aclarar su boca pegajosa.<br />

No era la primera vez que tenía aquel sueño, aunque sí la<br />

primera desde que abandonó el pueblo y se estableció en Madrid.<br />

Casi parecía que su subconsciente le avisase de que su vuelta a<br />

Hondañedo traería consigo también el retorno de un equipaje que<br />

creía haber dejado atrás para siempre. Dando la vuelta a la llave de<br />

encendido con resignación, Daniel se dijo a si mismo que de nada<br />

serviría retrasar más su llegada.<br />

A penas tuvo que conducir unos quince minutos antes de que,<br />

tras una curva pronunciada, el familiar perfil del que había sido<br />

su hogar en la niñez se recortase sobre las incipientes formas de<br />

la Serranía. Hondañedo era un pueblo antiguo, cuyas raíces se<br />

26


perdían en los tiempos de la conquista árabe. Pequeñas murallas,<br />

tan deterioradas que se mimetizaban con el terreno pedregoso de la<br />

montaña, salpicaban los alrededores y una torre de planta redonda<br />

hundida en un despeñadero natural a la entrada de la población,<br />

constituían los restos de un pasado glorioso en que caballeros y<br />

nobles libraron allí sus justas y enfrentamientos por causas hoy<br />

olvidadas. También los romanos habían dejado su huella en<br />

puentes, calles y vías que, con el tiempo, se habían convertido en<br />

las carreteras que hoy atravesaban la población.<br />

Daniel observó con añoranza como las brumas envolvían aún la<br />

parte alta de las montañas donde algunas nubes parecían remisas<br />

a abandonar su abrigo. Acelerando con decisión enfiló la entrada<br />

a la población dejando a un lado el amago de nostalgia que por un<br />

momento hizo presa de su ánimo convulso.<br />

Aunque se consideraba a Hondañedo cabeza de partido de la<br />

región, la verdad es que su población apenas alcanzaba el millar<br />

de habitantes, que sólo superaba en verano con la llegada de<br />

un turismo interior que, poco a poco, había ido revitalizando el<br />

lugar en los últimos años. Nuevas casas rurales y hostales habían<br />

sustituido antiguas casas de labranza, para dar cabida a una variable<br />

población de urbanitas ansiosos de aire puro y paisajes de ensueño.<br />

Daniel observó el pueblo, maravillado de que, después de tantos<br />

años y a pesar de que las construcciones nuevas proliferaban por<br />

doquier, aún mantuviese intacta su alma antigua, árabe, medieval<br />

y romana a partes iguales. No había demasiada gente en las calles<br />

y el tráfico era sumamente escaso, lo que le permitió cruzar el<br />

casco antiguo con rapidez. Pasó de largo por la plaza del mercado<br />

donde, esbozando una sonrisa, contempló cómo los comerciantes<br />

terminaban de montar sus tenderetes, ya que el viernes era día de<br />

rastro. Enfilando una calle estrecha cruzó bajo el Arco de los Mártires,<br />

un vestigio romano llamado así por las figuras de condenados<br />

que lo adornaban, para llegar por fin al escenario donde se había<br />

desarrollado su infancia.<br />

27


El hogar de su familia en Hondañedo era una casa antigua<br />

de dos plantas situada en un lateral de una plaza con forma de<br />

herradura, la Plaza de San Antón, apodada cariñosamente la Plaza<br />

del Cine, porque en ella se montaba todos los años un pequeño<br />

cine de verano al aire libre. La vivienda, aunque sólida y robusta, se<br />

había ido deteriorando con el paso de los años y numerosas grietas<br />

surcaban ya su estrecha fachada. Daniel sintió como una punzada<br />

de emoción le embargaba el corazón cuando se bajó de su coche y<br />

se dirigió la vieja puerta de roble de la entrada.<br />

Sacó un manojo de llaves de su bolsillo, que no había usado en<br />

muchos años, y abrió con suavidad la cerradura intentando no hacer<br />

demasiado ruido. Apenas había comenzado a girar la llave cuando la<br />

puerta se abrió completamente y su madre apareció frente a él. Su<br />

rostro, redondeado y surcado de arrugas, que habían ido apareciendo<br />

al mismo ritmo que las grietas de la fachada de su hogar, se iluminó<br />

con una amplia sonrisa a la vez que estrechaba a Daniel con un fuerte<br />

abrazo y le besaba en la mejilla con ternura. Daniel la besó a su vez,<br />

sintiendo con sus labios su piel fina, suave e increíblemente frágil<br />

por la edad. Su madre seguía teniendo el aspecto fuerte y decidido de<br />

siempre, hasta su pelo, aunque completamente canoso, lucía lustroso<br />

con una “permanente” seguramente echa en su honor el día anterior,<br />

pero Daniel sabía que los años estaban haciendo mella en ella y que,<br />

esa misma fragilidad que hacía presa de su piel, lo hacía también<br />

poco a poco del resto de su cuerpo.<br />

—¡Creí que llegarías en plena madrugada! —exclamó la anciana<br />

mientras le observaba de arriba abajo emocionada.<br />

—Al final me paré a echar una cabezada —confesó Daniel.<br />

—Esa manía tuya de conducir de noche un día te va a dar un<br />

disgusto.<br />

—Y tú ¿qué haces levantada tan temprano? —le reprochó<br />

Daniel con la boca pequeña y algo avergonzado, consciente de<br />

que probablemente llevaba varias horas esperándole—Creí que<br />

habíamos quedado en que no me esperarías levantada.<br />

28


—Una madre es una madre —sentenció la mujer pasando<br />

al interior de la vivienda acompañada de su hijo—. ¿Al final te<br />

quedarás sólo hasta el lunes?<br />

—Sabes que siempre tengo mucho trabajo en la fiscalía —se excusó<br />

Daniel.<br />

—Nunca te ha gustado el pueblo ¿verdad?<br />

—No es eso, es que mi trabajo es demasiado absorbente, me<br />

exige dedicación plena, pero prometo venir este verano y quedarme<br />

unos días.<br />

—¿Cuánto tiempo hace desde que estuviste aquí la última vez?<br />

—insistió su madre que no parecía dispuesta a dejarle escapar<br />

fácilmente—. Si no fuese porque voy yo a Madrid todos los<br />

veranos, llevaría años sin verte.<br />

—Está bien —admitió Daniel, comprendiendo que no podía<br />

negarle a su madre la verdad—. Sabes que no lo pasé muy bien de<br />

niño en Hondañedo. Además, me he acostumbrado ya a la vida de<br />

la ciudad y aquí me siento fuera de lugar.<br />

—No tienes que explicarme nada hijo —sonrió su madre<br />

comprensiva—. Sé muy bien lo mal que lo hemos pasado todos<br />

pero a lo mejor ahora podemos tener algo de calma.<br />

—Eso espero —confesó Daniel—. Pero tampoco quiero que te<br />

hagas demasiadas ilusiones ni que te impacientes. La exhumación y<br />

las pruebas de ADN van a llevar su tiempo.<br />

—Lo sé pero, después de tantos años luchando, ahora que está<br />

tan cerca se me va a hacer eterno esperar aún para poder enterrar<br />

los restos de tu abuelo.<br />

La voz de la mujer falló por un instante emocionada y Daniel se<br />

sitió culpable. A pesar de que comprendía perfectamente la lucha<br />

de su madre por encontrar los restos de su abuelo para poder<br />

enterrarlos con el resto de su familia, en el fondo sabía que nunca<br />

había compartido del todo su obsesión y temía que eso le hubiese<br />

hecho no apoyarla tanto como ella hubiese necesitado.<br />

29


—El caso es que lo hemos conseguido y ya no hay nada que<br />

pueda impedir que le demos digna sepultura —la consoló dándole<br />

un abrazo—Y ahora, ¿dónde están esas magdalenas caseras que<br />

seguro que me has hecho para desayunar?<br />

6<br />

Francisco Fuentes había sido elegido alcalde tan sólo unas<br />

semanas antes en las elecciones municipales. Era independiente<br />

y había conseguido ganar con un partido de su propia creación:<br />

Alternativa Popular. En el fondo sabía que los ciudadanos<br />

le habían dado su apoyo más por desencanto con los grandes<br />

partidos que por simpatía a sus ideas, pero eso no le quitaba<br />

el sueño. Era un hombre esencialmente práctico y la alcaldía<br />

ofrecía unas posibilidades nada desdeñables para un hombre que,<br />

como él, supiese aprovechar las oportunidades. Sin embargo, lo<br />

que no sospechaba al presentarse al cargo es que la alcaldía de<br />

un pueblo pequeño supusiese tanto trabajo, empezando por el<br />

propio traspaso de poderes. En un principio pensó que en un<br />

pueblo pequeño como Hondañedo sería algo sencillo, casi como<br />

hacerse cargo de una comunidad de vecinos, pero lo cierto es<br />

que se había encontrado con una maraña burocrática de papeleo<br />

interminable que estaba poniendo a prueba su paciencia. Para<br />

colmo, estaba el asunto de la fosa de la Guerra Civil que estaba<br />

complicándolo todo aún más. Afortunadamente, el tema parecía<br />

que iba a quedar encauzado en los próximos días.<br />

Estaba apurando un último trago de un poco agraciado café de<br />

máquina, dispuesto a estudiar un conflicto sobre la gestión de la<br />

recogida de basuras que había heredado de su predecesor, cuando<br />

la puerta se abrió y su recién estrenado secretario entró con cara<br />

preocupada.<br />

30


—Perdone señor alcalde pero está aquí la teniente Alba Salcedo<br />

de la Guardia Civil.<br />

El alcalde se levantó de inmediato un tanto extrañado para<br />

saludar a su inesperada visitante.<br />

—¡Buenos días Alba! —exclamó estrechándole la mano a la vez<br />

que le indicaba que se sentase, mientras él volvía a acomodarse tras<br />

su reluciente escritorio de caoba.<br />

—Me temo que traigo malas noticias señor alcalde.<br />

Conocía a aquella mujer desde que llegase al pueblo hacía más<br />

de dos años. La había saludado en numerosas ocasiones e incluso<br />

había coincidido con ella en los festejos del pueblo. Sin embargo,<br />

desde el mismo momento en que fue nombrado alcalde, el “Paco”<br />

con que solía saludarlo se había convertido en un formal “señor<br />

alcalde” a pesar de sus protestas. Era una mujer muy inteligente y<br />

de una integridad a prueba de bala, por eso se sintió intranquilo de<br />

inmediato al ver su rostro serio y preocupado.<br />

—¿Qué ocurre?<br />

—Dos de mis hombres han sido asesinados esta madrugada<br />

mientras vigilaban el “Campo del Manco” —explicó sin más<br />

preámbulos la teniente—. He preferido venir a informarle yo<br />

misma antes de que la noticia trascienda.<br />

—¿Cómo ha ocurrido? —preguntó el alcalde sorprendido,<br />

sin poder creerse que aquello estuviese sucediendo precisamente<br />

ahora que acaba de hacerse con la alcaldía.<br />

—Aún no sabemos gran cosa —confesó la teniente sin querer<br />

entrar en demasiados detalles—. Ahora mismo se está procediendo<br />

al levantamiento de los cadáveres y la policía científica está ya<br />

trabajando en la zona. En las próximas horas tendremos algunas<br />

respuestas.<br />

—¿Ha sido ETA? —preguntó el alcalde confuso.<br />

31


—No parece probable aunque todavía es prematuro descartar<br />

ninguna vía de investigación.<br />

El alcalde miró a la mujer a los ojos. Sabía muy bien cómo debía<br />

estar afectándole aquello a pesar de su claro esfuerzo por mantener<br />

un aspecto de fría eficiencia.<br />

—¿Qué quieres que haga? —preguntó al fin, consciente de que<br />

Alba no le hubiese visitado en persona y tan temprano para darle<br />

simplemente la noticia, por terrible que ésta fuese.<br />

—Quiero que comprenda que en el momento que la noticia<br />

llegue a los medios de comunicación, cosa que estará ocurriendo<br />

ahora mismo, Hondañedo se convertirá en el centro mediático de<br />

toda España.<br />

—Ya me lo imagino, pero no sé muy bien qué quieres que haga<br />

yo al respecto.<br />

—Necesito que me ayude a mantener los ánimos de la gente<br />

calmados. Van a llegar periodistas haciendo preguntas y se<br />

dispararán las especulaciones. No va a faltar quien quiera ver una<br />

relación entre este crimen y el levantamiento de la fosa común.<br />

Incluso habrá quien quiera utilizarlo políticamente.<br />

—No lo estarás diciendo por mi partido —protestó el alcalde<br />

con suspicacia—. Sé que en Alternativa Popular hemos intentado<br />

parar la apertura de esa fosa porque nos parecía una manera inútil<br />

de reabrir viejas heridas ya cicatrizadas, pero también sabes que,<br />

una vez que hubo un auto judicial firme que lo autorizaba, no<br />

hemos puesto ninguna traba.<br />

—No me refiero a ninguna formación política en concreto —<br />

dijo en tono de disculpa Alba, a pesar de que sabía que el alcalde<br />

y su partido habían torpedeado todo lo posible el intento de<br />

abrir aquella fosa y no siempre con buenas artes—Lo que quiero<br />

precisamente es que utilice sus contactos, tanto dentro de su<br />

partido como con el resto de formaciones, para que entre todos<br />

32


calmemos este tema y las aguas no se desborden. Necesito que no<br />

trasciendan demasiados detalles de lo ocurrido.<br />

El alcalde se removió inquieto en su silla reflexionando por unos<br />

instantes mientras observaba a la teniente.<br />

—Puede que sea nuevo en el cargo, pero, desde que mi padre<br />

me cedió la dirección de la empresa, he conseguida multiplicar su<br />

producción y “Ganaderías Fuentes” se ha extendido por gran parte<br />

de la provincia y empieza a plantearse la exportación como una<br />

opción viable de expansión. Conseguir algo así no es, como piensa<br />

mucha gente, una labor de suerte o de oportunidad, sino que se<br />

logra a base de cultivar el contacto con las personas adecuadas y<br />

participando en toda clase de asuntos públicos. Llegar hasta aquí ha<br />

sido un largo camino por el que no hubiese sido capaz de transitar<br />

sin desarrollar la capacidad de juzgar a las personas con quien trato.<br />

Ahora dime Alba ¿qué demonios es lo que no me has contado y<br />

que tanto te preocupa que altere a este pueblo?<br />

La teniente miró al alcalde con sorpresa. No esperaba que aquel<br />

hombre, al que conocía desde hacía bastante tiempo y que siempre<br />

le había parecido sumamente afable y tranquilo, resultase ser tan<br />

perspicaz. Por un instante se preguntó si tras aquella fachada<br />

de amabilidad y comprensión no se escondería realmente una<br />

personalidad totalmente distinta a la que había imaginado.<br />

—Está bien —admitió al comprender que el alcalde no se<br />

conformaría con nada inferior a la verdad—. Uno de los hombres<br />

ha muerto de un disparo en la cara y el otro degollado. Me imagino<br />

que entiende lo que eso puede significar.<br />

—¡Maldición! —exclamó el alcalde, frotándose nerviosamente<br />

la barbilla como si intentase así buscar la concentración necesaria<br />

para pensar con rapidez—Puede que sea casualidad.<br />

—No creo en las casualidades —repuso la teniente—. Y mucho<br />

menos cuando le han costado la vida a dos de mis hombres. Pero<br />

no es sólo eso lo que me preocupa.<br />

33


—¿Aún hay algo más? —preguntó incrédulo el alcalde<br />

hundiéndose en su asiento como si un enorme peso hubiese<br />

recaído de pronto sobre su pecho.<br />

34<br />

—Todo apunta a que ha desaparecido uno de los cuerpos.<br />

—¿Cómo? —exclamó más que preguntó el alcalde temiendo la<br />

respuesta.<br />

—La fosa ha sido escavada y al parecer se han llevado uno de los<br />

cadáveres enterrados en ella. He ordenado que se hagan las pruebas<br />

de ADN a los cuerpos que quedan cuanto antes y necesito que me<br />

apoye en esta petición. Quiero cortar cualquier especulación de<br />

raíz.<br />

—Pero ¿Y si el que falta resulta ser el cuerpo del “matacuras”?<br />

—Entonces no faltarán lunáticos que empiecen a decir que un<br />

asesino de hace setenta años ha salido de su tumba para seguir<br />

con sus crímenes. Esto se convertirá en un auténtico festín para<br />

los medios de comunicación y un caldo de cultivo abonado para<br />

imitadores y desequilibrados.<br />

El alcalde comprendía ahora perfectamente el por qué la teniente<br />

había acudido tan rápidamente a él. El “matacuras” era conocido<br />

en toda la región de forma parecida al “hombre del saco” o al<br />

“sacamentecas”, con la peculiaridad de que, en este caso, se trataba<br />

de alguien muy real: Antonio Castro. Un hombre que cometió un<br />

crimen atroz al poco de terminar la Guerra Civil. Antonio Castro<br />

era un hombre de familia humilde que servía de guarda en una de<br />

las fincas más ricas del pueblo. No había participado en la guerra<br />

aunque muchos decían conocer sus simpatías anarquistas. Lo cierto<br />

es que una tarde de octubre disparó en pleno rostro al párroco de<br />

Hondañedo, para crucificarle después en una cruz invertida en el<br />

altar mayor de la iglesia, donde después le cortó el cuello como<br />

si realizase un extraño y sacrílego sacrificio. Lamentablemente,<br />

aquel criminal no había llegado a ser juzgado, sino que, cuando<br />

era enviado a los juzgados centrales, terminó fusilado y enterrado


en una fosa común junto a dos presos políticos en el “Campo<br />

del Manco”. Su familia siempre había defendido su inocencia y<br />

había reclamado el levantamiento del cuerpo. Aunque los grupos<br />

políticos conservadores y el propio Francisco Fuentes con su nueva<br />

formación habían intentado evitarlo, finalmente, gracias al apoyo<br />

de las familias de los otros fusilados y, especialmente, a la reciente<br />

Ley de Memoria Histórica, habían logrado los permisos necesarios<br />

y la exhumación estaba a punto de producirse. Ahora, un cuerpo<br />

que podría resultar ser precisamente el de Antonio Castro, había<br />

desaparecido y dos hombres habían muerto, con el cuello cortado y<br />

de un disparo respectivamente. Aquello era una bomba de relojería<br />

y el alcalde temía que él fuese el relojero al que le iba a estallar en<br />

pleno rostro.<br />

—No te preocupes —dijo al fin tomando una decisión—. Nada<br />

de lo que me has contado saldrá de este despacho. Haré algunas<br />

llamadas e intentaré conseguir esas identificaciones de ADN<br />

cuanto antes y me encargaré de mantener alejados a los medios de<br />

comunicación. Pero supongo que serás consciente de que tarde o<br />

temprano la gente se enterará de todo esto.<br />

—Lo sé. Sólo espero tener el tiempo suficiente para poder<br />

investigar y encontrar al culpable o culpables antes de que eso<br />

ocurra porque, si no es así, tengo el presentimiento que habrá<br />

más muertes en Hondañedo.<br />

—¿Por qué piensas eso? —preguntó el alcalde angustiado.<br />

—Porque todo apunta a que, quien ha asesinado a mis hombres,<br />

busca notoriedad recreando los crímenes de un asesino famoso.<br />

Y creo que, si la consigue y los medios y sobre todo la televisión<br />

empiezan a hablar de él, seguirá haciéndolo hasta que le paremos.<br />

35


7<br />

Daniel estaba colocando el poco equipaje que había traído de<br />

Madrid, reprimiendo los sentimientos nostálgicos que ocupar la<br />

antigua habitación de su niñez le provocaba, cuando su madre le<br />

llamó desde la planta inferior.<br />

—¡Daniel baja deprisa tienes que ver esto!<br />

Preocupado por el tono de voz alarmado de su madre, bajó las<br />

estrechas escaleras con rapidez para encontrarse con que ella le<br />

señalaba muy preocupada la televisión, donde una locutora estaba<br />

dando una noticia, sobreimpresa sobre una escena que Daniel<br />

reconoció de inmediato. Se trataba del “Campo del Manco”, que<br />

aparecía rodeado de varias patrullas de la Guardia Civil y lo que<br />

reconoció de inmediato como vehículos de la policía científica.<br />

Sorprendido, subió el volumen para intentar averiguar qué<br />

había sucedido. La locutora explicaba con voz premeditadamente<br />

emocionada que dos guardiaciviles habían perdido la vida tras ser<br />

atacados mientras ejercían labores de vigilancia en la fosa común<br />

descubierta en el Campo del Manco. Al parecer, el incidente se<br />

había producido de madrugada y aún no habían trascendido<br />

demasiados detalles. La locutora despidió la noticia asegurando<br />

que informarían de cualquier novedad en cuanto tuviesen más<br />

noticias de lo ocurrido, para pasar con toda naturalidad a hablar de<br />

los desperfectos causados en una pequeña localidad del sur por las<br />

lluvias torrenciales del día anterior.<br />

—¿Y ahora qué va a pasar? —le preguntó su madre con ojos<br />

asustados.<br />

—No te preocupes mamá, esto no tiene por qué impedir el<br />

levantamiento de la fosa —repuso Daniel, más por consolar a su<br />

36


madre que porque estuviese auténticamente convencido de lo que<br />

decía—. Es posible que se produzca algún pequeño retraso, pero<br />

nada más.<br />

—¡Otra vez no! Llevamos tanto tiempo esperando que no creo<br />

que pudiese soportar que todo volviese a retrasarse—se lamentó la<br />

madre de Daniel al borde del llanto.<br />

—Los permisos ya están concedidos, lo que queda es pura<br />

burocracia. Supongo que es posible que se retrase unas semanas,<br />

pero no mucho más. De todas formas, voy a hacer unas llamadas a<br />

ver si me entero de qué ha pasado exactamente —aseguró Daniel<br />

dando un beso en la mejilla a su madre intentando calmar su<br />

nerviosismo—Voy a por el móvil y ahora te cuento.<br />

En realidad, siempre llevaba el teléfono móvil en el bolsillo de su<br />

pantalón, pero prefería hacer la llamada donde su madre no pudiese<br />

oírle por si lo que descubría no era demasiado agradable. Nada más<br />

llegar a la planta superior cerró la puerta de su habitación y marcó<br />

el número de su despacho en Madrid con rapidez.<br />

—¿Arturo? —preguntó Daniel al reconocer la voz al otro lado de<br />

la línea.<br />

—¿Quién si no? —repuso con tono de suficiencia su compañero<br />

de despacho—Estaba a punto de llamarte yo.<br />

—¿Qué demonios ha pasado? —preguntó Daniel impaciente.<br />

—La verdad es que sé poco más de lo que están diciendo en las<br />

noticias.<br />

—Me extraña —repuso Daniel que conocía a Arturo Solís<br />

desde que se presentó a las oposiciones para la fiscalía y sabía de su<br />

increíble capacidad para sacar información de debajo de las piedras.<br />

—Me alegra que confíes tanto en mí, pero me he enterado hace<br />

menos de media hora y no están trascendiendo demasiados detalles<br />

de lo ocurrido. Yo diría que se está buscando cierta opacidad de<br />

forma premeditada.<br />

37


—Algo de eso ya me lo imaginaba cuando he visto que ni<br />

siquiera han explicado en los informativos cómo han muerto los<br />

guardiaciviles.<br />

—He hecho un par de llamadas y nadie parece saber qué ha<br />

pasado exactamente, aunque parece que está prácticamente<br />

descartado que se trate de un atentado terrorista; al parecer no<br />

coincide el modus operandi.<br />

—Ni sería lógico con el estado actual de la banda terrorista —<br />

confirmó Daniel al que aquella información no le cogía en absoluto<br />

por sorpresa.<br />

—Es cierto, pero lo que no es tan lógico —le interrumpió<br />

Arturo—, es que también parece descartarse un mero acto<br />

vandálico o de delincuencia común. Según mis informaciones se<br />

están planteando enviar a la UCO y eso no es muy habitual en un<br />

crimen local.<br />

—Entonces ¿de qué demonios estamos hablando? —preguntó<br />

Daniel cada vez más intrigado.<br />

—No lo sé —confesó Arturo—. Es demasiado pronto para<br />

saber qué vías de investigación maneja la Guardia Civil.<br />

—En todo caso, te agradecería que estuvieses pendiente y me<br />

informases de cualquier novedad de la que te enteres —le pidió<br />

Daniel—. Mi madre está muy preocupada por si todo esto impide<br />

el levantamiento de la fosa.<br />

—Yo no me preocuparía por eso —repuso Arturo con<br />

inusitada seguridad—. Aunque suene extraño, desde el puesto de<br />

la Guardia Civil de Hondañedo intentan acelerar las exhumaciones<br />

e identificaciones con ADN de los restos encontrados en la fosa<br />

común. Han pedido a la jueza Bayardo en Cuenca que conceda los<br />

permisos necesarios y es muy probable que se realicen los análisis<br />

en Madrid de inmediato.<br />

Daniel se quedó callado por un instante. No parecía demasiado<br />

38


lógico que, no solo no se paralizasen las exhumaciones, sino<br />

que además se acelerase el proceso. Eso sólo podía tener una<br />

explicación y no era, desde luego, nada tranquilizadora; lo sucedido<br />

en el “Campo del Manco” no era un incidente casual, sino que<br />

tenía relación directa con la fosa común. Por un momento volvió<br />

a su mente la pesadilla que había tenido sólo unas horas antes y el<br />

sabor del barro húmedo inundó de nuevo su paladar.<br />

—¿Sabes quién lleva el caso aquí en Hondañedo? —preguntó<br />

Daniel intentado apartar de su mente las oscuras sombras de su<br />

pesadilla.<br />

—¡Claro! —exclamó Arturo satisfecho de andar siempre un paso<br />

por delante de su compañero y amigo—La responsable directa es<br />

una teniente de la Guaria Civil. Se llama Alba Salcedo y dirige el<br />

puesto de Hondañedo desde hace dos años.<br />

—Es bastante novata ¿no?<br />

—No te confundas Daniel. He echado un vistazo a su expediente<br />

y tiene un largo historial. Está especializada en criminalística y ha<br />

intervenido en casos muy complicados. Es una mujer brillante y<br />

extremadamente competente. De hecho, lo realmente sorprendente<br />

es cómo alguien con su experiencia y proyección ha terminado<br />

encargándose de un cuartel olvidado del mundo como Hondañedo.<br />

Daniel suspiró consciente de que aquella frase podía estar a punto<br />

de dejar de ser del todo cierta. Puede que Hondañedo, a pesar de<br />

ser cabeza de partido, figurase en los mapas como un simple punto<br />

medio olvidado en medio de una carretera comarcal, pero tenía la<br />

sensación de que aquello acababa de cambiar dramáticamente.


Gracias por leer el primer capítulo de “<strong>Sabor</strong><br />

a <strong>Tierra</strong>”. Espero que te haya gustado.<br />

Puedes encontrar información detallada<br />

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Juan Carlos Boíza López

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