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Entrevista
diez
Cristina Morató
Arqueóloga de
vidas apasionadas
Aventureras que siguieron sus sueños. Rebeldes que no acataron lo impuesto.
Viajeras que abrieron caminos. Libro tras libro, la periodista y escritora española rescata
del olvido a algunas mujeres que hicieron historia
POR María Fernanda Guillot
Habla rápido, muy rápido, como si corriera a las palabras.
Cristina Morató tiene mucha vida para contar y ganas de
hacerlo. Dice que los libros de Joseph Conrad y Rudyard
Kipling, las películas sobre reporteros de guerra, una frase
de su madre (“Si algo te apasiona, hazlo, nunca te va a ir
mal”) y, sobre todo, las cosquillas que le provocaba la palabra
“aventura”, fueron lo que la impulsó a estudiar periodismo y
a viajar por el mundo. Su primer destino fue Centroamérica.
“Los sandinistas habían llegado al poder en Nicaragua. Un
compañero de la facultad planeaba viajar allá como periodista
freelancer y yo me sumé. Mi madre me apoyó, pero no me
pagó el viaje. Entonces, para costeármelo, empecé a colaborar
en la revista Hogar y Moda. Con 21 años me planté en
Managua, adonde iban los grandes reporteros del mundo.
Presenté mi carnet para acreditarme y la uniformada me preguntó,
muy seria: ‘Esto es una broma, ¿no?’. Yo le expliqué
que Hogar y Moda era la publicación femenina número uno
en España. ‘Vengo a hacer un reportaje sobre ustedes, que se
supone son feministas, que han luchado muchísimo por llegar
adonde están, en las trincheras, haciendo un trabajo revolucionario.
Usted no debería juzgarme o burlarse del medio en
el que trabajo’, le dije. La dejé muda. Al otro día me dieron la
autorización”, cuenta la periodista y escritora catalana.
Lo que podría haber sido el comienzo de una carrera como
corresponsal de guerra, giró en sentido exactamente contrario.
“En los campos de refugiados de El Salvador, la gente llegaba
en muy malas condiciones. Allí, un compañero me dijo:
‘Nunca vas a ser una buena reportera porque dejas la cámara
y te pones a ayudar, cuando lo que deberías hacer es seguir
fotografiando’. Y yo no era capaz de eso”, asegura. Tres meses
en Nicaragua, Honduras y El Salvador le dejaron una certeza:
“Yo estaba hecha para viajar, podía comer cualquier cosa y
dormir donde sea. Empecé a recorrer el mundo cubriendo
otros temas”, dice Morató, que acaba de lanzar la biografía
Divina Lola. La vida de Lola Montes, la falsa española que
quiso ser reina (Plaza & Janés).
–¿Qué fue lo que la llevó a saltar de las crónicas periodísticas
al libro? Hace algunos años, cuando trabajaba
como directora de programas de televisión, se contactó conmigo
una editora y me contó que iba a sacar una colección
de ensayos en los que distintas personas conocidas escribían
sobre su especialidad, y quería que yo escribiera sobre viajes.
Empecé por investigar sobre otras mujeres que fueron grandes
viajeras y exploradoras. Le dije a mi editora que, en lugar
de escribir sobre mis viajes, prefería hacerles un homenaje a
esas pioneras. Así publiqué Viajeras intrépidas y aventureras,
luego siguieron Las reinas de África: viajeras y exploradoras
por el continente negro, y Las damas de Oriente: grandes
viajeras por los países árabes. Para mí, esos libros son un
homenaje a mis antecesoras, las que abrieron el camino y las
rutas. Más tarde publiqué Cautiva en Arabia, Divas rebeldes
y Reinas malditas.
–¿Su propósito es rescatar del olvido a las mujeres
aventureras? Ya tenemos muchos hombres escribiendo
sobre ellos y sus hazañas. En los colegios se imparte una
enseñanza totalmente masculina. Un día le pedí a mi hijo
adolescente ver su libro de Historia y no pude entender por
qué las mujeres no estaban incluidas en él. Por eso voy a
seguir aportando mi grano de arena para recuperar esa parte
femenina que falta. En España me consideran una arqueóloga
de historias de mujeres. Admiro la rebeldía de las que
no se conformaron con el destino que les habían trazado y
lograron cosas gracias a su fuerza de voluntad increíble.
–¿Cuáles son sus heroínas actuales? Todas las mujeres
que intentan cambiar la terrible realidad que las rodea, las
que luchan por sus derechos o denuncian injusticias. Aunque
tropiezan y caen, no desisten. Malala Yousafzai, la adolescente
que ganó el Premio Nobel de la Paz, es un ejemplo:
en 2012 la intentaron asesinar, pero ella consiguió salir adelante
y se convirtió en la voz de miles de niñas, de su derecho
a recibir educación y a contar con las mismas oportunidades
que los varones. Es muy valiente.
–¿La escritora se impuso a la periodista? Es que no hago
ficción, sino biografías. Lo que me impulsa a escribirlas es la
pasión que siento por esos personajes y mi propia curiosidad,
que es insaciable. Me esfuerzo mucho en la investigación de
cada personaje. Lola Montes, la protagonista de mi último
libro, fue una impostora. Una irlandesa que, haciéndose
pasar por bailarina española, se hizo famosa y fue amante de
intelectuales y de un rey. Todos los libros que en su momento
se escribieron sobre ella estaban basados en sus memorias,
que eran una sarta de mentiras. Recorrí todos los lugares de
Europa y Estados Unidos en los que ella vivió y pude conseguir
documentación inédita, como las cartas que le escribió
el Rey Luis I de Baviera y los cientos de archivos sobre
ella que hay en la Universidad de Berkeley. Excepto unos
diálogos, todo el libro es real, no inventé nada.
–La mayoría de los autores termina por apreciar a los
protagonistas de sus libros. ¿Es posible encariñarse
con uno tan polémico como Lola Montes? Hice un gran
esfuerzo por no juzgarla. Es un personaje muy potente, de
muchas luces y sombras. No fue feminista, pero supo surgir
de sus cenizas. Cruzó el océano y en los Estados Unidos
triunfó como actriz, empresaria teatral, conferencista y
escritora. Demostró que trabajando y con pasión es posible
alcanzar lo que uno se propone.
–En su caso, ¿también se trató de trabajo y pasión? Sí,
gracias a eso conseguí hacer realidad mis sueños. Todavía
conservo la pasión por lo que hago. Y hay un plus, creo que
el ejemplo de algunas protagonistas de mis libros puede abrir
nuevos horizontes a otras mujeres. Cuando presenté Las
reinas de África en la Feria del Libro de Madrid, se me acercaron
tres señoras mayores, de unos 80 años. Mientras les
firmaba sus ejemplares me dijeron: “No sabes lo que te debemos,
nos animamos a ir a Kenia y Tanzania después de leer
tu libro. Vimos que todas las viajeras eran viudas o estaban
enfermas y dijimos: ‘Si ellas pudieron hacerlo en el siglo XIX,
sin vacunas ni GPS, nosotras también’”. ¡Qué maravilla!
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