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siento implicado en ninguno. No vivo la pasión colectiva por<br />

las banderas ni por las fronteras, pero tampoco soy antinacionalista<br />

en el sentido de vincularme a movimientos contrarios.<br />

Sin el terrorismo que padecimos en el País Vasco, es probable<br />

que hubiese escrito novelas sobre mi ciudad alemana. Pero<br />

me he sentido interpelado y agredido por la violencia.<br />

–Antes de continuar con el contenido, me gustaría<br />

detenerme en la orfebrería de la novela, que contiene<br />

elementos notables, como su trabajo con el coloquialismo.<br />

Sí, bueno, por fortuna salió tal como esperaba, y mis<br />

colegas me lo han hecho saber a partir de felicitaciones y<br />

preguntas. Como escritor hay dos cosas que me obsesionan:<br />

la fluidez de la prosa y la verosimilitud de los personajes. Soy<br />

un observador obsesivo de los seres humanos, me resultan<br />

unas criaturas fascinantes. Me siento en un banco, miro a la<br />

gente que pasa y a cada uno le atribuyo una historia. Cuando<br />

escribo es lo mismo, pero el que va a descifrar la historia es el<br />

lector, en eso consiste el juego, en suscitar esas experiencias.<br />

–¿Hay alguna voz que le haya costado más en el plano<br />

emocional? No. De los nueve protagonistas no recuerdo haber<br />

tenido que enfrentar dificultades técnicas. No me pongo<br />

en la piel de nadie. No tengo que vivirlo. Me halaga que el<br />

lector piense que lo describo tan bien. No por describir un<br />

beso tiene uno que estar sintiendo que besa en ese momento.<br />

En algún momento siempre hay algo que te da más satisfacción<br />

o tristeza. Por ejemplo, Xabier es un personaje que no se<br />

permite nada para ser feliz, más allá de cumplir a la perfección<br />

con su profesión. Y eso es un poco triste, alguien que<br />

renuncia a vivir, pero bueno, es su elección. Luego la novela<br />

continúa escribiéndose en la cabeza de cada lector, y allí ya<br />

no puedo hacer mucho.<br />

–Los personajes femeninos son mucho más fuertes<br />

que los masculinos. Bittori y Miren, desde luego, pero<br />

también sus hijas, Nerea y Arantxa. ¿Ha sido deliberado?<br />

Todo ha sido deliberado, aunque en este caso obedece<br />

a ese principio de verosimilitud del que hablaba antes. En el<br />

mundo vasco, y mucho más en el de un pueblo, las mujeres<br />

llevan las riendas con firmeza en todo lo que hace al mundo<br />

doméstico (se ocupan de la alimentación, el vestir, y todo lo<br />

que tiene que ver con la supervivencia), pero orbitan a través<br />

de los hombres, muchas veces activándolos hacia determinadas<br />

actitudes. Ocurre que los hombres vascos en general son<br />

seres ásperos, silenciosos, retraídos, mientras que las mujeres<br />

participan del mundo de una forma más expansiva.<br />

–Ha dicho que la novela continúa en la cabeza de cada<br />

lector. ¿Se imagina como lector a un ex militante de<br />

ETA? Y en tal caso, ¿cómo cree que tomaría su obra?<br />

Sí, claro, lo imagino. Y supongo que muchas cosas no le<br />

gustarán. Y si de repente hubiera cosas que al leer lo cambiaran...<br />

No, no creo que un libro pueda cambiar a nadie. No sé<br />

quién lee mis libros. Mi libro ya no es mío. Esto ya está fuera<br />

de mi poder.<br />

–En un momento Nerea comunica su voluntad de someterse<br />

a los “encuentros restaurativos”, esto es, una<br />

serie de entrevistas entre los verdugos y los familiares<br />

de sus víctimas, en busca de “la reconciliación”. ¿Cree<br />

que es posible? De ser así, ¿conoce algún caso? No, no<br />

conozco ningún caso en que se haya logrado, ni creo posible<br />

la tal reconciliación. ¿Quién quiere “reconciliarse” con alguien<br />

que le arruinó la vida al cargarse un padre, un hermano,<br />

un amigo… No, no creo en la reconciliación. En lo que sí<br />

creo es en la convivencia pacífica, aun a pesar de los rencores<br />

que se arrastran.<br />

–¿El olvido como un salvoconducto de la paz? No, no<br />

digo esto, no se puede olvidar. Ahora se está dando en Euskadi<br />

un proceso parecido al que se dio en la Alemania de posguerra,<br />

la mayoría no quería mirarse en aquel espejo atroz.<br />

En lugar de evitar el espejo, se pusieron unas gafas pedagógicas.<br />

Eso también me ayudó a entender el problema vasco. En<br />

Euskadi se dice que ahora la gente quiere mirar hacia adelante.<br />

O bien que hay que pasar la página, que no podemos<br />

estar continuamente pensando en los muertos, en el charco<br />

de sangre y tal… Yo me opongo. Aunque no llego al extremo<br />

de Hannah Arendt, que postulaba el relato constante, soy<br />

partidario de que se cree un espacio de la memoria. Un lugar<br />

al que los ciudadanos puedan acudir para encontrar respuesta<br />

a sus preguntas. ¿Qué pasó? ¿Quién lo hizo? ¿Quién lo padeció?<br />

Y esa tarea concierne a los escritores también. Es lo que<br />

yo pretendo. Si no he estado a la altura, hay tachos de basura<br />

para tirar mis libros.<br />

–¿La literatura viene a ser el espejo donde se reflejan<br />

aquellos años? No, esa tarea requiere de un trabajo<br />

colectivo donde hay historiadores, periodistas, escritores,<br />

ciudadanos. Un tipo solo no puede abarcar una realidad tan<br />

laberíntica como la de casi medio siglo de terrorismo en el<br />

País Vasco. Y Patria tampoco es el retrato definitivo de aquello.<br />

Es solo una novela. Suma, claro, pero no explica el todo.<br />

Como tampoco lo hace el discurso político, que en este caso<br />

también es insuficiente.<br />

–Estableció usted una analogía con el proceso alemán,<br />

país donde vive desde hace décadas, y donde ha<br />

formalizado su carrera como escritor. ¿Cómo fue la<br />

recreación de Patria desde esa realidad? En un punto<br />

fue positiva, porque la lejanía geográfica me permitió una<br />

distancia que mi subjetividad como vasco hubiese alterado.<br />

Obviamente no puedo ser imparcial, y la objetividad no<br />

existe, soy vasco, me gustan las sardinas y mirar un partido de<br />

pelota como al que más. Siempre tuve claro que mi empatía<br />

total es con las víctimas, aun cuando quiero entender al otro,<br />

qué lo motiva a matar, por qué cree en ese procedimiento.<br />

Yo vivo en Alemania desde hace tiempo. Me fui de mi tierra<br />

natal, creo que para siempre, en los ochenta. En 1985 ya era<br />

residente fijo en Alemania. Y lo hice porque no nací árbol<br />

que desarrolla toda su vida donde germina la semilla. Entonces<br />

pensé que me había ido dando un portazo, como diciendo<br />

“ahí os quedáis con vuestra realidad, nada satisfactoria para<br />

mí, que yo busco otra realidad, con otros valores culturales”.<br />

Pensé sinceramente que había roto completamente con mis<br />

orígenes. Luego se ha revelado que no. He sido incapaz de<br />

cortar con aquello por el escándalo íntimo que sentía al ver<br />

que, en nombre de mi mismo origen cultural, se cometían<br />

crímenes atroces, y que estos eran tolerados e incluso aplaudidos<br />

por una parte de la población. Aun cuando yo podría<br />

haberme creado una vida apacible al margen de todo aquello,<br />

el asunto me ha perseguido como una obsesión. Soy incapaz<br />

de estar callado, necesito opinar contra eso. Noto aquí<br />

el influjo de mi educación cristiana en algunos principios,<br />

como el de la compasión, compatibles con mi descreimiento<br />

actual. Eso determina mi discurso. Por otro lado, me pegó<br />

muy fuerte la lectura de El hombre rebelde, de Camus, que<br />

supuso una lección moral impagable: el rebelde es aquel que<br />

dice no, pero a continuación dice sí. Algo niega, algo rompe o<br />

derriba, pero siempre aporta algo positivo<br />

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