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Entrevista
cuatro
Laura McVeigh
“El amor es la mejor
arma que tenemos”
La autora irlandesa presenta La casa del almendro, novela que narra la historia de una familia
que escapa de la guerra de Afganistán e inicia un largo viaje en busca de la libertad
POR Antonela de Alva
©H Dawber
La larga guerra en Afganistán –país ocupado primero por los
rusos y luego por los talibanes– generó una verdadera marea
humana, miles de personas se desplazaron internamente o
se refugiaron en otros países. Este es el escenario político y
social elegido por Laura McVeigh para contar una historia
de valentía, esperanza y superación. Su primera novela, La
casa del almendro (Harper Collins), relata las peripecias de
Samar, una niña de 15 años que en los años 90 huye de Kabul
junto a su familia y emprende un increíble viaje en el Expreso
Transiberiano. A través de sus ojos vemos personas que van
y vienen, sus lágrimas y risas, movidas por el desarraigo y los
sueños. “Esto es lo que hacemos el uno por el otro, sostenemos
nuestros mutuos secretos”, dice. Y si hay algo que transmite la
pluma de la autora irlandesa, quien además fuera directora ejecutiva
de PEN International, es optimismo ante la adversidad,
la certeza de que con amor todo es posible en esta vida.
–Usted dice que las historias eligen al autor. ¿Fue
así con la trama de La casa del almendro? La novela
explora muchas de las cosas que me interesan: guerra, paz,
conflicto, educación, historia, memoria, amor, familia, identidad,
el poder de la literatura y de la imaginación. Al fin
de cuentas, escribes sobre lo que te interesa y sobre lo que
sientes que importa.
–¿Qué papel juega la imaginación en su vida? La imaginación
es esencial, es parte de nuestro espíritu, es un regalo,
es el arte de lo que es posible.
–¿Por qué decidió que Samar leyera Anna Karenina,
y que apareciera un personaje llamado Napoleón? La
novela de Tolstoi fue importante para mí como lectora
joven y me ayudó a conectarme con la protagonista de mi
novela. Recuerdo vívidamente la forma en que se abrieron
nuevos mundos cuando la leí, a los 12 o 13 años. Los personajes
de Tolstoi saltaban de la página y, sin embargo, el autor
se insertaba a menudo en la narración, reflexionando sobre
la vida. Tiene una forma de contar historias e incluir al lector
que siempre he disfrutado y admirado. Escribe sobre Rusia,
sobre la guerra y la paz, sobre las familias, felices e infelices,
y esto también resonó en mí al escribir la novela. Napoleón,
por su parte, fue un feliz accidente, y por supuesto, también
es una reflexión acerca de la historia.
–¿Qué le aportó Samar a la historia como para que
decidiera escribir con su voz y no con la de su hermana
Ara? Bueno, comencé desde la perspectiva de la madre,
luego seguí con Ara, la hermana mayor (como yo), finalmente
me decidí por la hermana del medio porque ella aporta la
capacidad de reflexión, las cualidades de observación y las
habilidades diplomáticas necesarias para contar esta historia.
Sentí que era la perspectiva correcta, tenía la inocencia y la
esperanza que hacían falta.
–¿Hay algo de la protagonista en usted? Cuando escribes
un personaje inevitablemente dejas una parte de ti en la
página. La novela tiene que tener una verdad emocional para
compartir con el lector, y eso viene del escritor.
–La historia tiene constantes estímulos, todo forma
parte de un gran rompecabezas que el lector va
armando a medida que la trama avanza, ¿cómo fue el
proceso de escritura? Muy intuitivo, aunque también me
gustan las novelas en las que, como lectora, tengo que trabajar
un poco para descifrar historias que comienzan como una
sola cosa y que luego se transforman. Quería escribir sobre
el poder transformador de la imaginación para sobrevivir,
por eso me vi obligada a ser imaginativa en la forma en que
estructuraba la historia.
–Dice Samar: “He olvidado cómo vivir para el futuro.
Lo único que puedo hacer para estar presente en
este momento es no dejar que el pasado me absorba
de nuevo”, y en otra página: “Yo creo que el pasado
permanece con nosotros, marcándonos de maneras
visibles e invisibles”. ¿Qué rol cree que ocupa el pasado
en cada uno de nosotros? Siempre me han intrigado
las ideas de memoria e identidad, la complejidad de cómo
somos. Hablamos del pasado como si fuera algo fijo e inmutable,
pero ¿es verdad? ¿Cuál es la relación de la memoria con
el pasado individual, cultural e histórico? En este sentido los
relatos son muy importantes para todos nosotros, y la historia
también es a su modo una narración. Eso es lo que quiero
explorar en mi escritura.
–Entre muchas frases memorables, esta resume mucho
de lo que Samar nos plantea a los lectores: “Me cuesta
entender cómo es posible que los hombres cometan los
mismos errores una y otra vez; distintos países, distintas
épocas, los mismos métodos: el miedo y el odio en
el núcleo de todo”. ¿Cómo cree, desde su experiencia,
que podemos atravesar este núcleo, dejar de cometer
los mismos errores una y otra vez? Hace falta tener esperanza.
La historia del mundo nos dice lo contrario, pero siempre
tenemos que defender la paz. ¿Cuál es la alternativa?
–Muchas veces Samar marca la división generada por
la violencia y la locura aun dentro de su propia familia.
¿Piensa que las ideas son tan importantes para que nos
peleemos por ellas? ¿Cuál sería el límite? Las ideas son
reales. No son abstracciones. Libertad, igualdad, paz, amor.
Sí, vale la pena luchar por algunas cosas, pero la violencia
no es la respuesta. El odio no es la respuesta. El amor es la
mejor arma que tenemos.
–Samar debió desprenderse de todo para seguir viviendo.
Hay en ella una valentía y una fuerza impactantes.
Muchas veces tiene que retroceder para seguir, derrotar
su ira y reír. ¿Puede ganar el amor? Todos luchamos. A
veces el miedo es más fuerte, a veces lo es la ira, pero estas
son emociones destructivas. La protagonista sufre una pérdida
terrible, pero siempre tiene que elegir, no es lo que le sucede
sino cómo decide reaccionar. En ese sentido sí, el amor gana.
–¿Por qué decidió ser escritora? Cuando era niña escribía
historias, historias largas, que llenaban cuadernos. Esa era
mi forma de entender el mundo. También pinté, así que
siempre me identifiqué como artista, siempre tuve preguntas
y curiosidad acerca del mundo. No tomé una decisión consciente
de escribir, simplemente lo hice. Creo que en la niñez
todos contamos historias, pues vivimos en la imaginación. Yo
intento aferrarme a eso
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