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apenas quede embarazada. Desde este episodio, sentido como una traición, todo empeora. Es<br />

cierto que en París ahora puede ir a obras y comprar libros antes prohibidos, pero su marido<br />

resulta severo, posesivo y conservador.<br />

Con su paso por el altar, Victoria vislumbraba una libertad de acción que finalmente no llega,<br />

pero que conquista. A la vuelta del viaje, en 1914, los recién casados se instalan cada uno en<br />

un piso del petit hotel de la calle Tucumán. La casa, propiedad de ella, solo los unirá para los<br />

eventos sociales y las comidas en lo de los Ocampo. La estadía europea, sin embargo, no fue<br />

del todo infeliz, al menos para ella. Unos días antes de su cumpleaños, en 1913, conoció a uno<br />

de los hombres de su vida: el primo de Mónaco, un diplomático de mundo.<br />

La chispa de la ariana fue inmediata, pero los encuentros a solas con Julián Martínez<br />

comenzaron muchos meses después, por no decir años. Desde que se citaban para leer a la<br />

misma hora el pasaje de un libro (cada uno desde su casa) hasta que empezaron a verse en<br />

un departamentito de la calle Garay o veranearon en Mar del Plata, Victoria tuvo sus golpes<br />

y aprendizajes. Superó celos, boicots, somatizaciones y hasta aprendió a manejar su auto para<br />

prescindir del alcahuete del chofer. Algo por lo que, además, tuvo que soportar los chismes<br />

de las vecinas. Se cuenta que los allegados llamaban a la casa paterna para advertir que ella<br />

estaba conduciendo y encima en mangas cortas. Una extremista de aquellas.<br />

La relación con Martínez, estable pero ilegal, duró casi trece años, y coincide con un período<br />

de independencia creciente. En abril de 1920, el diario La Nación publicó “Babel”, un artículo<br />

con la firma de Victoria en el que se analiza un canto de La Divina Comedia. “Mis padres tenían<br />

miedo por mí del camino que me proponía seguir (…). Habían esperado otra cosa de mí y yo los<br />

decepcionaba sustituyendo mi sueño al suyo”, relata sobre ese día. Paradójicamente su plana, escrita<br />

en francés, se dedicaba a analizar las desigualdades de las personas (entre géneros y clases).<br />

Por esos años también hace amistad con el intelectual José Ortega y Gasset y se adentra en el<br />

idioma español (aunque hasta 1930 ella sigue escribiendo en francés y manda a traducir). La<br />

mezcla de lenguas en su escritura se convertirá en hábito. La cita en inglés, la palabra en francés,<br />

conviven como marca de clase y de estilo propio. El fundador de la Revista de Occidente<br />

la ayuda a publicar “De Francesca a Beatrice”, un ensayo sobre la obra más importante de<br />

Dante Alighieri. Sin embargo, la relación (epistolar) se interrumpe por diez años apenas él<br />

se atreve a cuestionar la inteligencia de Martínez.<br />

Mundo machista el de la cultura, será común que Victoria tenga que afrontar artistas y pensadores<br />

que se creen con derechos sobre su vida o su cuerpo. Ya con dos herencias en su haber,<br />

la década de 1920 la encontrará cada vez más afianzada, y en 1922, se va a vivir sola a un departamento<br />

en la calle Montevideo. Poco después consigue la separación legal y continúa sus<br />

entregas para La Nación. Escribe sobre Gandhi, John Ruskin, un crítico inglés, y el poeta<br />

Rabindranath Tagore.<br />

El autor bengalí, Premio Nobel de Literatura en 1913, fue uno de los primeros con el que<br />

Victoria ejerce esa suerte de mecenazgo, característico en ella. Por una serie de malentendidos,<br />

Tagore en 1924 queda varado y enfermo en Buenos Aires, junto con su secretario, Leonard<br />

Elmhirst, por lo que ella decide alquilar una quinta en San Isidro y alojarlo. “Vijaya”, tal como<br />

el escritor la apoda, lo admira. Él no se queja. La estadía dura dos meses y para costear los gastos<br />

Izq.: “De Francesca a Beatrice”,<br />

publicado por Revista de Occidente<br />

en Madrid.<br />

Der.: Junto al poeta Rabindranath<br />

Tagore, con quien entabla una<br />

profunda amistad.<br />

Izq.: Leyendo un ejemplar de Sur.<br />

Der: Fundación de la revista en<br />

su casa de Barrio Parque. Desde<br />

arriba: Francisco Romero, Eduardo<br />

Bullrich, Guillermo de Torre,<br />

Pedro Henríquez Ureña, Eduardo<br />

Mallea, Norah Borges, Victoria<br />

Ocampo, Enrique Bullrich, Jorge<br />

Luis Borges, Oliverio Girondo,<br />

Ramón Gómez de la Serna, Ernest<br />

Ansermet, María C. Padilla y María<br />

Rosa Oliver<br />

su protectora malvende la diadema de brillantes. Durante la estadía, ella intenta compartir sus<br />

gustos musicales y literarios, aunque, tal como analiza Sarlo, la respuesta es el desencuentro. El<br />

hindú ni siquiera sale de su cuarto ante un concierto de Debussy, organizado para él. Se dice<br />

que igual Tagore se enamora, lo cierto es que todo se mantiene en el plano de la amistad y unos<br />

poemas de amor dedicados. No así con el secretario: una noche Elmhirst agarra la mano de<br />

Victoria y la apoya en su entrepierna. Signos de una época, Ocampo solo puede dar un grito, un<br />

portazo y dejar el episodio pasar.<br />

La voz se alza poco tiempo después. Con la obra de Arthur Honegger, El rey David,<br />

Victoria sube al escenario. El 29 de agosto de 1925, en el teatro Politeama, debutó como recitante<br />

y, al parecer, fue un éxito a pesar de que el rol no había sido creado para una mujer. Los<br />

contactos con el director musical Ernest Ansermet continuaron y fue gracias a ella que las<br />

notas de Maurice Ravel, Debussy e Igor Stravinsky sonaron por primera vez en Buenos<br />

Aires. Las ansias teatrales tuvieron su corolario en 1926 con la publicación de La laguna de los<br />

nenúfares, una fábula escénica que escribió en doce actos.<br />

Los treinta se acercaban y las nuevas corrientes exigían cabezas dispuestas: Victoria ya usaba<br />

melena. Entusiasta del saber y atenta a las corrientes europeas, en esa época se interesa por<br />

la arquitectura de Le Corbusier, entabla relaciones con la feminista María de Maeztu y<br />

se cartea con el filósofo Hermann Keyserling en un intento por traerlo a la Argentina. La<br />

correspondencia duró un año y medio, pero ante tanta invitación denegada Ocampo decide<br />

cruzar el océano para encontrárselo en Versailles. Paradójicamente, el conde alemán iba a ser<br />

su huésped y ella, la anfitriona, en tanto correría con todos los gastos.<br />

Los agasajos, las reuniones con los intelectuales admirados y el mecenazgo se irán instalando<br />

como una operación de lectura. Libro que le interesa, autor que intentará conocer. De ese<br />

modo, transforma la cita bibliográfica en hecho biográfico. No es casual que en uno de los<br />

primeros números de Sur establezca: “La preferencia, tal como yo la concibo, no es capricho,<br />

elección arbitraria. Arranca de una necesidad vital. Y quien no tiene preferencias no está vivo”.<br />

La palabra se hace contacto, experiencia y se instala en el cuerpo. De hecho, en sus reseñas la<br />

apelación a la vida propia o a la del autor en cuestión funciona como estrategia reiterada.<br />

En el caso de Keyserling, sus entrevistas resultaron un fiasco. A las demandas de que Victoria<br />

no se distraiga con eventos y que lo invite a comidas con champagne y mujeres vestidas de<br />

gala, se suma la intención persistente de acostarse con ella. Los rechazos se reiteran, pero, aun<br />

con disgusto, Victoria mantiene la invitación a la Argentina. En el otoño de 1929, el alemán<br />

desembarca en el país sin entender de negativas y la relación empeora. Los intentos de ella<br />

por agradar sin claudicar fallan. Keyserling, en Meditaciones sudamericanas, termina escribiendo<br />

páginas y páginas de ofensas a su benefactora y su patria: “Entre las mujeres, dotadas<br />

de notables talentos, me he encontrado con pocas personalidades fuertes que no fueron egocéntricas,<br />

autoritarias y codiciosas de poder en un grado raramente encontrado incluso entre<br />

los caudillos sudamericanos”. Como respuesta tardía, ella en 1951 publicará El viajero y una<br />

de sus sombras: Keyserling en mis memorias.<br />

Los itinerarios europeos de 1929 y 1930, sin embargo, no resultan para nada infructuosos.<br />

Como plantea Sylvia Molloy en La viajera y sus sombras, “son los primeros viajes que lleva<br />

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