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IX signaban vida espiritual, placer artístico y largos viajes de aprendizaje. Mucha información<br />

para descifrar, poco a poco todo dato se convertiría en biografía y palabra escrita.<br />

“Como esos sueños que no conseguimos reconstruir, al despertar, sino por fragmentos, y de los<br />

que conservamos, por lo contrario, la atmósfera de angustia o de felicidad, mis primeros recuerdos<br />

emergen en mi memoria consciente como un archipiélago caprichoso en un océano de olvido”,<br />

advierte en el primer tomo de los seis que conforman su autobiografía, aunque de omisión<br />

involuntaria en su familia poco hubo. Ramona Victoria Epifanía Rufina Ocampo nació el<br />

7 de abril de 1890 en Buenos Aires, un mes antes de la Revolución del Parque, ese hecho que<br />

cuestionó desde adentro al régimen conservador argentino. Premonición o casualidad, lo cierto<br />

es que como primogénita del matrimonio entre “La morena”, como llamaban a Ramona Aguirre,<br />

y Manuel Ocampo, su linaje está más que documentado. El origen es fundacional.<br />

La vida familiar aparece como el entretelón de una genealogía nacional, incluso cuando ni<br />

siquiera había país al cual pertenecer. Y no solo porque sus padres se conocieron en el funeral<br />

de Sarmiento, los antepasados se remontan a los primeros hispanos en Santo Domingo y, al<br />

parecer, llegan del Perú a nuestras tierras a fines del siglo XVIII. Desde aquel escudero de la<br />

reina Isabel de Castilla que pisó suelo americano, todos sus parientes se inmiscuyeron<br />

entre los hilos de la historia. Manuel Aguirre financió la Revolución de Mayo, mientras su<br />

otro bisabuelo, el “Tata” Ocampo, solía recibir en su casa al autor del Facundo y pasear con<br />

su cuñado, Vicente Fidel López, hijo del creador del himno. La sangre, además, mezcla<br />

a los Pueyrredón con Manuel de Rosas, José Hernández y hasta Enrique Ocampo, el<br />

asesino de Felicitas Guerrero.<br />

De familia criolla prototípicamente aristocrática, “la infanta”, como la llamaban los empleados<br />

de la casa, tuvo cinco hermanas. Junto con Angélica, Francisca, Rosa, Clara y Silvina,<br />

se conformó una dinastía femenina en la que nunca perdió, intramuros, su papel principal.<br />

A pesar de los favoritismos de tías y abuelos, entre las dos hermanas mayores la compinchería<br />

se hizo extrema. “Me hubiera parecido absurdo que pudiéramos vivir de otra manera que yo<br />

adelante y ella atrás. Ese orden venía de nuestro nacimiento. Yo exigía obediencia y ofrecía<br />

protección”, escribe. No hace falta adivinar a quién de las dos se le ocurrió la idea de hacer<br />

una revista a los 9 años.<br />

Educada por tres institutrices y largas estadías en Francia, Victoria aprendió piano, inglés y distintas<br />

disciplinas en francés, quedando el español relegado a una tercera lengua. Las rigurosas<br />

sesiones, marcadas por el encierro doméstico de las niñas bien, solo eran interrumpidas por las<br />

apariciones de su tía abuela Vitola, de la que heredaría la mansión de San Isidro, Villa Ocampo,<br />

y el gusto por el teatro y los grandes compositores. “Me parecía que esa música me oprimía<br />

el corazón, hasta cambiarle de forma. O tal vez, al contrario, que lo ceñía hasta descubrirle su<br />

forma, en un doloroso placer”, dice sobre Fryderyk Chopin en sus anotaciones de la época,<br />

aunque se sabe que su pasión más profunda fue la actuación. El día que vio a la parisina Marguerite<br />

Moreno en el escenario se juró a sí misma que iba a ser actriz. Pronto, consiguió<br />

que sus padres contrataran a su ídola como profesora de dicción francesa, pero las bambalinas<br />

le estarían vedadas por mandato familiar.<br />

“Yo sabía que nunca tendría valor de ir al extremo y de subir a un escenario contrariando la<br />

Silvina y Victoria de niñas.<br />

Victoria en su juventud.<br />

voluntad de mis padres. A veces ciertos prejuicios que no respetamos se hacen carne en los<br />

que amamos y por eso resulta tan duro pasar por encima de ellos (…) renunciar a esta vocación<br />

fue para mí un desgarramiento…”, reflexiona en su Testimonios. Sin embargo, la prohibición<br />

de una carrera y un posible estrellato no impidieron la búsqueda de público.<br />

A los quince ya compone sonetos y poemas (publica dos, anónimos, en un diario capitalino),<br />

pero sobre todo por esos años inicia parte de su mejor obra: la escritura de correspondencia.<br />

“El aislamiento moral es doloroso. Vos no conocés esta terrible sensación de soledad (en medio<br />

del cariño, lo sé). Un poco de amistad para mí, Delfina. Tengo dieciséis años y a esa edad<br />

uno necesita confiar en alguien, si no el corazón estalla. ¿Querés escucharme? Contestáme<br />

con franqueza”, le dice por carta la adolescente a la futura escritora, Delfina Bunge.<br />

Encontrar interlocutores válidos se va a transformar en una de las tareas de su vida. No es<br />

casual que en el artículo “La mujer y su expresión”, de 1935, clame por respuestas: “Interrumpidme<br />

(…) es a vosotros a quienes quiero hablar y no a mí misma. Os quiero sentir presentes.<br />

¿Y cómo podría yo saber que estáis presentes, que me escucháis, si no me interrumpís? Me<br />

temo que este sentimiento sea muy femenino. Si el monólogo no basta a la felicidad de las<br />

mujeres, parece haber bastado desde hace siglos a la de los hombres”.<br />

El silencio frente a las tradiciones exaspera y frustra. La queja por el “far niente al que está<br />

condenada” se repite en las misivas a su amiga, también se intensifican sus ansias de dedicarse<br />

al arte, al punto que amenaza con no casarse para usar su tiempo en lo que le gusta. Claro que<br />

igual se va a enamorar… aunque no del indicado para su carácter. “Tengo mucho amor dentro<br />

de mí, pero también estoy borracha de libertad y de fuerza intelectual”, escribe ya con un pie<br />

en el barco a Europa.<br />

Es 1908 y la Argentina goza de una élite con bonanza económica y una moneda fuerte. La familia<br />

llega a París con vaca y todo. Victoria, ya con 18 años, se las ingenia para asistir, aunque sea acompañada,<br />

a la Sorbona. Estudia literatura, historia de Oriente y asiste a las clases del filósofo Henri<br />

Bergson. Va al teatro, viaja y entra en contacto con la música moderna de Claude Debussy y<br />

Gabriel Fauré. El mundo empieza a hacerse grande, pero también más tenso. Cuenta María<br />

Esther Vázquez que la madre le encontró escondido De profundis, la carta de Oscar Wilde<br />

tras ser denunciado por sodomía, y le confiscó el libro. La adolescente, furiosa, amenazó con<br />

matarse, pero ante la indiferencia de Ramona un cajón de medias de seda voló por la ventana.<br />

A las fricciones, le suceden las pérdidas. Su tía Vitola muere en 1909 y, a la vuelta del Viejo<br />

Continente, en 1911, fallece su hermana Clara a los 12 años de una diabetes infantil. “Su<br />

historia es la de una ruptura lenta, trabajosa, nunca completa, con el chic conservador de la<br />

‘gente de mundo’, y la firma de un pacto de identidad con la ‘gente de letras y artes’. Elige la<br />

nobleza de toga frente a la nobleza de renta de la que provenía. Se desplaza, no fácilmente,<br />

de una élite a otra. Para hacerlo, debió dar un rodeo y casarse, primero, con un hombre de su<br />

mismo origen”, explica Beatriz Sarlo en La máquina cultural y no se equivoca.<br />

A sus 22 años, con ciertas dudas y bastantes esperanzas, contrae matrimonio con Luis “Mónaco”<br />

Bernardo de Estrada, un hombre culto y de clase, al que apenas conoce pero que cree amar.<br />

La desilusión sucede pronto. En la luna de miel, mientras cruzan el Atlántico, lee una carta de<br />

su flamante esposo en la que tranquiliza a Manuel Ocampo: su hija olvidará la locura de actuar<br />

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