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PERIODISMO INTERNACIONACJONAL<br />
Ciertamente, los ejemplos históricos y actuales del uso del Deporte, y especialmente<br />
del Futbol, por parte del poder político dan para un libro más que para este modesto<br />
artículo.<br />
Sucede que el deportista es un héroe que puede ser inmolado al dios de la opinión<br />
pública, si fracasa, o enaltecido a la santidad en caso de victoria. En ambos casos<br />
cumple su función. Que no se confunda nadie, esta, su función, no pasa en absoluto<br />
por el espíritu de aquel famoso lema romano "Altus, Citius, Fortius" de olímpica<br />
adscripción. Lejos de ello su rol. Aparentemente, el deporte espectáculo debe mostrar<br />
el mejoramiento físico que el entrenamiento y la competición consecuente<br />
aportan a la especie del homo sapiens sapiens. Pero esto es irrelevante en comparación<br />
de las ventajas que le suponen al poder el espectáculo del deportistaguerrero<br />
que enarbola la bandera en la batalla singular o, como en el Futbol, en la<br />
escenificación de una épica guerra entre dos ejércitos contendientes que se encuentran<br />
puntual y regularmente en el campo del honor. Cosa que sucede incruentamente,<br />
sin muerte y sin sangre –normalmente-, aunque si hay un poco de dolor,<br />
sólo un poco, le añadimos la pizca de la gracia al guiso.<br />
En realidad, la canalización de los instintos agresivos que persisten en la animalidad<br />
del hombre moderno, se supone, que evita males mayores. Aunque a veces más<br />
los provoca que los disipa. Es mejor escenificar una guerrita de ficción de vez en<br />
cuando que andar a palos de verdad. Y sin embargo, siempre hay cretinos que acaban<br />
llevando esa escenificación a la realidad, causando altercados, esta vez reales y<br />
a veces mortales, en nombre de unos colores que son artificiales casi siempre.<br />
Excepto en el caso de los mundiales, donde lo escenificado es un enfrentamiento<br />
por la supremacía mundial, ni más ni menos. Es la gloria del imperio.<br />
Pero todo es pura ficción, espectáculo. Y, además, terriblemente repetitivo.<br />
Y entonces, ¿por qué funciona tan bien?, ¿por qué es tan útil políticamente?.<br />
Porque genera prestigio con la victoria y entretiene en banales discusiones en la<br />
derrota. Lo cual genera expectación hasta límites –pensándolo fríamente- casi absurdos,<br />
cuando no plenamente ridículos. Es decir: abstrae y redirige la emotividad<br />
colectiva mediante un fenómeno de identificación y pertenencia con la masa, simbolizada<br />
en esos colores que decíamos. Evitando así la atención del vulgo en cosas<br />
“molestas”.