Richard Cohen - Comprender y sanar la homosexualidad

PietroRivadeneira
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La COMPRENSIÓN DE LOS ORÍGENES DE LA CONDICIÓN HOMOSEXUAL ES IMPRESCINDIBLE PARA AYUDAR A CUALQUIER HOMBRE O MUJER QUE INTENTA SALIR DE ESTE ESTADO “ENFERMIZO”. Animo a todos los terapeutas a que investiguen más acerca del proceso de curación. Y para aquéllos que queréis cambiar, quiero que sepáis que NO ESTÁIS SOLOS. PODÉIS HACERLO. CAPÍTULO 5 CHRISTIAN Era julio de 1995 y había llegado al final de un camino muy largo. Yo era gay, homosexual. Era el momento de terminar con la comedia que había interpretado durante cuarenta y cuatro años. Era un secreto oscuro que había ocultado a todo el mundo. El sentimiento de la homosexualidad había influido en todos los aspectos de mi vida y ya no podía soportar más el terrible dolor que me producía. En apariencia lo tenía todo. Un buen trabajo y una vida social. Gozaba de un nivel de vida acomodado. Llevaba más de veinte años casado con una mujer guapa, fiel, cariñosa, y tenía los mejores hijos que un padre puede desear. Sin embargo, cada vez me sentía más aprisionado por ser un homosexual que pretendía ser heterosexual en un mundo heterosexual al que no pertenecía. Era el momento de declarar mi homosexualidad. Mi infancia discurrió en los años 50 y a finales de los 60 fui a la universidad. A mí no me tocó el comienzo de la aceptación de la “salida del armario” de los gays, que vendría en los años 70. Mientras fui niño, adolescente y estudiante universitario, no había nadie a quien públicamente se le pudiera pedir apoyo. “Maricas” y “maricones” era la única terminología que yo conocía, y sentía que encajaba en el molde. De niño y de joven adulto estaba demasiado asustado como para admitir que era “marica”. Pensaba que si actuaba como heterosexual quizá todo aquello pasaría. La mayoría no aceptaba la homosexualidad; era claramente un tabú. Con los años 70 me llegó un torrente de información sobre hombre y mujeres fuertes, abiertamente homosexuales. El bombardeo de los medios de comunicación y el mundo cambiante me decían: “¡Oye, eres homosexual y está bien!”. Sin embargo, para mí no estaba bien. Ansiaba formar parte de la escena gay, pero al mismo tiempo deseaba que desaparecieran mis sentimientos sexuales hacia los hombres. Estaba molesto y celoso de los gays porque me sentía solo, aislado y lejos de poder identificarme con los homosexuales ni con los heterosexuales. Hasta comienzo de los años 80, sólo fui una vez a pedir ayuda a un consejero para superar mi “depresión”. Me dijo que yo era un homosexual latente y que, probablemente, para “curarme” tendría que romper mi compromiso y mirar fotografías de mujeres desnudas. No hace falta que diga que no acepté su consejo e hice como si aquella consulta nunca hubiera tenido lugar. A comienzo de los 80 era como un volcán a punto de explotar. Nunca había tenido una relación sexual con un hombre. Tenía muchas fantasías y sueños, pero nunca encuentros físicos. El teatro se había convertido en el modo de rodearme de hombres gays. Fue después de una función de teatro cuando le confesé a un amigo gay que me sentía sexualmente atraído por los hombres. Poco después de esta confesión, me invitó a su apartamento, donde me inició en el sexo homosexual. Fue como si me quitara de encima treinta años de peso muerto. Pronto conocí a otros que también estaban más que deseando tener relaciones sexuales con el recién llegado al grupo. Pensé estar en el cielo, pero aquello se convirtió rápidamente en un infierno. Me sentía vacío, solo, asustado, falso, culpable, sucio y sobre todo, embarcado en una dirección que no deseaba. Vivía una doble vida. Le confesé a mi esposa que era gay. No lo aceptó. Ella sabía que yo no era homosexual, pero no era capaz de ayudarme. Un psicólogo heterosexual trató de ayudarme, pero no tenía las claves necesarias. Él sabía que yo quería seguir casado, pero no sabía cómo ayudarme. Leí algunos libros y me convencí de que el problema era genético y nada más. Dejé de ir al psicólogo y mi esposa y yo hicimos como si el problema hubiera desparecido. Me odiaba a mí mismo. 63

Pocos años después, a mediados de los 80, había dejado de mantener relaciones homosexuales. Sin embargo, mi vida sexual y la de mi esposa eran una ruina. Odiaba el sexo con mi mujer. No era el mejor contexto para alcanzar la felicidad conyugal. Mi mujer me mandó a una reunión new age con un “gurú”, que iba a expulsar de mí la homosexualidad. Estaba desesperado y asustado, de modo que fui. Fue horrible. Me preguntaba si aquel hombre no sería un demonio que quería succionar mi alma. Me intimidó y me humilló ante cientos de sus seguidores. Les dijo que yo era el demonio y que me dieran la espalda y se alejasen de mí. Abandoné aquel lugar convencido de que cualquier esperanza de librarme de la homosexualidad era ilusoria. De nuevo comencé a tener periódicamente relaciones sexuales con hombres. Se convirtió en una adicción y en una solución efímera. Podían pasar meses sin que tuviera contactos sexuales con hombres, pero si me sucedía algo estresante, huía hacia un encuentro homosexual. Me daba cuenta de que estaba buscando al hombre perfecto y creía que si lo encontraba, él sería lo suficientemente fuerte y me amaría lo bastante como para sacarme del mundo heterosexual. Entonces estaría seguro, gozoso y sería amado. Con el paso de los años me di cuenta de que se trataba de una fantasía que nunca se haría realidad. Situémonos ahora de nuevo en julio de 1995. Mi ansiedad estaba a punto de explotar. Con profundo pesar, había comenzado a visitar a un consejero que ayudaba a los homosexuales a dar el paso desde el matrimonio hasta la comunidad gay. Estaba completamente deprimido, pero no veía otra salida por el bien de mi esposa y por mi propia supervivencia. Al mismo tiempo, mi mujer se presentó con un libro escrito por Richard Cohen titulado Alfie´s Home. Hacía unos meses que ella había visto a Richard en la televisión, en el Ricky Lake Show. En aquel programa, Richard decía que podía hacer pasar a un hombre de la homosexualidad a la heterosexualidad. Yo estaba furioso y era muy escéptico. Había decidido no acudir a más “gurús” chiflados. Eran basura. Pero mi mujer me dio entonces el mejor ultimátum de mi vida: “O vas a ver a Richard, o te marcha de aquí y nos divorciamos”. La quería lo suficiente como para intentarlo una vez más, pero sentía que era otra vía sin salida. Era totalmente escéptico. Con cuarenta y cuatro años, era demasiado viejo para cambiar. No existían los “polvos” mágicos. Estaba firmemente convencido de la teoría genética. Ni mis encuentros infantiles ni mis padres tenían nada que ver con la homosexualidad que yo sentía. La terapia de Richard no iba a funcionar. ¡Ojalá pudiera transmitir los sentimientos viscerales que sentía! Cuando empecé la primera sesión de terapia con Richard, yo era un individuo oscuro y roto. Construir una relación de confianza con él fue para mí la clave para empezar a abrir la puerta de la curación. Poder expresar mis auténticos sentimientos a alguien que me escuchaba de verdad fue un primer paso importante. Él ya había recorrido el camino, de modo que podía aceptar que con él había funcionado. Su ejemplo vital me dio la esperanza de que la curación era posible. Tenía claro que quería cambiar, por eso decidí seguir el camino, paso a paso. Comencé descubriendo que una serie de factores habían contribuido especialmente a mis sentimientos homo emocionales. Saber que la atracción que sentía hacia los de mi mismo sexo era la suma de dichos factores clave fue importante. Desde mi punto de vista, mi infancia había sido perfecta. Mis padres me habían dado una casa bonita, ropas, comidas, viajes y amigos. Fue increíble darme cuenta de que mis padres no habían sido expresivos ni con el contacto físico ni con sus afirmaciones verbales. No recordaba a ninguno de mis padres diciéndome que me querían. Tenía un solo recuerdo de mi madre abrazándome. Mi padre nunca me abrazó. Me di cuenta del daño que aquello me había hecho. No recordaba ni en la infancia ni desde entonces hasta hoy que mis padres me hubieran tocado de forma sana. Sí recuerdo claramente que, siendo un jovencito, imaginaba a los amigos de mi padre cogiéndome y que tenía fantasías sexuales con ellos. Nadie me había tocado de una forma sana. Creía que el único momento para tocarse era el de las relaciones sexuales, de modo que si alguien me tocaba lo interpretaba como si fuera una insinuación sexual. En la terapia, las sesiones con un mentor en las que los hombres y mujeres me abrazaban con confianza supusieron el mayor avance en mi curación. Me sentía como un niño pequeño amado de una manera adecuada por sus padres. Rápidamente descubrí que podía ser tocado de forma sana. Me dí cuenta de que había estado buscando un contacto enfermizo con otros hombres. Sólo quería que me tocaran y para conseguirlo tenía relaciones sexuales. 64

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todos los terapeutas a que investiguen más acerca del proceso de curación. Y para aquéllos que queréis<br />

cambiar, quiero que sepáis que NO ESTÁIS SOLOS. PODÉIS HACERLO.<br />

CAPÍTULO 5<br />

CHRISTIAN<br />

Era julio de 1995 y había llegado al final de un camino muy <strong>la</strong>rgo. Yo era gay, homosexual. Era el<br />

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oscuro que había ocultado a todo el mundo. El sentimiento de <strong>la</strong> <strong>homosexualidad</strong> había influido en todos los<br />

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Un buen trabajo y una vida social. Gozaba de un nivel de vida acomodado. Llevaba más de veinte años<br />

casado con una mujer guapa, fiel, cariñosa, y tenía los mejores hijos que un padre puede desear. Sin<br />

embargo, cada vez me sentía más aprisionado por ser un homosexual que pretendía ser heterosexual en un<br />

mundo heterosexual al que no pertenecía. Era el momento de dec<strong>la</strong>rar mi <strong>homosexualidad</strong>.<br />

Mi infancia discurrió en los años 50 y a finales de los 60 fui a <strong>la</strong> universidad. A mí no me tocó el<br />

comienzo de <strong>la</strong> aceptación de <strong>la</strong> “salida del armario” de los gays, que vendría en los años 70. Mientras fui<br />

niño, adolescente y estudiante universitario, no había nadie a quien públicamente se le pudiera pedir apoyo.<br />

“Maricas” y “maricones” era <strong>la</strong> única terminología que yo conocía, y sentía que encajaba en el molde. De niño<br />

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como heterosexual quizá todo aquello pasaría. La mayoría no aceptaba <strong>la</strong> <strong>homosexualidad</strong>; era c<strong>la</strong>ramente un<br />

tabú.<br />

Con los años 70 me llegó un torrente de información sobre hombre y mujeres fuertes, abiertamente<br />

homosexuales. El bombardeo de los medios de comunicación y el mundo cambiante me decían: “¡Oye, eres<br />

homosexual y está bien!”. Sin embargo, para mí no estaba bien. Ansiaba formar parte de <strong>la</strong> escena gay, pero<br />

al mismo tiempo deseaba que desaparecieran mis sentimientos sexuales hacia los hombres. Estaba molesto<br />

y celoso de los gays porque me sentía solo, ais<strong>la</strong>do y lejos de poder identificarme con los homosexuales ni<br />

con los heterosexuales.<br />

Hasta comienzo de los años 80, sólo fui una vez a pedir ayuda a un consejero para superar mi<br />

“depresión”. Me dijo que yo era un homosexual <strong>la</strong>tente y que, probablemente, para “curarme” tendría que<br />

romper mi compromiso y mirar fotografías de mujeres desnudas. No hace falta que diga que no acepté su<br />

consejo e hice como si aquel<strong>la</strong> consulta nunca hubiera tenido lugar.<br />

A comienzo de los 80 era como un volcán a punto de explotar. Nunca había tenido una re<strong>la</strong>ción sexual<br />

con un hombre. Tenía muchas fantasías y sueños, pero nunca encuentros físicos. El teatro se había<br />

convertido en el modo de rodearme de hombres gays. Fue después de una función de teatro cuando le<br />

confesé a un amigo gay que me sentía sexualmente atraído por los hombres. Poco después de esta<br />

confesión, me invitó a su apartamento, donde me inició en el sexo homosexual. Fue como si me quitara de<br />

encima treinta años de peso muerto. Pronto conocí a otros que también estaban más que deseando tener<br />

re<strong>la</strong>ciones sexuales con el recién llegado al grupo. Pensé estar en el cielo, pero aquello se convirtió<br />

rápidamente en un infierno. Me sentía vacío, solo, asustado, falso, culpable, sucio y sobre todo, embarcado<br />

en una dirección que no deseaba.<br />

Vivía una doble vida. Le confesé a mi esposa que era gay. No lo aceptó. El<strong>la</strong> sabía que yo no era<br />

homosexual, pero no era capaz de ayudarme. Un psicólogo heterosexual trató de ayudarme, pero no tenía <strong>la</strong>s<br />

c<strong>la</strong>ves necesarias. Él sabía que yo quería seguir casado, pero no sabía cómo ayudarme. Leí algunos libros y<br />

me convencí de que el problema era genético y nada más. Dejé de ir al psicólogo y mi esposa y yo hicimos<br />

como si el problema hubiera desparecido. Me odiaba a mí mismo.<br />

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