Richard Cohen - Comprender y sanar la homosexualidad
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Jae Sook y yo asistimos a un congreso de Exodus en 1987, justo después de que yo diera aquel<br />
primer paso con David. Exodus es una organización “paraguas” para <strong>la</strong>s asociaciones cristianas de ayuda a<br />
los ex homosexuales en todo el mundo. Allí le pedí a Dios que nos mostrara el siguiente paso: qué hacer y<br />
hacia dónde ir. Durante aquel congreso recé cada día para obtener <strong>la</strong> asistencia de Dios, pero nada sucedió.<br />
Al final, el congreso llegó a su fin. Me fui dando un paseo hasta un <strong>la</strong>go cercano. Me arrodillé y recé: “De<br />
acuerdo, Dios, es hora de ajustar cuentas. No me voy a mover de aquí hasta que no me digas qué hacer y a<br />
dónde debo ir. Aunque me muera sentado aquí. Espero tu ayuda”. Entonces entendí con c<strong>la</strong>ridad: “Vete a<br />
Seattle, recibe ayuda para tu matrimonio, estudia y entonces dedícate a ayudar a otras personas”. Sin salir de<br />
mi asombro, pregunté: “¿Podrías repetirlo una vez más?”. Las pa<strong>la</strong>bras se volvieron a pronunciar<br />
exactamente como <strong>la</strong>s había escuchado antes.<br />
Le dije a Jae Sook lo que había escuchado. Los dos meditamos este asunto durante varias semanas<br />
hasta que estuvimos seguros de que era el deseo de Dios para nuestras vidas. Cuando estuvimos seguros,<br />
abandoné mi trabajo. Resultó muy doloroso, después de diez años y muchos éxitos en el negocio de <strong>la</strong><br />
representación de artistas. Pero había decidido que no quería hacer lo mismo que mi padre y su padre habían<br />
hecho: tener éxito en los negocios y ser un desgraciado en casa.<br />
Llenamos hasta arriba una camioneta de cinco metros y medio de <strong>la</strong>rgo con nuestras pertenencias,<br />
nos despedimos de nuestros amigos en Nueva Cork y pusimos rumbo a Seattle. Allí comenzamos una nueva<br />
vida, ignorando lo que Dios tenía previsto para nosotros. Pensé que deberíamos trabajar con el grupo local<br />
de ayuda a los ex homosexuales. Pero después de tener algunas reuniones con el director de <strong>la</strong> organización,<br />
me di cuenta de que aquello no iba a funcionar. Él estaba soltero y yo estaba casado. También me di cuenta<br />
de que él todavía estaba luchando con sus propios asuntos (de hecho, después él dimitió para poder recibir<br />
ayuda él mismo). ¿Para qué había ido yo a esa ciudad?<br />
Por entonces supimos de una comunidad terapéutica cristiana en Bacón, una pequeña is<strong>la</strong> a <strong>la</strong>s<br />
afueras de Seattle. Intentamos varias veces ir allá, pero en cada ocasión algún accidente o circunstancia nos<br />
impedía hacerlo. Jae Sook me dijo: “Quién sabe si no es Dios que nos dice que no vayamos”. Pero me di<br />
cuenta de que no era Dios, sino el adversario el que intentaba detenernos. Decidí llegar hasta allí, costase lo<br />
que costase. Una fría tarde de sábado de diciembre de 1987 nos fuimos todos. Allí conocimos a Lou<br />
Hillendahl y su esposa, pastores de <strong>la</strong> comunidad cristiana wes<strong>la</strong>yana. Una hora después sabía que aquél era<br />
el motivo por el que Dios nos había traído a Seattle.<br />
El primero de enero de 1988 nos mudamos a <strong>la</strong> comunidad terapéutica. Estuvimos con ellos durante<br />
seis meses, siguiendo una terapia intensiva y durante los siguientes dos años continuamos recibiendo<br />
consejo y apoyo de ellos. Su saber hacer y su guía resultaron impagables. Crecimos como individuos, como<br />
pareja, como padres y como familia. Nos enseñaron muchas técnicas. De ellos aprendí cómo ser un mentor.<br />
Aprendí también a ser mejor marido y padre. Estamos eternamente agradecidos por el cariño, el tiempo y <strong>la</strong><br />
dedicación que prestaron a nuestra familia. Hemos sido capaces de dar tanto a otros por lo mucho que ellos<br />
nos dieron a nosotros.<br />
Allí volví a experimentar un nuevo ade<strong>la</strong>nto. Durante el verano de 1988 mis padres vinieron a<br />
visitarnos y nos reunimos todos con mis asesores en <strong>la</strong> comunidad. Les hice partícipes de los abusos a que<br />
me habían sometido en el pasado el tío Dave y de cómo me había adentrado en el mundo homosexual,<br />
siempre en busca del amor de mi padre en los brazos de otros hombres. Le dije a mi padre: “Nunca me<br />
abrazaste siendo niño, al menos no lo recuerdo. Así que, aunque tienes setenta años y yo treinta y seis,<br />
necesito que me abraces ahora”. De este modo, ¡me eché en el regazo de mi padre! Tuve que poner sus<br />
brazos a mi alrededor, pues él estaba rígido e incómodo. Me sentí bien, pero había demasiada “presión<br />
escénica” con mi madre, mi mujer, los dos niños y tres asesores mirando.<br />
Más tarde llevamos a mis padres de vuelta a su habitación del hotel. Pedí a todos que nos dejaran<br />
solos a mi padre y a mí durante un rato. Entonces le dije: “Papá, ahora estamos solos tú y yo. De verdad<br />
necesito que me abraces”. Recuerdo perfectamente aquel<strong>la</strong> habitación y <strong>la</strong> sil<strong>la</strong> donde me abrazó. Me senté<br />
en su regazo y comencé a llorar. Se puso muy nervioso, porque no puede soportar <strong>la</strong>s lágrimas. Le dije:<br />
“Papá, por favor, déjame llorar. Es bueno. Necesito librarme de todo lo que me he perdido de mi vida, de<br />
12