After - Anna Todd
ebía, yo me escondía allí, y nadie excepto Noah sabía dónde encontrarme. La noche en que mi padre nos dejó fue horrible para mí, y mi madre todavía se niega a hablar de ello. Al hacerlo se le caería la máscara perfecta que ha creado para sí, pero yo aún necesito sacar a relucir el tema de vez en cuando. Aunque lo odiaba por beber tanto y por maltratar a mi madre, en el fondo sigo sintiendo la necesidad de tener un padre. Aquella noche, refugiada en el invernadero mientras mi padre gritaba y perdía los papeles, no paraba de oír cristales que se hacían añicos en la cocina, y entonces, cuando todo terminó, unos pasos. Me aterraba la idea de que mi padre viniese a por mí, pero era Noah. Y nunca había sentido tanto alivio en toda mi vida de ver a alguien que me hacía sentir segura. Ese día nos hicimos inseparables. Con los años, nuestra amistad se convirtió en algo más, y ninguno de los dos ha salido con otra persona desde entonces. Le mando un mensaje para decirle que lo quiero y decido echarme una cabezadita antes de empezar a estudiar. Saco mi agenda y compruebo el trabajo que tengo una vez más para asegurarme de que puedo permitirme una siesta de veinte minutos. No llevo ni diez dormida cuando oigo que alguien llama a la puerta. Supongo que Steph se ha olvidado la llave y abro la puerta medio grogui. Evidentemente, no es ella. Es Hardin. —Steph aún no ha vuelto —digo, y vuelvo a la cama dejando la puerta abierta. Me sorprende que se haya molestado en llamar, porque sé que Steph le dio una llave por si ella se la dejaba. Tendré que hablar con mi compañera de cuarto al respecto. —La esperaré —dice, y se deja caer sobre la cama de Steph. —Como quieras —gruño, y paso por alto su risita mientras me cubro con la manta y cierro los ojos. Bueno, más bien intento pasarla por alto. Sé que no voy a dormirme sabiendo que Hardin está en mi habitación, pero prefiero fingir que duermo a tener que enfrentarme a la incómoda e irrespetuosa conversación que tendríamos si no lo hiciera. Trato de hacer caso omiso del ruido de su golpeteo en la cabecera de la cama hasta que suena la alarma de mi móvil. —¿Vas a alguna parte? —pregunta, y yo pongo los ojos en blanco aunque no me vea. —No, quería descansar veinte minutos —le digo, y me incorporo. —¿Te pones la alarma para asegurarte de que sólo te echas veinte minutos de siesta? —dice en tono divertido. —Pues sí, pero ¿a ti qué más te da? —Cojo mis libros, los coloco en el orden de mis clases y apilo los apuntes correspondientes encima de cada uno de ellos. —¿Tienes un trastorno obsesivo-compulsivo o algo así? —No, Hardin. No todo el mundo está chiflado por querer hacer las cosas de una manera concreta. No tiene nada de malo ser organizado —le ladro. Y, por supuesto, él se echa a reír. Me niego a mirarlo, pero veo con el rabillo del www.lectulandia.com - Página 72
ojo que se levanta de la cama. «Por favor, no te acerques. Por favor, no te acerques…» Se coloca delante de mí, mirando hacia el lugar donde yo estoy sentada sobre mi cama. Coge mis apuntes de literatura y les da la vuelta un par de veces, exagerando como si estuviera ante un extraño artefacto. Intento cogerlos pero, como el capullo irritante que es, levanta más el brazo, de modo que me pongo en pie para quitárselos. Entonces, Hardin los suelta en el aire y éstos caen al suelo desordenados. —¡Recógelos! —chillo. Él me mira con una sonrisa maliciosa y dice: —Vale, vale. Pero a continuación coge mis apuntes de sociología y hace lo mismo con ellos. Me apresuro a recogerlos antes de que los pise, pero eso también parece hacerle gracia. —¡Hardin, para! —le grito justo cuando hace lo mismo con el siguiente montón. Enfurecida, me incorporo y lo aparto de un empujón de mi cama. —Vaya, parece que a alguien no le gusta que le toqueteen sus cosas —dice riéndose todavía. «¿Por qué siempre se está burlando de mí?» —¡Pues no! ¡No me gusta! —replico, y me dispongo a propinarle un nuevo empellón. Él avanza hacia mí, me agarra de la muñeca y me empuja contra la pared. Su rostro está a unos centímetros del mío, y de repente me doy cuenta de que mi respiración es demasiado agitada. Quiero gritarle que me suelte y exigirle que recoja mis apuntes. Quiero abofetearlo y echarlo de mi cuarto. Pero no puedo hacerlo. Estoy paralizada contra la pared, y sus ojos verdes me tienen hechizada. —Hardin, por favor. —Son las únicas palabras que consigo pronunciar. Y, por el tono suave en que lo hago, no estoy segura de si le estoy rogando que me suelte o que me bese. Mi respiración no se ha ralentizado; siento que la suya se acelera también, y su pecho se hincha y se deshincha a gran velocidad. Los segundos parecen horas. Finalmente, aparta una de sus manos de mis muñecas, pero la otra es lo bastante grande como para sujetarme las dos. Por un segundo creo que va a darme una bofetada, pero asciende la mano hasta mi pómulo y me acomoda un mechón de pelo detrás de la oreja. Juraría que puedo oír su pulso cuando acerca los labios a los míos, y un fuego interior hace que me arda la piel. Esto es lo que he estado anhelando desde el sábado por la noche. Si tuviera que elegir una sensación para el resto de mi vida, sería ésta. No me permito pensar por qué lo estoy besando de nuevo; tampoco quiero plantearme qué cosas horribles me dirá después. En lo único que deseo concentrarme es en la manera en que presiona el cuerpo contra el mío cuando me suelta las muñecas y me acorrala contra la pared, y en el sabor a menta de su boca. En cómo mi www.lectulandia.com - Página 73
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ebía, yo me escondía allí, y nadie excepto Noah sabía dónde encontrarme. La noche<br />
en que mi padre nos dejó fue horrible para mí, y mi madre todavía se niega a hablar<br />
de ello. Al hacerlo se le caería la máscara perfecta que ha creado para sí, pero yo aún<br />
necesito sacar a relucir el tema de vez en cuando. Aunque lo odiaba por beber tanto y<br />
por maltratar a mi madre, en el fondo sigo sintiendo la necesidad de tener un padre.<br />
Aquella noche, refugiada en el invernadero mientras mi padre gritaba y perdía los<br />
papeles, no paraba de oír cristales que se hacían añicos en la cocina, y entonces,<br />
cuando todo terminó, unos pasos. Me aterraba la idea de que mi padre viniese a por<br />
mí, pero era Noah. Y nunca había sentido tanto alivio en toda mi vida de ver a<br />
alguien que me hacía sentir segura. Ese día nos hicimos inseparables. Con<br />
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antes de empezar a estudiar. Saco mi agenda y compruebo el trabajo que tengo una<br />
vez más para asegurarme de que puedo permitirme una siesta de veinte minutos.<br />
No llevo ni diez dormida cuando oigo que alguien llama a la puerta. Supongo que<br />
Steph se ha olvidado la llave y abro la puerta medio grogui.<br />
Evidentemente, no es ella. Es Hardin.<br />
—Steph aún no ha vuelto —digo, y vuelvo a la cama dejando la puerta abierta.<br />
Me sorprende que se haya molestado en llamar, porque sé que Steph le dio una<br />
llave por si ella se la dejaba. Tendré que hablar con mi compañera de cuarto al<br />
respecto.<br />
—La esperaré —dice, y se deja caer sobre la cama de Steph.<br />
—Como quieras —gruño, y paso por alto su risita mientras me cubro con la<br />
manta y cierro los ojos.<br />
Bueno, más bien intento pasarla por alto. Sé que no voy a dormirme sabiendo que<br />
Hardin está en mi habitación, pero prefiero fingir que duermo a tener que enfrentarme<br />
a la incómoda e irrespetuosa conversación que tendríamos si no lo hiciera. Trato de<br />
hacer caso omiso del ruido de su golpeteo en la cabecera de la cama hasta que suena<br />
la alarma de mi móvil.<br />
—¿Vas a alguna parte? —pregunta, y yo pongo los ojos en blanco aunque no me<br />
vea.<br />
—No, quería descansar veinte minutos —le digo, y me incorporo.<br />
—¿Te pones la alarma para asegurarte de que sólo te echas veinte minutos de<br />
siesta? —dice en tono divertido.<br />
—Pues sí, pero ¿a ti qué más te da? —Cojo mis libros, los coloco en el orden de<br />
mis clases y apilo los apuntes correspondientes encima de cada uno de ellos.<br />
—¿Tienes un trastorno obsesivo-compulsivo o algo así?<br />
—No, Hardin. No todo el mundo está chiflado por querer hacer las cosas de una<br />
manera concreta. No tiene nada de malo ser organizado —le ladro.<br />
Y, por supuesto, él se echa a reír. Me niego a mirarlo, pero veo con el rabillo del<br />
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