After - Anna Todd
eso. A lo mejor soy la única persona a la que se lo deja ver, la única a la que le revela sus secretos y la única a la que ama. Por mí, perfecto. Para ser sinceros, a mi parte egoísta le encanta. Hardin aparta la silla que hay junto a mí y me coloca la improvisada bolsa de hielo en la mejilla. El suave paño de cocina es una maravilla para mi piel hipersensible. —No me puedo creer que me haya pegado —digo muy despacio. Se me cae el paño al suelo y se agacha para recogerlo. —Yo tampoco. He estado a punto de perder los nervios —confiesa mirándome a los ojos. —Me lo he imaginado —digo sonriéndole débilmente. El día se me ha hecho eterno. Ha sido el más largo y agotador de mi vida. Estoy rendida y sólo quiero que me lleven en brazos, a ser posible a la cama con Hardin, para olvidarme del giro trágico que se ha producido en la relación con mi madre. —Te quiero demasiado, de lo contrario… —Me sonríe y me besa los párpados cerrados. Prefiero pensar que nunca le haría daño a mi madre, que habla metafóricamente. Sé que, pese a su ira imparable, nunca haría nada tan terrible, y eso hace que lo quiera aún más. He aprendido que Hardin ladra pero apenas muerde. —Quiero irme a la cama —le digo, y asiente. —Por supuesto. Retiro la manta antes de acostarme en mi lado de la cama. —¿Crees que mi madre será siempre así? —le pregunto. Se encoge de hombros y tira uno de los cojines de decoración al suelo. —Yo diría que no, que la gente cambia y madura. Pero tampoco quiero darte falsas esperanzas. Me acuesto boca abajo y entierro la cara en la almohada. —Oye… —dice Hardin con los labios en mi cuello mientras resigue con los dedos la curva de mi espalda. Me doy la vuelta y suspiro al ver la preocupación que brilla en sus ojos. —Estoy bien —miento. Necesito distraerme. Le acaricio la cara y le paso el pulgar por los labios carnosos. Le doy vueltas al aro de metal y sonríe. —¿Te lo pasas bien observándome como si fuera un experimento en la clase de ciencias? —se burla. Asiento y sigo dándole vueltas al aro de metal con los dedos. Con la otra mano le toco el de la ceja. —Bueno es saberlo. —Pone los ojos en blanco y me muerde el pulgar. Lo aparto y me doy con la mano contra la cabecera de la cama. Me coloco encima de él, como suelo hacer siempre, y me coge la mano dolorida entre las suyas y se la lleva a la boca. Me pongo de morros hasta que su lengua dibuja círculos en la punta www.lectulandia.com - Página 416
de mi índice del modo más sexi y provocador. Sigue así con todos los dedos hasta que estoy jadeante y deseosa de más. ¿Cómo lo hace? Sus extrañas muestras de cariño me afectan sobremanera. —¿Mejor? —pregunta colocándome la mano en el regazo. Asiento otra vez con la cabeza; no consigo articular palabra—. ¿Quieres más? Se pasa la lengua por los labios para humedecérselos. —Háblame, nena —insiste. —Sí. Más, por favor —digo finalmente. Está claro que mi cerebro no funciona. Necesito que me toque, que siga distrayéndome. Cambia de postura, tira del cordón de mis pantalones de pijama con una mano y se aparta el pelo de la frente con la otra. Me baja las bragas hasta los tobillos y mis pantalones acaban en el suelo. Se coloca entre mis piernas abiertas. —¿Sabías que el clítoris de la mujer está creado sólo para el placer? No tiene otra función —me informa presionándolo con el pulgar. Gimo y recuesto la cabeza en la almohada—. Es verdad, lo leí en alguna parte. —¿En la revista Playboy? —lo pincho, aunque me cuesta pensar, y hablar, no digamos. Parece que el comentario le hace gracia y sonríe mientras baja la cabeza. En cuanto su lengua encuentra mi sexo, me agarro a las sábanas. Hardin se esmera y rápidamente combina sus dedos con su boca perfecta. Le hundo las manos en el pelo y, en silencio, le doy las gracias a quien descubriera esta maravilla mientras Hardin me lleva al orgasmo. Dos veces. Luego me abraza con fuerza y me susurra lo mucho que me quiere. Me quedo dormida pensando que menudo día hemos tenido: la relación con mi madre se ha ido al traste y es posible que no tenga arreglo, y Hardin ha compartido más detalles de su infancia conmigo. En sueños veo a un niño asustado de pelo rizado que llora por su madre. Me alegra comprobar que la agresión de mi madre no ha dejado marcas visibles. Aún me duele el pecho porque se ha roto del todo nuestra ya maltrecha relación, pero hoy no quiero pensar en eso. Me ducho y me rizo el pelo. Me lo recojo en alto para que no me estorbe mientras me maquillo y me pongo la camiseta que Hardin llevaba ayer. Le cubro los hombros de besos para despertarlo y, cuando me rugen las tripas, voy a la cocina a preparar el desayuno. Quiero empezar el día lo mejor posible para que los dos estemos contentos y felices antes de la boda. Para cuando acaba mi sesión de terapia culinaria, estoy bastante orgullosa del resultado: beicon, huevos, tortitas dulces y tortitas de patata. Es demasiado sólo para nosotros dos, pero Hardin come como una fiera, así que no creo que sobre mucho. Unos brazos fuertes me rodean la cintura. www.lectulandia.com - Página 417
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de mi índice del modo más sexi y provocador. Sigue así con todos los dedos hasta<br />
que estoy jadeante y deseosa de más. ¿Cómo lo hace? Sus extrañas muestras de<br />
cariño me afectan sobremanera.<br />
—¿Mejor? —pregunta colocándome la mano en el regazo. Asiento otra vez con la<br />
cabeza; no consigo articular palabra—. ¿Quieres más?<br />
Se pasa la lengua por los labios para humedecérselos.<br />
—Háblame, nena —insiste.<br />
—Sí. Más, por favor —digo finalmente.<br />
Está claro que mi cerebro no funciona. Necesito que me toque, que siga<br />
distrayéndome. Cambia de postura, tira del cordón de mis pantalones de pijama con<br />
una mano y se aparta el pelo de la frente con la otra. Me baja las bragas hasta los<br />
tobillos y mis pantalones acaban en el suelo. Se coloca entre mis piernas abiertas.<br />
—¿Sabías que el clítoris de la mujer está creado sólo para el placer? No tiene otra<br />
función —me informa presionándolo con el pulgar. Gimo y recuesto la cabeza en la<br />
almohada—. Es verdad, lo leí en alguna parte.<br />
—¿En la revista Playboy? —lo pincho, aunque me cuesta pensar, y hablar, no<br />
digamos.<br />
Parece que el comentario le hace gracia y sonríe mientras baja la cabeza. En<br />
cuanto su lengua encuentra mi sexo, me agarro a las sábanas. Hardin se esmera y<br />
rápidamente combina sus dedos con su boca perfecta. Le hundo las manos en el pelo<br />
y, en silencio, le doy las gracias a quien descubriera esta maravilla mientras Hardin<br />
me lleva al orgasmo. Dos veces.<br />
Luego me abraza con fuerza y me susurra lo mucho que me quiere. Me quedo<br />
dormida pensando que menudo día hemos tenido: la relación con mi madre se ha ido<br />
al traste y es posible que no tenga arreglo, y Hardin ha compartido más detalles de su<br />
infancia conmigo.<br />
En sueños veo a un niño asustado de pelo rizado que llora por su madre.<br />
Me alegra comprobar que la agresión de mi madre no ha dejado marcas visibles. Aún<br />
me duele el pecho porque se ha roto del todo nuestra ya maltrecha relación, pero hoy<br />
no quiero pensar en eso.<br />
Me ducho y me rizo el pelo. Me lo recojo en alto para que no me estorbe mientras<br />
me maquillo y me pongo la camiseta que Hardin llevaba ayer. Le cubro los hombros<br />
de besos para despertarlo y, cuando me rugen las tripas, voy a la cocina a preparar el<br />
desayuno. Quiero empezar el día lo mejor posible para que los dos estemos contentos<br />
y felices antes de la boda. Para cuando acaba mi sesión de terapia culinaria, estoy<br />
bastante orgullosa del resultado: beicon, huevos, tortitas dulces y tortitas de patata. Es<br />
demasiado sólo para nosotros dos, pero Hardin come como una fiera, así que no creo<br />
que sobre mucho.<br />
Unos brazos fuertes me rodean la cintura.<br />
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