After - Anna Todd

22.05.2018 Views

está de mi parte, y me siento mejor. —Vamos, que tienes que dejarle claro que no puede comportarse así, de lo contrario te lo hará una y otra vez. El problema de los hombres es que son animales de costumbres y, si dejas que se acostumbre a hacer eso, te lo volverá a hacer y no podrás impedírselo. Necesita saber desde el principio que no lo vas a consentir. Tiene suerte de tenerte, y necesita aclararse las ideas. Hay algo en sus palabras de aliento que me hace sentirme más segura. Debería estar furiosa. Debería cortarle las pelotas, como ha dicho Kimberly. —Y ¿cómo hago eso? —pregunto, y se ríe. —Cántale las cuarenta. A menos que tenga una excusa muy buena, que ya te digo que se la está inventando mientras hablamos, le cantas las cuarenta en cuanto entre por la puerta. Te mereces que te respete y, si no te respeta, o lo obligas o lo mandas a tomar viento. —Haces que parezca muy fácil. —Me río. —De fácil no tiene nada. —Ella se ríe a su vez y luego se pone muy seria—. Pero hay que hacerlo. El resto de la comida lo paso escuchándola hablar de sus tiempos en la universidad y de que ha tenido ya una larga lista de relaciones horribles. Su melena corta y rubia se mueve hacia adelante y hacia atrás cada vez que menea la cabeza, cosa que hace constantemente mientras habla. Me río tan a gusto que tengo que enjugarme las lágrimas. La comida está deliciosa, y me alegro de haber salido a comer con Kimberly en vez de quedarme toda mustia en mi despacho. De vuelta en la oficina, Trevor me ve desde la puerta del servicio y se me acerca sonriente. —Hola, Tessa. —Hola, ¿qué tal? —pregunto educadamente. —Bien. Hace un frío que pela —dice, y asiento—. Hoy estás preciosa —añade desviando la mirada. Tengo la impresión de que estaba pensando en voz alta. Sonrío y le doy las gracias antes de que se meta en el baño avergonzado. Para cuando es la hora de salir, no he conseguido dar palo al agua en todo el día, así que me llevo el manuscrito a casa con la esperanza de compensar mi falta de motivación de hoy. No hay ni rastro del coche de Hardin en el aparcamiento. El cabreo reaparece y lo llamo y lo maldigo en el buzón de voz. Sorprendentemente, eso me hace sentir mejor. Me preparo una cena rápida y las cosas para mañana. No me puedo creer que falte tan poco para la boda. ¿Y si para entonces no ha vuelto? Volverá, ¿verdad? Miro a mi alrededor. Por muy bonito que sea el apartamento, parece haber perdido parte de su encanto en ausencia de Hardin. De algún modo consigo adelantar bastante trabajo, y estoy a punto de terminar cuando la puerta se abre. Hardin entra tambaleándose en la sala de estar y sigue hacia el dormitorio sin mediar palabra. Lo oigo quitarse las botas y maldecir, imagino que www.lectulandia.com - Página 400

porque se ha caído. Repaso lo que Kimberly me ha dicho durante la comida, ordeno mis ideas y doy rienda suelta a mi cabreo. —¡¿Dónde diablos te habías metido?! —grito al entrar en la habitación. Hardin se ha quitado la camiseta y se está bajando los pantalones. —Yo también me alegro de verte —dice arrastrando las palabras. —¿Estás borracho? —La mandíbula me llega al suelo. —Puede —contesta, y tira los pantalones al suelo. Bufo, los recojo y se los lanzo a la cara. —Tenemos un cesto de la ropa sucia para algo. Le dirijo una mirada asesina y se ríe. Se está riendo. Se está riendo de mí. —¡Los tienes cuadrados, Hardin! Te pasas toda la noche y casi todo el día por ahí sin molestarte siquiera en llamarme y luego apareces tambaleándote, borracho como una cuba. ¡¿Y encima te ríes de mí?! —le grito. —Deja de chillar. Tengo un dolor de cabeza espantoso —protesta, y se echa en la cama. —¿Te parece divertido? ¿Es otro de tus jueguecitos? Si no pensabas tomarte nuestra relación en serio, ¿por qué me pediste que me viniera a vivir contigo? —No quiero hablar de eso ahora. Estás exagerando. Ven a la cama y deja que te haga feliz. Tiene los ojos inyectados en sangre de tanto que ha bebido. Extiende los brazos hacia mí con una sonrisa estúpida de borracho que estropea sus facciones perfectas. —No, Hardin —digo muy seria—. No es broma: no puedes pasarte la noche por ahí sin darme al menos una explicación. —Por Dios, ¿quieres calmarte de una puta vez? No eres mi madre. Deja de pelear conmigo y ven a la cama —repite. —Largo —salto. —¿Perdona? —Se incorpora. Ahora sí que me presta atención. —Ya me has oído. No voy a ser la chica que se queda en casa aguardando toda la noche a que vuelva su novio. Esperaba que al menos tuvieras una buena excusa. ¡Pero es que ni siquiera has intentado inventarte una! No pienso callarme esta vez, Hardin. Siempre te perdono con demasiada facilidad. Esta vez, no. O te explicas, o te largas. —Me cruzo de brazos; estoy orgullosa de mí misma por no haber cedido. —No sé si se te ha olvidado que el que paga las facturas soy yo, así que si alguien tiene que largarse, eres tú —me dice tan pancho. Le miro las manos. Las tiene apoyadas en las rodillas, los nudillos magullados y cubiertos de sangre seca. Todavía estoy intentando pensar en una respuesta cuando le pregunto: —¿Has vuelto a meterte en una pelea? —Y ¿eso qué importa? —¡Me importa, Hardin! Es importante. ¿Es eso lo que has estado haciendo toda la www.lectulandia.com - Página 401

porque se ha caído. Repaso lo que Kimberly me ha dicho durante la comida, ordeno<br />

mis ideas y doy rienda suelta a mi cabreo.<br />

—¡¿Dónde diablos te habías metido?! —grito al entrar en la habitación.<br />

Hardin se ha quitado la camiseta y se está bajando los pantalones.<br />

—Yo también me alegro de verte —dice arrastrando las palabras.<br />

—¿Estás borracho? —La mandíbula me llega al suelo.<br />

—Puede —contesta, y tira los pantalones al suelo.<br />

Bufo, los recojo y se los lanzo a la cara.<br />

—Tenemos un cesto de la ropa sucia para algo.<br />

Le dirijo una mirada asesina y se ríe.<br />

Se está riendo. Se está riendo de mí.<br />

—¡Los tienes cuadrados, Hardin! Te pasas toda la noche y casi todo el día por ahí<br />

sin molestarte siquiera en llamarme y luego apareces tambaleándote, borracho como<br />

una cuba. ¡¿Y encima te ríes de mí?! —le grito.<br />

—Deja de chillar. Tengo un dolor de cabeza espantoso —protesta, y se echa en la<br />

cama.<br />

—¿Te parece divertido? ¿Es otro de tus jueguecitos? Si no pensabas tomarte<br />

nuestra relación en serio, ¿por qué me pediste que me viniera a vivir contigo?<br />

—No quiero hablar de eso ahora. Estás exagerando. Ven a la cama y deja que te<br />

haga feliz.<br />

Tiene los ojos inyectados en sangre de tanto que ha bebido. Extiende los brazos<br />

hacia mí con una sonrisa estúpida de borracho que estropea sus facciones perfectas.<br />

—No, Hardin —digo muy seria—. No es broma: no puedes pasarte la noche por<br />

ahí sin darme al menos una explicación.<br />

—Por Dios, ¿quieres calmarte de una puta vez? No eres mi madre. Deja de pelear<br />

conmigo y ven a la cama —repite.<br />

—Largo —salto.<br />

—¿Perdona? —Se incorpora. Ahora sí que me presta atención.<br />

—Ya me has oído. No voy a ser la chica que se queda en casa aguardando toda la<br />

noche a que vuelva su novio. Esperaba que al menos tuvieras una buena excusa.<br />

¡Pero es que ni siquiera has intentado inventarte una! No pienso callarme esta vez,<br />

Hardin. Siempre te perdono con demasiada facilidad. Esta vez, no. O te explicas, o te<br />

largas. —Me cruzo de brazos; estoy orgullosa de mí misma por no haber cedido.<br />

—No sé si se te ha olvidado que el que paga las facturas soy yo, así que si alguien<br />

tiene que largarse, eres tú —me dice tan pancho.<br />

Le miro las manos. Las tiene apoyadas en las rodillas, los nudillos magullados y<br />

cubiertos de sangre seca.<br />

Todavía estoy intentando pensar en una respuesta cuando le pregunto:<br />

—¿Has vuelto a meterte en una pelea?<br />

—Y ¿eso qué importa?<br />

—¡Me importa, Hardin! Es importante. ¿Es eso lo que has estado haciendo toda la<br />

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