After - Anna Todd

22.05.2018 Views

azos para no caerme de la cama cuando me deshago con sus caricias. —Abre los ojos. Quiero ver lo que sólo yo puedo hacerte —me ordena, y hago lo que puedo por mantenerlos abiertos mientras el orgasmo se apodera de mí. Luego dejo caer la cabeza sobre su pecho y le paso los brazos por debajo de las axilas para abrazarlo con fuerza mientras intento recobrar el aliento. —No puedo creer que hayas intentado… —empiezo a decir, pero me hace callar acariciándome con la lengua el labio inferior. Suelto bocanadas irregulares de aire, todavía estoy tratando de recuperarme del torbellino. Bajo la mano y se la cojo. Hace una mueca, me muerde el labio y me lo chupa con delicadeza. Decido adoptar una de las tácticas del manual de sexo de Hardin Scott y aprieto un poco. —Pide perdón y te daré lo que quieres —le susurro al oído con voz seductora. —¿Qué? —La cara que se le ha quedado no tiene precio. —Ya me has oído. Intento poner cara de póquer mientras lo masturbo con una mano y me deslizo los dedos por encima de las bragas empapadas con la otra. Gime mientras lo restriego contra mí. —Lo siento —balbucea con las mejillas encarnadas—. Déjame follarte…, por favor —suplica. Yo me echo a reír, aunque se me cortan las carcajadas cuando saca un preservativo de la mesilla de noche. No pierde un segundo en ponérselo y volver a besarme. —No sé si estás lista para hacerlo en esta postura, encima de mí. Si es demasiado, avisa. ¿Vale, nena? De repente vuelve a ser el Hardin dulce y cariñoso. —Vale —respondo. Me levanta un poco y siento el roce del condón y luego cómo me va llenando a medida que me baja. —Hostia —digo cerrando los ojos. —¿Estás bien? —Sí…, sólo es… diferente —tartamudeo. Duele. No tanto como la otra vez, pero sigue siendo extraño y desagradable. Sin abrir los ojos, muevo un poco las caderas para tratar de aliviar la presión. —¿Diferente en el buen o en el mal sentido? —dice con la voz ronca y la vena de la frente hinchada. —Calla…, no hables más —contesto moviéndome de nuevo. Gime y se disculpa. Me promete que me va a dar un minuto para que me acostumbre. No tengo ni idea de cuánto tiempo pasa hasta que muevo otra vez las caderas. Cuanto más me muevo, menos desagradable me resulta y, en un momento dado, Hardin me rodea con los brazos y me estrecha contra sí mientras empieza a moverse y a hacer chocar sus caderas con las mías. Mucho mejor ahora que me www.lectulandia.com - Página 378

abraza y nos movemos juntos. Tengo una de las manos apoyada en su pecho para sostenerme y se me están cansando las piernas. Intento ignorar las protestas de mis músculos y sigo montándolo como una amazona. Trato de mantener los ojos abiertos para ver a Hardin. Una gota de sudor desciende por su frente. Verlo así, mordiéndose el labio inferior y mirándome tan fijamente que noto cómo sus ojos me queman la piel, es la sensación más alucinante del mundo. —Lo eres todo para mí. No puedo perderte —dice mientras mis labios se deslizan por su cuello y su hombro. Tiene la piel salada, húmeda y perfecta—. Estoy a punto, nena. Me falta un pelo. Lo estás haciendo muy bien, nena —gime, y me acaricia la espalda mientras yo intento coger velocidad. Entrelaza los dedos con los míos y me derrito con ese gesto tan íntimo. Me encanta cómo me alienta, me encanta todo en él. Se me tensa el vientre cuando Hardin me agarra de la nuca con una mano. Sigue susurrando lo mucho que le importo y su cuerpo se torna de acero. Lo observo, consumida por sus palabras y por el modo en que me roza el clítoris con el pulgar y me hace estallar en un instante. Nuestros gemidos y nuestros cuerpos se entrelazan cuando los dos terminamos. Él se deja caer hacia atrás en la cama y me tumba consigo. Cuando vuelvo en mí, apenas lo noto deshacerse del condón. —Me alegro de que hayas venido a buscarme cuando he bajado la escalera — digo al fin tras un silencio largo pero placentero. Tengo la cabeza apoyada en su pecho y oigo cómo se calma el latir desbocado de su corazón. —Yo también —responde—. No iba a hacerlo, pero no he podido evitarlo. Siento haberte dicho que te fueras. A veces soy un poco capullo. Levanto la cabeza y lo miro. —¿A veces? —Sonrío. Levanta una de las manos que tiene en mi cintura y me pellizca la nariz. Me río. —No he oído que te quejaras de nada hace cinco minutos —recalca. Meneo la cabeza y la dejo caer otra vez en su piel bañada en sudor. Con los dedos, dibujo el contorno del tatuaje en forma de corazón que lleva en el hombro y veo que se le pone la carne de gallina. No se me escapa que el corazón está pintado con tinta negra como la noche. —Eso es porque se te da mejor eso que salir con alguien —lo pincho. —No voy a discutírtelo. Se ríe y me aparta el pelo de la cara. Me encanta cuando me acaricia la mejilla, es de lo que más me gusta. Sus dedos son ásperos pero, de algún modo, muy suaves en contacto con mi piel. —¿Qué es lo que ha pasado entre Dan y tú? Quiero decir antes de esta noche — pregunto. Probablemente no debería, pero tengo que saberlo. —¿Qué? ¿Quién te ha dicho que haya pasado nada entre Dan y yo? —inquiere al tiempo que me levanta la barbilla para verme la cara. www.lectulandia.com - Página 379

azos para no caerme de la cama cuando me deshago con sus caricias.<br />

—Abre los ojos. Quiero ver lo que sólo yo puedo hacerte —me ordena, y hago lo<br />

que puedo por mantenerlos abiertos mientras el orgasmo se apodera de mí.<br />

Luego dejo caer la cabeza sobre su pecho y le paso los brazos por debajo de las<br />

axilas para abrazarlo con fuerza mientras intento recobrar el aliento.<br />

—No puedo creer que hayas intentado… —empiezo a decir, pero me hace callar<br />

acariciándome con la lengua el labio inferior.<br />

Suelto bocanadas irregulares de aire, todavía estoy tratando de recuperarme del<br />

torbellino. Bajo la mano y se la cojo. Hace una mueca, me muerde el labio y me lo<br />

chupa con delicadeza. Decido adoptar una de las tácticas del manual de sexo de<br />

Hardin Scott y aprieto un poco.<br />

—Pide perdón y te daré lo que quieres —le susurro al oído con voz seductora.<br />

—¿Qué? —La cara que se le ha quedado no tiene precio.<br />

—Ya me has oído.<br />

Intento poner cara de póquer mientras lo masturbo con una mano y me deslizo los<br />

dedos por encima de las bragas empapadas con la otra.<br />

Gime mientras lo restriego contra mí.<br />

—Lo siento —balbucea con las mejillas encarnadas—. Déjame follarte…, por<br />

favor —suplica.<br />

Yo me echo a reír, aunque se me cortan las carcajadas cuando saca un<br />

preservativo de la mesilla de noche. No pierde un segundo en ponérselo y volver a<br />

besarme.<br />

—No sé si estás lista para hacerlo en esta postura, encima de mí. Si es demasiado,<br />

avisa. ¿Vale, nena?<br />

De repente vuelve a ser el Hardin dulce y cariñoso.<br />

—Vale —respondo.<br />

Me levanta un poco y siento el roce del condón y luego cómo me va llenando a<br />

medida que me baja.<br />

—Hostia —digo cerrando los ojos.<br />

—¿Estás bien?<br />

—Sí…, sólo es… diferente —tartamudeo.<br />

Duele. No tanto como la otra vez, pero sigue siendo extraño y desagradable. Sin<br />

abrir los ojos, muevo un poco las caderas para tratar de aliviar la presión.<br />

—¿Diferente en el buen o en el mal sentido? —dice con la voz ronca y la vena de<br />

la frente hinchada.<br />

—Calla…, no hables más —contesto moviéndome de nuevo.<br />

Gime y se disculpa. Me promete que me va a dar un minuto para que me<br />

acostumbre. No tengo ni idea de cuánto tiempo pasa hasta que muevo otra vez las<br />

caderas. Cuanto más me muevo, menos desagradable me resulta y, en un momento<br />

dado, Hardin me rodea con los brazos y me estrecha contra sí mientras empieza a<br />

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