After - Anna Todd

22.05.2018 Views

tono de voz suave. Hardin abre unos ojos enormes, perplejo. Sé que esperaba que estallara, pero este cambio en la dinámica lo frena y tiene que pensar lo que va a decir a continuación. —Sí… Bueno, no lo sé. —Sus ojos encuentran los míos. —Pues, como de costumbre, te equivocas. —Sonrío. Necesito hablar con él de esto más tarde, pero ahora mismo tengo más ganas de hacerle saber que no tiene de qué preocuparse que de corregirlo. —Lamento que hayas pensado que estaba flirteando con él. No es así. Yo no te haría eso —le aseguro. Su mirada se suaviza y le acaricio la mejilla. ¿Cómo puede una persona ser tan fuerte y tan frágil a la vez? —Vale… —dice. Me echo a reír y sigo acariciándole la mejilla. Me encanta pillarlo con la guardia baja. —¿Para qué lo quiero a él teniéndote a ti? Parpadea y, al final, sonríe. Me alivia estar aprendiendo a desactivar la bomba con patas que es Hardin. —Te quiero —me dice, y sus labios buscan los míos—. Perdona que haya saltado así. —Acepto tus disculpas. ¿Qué te parece si te enseño mi despacho? —digo con alegría. —No te merezco —añade en voz baja, demasiado baja. Decido hacer como que no lo he oído y mantengo mi actitud animosa. —¿Qué opinas? —Sonrío de oreja a oreja. Se echa a reír y presta mucha atención mientras le muestro cada detalle, cada libro de la estantería y el marco vacío que hay en la mesa. —Estaba pensando en poner una foto nuestra aquí —le digo. No nos hemos hecho ninguna foto juntos, y no se me había ocurrido hasta que coloqué el marco sobre la mesa. Hardin no parece de la clase de personas que sonríen ante la cámara, ni siquiera ante la de un móvil. —Las fotos no son lo mío —dice confirmando mis sospechas. Sin embargo, cuando ve mi decepción, se esfuerza por añadir—: Quiero decir… que podríamos hacernos una. Pero sólo una. —Luego lo pensamos. —Sonrío, y parece aliviado. —Ahora hablemos de lo sexi que estás con ese vestido. Me está volviendo loco —dice en un tono más grave de lo habitual al tiempo que se acerca a mí. Mi cuerpo entra en calor al instante; sus palabras siempre tienen este efecto en mí. —Tienes suerte de que no abriera los ojos esta mañana —prosigue—. Si los hubiera abierto… —recorre con la punta de los dedos el escote del vestido—, no te habría dejado salir de la habitación. Con la otra mano sube el bajo del vestido y me acaricia el muslo. www.lectulandia.com - Página 350

—Hardin… —le advierto. Mi voz me traiciona y parece más un gemido que otra cosa. —¿Qué, nena?… ¿No quieres que haga esto? —Me levanta del suelo y me sienta en la mesa. —Es… —Con sus labios en el cuello no puedo pensar. Hundo los dedos en su pelo y me da pequeños mordiscos—. No podemos… Podría entrar alguien… o… algo. —Se me traba la lengua y no consigo decir nada que tenga sentido. Lleva ambas manos a mis muslos y me separa las piernas. —La puerta tiene un pestillo por algo… —replica—. Quiero hacértelo aquí, sobre la mesa. O puede que contra la ventana. Su boca continúa bajando hacia mi pecho. Su propuesta es como una descarga eléctrica. Sus dedos rozan el encaje de mis bragas y noto cómo cambia su respiración. —Me estás matando —gruñe mirando entre mis piernas para ver el conjunto de encaje blanco que me compré ayer. No me puedo creer que esté consintiendo esto, en mi mesa, en mi despacho nuevo, el segundo día de prácticas. La idea me excita y me aterra a partes iguales. —Cierra la… —empiezo a decir, pero me interrumpe el timbre del teléfono. Me sobresalto y contesto como puedo—: ¿Diga? Aquí Tessa Young. —Señorita Young…, Tessa —corrige rápidamente Kimberly—. El señor Vance ha terminado su trabajo por hoy y va de camino a tu despacho —dice con una pizca de picardía en la voz. Debe de haberse dado cuenta de lo irresistible que puede ser Hardin. Me ruborizo y le doy las gracias antes de bajarme de la mesa. www.lectulandia.com - Página 351

tono de voz suave.<br />

Hardin abre unos ojos enormes, perplejo. Sé que esperaba que estallara, pero este<br />

cambio en la dinámica lo frena y tiene que pensar lo que va a decir a continuación.<br />

—Sí… Bueno, no lo sé. —Sus ojos encuentran los míos.<br />

—Pues, como de costumbre, te equivocas. —Sonrío.<br />

Necesito hablar con él de esto más tarde, pero ahora mismo tengo más ganas de<br />

hacerle saber que no tiene de qué preocuparse que de corregirlo.<br />

—Lamento que hayas pensado que estaba flirteando con él. No es así. Yo no te<br />

haría eso —le aseguro.<br />

Su mirada se suaviza y le acaricio la mejilla. ¿Cómo puede una persona ser tan<br />

fuerte y tan frágil a la vez?<br />

—Vale… —dice.<br />

Me echo a reír y sigo acariciándole la mejilla. Me encanta pillarlo con la guardia<br />

baja.<br />

—¿Para qué lo quiero a él teniéndote a ti?<br />

Parpadea y, al final, sonríe. Me alivia estar aprendiendo a desactivar la bomba con<br />

patas que es Hardin.<br />

—Te quiero —me dice, y sus labios buscan los míos—. Perdona que haya saltado<br />

así.<br />

—Acepto tus disculpas. ¿Qué te parece si te enseño mi despacho? —digo con<br />

alegría.<br />

—No te merezco —añade en voz baja, demasiado baja.<br />

Decido hacer como que no lo he oído y mantengo mi actitud animosa.<br />

—¿Qué opinas? —Sonrío de oreja a oreja.<br />

Se echa a reír y presta mucha atención mientras le muestro cada detalle, cada<br />

libro de la estantería y el marco vacío que hay en la mesa.<br />

—Estaba pensando en poner una foto nuestra aquí —le digo.<br />

No nos hemos hecho ninguna foto juntos, y no se me había ocurrido hasta que<br />

coloqué el marco sobre la mesa. Hardin no parece de la clase de personas que sonríen<br />

ante la cámara, ni siquiera ante la de un móvil.<br />

—Las fotos no son lo mío —dice confirmando mis sospechas. Sin embargo,<br />

cuando ve mi decepción, se esfuerza por añadir—: Quiero decir… que podríamos<br />

hacernos una. Pero sólo una.<br />

—Luego lo pensamos. —Sonrío, y parece aliviado.<br />

—Ahora hablemos de lo sexi que estás con ese vestido. Me está volviendo loco<br />

—dice en un tono más grave de lo habitual al tiempo que se acerca a mí.<br />

Mi cuerpo entra en calor al instante; sus palabras siempre tienen este efecto en mí.<br />

—Tienes suerte de que no abriera los ojos esta mañana —prosigue—. Si los<br />

hubiera abierto… —recorre con la punta de los dedos el escote del vestido—, no te<br />

habría dejado salir de la habitación.<br />

Con la otra mano sube el bajo del vestido y me acaricia el muslo.<br />

www.lectulandia.com - Página 350

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