After - Anna Todd
No lo suelto y gime otra vez. Me encantan los ruidos que hace. Bajo la vista y admiro cómo el agua salpica nuestros cuerpos y me ayuda a deslizar la mano con facilidad por toda su extensión. —No sabes el gusto que me das. Su mirada me pone un poco nerviosa, pero el modo en que aprieta los dientes y entorna los ojos es como si estuviera intentando mantenerlos abiertos para pedirme que le dé más placer. Mi pulgar acaricia la punta de su pene y Hardin maldice en voz baja. —Voy a correrme ya. Joder… Cierra los ojos y siento su orgasmo tibio que se mezcla en mi mano con el agua caliente. No puedo evitar mirarlo fijamente hasta que sólo queda el agua. A continuación se acerca a mí, sin aliento, y me besa en la boca. —Alucinante —susurra, y me besa otra vez. Una vez limpia y más tranquila, aunque incandescente por las caricias de Hardin, me seco a toda velocidad y me pongo las mallas de hacer yoga y la camiseta que saco de la bolsa. Me cepillo el pelo y me hago un moño en la coronilla. Hardin se envuelve una toalla alrededor de la cintura y se queda de pie detrás de mí, mirándome a través del espejo. Está divino, y es todo mío. —Esas mallas van a ser una distracción —dice. —¿Siempre has tenido una mente tan sucia? —me burlo, y él asiente. Hasta que entramos en la cocina no me doy cuenta de las pintas que llevamos. Los dos llevamos el pelo mojado. Salta a la vista que acabamos de ducharnos juntos. A Hardin no parece importarle, pero eso es porque no tiene modales. —Hay sándwiches en la encimera —anuncia Karen alegremente señalando hacia el lugar donde Ken está sentado con una pila de carpetas delante. No parece que le sorprenda ni que le moleste nuestro aspecto; a mi madre le habría dado un ataque si supiera lo que acabo de hacer. Sobre todo con alguien como Hardin. —Muchísimas gracias —digo. —Lo he pasado muy bien hoy, Tessa —comenta Karen, y empezamos a hablar otra vez del invernadero mientras cogemos un sándwich cada uno y nos sentamos a comer. Hardin come en silencio y me mira de vez en cuando. —Podríamos seguir con el invernadero el fin de semana que viene —sugiero, pero enseguida me corrijo—: Quiero decir, dentro de dos semanas —digo entre risas. —Sí, por supuesto. —¿La boda tiene algún tema? —interrumpe Hardin. Ken levanta la vista del trabajo. —Bueno, en realidad no tiene ningún tema, pero hemos elegido la decoración en www.lectulandia.com - Página 308
lanco y negro —dice Karen nerviosa. Estoy segura de que es la primera vez que hablan con Hardin de la boda desde el día que Ken le dijo que iba a casarse y él la lió parda. —Ah. Entonces ¿qué debería ponerme? —pregunta sin darle mucha importancia. Después de ver la reacción de su padre, me muero por comerme a Hardin a besos. —¿Vas a venir? —pregunta Ken, sorprendido y muy feliz. —Sí…, supongo. —Hardin se encoge de hombros y le da otro mordisco a su sándwich. Karen y Ken se miran y sonríen. Él se levanta y se acerca a Hardin. —Gracias, hijo, significa mucho para mí —dice al tiempo que le da a Hardin una palmada en el hombro. Él se pone tenso pero premia a su padre con una pequeña sonrisa. —¡Qué gran noticia! —exclama Karen dando palmas. —No es nada —gruñe Hardin. Me siento a su lado y le cojo la mano por debajo de la mesa. Nunca pensé que podría convencerlo de que fuera a la boda, mucho menos hablar sobre ella delante de Ken y Karen. —Te quiero —le susurro al oído cuando ellos están a otra cosa. Sonríe y me aprieta la mano. —Te quiero —me susurra. —Hardin, ¿cómo van las clases? —pregunta Ken. —Bien. —He visto que has vuelto a cambiar de asignaturas. —Sí. ¿Y? —Vas a graduarte en Inglés, ¿no? —continúa Ken, que, sin saberlo, está tentando su suerte. Noto que Hardin empieza a mosquearse. —Sí —responde. —¡Eso está muy bien! Recuerdo cuando tenías diez años y recitabas pasajes de El gran Gatsby todos los días, a todas horas. Ya entonces se notaba que se te iba a dar muy bien la literatura —dice su padre. —¿De verdad? ¿Eso recuerdas? —El tono de Hardin es muy áspero. Le estrecho la mano intentando decirle que se calme. —Sí, claro que me acuerdo —contesta Ken muy tranquilo. Las aletas nasales de Hardin se agitan y pone los ojos en blanco. —Me cuesta de creer —replica—, porque estabas siempre borracho y, lo que yo recuerdo, y lo recuerdo como si fuera ayer, es que hiciste pedazos ese libro porque tropecé con tu whisky y lo derramé. Así que no intentes impresionarme con el baúl de los recuerdos a menos que sepas de qué coño estás hablando. Se levanta y Karen y yo tragamos saliva. —¡Hardin! —lo llama Ken cuando se va de la cocina. Corro tras él y oigo a Karen gritarle a Ken: www.lectulandia.com - Página 309
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Su mirada me pone un poco nerviosa, pero el modo en que aprieta los dientes y<br />
entorna los ojos es como si estuviera intentando mantenerlos abiertos para pedirme<br />
que le dé más placer. Mi pulgar acaricia la punta de su pene y Hardin maldice en voz<br />
baja.<br />
—Voy a correrme ya. Joder…<br />
Cierra los ojos y siento su orgasmo tibio que se mezcla en mi mano con el agua<br />
caliente. No puedo evitar mirarlo fijamente hasta que sólo queda el agua. A<br />
continuación se acerca a mí, sin aliento, y me besa en la boca.<br />
—Alucinante —susurra, y me besa otra vez.<br />
Una vez limpia y más tranquila, aunque incandescente por las caricias de Hardin,<br />
me seco a toda velocidad y me pongo las mallas de hacer yoga y la camiseta que saco<br />
de la bolsa. Me cepillo el pelo y me hago un moño en la coronilla. Hardin se envuelve<br />
una toalla alrededor de la cintura y se queda de pie detrás de mí, mirándome a través<br />
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—Esas mallas van a ser una distracción —dice.<br />
—¿Siempre has tenido una mente tan sucia? —me burlo, y él asiente.<br />
Hasta que entramos en la cocina no me doy cuenta de las pintas que llevamos. Los<br />
dos llevamos el pelo mojado. Salta a la vista que acabamos de ducharnos juntos. A<br />
Hardin no parece importarle, pero eso es porque no tiene modales.<br />
—Hay sándwiches en la encimera —anuncia Karen alegremente señalando hacia<br />
el lugar donde Ken está sentado con una pila de carpetas delante.<br />
No parece que le sorprenda ni que le moleste nuestro aspecto; a mi madre le<br />
habría dado un ataque si supiera lo que acabo de hacer. Sobre todo con alguien como<br />
Hardin.<br />
—Muchísimas gracias —digo.<br />
—Lo he pasado muy bien hoy, Tessa —comenta Karen, y empezamos a hablar<br />
otra vez del invernadero mientras cogemos un sándwich cada uno y nos sentamos a<br />
comer.<br />
Hardin come en silencio y me mira de vez en cuando.<br />
—Podríamos seguir con el invernadero el fin de semana que viene —sugiero,<br />
pero enseguida me corrijo—: Quiero decir, dentro de dos semanas —digo entre risas.<br />
—Sí, por supuesto.<br />
—¿La boda tiene algún tema? —interrumpe Hardin.<br />
Ken levanta la vista del trabajo.<br />
—Bueno, en realidad no tiene ningún tema, pero hemos elegido la decoración en<br />
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