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que "una tasa más lenta de alimentación<br />
se asocia con un menor consumo<br />
de energía en comparación con una<br />
tasa más rápida de alimentación". Es<br />
decir, cuando comemos rápido es muy<br />
probable que comamos más.<br />
3. Ganar peso<br />
De lo expuesto hasta ahora se puede<br />
deducir que no solo el tamaño de la ración<br />
condiciona lo que comemos, sino<br />
que también lo hace la velocidad a la<br />
que ingerimos. Y ambos factores nos<br />
hacen proclives a ganar peso, aunque<br />
todo dependerá de la frecuencia con<br />
la que consumamos grandes raciones<br />
de alimentos y comamos deprisa.<br />
4. Perder salud<br />
Comer a toda velocidad puede hacer<br />
que nos alimentemos peor (por una<br />
mala selección de los productos disponibles)<br />
y que ganemos peso. Ambos<br />
factores pueden deteriorar nuestra salud<br />
a largo plazo. Una mala alimentación<br />
es un factor clave en el desarrollo de<br />
las llamadas enfermedades responsables<br />
de la mayor parte de las muertes<br />
prevenibles en nuestra sociedad.<br />
5. Dar mal ejemplo<br />
Cuando comemos rápido estamos<br />
transmitiendo un mal modelo a nuestros<br />
hijos, que nos toman como referentes<br />
a seguir. De ahí que a los consejos<br />
de predicar con el ejemplo en la mesa<br />
(sea con nuestros modales o, también,<br />
con el seguimiento habitual de una<br />
dieta saludable), de apagar la televisión<br />
y de respetar las sensaciones de<br />
hambre y saciedad de los niños, no<br />
está de más añadir otra recomendación:<br />
comer sin prisas. Esto nos permitirá<br />
disfrutar no solo de la propia comida,<br />
sino también y algo muy importante,<br />
de la impagable compañía de nuestra<br />
familia.