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de ese deseo tan poderosamente<br />
arraigado en nosotras. “¿Y Pablo? –<br />
le pregunté–, ¿no tenías eso con<br />
Pablo?”. Caro tomó aire profundamente<br />
y respondió decepcionada<br />
“Pero Pablo es petiso, yo no puedo<br />
estar con un petiso. Lo abrazás y te<br />
queda acá abajo, ¿viste? A mí me<br />
gustan los tipos altos, grandotes...”.<br />
Eso nos está pasando a las Mujeres<br />
Alfa, decimos que queremos algo y<br />
cuando está ahí decimos que en<br />
realidad queríamos otra cosa.<br />
Hace poco salí con un chico que lo<br />
tenía todo: un buen trabajo, un<br />
buen cuerpo, una hermosa casa,<br />
un buen auto. Terminamos en su<br />
living con una copa de vino. Es<br />
seductor, simpático, y mientras<br />
hablaba yo calculaba dónde iba a<br />
construir mi vestidor cuando me<br />
mudara con él.<br />
Quizás se dio cuenta, porque me<br />
preguntó: “¿Qué le cambiarías a mi<br />
casa?”. Miré alrededor y todo era<br />
perfecto, limpio, ordenado, decorado<br />
con buen gusto, y no había<br />
absolutamente nada para mejorar;<br />
hasta que encontré un pequeño<br />
detalle, casi una nimiedad.<br />
“Plantas –le respondí– a tu casa le<br />
faltan plantas”.<br />
La expresión de mi chico perfecto<br />
se puso tensa y empezó a contarme<br />
que en realidad tuvo una planta<br />
de albahaca. La puso al lado de<br />
la pileta de la cocina, pero había<br />
que regarla todos los días.<br />
Para colmo él la regaba y la planta<br />
largaba tierrita que le ensuciaba su<br />
perfecta e inmaculada mesada y,<br />
claro está, un día se cansó de regarla<br />
y limpiar la tierrita y decidió exiliarla<br />
para siempre.<br />
En ese momento su casa perfecta<br />
se convirtió a mis ojos en un lugar<br />
frío e inhóspito.<br />
La casa perfecta no podía contener<br />
vida, porque la vida desordena y<br />
ensucia.<br />
Me sentí tan identificada con la<br />
planta de albahaca que le pregunté<br />
qué había hecho con ella. Juró<br />
haberla puesto en un buen lugar<br />
pero no le creí e insistí en verla con<br />
mis propios ojos. Salimos a un jardín<br />
y allí, debajo de un árbol estaba<br />
la planta de albahaca dentro de<br />
una pequeñísima maceta.<br />
El chico perfecto sonrió con satisfacción<br />
mientras yo miraba a esa<br />
pobre planta encerrada en una pequeña<br />
porción de vida, mientras<br />
esperaba que alguien la trasplantara<br />
en el mar de tierra que la rodeaba.<br />
Me imaginaba la presión de sus raíces<br />
dentro de la maceta, sus ganas<br />
de crecer con libertad. Si la planta<br />
de albahaca le molestaba, ¿qué podía<br />
esperar yo que amo comer en la<br />
cama mirando películas, me pinto<br />
las uñas en el sillón y me lavo los<br />
dientes bailando por la casa?<br />
¿Cómo iba a poder entender El<br />
Chico Perfecto que, a veces, mi cabeza<br />
se va volando muy lejos enredada<br />
en una historia que estoy<br />
escribiendo y se olvida que tiene<br />
un cuerpo y que el pobre cuerpo,<br />
librado a su propia suerte, se pone<br />
torpe y rompe todo lo que se le<br />
cruza por el camino?<br />
Odié a El Chico Perfecto por habernos<br />
hecho eso a la planta de albahaca<br />
y a mí.<br />
Nunca, como en la era de hipercomunicación,<br />
nos resultó tan fácil<br />
estar incomunicados.<br />
Tenemos Whatsapp, celular, Facebook,<br />
Twitter, Instagram, cuentas<br />
de email, y sin embargo no nos vemos<br />
las caras. Y como dice el refrán<br />
de la abuela: “ojos que no ven,<br />
corazón que no siente”.<br />
Si lastimo a una persona por cualquiera<br />
de esos medios no veo su<br />
dolor. Si no veo su dolor no siento<br />
empatía. Si no siento empatía, los<br />
otros no son más que objetos de<br />
mi placer, que cuando ya no son<br />
funcionales a mis necesidades quedan<br />
borrados de mi mundo virtual.<br />
Y así como sacó de su vida a la<br />
planta de albahaca convenciéndose<br />
que al aire libre estaba mejor, este<br />
chico me hubiera borrado de todo<br />
su mundo apenas hubiera dejado<br />
de proveerle de hojas para su<br />
ensalada caprese.<br />
Todas tenemos casas hermosas, femeninas,<br />
cuidadas, repletas de detalles,<br />
pulcras, pero cuando los a-<br />
migos se van después de una cena<br />
parece que alguien tiró una bomba.<br />
Las risas y la música se quedan<br />
pegadas en el piso, se esconden en<br />
forma de servilletas de papel arrugadas<br />
con ganas de quedarse para<br />
siempre en el aire.<br />
Y muchas veces nosotras, las Mujeres<br />
Alfa, no somos muy diferentes.<br />
Una persona en nuestras vidas<br />
ocupa un espacio, a veces con la<br />
forma de un par de botines de fútbol<br />
en medio de un pasillo, y nos<br />
sentimos invadidas porque antes<br />
ese espacio era sólo nuestro.<br />
Odiamos ese par de botines y odiamos<br />
la tierrita que deja en nuestro<br />
pasillo, que antes estaba siempre<br />
impecable.<br />
Las personas somos difíciles y no<br />
hay nadie que esté libre de tirar la<br />
primera piedra.<br />
Pero en algún momento me parece<br />
que nuestro mundo se volvió brutal<br />
y que las relaciones están cada<br />
vez más regladas por la Ley de la<br />
Selva, donde el más fuerte se impone<br />
y donde se aprovecha de esa<br />
ventaja como si hubiera sido ganada<br />
y como si quien la poseyera<br />
mereciera su lugar de poder.<br />
Por eso ahora, que empezamos un<br />
año nuevo con todas las ganas de<br />
ser mejores, les propongo que<br />
cambiemos la Ley de la Selva por<br />
La Ley del Vivero.<br />
Y que el mundo sea un lugar donde<br />
las relaciones se cuidan y se alimentan<br />
día a día.<br />
Un lugar donde se protege a los<br />
más débiles de los peligros para<br />
que puedan crecer.<br />
¡Feliz año nuevo!<br />
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