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MUJERES ALFA SOLEDAD CASTRO VIRASORO Hacerse cargo L lega fin de año y consciente o inconscientemente hacemos un balance interno y en eso estaba mi amiga Caro, cuando me dijo: “Todas queremos lo mismo, un 8 hombre que nos quiera, que nos contenga. Alguien con quien compartir la vida. Alguien con quien reírse mientras tomás unos mates ¿Viste cuando en una fiesta repleta de gente te cruzás una mirada con el otro y ya sabés lo que piensa? Eso es lo que quiero”. Las dos hicimos silencio por unos segundos, sintiendo la intensidad

de ese deseo tan poderosamente arraigado en nosotras. “¿Y Pablo? – le pregunté–, ¿no tenías eso con Pablo?”. Caro tomó aire profundamente y respondió decepcionada “Pero Pablo es petiso, yo no puedo estar con un petiso. Lo abrazás y te queda acá abajo, ¿viste? A mí me gustan los tipos altos, grandotes...”. Eso nos está pasando a las Mujeres Alfa, decimos que queremos algo y cuando está ahí decimos que en realidad queríamos otra cosa. Hace poco salí con un chico que lo tenía todo: un buen trabajo, un buen cuerpo, una hermosa casa, un buen auto. Terminamos en su living con una copa de vino. Es seductor, simpático, y mientras hablaba yo calculaba dónde iba a construir mi vestidor cuando me mudara con él. Quizás se dio cuenta, porque me preguntó: “¿Qué le cambiarías a mi casa?”. Miré alrededor y todo era perfecto, limpio, ordenado, decorado con buen gusto, y no había absolutamente nada para mejorar; hasta que encontré un pequeño detalle, casi una nimiedad. “Plantas –le respondí– a tu casa le faltan plantas”. La expresión de mi chico perfecto se puso tensa y empezó a contarme que en realidad tuvo una planta de albahaca. La puso al lado de la pileta de la cocina, pero había que regarla todos los días. Para colmo él la regaba y la planta largaba tierrita que le ensuciaba su perfecta e inmaculada mesada y, claro está, un día se cansó de regarla y limpiar la tierrita y decidió exiliarla para siempre. En ese momento su casa perfecta se convirtió a mis ojos en un lugar frío e inhóspito. La casa perfecta no podía contener vida, porque la vida desordena y ensucia. Me sentí tan identificada con la planta de albahaca que le pregunté qué había hecho con ella. Juró haberla puesto en un buen lugar pero no le creí e insistí en verla con mis propios ojos. Salimos a un jardín y allí, debajo de un árbol estaba la planta de albahaca dentro de una pequeñísima maceta. El chico perfecto sonrió con satisfacción mientras yo miraba a esa pobre planta encerrada en una pequeña porción de vida, mientras esperaba que alguien la trasplantara en el mar de tierra que la rodeaba. Me imaginaba la presión de sus raíces dentro de la maceta, sus ganas de crecer con libertad. Si la planta de albahaca le molestaba, ¿qué podía esperar yo que amo comer en la cama mirando películas, me pinto las uñas en el sillón y me lavo los dientes bailando por la casa? ¿Cómo iba a poder entender El Chico Perfecto que, a veces, mi cabeza se va volando muy lejos enredada en una historia que estoy escribiendo y se olvida que tiene un cuerpo y que el pobre cuerpo, librado a su propia suerte, se pone torpe y rompe todo lo que se le cruza por el camino? Odié a El Chico Perfecto por habernos hecho eso a la planta de albahaca y a mí. Nunca, como en la era de hipercomunicación, nos resultó tan fácil estar incomunicados. Tenemos Whatsapp, celular, Facebook, Twitter, Instagram, cuentas de email, y sin embargo no nos vemos las caras. Y como dice el refrán de la abuela: “ojos que no ven, corazón que no siente”. Si lastimo a una persona por cualquiera de esos medios no veo su dolor. Si no veo su dolor no siento empatía. Si no siento empatía, los otros no son más que objetos de mi placer, que cuando ya no son funcionales a mis necesidades quedan borrados de mi mundo virtual. Y así como sacó de su vida a la planta de albahaca convenciéndose que al aire libre estaba mejor, este chico me hubiera borrado de todo su mundo apenas hubiera dejado de proveerle de hojas para su ensalada caprese. Todas tenemos casas hermosas, femeninas, cuidadas, repletas de detalles, pulcras, pero cuando los a- migos se van después de una cena parece que alguien tiró una bomba. Las risas y la música se quedan pegadas en el piso, se esconden en forma de servilletas de papel arrugadas con ganas de quedarse para siempre en el aire. Y muchas veces nosotras, las Mujeres Alfa, no somos muy diferentes. Una persona en nuestras vidas ocupa un espacio, a veces con la forma de un par de botines de fútbol en medio de un pasillo, y nos sentimos invadidas porque antes ese espacio era sólo nuestro. Odiamos ese par de botines y odiamos la tierrita que deja en nuestro pasillo, que antes estaba siempre impecable. Las personas somos difíciles y no hay nadie que esté libre de tirar la primera piedra. Pero en algún momento me parece que nuestro mundo se volvió brutal y que las relaciones están cada vez más regladas por la Ley de la Selva, donde el más fuerte se impone y donde se aprovecha de esa ventaja como si hubiera sido ganada y como si quien la poseyera mereciera su lugar de poder. Por eso ahora, que empezamos un año nuevo con todas las ganas de ser mejores, les propongo que cambiemos la Ley de la Selva por La Ley del Vivero. Y que el mundo sea un lugar donde las relaciones se cuidan y se alimentan día a día. Un lugar donde se protege a los más débiles de los peligros para que puedan crecer. ¡Feliz año nuevo! 9

MUJERES ALFA SOLEDAD CASTRO VIRASORO<br />

Hacerse cargo<br />

L<br />

lega fin de año y consciente o<br />

inconscientemente hacemos<br />

un balance interno y en eso<br />

estaba mi amiga Caro, cuando me<br />

dijo: “Todas queremos lo mismo, un<br />

8<br />

hombre que nos quiera, que nos<br />

contenga. Alguien con quien compartir<br />

la vida. Alguien con quien reírse<br />

mientras tomás unos mates<br />

¿Viste cuando en una fiesta repleta<br />

de gente te cruzás una mirada con<br />

el otro y ya sabés lo que piensa?<br />

Eso es lo que quiero”.<br />

Las dos hicimos silencio por unos<br />

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