A sangre fría - Truman Capote

A sangre fría (título original en inglés: In Cold Blood) es una novela del periodista y escritor estadounidense Truman Capote. Fue comenzada en 1959 y finalmente publicada en 1966. Para hallar la documentación necesaria para el libro el autor realizó un exhaustivo trabajo de campo. A sangre fría explica cómo una familia de un pueblo rural de Estados Unidos es asesinada sin ningún sentido y cómo los asesinos son capturados y sentenciados a pena de muerte. En la novela se quieren mostrar las dos caras del sistema judicial, la humanidad que está detrás de un crimen y, especialmente, el motivo de este. A sangre fría (título original en inglés: In Cold Blood) es una novela del periodista y escritor estadounidense Truman Capote. Fue comenzada en 1959 y finalmente publicada en 1966. Para hallar la documentación necesaria para el libro el autor realizó un exhaustivo trabajo de campo. A sangre fría explica cómo una familia de un pueblo rural de Estados Unidos es asesinada sin ningún sentido y cómo los asesinos son capturados y sentenciados a pena de muerte. En la novela se quieren mostrar las dos caras del sistema judicial, la humanidad que está detrás de un crimen y, especialmente, el motivo de este.

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considerar. Les hubiese gustado saber más bien cómo conseguir la suma que ya debían. Pues todo había sucedido como Perry había pronosticado: Dick había vendido el coche y, al cabo de tres días, el dinero (algo menos de doscientos dólares) se había esfumado. Al cuarto día, Dick partió en busca de un trabajo honrado y esa noche le anunció a Perry: -¡Maldita sea! ¿Sabes cuál es la paga? ¿Qué salario dan? ¿A un mecánico especialista? Dos dólares al día. ¡México! Ya tengo bastante, rico. Hay que largarse de aquí. Volver a los Estados Unidos. No, esta vez no voy a escuchar nada. Ni brillantes, ni tesoros enterrados. Anda, despierta, enano. Los cofres de oro no existen. Ni los barcos hundidos. Y aún si los hubiera... demonios, ni siquiera sabes nadar. Y al día siguiente, pidiéndole dinero prestado a la más rica de sus dos novias, la viuda del banquero, Dick compró dos billetes de autobús de modo que, pasando por San Diego, conseguirían llegar hasta Barstow, California. -Desde allí -declaró-, caminaremos. Perry hubiera podido decidir, por supuesto, quedarse él solo en México dejando que Dick se marchara a donde diablos quisiera. ¿Por qué no? ¿No había sido siempre un «solitario», sin ningún «amigo de verdad» (exceptuando el «inteligente» Willie-Jay de ojos y cabellos grises)? Pero le daba pánico separarse de Dick. Sólo pensarlo y se sentía enfermar como si tuviera que «saltar de un tren que va a ciento cincuenta por hora». La raíz de su temor, o eso es lo que él parecía creer, era una nueva y supersticiosa convicción de que «lo que tuviera que suceder» no sucedería en tanto que él y Dick «permanecieran juntos». Y luego, además, la severidad de aquel «despierta» de Dick, la agresividad con que Dick había expuesto su parecer, hasta entonces ocultado, sobre los sueños y esperanzas de Perry. Aquella perversidad clara y franca, había fascinado a Perry y aunque también le había dolido y decepcionado consiguió reavivar aquella primitiva confianza suya en Dick, en el duro, en el «absolutamente masculino», en el activo, el pragmático y el decidido Dick por el que estaba dispuesto a dejarse dominar. Y así, desde el alba de una fría mañana de primeros de diciembre en la capital de México, Perry deambulaba por aquella habitación de hotel sin calefacción, reuniendo y embalando sus pertenencias, para no despertar a las dos siluetas dormidas en una de las dos camas gemelas de la habitación: Dick y la más joven de sus novias, Inés. Por una de sus pertenencias ya no tenía que preocuparse. En la última noche pasada en Acapulco, un ladrón le robó su guitarra Gibson desapareciendo con ella de un café del puerto donde él, Otto, Dick y el Cow-boy se estaban dando un adiós altamente alcohólico. A Perry le había amargado mucho perder su guitarra. Se sentía, según dijo posteriormente, «verdaderamente amargado y deprimido»: -Cuando se tiene una guitarra tanto tiempo, como yo, a la que has encerado y sacado brillo, a la que has adaptado tu voz, a la que has tratado como a la chica con la que vas en serio... bueno, pasa a ser algo sagrado. Pero si la guitarra robada había dejado así de ser una pertenencia, lo demás no. Como ahora él y Dick viajarían a pie o en auto-stop, era evidente que no podían llevar consigo más que alguna camisa y algún par de calcetines. El resto de sus ropas tendría que ser enviado y, en realidad, Perry había llenado ya una caja de cartón (con, además de varias prendas sucias, dos pares de botas, uno con suelas que dejaban la huella de unas Cat's Paw y el otro con unas suelas a rombos) y lo dirigió a su nombre, Lista de Correos, Las Vegas, Nevada. Por no tener una «dirección fija». Pero el problema mayor, causa de dolores de cabeza, era qué hacer con sus adorados recuerdos, las dos cajas de zapatos llenas de libros, mapas, cartas amarillentas, canciones líricas, poesías y los más insólitos souvenirs (tirantes y cinturón de piel de serpiente de 82

cascabel de Nevada que él mismo había matado, un netsuke 1 con un dibujo erótico comprado en Kyoto, un árbol enano petrificado, también del Japón, la zarpa de un oso de Alaska). Probablemente la mejor solución, por lo menos la mejor que podía divisar Perry, era dejárselo todo a «Jesús». El «Jesús» a que se refería servía en el bar al otro lado de la calle, frente al hotel, que era, según Perry, muy simpático 2 y sin duda una persona que le enviaría las cajas en cuanto se le dijera que lo hiciera. (Pensaba pedirlas, en cuanto contara con una «dirección fija».) Además, había algunas cosas demasiado preciosas como para correr el riesgo de perderlas; mientras los amantes pasaban el tiempo dormitando y faltaba un tiempo para las dos de la tarde, Perry ojeaba cartas, fotografías, recortes de periódico seleccionando entre ellos los recuerdos que portaría consigo. Entre ellos, había una composición deficientemente escrita a máquina titulada Historia de la vida de mi hijo. El autor del manuscrito era el padre de Perry quien, para ayudar a su hijo a obtener la libertad bajo palabra en la Penitenciaría del Estado de Kansas, la escribió el mes de diciembre del año anterior y la envió por correo al Parole Board del Estado de Kansas. Era un documento que Perry había leído cientos de veces y nunca con indiferencia. Infancia. Conténtame decir que, a mi ver, fue a la misma vez buena y mala. Sí, el nacimiento de Perry fue normal. Sano sí. Y pude cuidar de él como Dios manda hasta que resultó que mi mujer era una borracha perdida cuando mis hijos estaban en edad de ir a la escuela. De natural alegre, sí y no, muy serio. Si se le maltrata, nunca lo olvida. Yo cumplo siempre mi promesa y le enseñé a hacer lo propio. Mi mujer era distinto. Vivíamos en el campo. Todos nosotros somos gente de vida al aire libre. Les enseñé a mis hijos la regla de oro: Vive y deja vivir, y muchas veces mis hijos iban y uno le decía a otro que algo estaba mal hecho y el culpable lo confesaba siempre y se adelantaba a recibir una paliza. Y prometía que hora sería bueno y que haría su deber rápidamente y de buena voluntad para poder irse a jugar. Siempre se lavaban ellos mismos, lo primero que hacían en la mañana, se ponían ropa limpia, yo era muy estricto en esto y en lo del hacer maldades al prójimo y si alguno de los otros niños se comportaba mal con ellos, yo no les dejaba volver a jugar juntos. Mientras estuvimos todos unidos, mis hijos fueron como una seda. Todo empezó cuando mi mujer quiso marcharse a la ciudad y hacer una vida de perdida y se fue de casa. Yo la dejé marchar y le dije adiós cuando fue y cogió el coche y me dejó allí plantado (esto fue durante la depresión). Mis hijos lloraban a voz en cuello. Ella no hacía más que maldecirlos en diciendo que encima luego se fugarían para reunirse conmigo. Estaba como loca y me dijo que haría que los chavales me odiaran, cosa que consiguió, menos de Perry. Por amor a mis hijos yo fui luego, al cabo de varios meses y sin saberlo mi mujer, a buscarlos y los encontré en San Francisco. Traté de verlos en la escuela. Mi mujer había dado orden a la maestra de que no me dejara verlos. Pero me las arreglé para ver cómo jugaban en el patio del colegio y me quedé estupefacto cuando oí que me decían: «Mamá nos ha dicho que no te hablemos.» Todos menos Perry. El era distinto. Me echó los brazos al cuello y quería irse conmigo en ese mismo momento. Yo le dije No. Pero al terminar la clase, se fue derecho a casa de mi abogado Rinso Turco. Le volví a llevar el chaval a su madre y me fui de la ciudad. Perry me dijo luego que su madre le dijo que se buscara dónde estar. Estando mis hijos con ella, andaban sueltos por cualquier lado y tengo entendido que Perry se metió en un lío. Yo quería que ella pidiera el divorcio, cosa que hizo después de un año o así. Ella bebía, andaba de juerga y vivía con un jovenzuelo. Yo impugné el divorcio y me fue concedida la custodia de los hijos. Me llevé a 1 Broche o hebilla de marfil, madera o metal. (N. del T.) 2 En español en el original. (N. del T.) 83

considerar. Les hubiese gustado saber más bien cómo conseguir la suma que ya debían. Pues<br />

todo había sucedido como Perry había pronosticado: Dick había vendido el coche y, al cabo<br />

de tres días, el dinero (algo menos de doscientos dólares) se había esfumado. Al cuarto día,<br />

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-¡Maldita sea! ¿Sabes cuál es la paga? ¿Qué salario dan? ¿A un mecánico especialista?<br />

Dos dólares al día. ¡México! Ya tengo bastante, rico. Hay que largarse de aquí. Volver a los<br />

Estados Unidos. No, esta vez no voy a escuchar nada. Ni brillantes, ni tesoros enterrados.<br />

Anda, despierta, enano. Los cofres de oro no existen. Ni los barcos hundidos. Y aún si los<br />

hubiera... demonios, ni siquiera sabes nadar.<br />

Y al día siguiente, pidiéndole dinero prestado a la más rica de sus dos novias, la viuda<br />

del banquero, Dick compró dos billetes de autobús de modo que, pasando por San Diego,<br />

conseguirían llegar hasta Barstow, California.<br />

-Desde allí -declaró-, caminaremos.<br />

Perry hubiera podido decidir, por supuesto, quedarse él solo en México dejando que<br />

Dick se marchara a donde diablos quisiera. ¿Por qué no? ¿No había sido siempre un<br />

«solitario», sin ningún «amigo de verdad» (exceptuando el «inteligente» Willie-Jay de ojos y<br />

cabellos grises)? Pero le daba pánico separarse de Dick. Sólo pensarlo y se sentía enfermar<br />

como si tuviera que «saltar de un tren que va a ciento cincuenta por hora». La raíz de su<br />

temor, o eso es lo que él parecía creer, era una nueva y supersticiosa convicción de que «lo<br />

que tuviera que suceder» no sucedería en tanto que él y Dick «permanecieran juntos». Y<br />

luego, además, la severidad de aquel «despierta» de Dick, la agresividad con que Dick había<br />

expuesto su parecer, hasta entonces ocultado, sobre los sueños y esperanzas de Perry. Aquella<br />

perversidad clara y franca, había fascinado a Perry y aunque también le había dolido y<br />

decepcionado consiguió reavivar aquella primitiva confianza suya en Dick, en el duro, en el<br />

«absolutamente masculino», en el activo, el pragmático y el decidido Dick por el que estaba<br />

dispuesto a dejarse dominar. Y así, desde el alba de una <strong>fría</strong> mañana de primeros de diciembre<br />

en la capital de México, Perry deambulaba por aquella habitación de hotel sin calefacción,<br />

reuniendo y embalando sus pertenencias, para no despertar a las dos siluetas dormidas en una<br />

de las dos camas gemelas de la habitación: Dick y la más joven de sus novias, Inés.<br />

Por una de sus pertenencias ya no tenía que preocuparse. En la última noche pasada en<br />

Acapulco, un ladrón le robó su guitarra Gibson desapareciendo con ella de un café del puerto<br />

donde él, Otto, Dick y el Cow-boy se estaban dando un adiós altamente alcohólico. A Perry le<br />

había amargado mucho perder su guitarra. Se sentía, según dijo posteriormente,<br />

«verdaderamente amargado y deprimido»:<br />

-Cuando se tiene una guitarra tanto tiempo, como yo, a la que has encerado y sacado<br />

brillo, a la que has adaptado tu voz, a la que has tratado como a la chica con la que vas en<br />

serio... bueno, pasa a ser algo sagrado.<br />

Pero si la guitarra robada había dejado así de ser una pertenencia, lo demás no. Como<br />

ahora él y Dick viajarían a pie o en auto-stop, era evidente que no podían llevar consigo más<br />

que alguna camisa y algún par de calcetines. El resto de sus ropas tendría que ser enviado y,<br />

en realidad, Perry había llenado ya una caja de cartón (con, además de varias prendas sucias,<br />

dos pares de botas, uno con suelas que dejaban la huella de unas Cat's Paw y el otro con unas<br />

suelas a rombos) y lo dirigió a su nombre, Lista de Correos, Las Vegas, Nevada. Por no tener<br />

una «dirección fija».<br />

Pero el problema mayor, causa de dolores de cabeza, era qué hacer con sus adorados<br />

recuerdos, las dos cajas de zapatos llenas de libros, mapas, cartas amarillentas, canciones<br />

líricas, poesías y los más insólitos souvenirs (tirantes y cinturón de piel de serpiente de<br />

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