A sangre fría - Truman Capote

A sangre fría (título original en inglés: In Cold Blood) es una novela del periodista y escritor estadounidense Truman Capote. Fue comenzada en 1959 y finalmente publicada en 1966. Para hallar la documentación necesaria para el libro el autor realizó un exhaustivo trabajo de campo. A sangre fría explica cómo una familia de un pueblo rural de Estados Unidos es asesinada sin ningún sentido y cómo los asesinos son capturados y sentenciados a pena de muerte. En la novela se quieren mostrar las dos caras del sistema judicial, la humanidad que está detrás de un crimen y, especialmente, el motivo de este. A sangre fría (título original en inglés: In Cold Blood) es una novela del periodista y escritor estadounidense Truman Capote. Fue comenzada en 1959 y finalmente publicada en 1966. Para hallar la documentación necesaria para el libro el autor realizó un exhaustivo trabajo de campo. A sangre fría explica cómo una familia de un pueblo rural de Estados Unidos es asesinada sin ningún sentido y cómo los asesinos son capturados y sentenciados a pena de muerte. En la novela se quieren mostrar las dos caras del sistema judicial, la humanidad que está detrás de un crimen y, especialmente, el motivo de este.

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Y Perry, rasgueando su guitarra, cantó con voz ronca un poco velada, una canción de las Montañas Smoky: En este mundo; boy, mientras estamos vivos algunos dicen de nosotros lo peor que pueden decir pero cuando estemos muertos y dentro de nuestras cajas vendrán a deslizar flores en nuestra mano. Querrías tú darme flores ahora, mientras aún estoy viviendo... Una semana en Ciudad de México y después él y Dick habían continuado hacia el sur: Cuernavaca, Taxco, Acapulco. Y fue en Acapulco, en una tasca con tocadiscos automático, donde conocieron al velludo y simpático Otto. Dick lo había «abordado». Pero el caballero, un abogado de Hamburgo, que estaba de vacaciones, «ya tenía un amigo», un muchacho de Acapulco que se llamaba a sí mismo el Cowboy. -Demostró ser un tipo de fiar -declaró Perry una vez refiriéndose al Cow-boy-. Pérfido como Judas, de algún modo, pero ¡oh, caramba, un tipo divertido! Un pillo de siete suelas. A Dick le gustaba también. Nos entendíamos maravillosamente. El Cow-boy encontró para los tatuados viajeros a la deriva, habitación en casa de un tío suyo, se empeñó en mejorar el español de Perry y compartió con ellos los beneficios de su relación con el turista de Hamburgo, en cuya compañía y a cuyas expensas bebían, comían y se pagaban mujeres. Parecía que el anfitrión sentía bien empleados sus pesos aunque sólo fuera en saborear los chistes de Dick. Cada día, Otto alquilaba el Estrellita, una embarcación de pesca de alta mar y los cuatro amigos recorrían la costa con anzuelos. El Cowboy capitaneaba el barco, Otto dibujaba y pescaba, Perry preparaba los anzuelos, soñaba, cantaba y, a veces, también pescaba. Dick no hacía nada... sólo gemir, indiferente a todo, quejarse del balanceo, drogándose de sol, siempre tumbado como una lagartija a la hora de la siesta. -Esto sí que es vida. La clase de vida como debe ser. Perry hablaba así, pero sabía que aquello no podía continuar y que estaba destinado a concluir precisamente aquel mismo día. Al día siguiente, Otto se volvía a Alemania y Perry y Dick se irían en su coche a Ciudad de México... A instancias de Dick. -Claro que sí, rico -había dicho cuando debatían sobre el asunto-. Es estupendo y todo eso. Con el sol sobre tu espalda. Pero la pasta se nos va volando. Y cuando nos hayamos vendido el coche, ¿qué nos quedará? La contestación era que muy poco, porque por entonces ya se habían gastado casi toda la suma adquirida el día de Kansas City, con la efervescencia de los cheques sin fondos. Se habían vendido la cámara, los gemelos, los aparatos de televisión. También le habían vendido a un policía de Ciudad de México, con el que Dick había hecho amistad, unos prismáticos y una radio portátil gris marca Zenith. -Lo que vamos a hacer es regresar a Ciudad de México, vender el coche y yo quizás encuentre allí empleo en algún garaje. De cualquier modo, es mejor irnos para allá. Más oportunidades. Cristo, y seguro que podría echar mano de aquella Inés. 78

Inés era una prostituta que había abordado a Dick en los escalones del Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México (la visita formaba parte de un recorrido turístico para complacer a Perry). Tenía dieciocho años y Dick le había prometido casarse con ella. Claro que también se lo había prometido a María, una cincuentona viuda de un «banquero mexicano muy prominente». La había encontrado en un bar y a la mañana siguiente ella le había pagado el equivalente a siete dólares. -Entonces, ¿qué dices? -le preguntó a Perry-. Vendemos el auto, buscamos trabajo y nos guardamos la pasta. Y vemos qué pasa. Como si Perry no pudiera predecir exactamente lo que iba a pasar. Por el viejo Chevrolet les darían dos o trescientos dólares. Dick, si lo conocía bien y ahora sí que lo conocía, se lo gastaría inmediatamente en vodka y mujeres. Mientras Perry cantaba, Otto trazó un rápido bosquejo en su cuaderno de dibujo. La semejanza no era desdeñable y el artista había captado una expresión no demasiado frecuente del semblante de su modelo: aquella cierta malicia, una divertida malicia pueril que remitía a la imagen de un pervertido cupido que llevara las flechas envenenadas. Estaba desnudo hasta la cintura. (A Perry le daba «vergüenza» quitarse los pantalones, le daba «vergüenza» ponerse el traje de baño porque temía que la vista de sus piernas lisiadas diera aprensión a la gente, así que, a pesar de sus fantasías de vida submarina, y toda su charla sobre inmersiones, no se había metido en el agua ni una sola vez. Otto reprodujo unos cuantos tatuajes que adornaban el supermusculoso pecho, los brazos y las pequeñas manos algo femeninas aunque callosas del modelo. El cuaderno de dibujo que Otto le dio a Perry como regalo de despedida, contenía varios «estudios de desnudo» de Dick.) Otto cerró el cuaderno, Perry dejó su guitarra y el Cow-boy levó anclas y puso el motor en marcha. Era la hora de regresar. Estaban a quince kilómetros de la costa y el agua empezaba a ponerse oscura. Perry insistió en que Dick se pusiera a pescar: -Puede que no tenga otra oportunidad -dijo. -¿Qué oportunidad? -De atrapar uno de los gordos. -Jesús, me viene uno de esos puñeteros ahora -contestó Dick-. Me encuentro mal. Dick sufría con frecuencia fuertes dolores de cabeza, intensos como jaquecas («uno de esos puñeteros»). Suponía que eran consecuencia de su accidente de coche. -Por favor, rico. Procura estar muy, muy quieto. Momentos después, Dick olvidó sus dolores. Se puso de pie gritando excitadísimo. También Otto y el Cow-boy gritaban. Perry había pescado uno de los «gordos». Una aguja de mar de tres metros que brincaba por el aire, volvía a caer en el mar, se arqueaba como el arco iris, se hundía, descendía a las profundidades dando grandes sacudidas a la caña de pescar, se debatía, volaba, caía, emergía. Una hora y parte de otra transcurrió antes de que los cuatro hombres, bañados en sudor, consiguieran, haciendo girar el carrete, introducirla en la barca. Hay un viejo, con una antigua cámara fotográfica de madera que anda siempre por el puerto de Acapulco y cuando el Estrellita ancló, Otto le encargó seis fotografías de Perry posando junto a su presa. Desde el punto de vista técnico, el trabajo del viejo fotógrafo resultó más bien deficiente: copias oscuras y con rayas de luz. No obstante eran fotografías buenas, más que nada por la expresión de Perry, su gesto de absoluta satisfacción, de beatitud como si por fin, y como en uno de sus sueños, un gran pájaro amarillo lo hubiera transportado al paraíso. 79

Inés era una prostituta que había abordado a Dick en los escalones del Palacio de Bellas<br />

Artes de Ciudad de México (la visita formaba parte de un recorrido turístico para complacer a<br />

Perry). Tenía dieciocho años y Dick le había prometido casarse con ella. Claro que también se<br />

lo había prometido a María, una cincuentona viuda de un «banquero mexicano muy<br />

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-Entonces, ¿qué dices? -le preguntó a Perry-. Vendemos el auto, buscamos trabajo y nos<br />

guardamos la pasta. Y vemos qué pasa.<br />

Como si Perry no pudiera predecir exactamente lo que iba a pasar. Por el viejo<br />

Chevrolet les darían dos o trescientos dólares. Dick, si lo conocía bien y ahora sí que lo<br />

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Mientras Perry cantaba, Otto trazó un rápido bosquejo en su cuaderno de dibujo. La<br />

semejanza no era desdeñable y el artista había captado una expresión no demasiado frecuente<br />

del semblante de su modelo: aquella cierta malicia, una divertida malicia pueril que remitía a<br />

la imagen de un pervertido cupido que llevara las flechas envenenadas. Estaba desnudo hasta<br />

la cintura. (A Perry le daba «vergüenza» quitarse los pantalones, le daba «vergüenza» ponerse<br />

el traje de baño porque temía que la vista de sus piernas lisiadas diera aprensión a la gente, así<br />

que, a pesar de sus fantasías de vida submarina, y toda su charla sobre inmersiones, no se<br />

había metido en el agua ni una sola vez. Otto reprodujo unos cuantos tatuajes que adornaban<br />

el supermusculoso pecho, los brazos y las pequeñas manos algo femeninas aunque callosas<br />

del modelo. El cuaderno de dibujo que Otto le dio a Perry como regalo de despedida, contenía<br />

varios «estudios de desnudo» de Dick.)<br />

Otto cerró el cuaderno, Perry dejó su guitarra y el Cow-boy levó anclas y puso el motor<br />

en marcha. Era la hora de regresar. Estaban a quince kilómetros de la costa y el agua<br />

empezaba a ponerse oscura.<br />

Perry insistió en que Dick se pusiera a pescar:<br />

-Puede que no tenga otra oportunidad -dijo.<br />

-¿Qué oportunidad?<br />

-De atrapar uno de los gordos.<br />

-Jesús, me viene uno de esos puñeteros ahora -contestó Dick-. Me encuentro mal.<br />

Dick su<strong>fría</strong> con frecuencia fuertes dolores de cabeza, intensos como jaquecas («uno de<br />

esos puñeteros»). Suponía que eran consecuencia de su accidente de coche.<br />

-Por favor, rico. Procura estar muy, muy quieto.<br />

Momentos después, Dick olvidó sus dolores. Se puso de pie gritando excitadísimo.<br />

También Otto y el Cow-boy gritaban. Perry había pescado uno de los «gordos». Una aguja de<br />

mar de tres metros que brincaba por el aire, volvía a caer en el mar, se arqueaba como el arco<br />

iris, se hundía, descendía a las profundidades dando grandes sacudidas a la caña de pescar, se<br />

debatía, volaba, caía, emergía. Una hora y parte de otra transcurrió antes de que los cuatro<br />

hombres, bañados en sudor, consiguieran, haciendo girar el carrete, introducirla en la barca.<br />

Hay un viejo, con una antigua cámara fotográfica de madera que anda siempre por el<br />

puerto de Acapulco y cuando el Estrellita ancló, Otto le encargó seis fotografías de Perry<br />

posando junto a su presa. Desde el punto de vista técnico, el trabajo del viejo fotógrafo resultó<br />

más bien deficiente: copias oscuras y con rayas de luz. No obstante eran fotografías buenas,<br />

más que nada por la expresión de Perry, su gesto de absoluta satisfacción, de beatitud como si<br />

por fin, y como en uno de sus sueños, un gran pájaro amarillo lo hubiera transportado al<br />

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