A sangre fría - Truman Capote

A sangre fría (título original en inglés: In Cold Blood) es una novela del periodista y escritor estadounidense Truman Capote. Fue comenzada en 1959 y finalmente publicada en 1966. Para hallar la documentación necesaria para el libro el autor realizó un exhaustivo trabajo de campo. A sangre fría explica cómo una familia de un pueblo rural de Estados Unidos es asesinada sin ningún sentido y cómo los asesinos son capturados y sentenciados a pena de muerte. En la novela se quieren mostrar las dos caras del sistema judicial, la humanidad que está detrás de un crimen y, especialmente, el motivo de este. A sangre fría (título original en inglés: In Cold Blood) es una novela del periodista y escritor estadounidense Truman Capote. Fue comenzada en 1959 y finalmente publicada en 1966. Para hallar la documentación necesaria para el libro el autor realizó un exhaustivo trabajo de campo. A sangre fría explica cómo una familia de un pueblo rural de Estados Unidos es asesinada sin ningún sentido y cómo los asesinos son capturados y sentenciados a pena de muerte. En la novela se quieren mostrar las dos caras del sistema judicial, la humanidad que está detrás de un crimen y, especialmente, el motivo de este.

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cuatro tiros a mitá la noche. Pues digo, que hubiera perdido la chaveta, digo. Que sí, que claro, que la chaveta la tiene perdía de todos modos. Digo, que pa hacé lo que hizo, digo. Porque a mí, saben, que a mí no, porque ése, el que lo hizo se las tenía todas pensadas, se lo sabía todo de pe a pa. ¡Que si se las sabía! Y hay algo ansina que yo me sé: que mi mujer y yo que va, que esta, digo, es la última noche que dormimos aquí. Que lo puedo jurar. Que nos vamos a la casa de la autovía, digo. Los hombres trabajaron desde mediodía hasta que anocheció. Cuando llegó el momento de quemar lo que habían recogido, lo apilaron en una camioneta y, con Stoecklein al volante, se internaron hacia el norte de la hacienda hasta llegar a un lugar llano y pleno de un color único: el amarillo resplandeciente y leonado del rastrojo del trigo en noviembre. Allí descargaron la camioneta e hicieron una pirámide con los almohadones de Nancy, las ropas de cama, los colchones, el diván del cuarto de juegos. Stoecklein lo roció todo con petróleo y arrojó una cerilla encendida. De los presentes, ninguno había sido tan allegado a la familia Clutter como Andy Erhart, compañero de clase de Herb en la Universidad del Estado de Kansas, nombre noble, digno, erudito de manos callosas y cuello tostado por el sol. -Fuimos amigos durante treinta años -dijo tiempo después. Erhart había visto cómo su amigo se convertía, desde el consejero agrícola mal pagado del condado, en uno de los más conocidos y respetados terratenientes de la región. -Todo lo que Herb tenía lo había ganado con la ayuda de Dios. Era un hombre modesto pero orgulloso, y tenía derecho a estarlo. Había creado una hermosa familia. Había hecho algo de su vida. Pero aquella vida, qué había hecho de ella. - ¿Cómo pudo suceder esto?, se preguntaba Erhart mientras veía arder la hoguera. ¿Cómo era posible que tanto esfuerzo, tanta virtud pudiera, de la noche a la mañana, haberse reducido a eso?-: humo deshaciéndose al subir y fundirse en el enorme y aniquilante cielo. El Departamento de Investigaciones de Kansas, una amplia organización estatal con cuartel general en Topeka, contaba con una plantilla de diecinueve experimentados detectives diseminados por todo el estado, y el servicio de estos hombres estaba a disposición siempre que un caso se viera fuera de la competencia de las autoridades locales. El representante de Garden City, y agente responsable de una considerable porción del oeste de Kansas, es un hombre sobrio y apuesto; originario de Kansas desde cuatro generaciones atrás, de cuarenta y siete años, llamado Alvin Adams Dewey. Era inevitable que Earl Robinson, sheriff de Finney County, le encargara a Al Dewey el caso Clutter. Inevitable y muy apropiado. Dewey había sido sheriff de Finney County anteriormente (de 1947 a 1955) y antes de ello, agente especial del FBI (entre 1940 y 1945 prestó sus servicios en Nueva Orleáns, San Antonio, Denver, Miami y San Francisco). Estaba, por lo tanto, profesionalmente calificado para encarar un caso tan falto de motivo aparente, tan falto de indicios, como el asesinato de los Clutter. Más aún, como declararía después, se sentía obsesionado en descubrir al autor del delito como si se tratara de «una cuestión personal». Añadiendo que él y su mujer «apreciaban de veras a Herb y a Bonnie», que «los veían cada domingo en la iglesia y se hacían frecuentes y recíprocas visitas», para acabar por decir que «aunque no los hubiera conocido ni hubiese simpatizado con la familia entera, mi empeño en descubrir al criminal sería el mismo. Porque en mi vida he visto muchas cosas terribles y siniestras, lo juro, pero ninguna tan depravada como ésta. Cueste lo que cueste, aunque tenga que dedicar a ello el resto de mi vida, sabré lo que ocurrió en aquella casa: el quién y el por qué». 52

Dieciocho hombres en total se dedicaban exclusiva e íntegramente al caso, entre ellos tres de los mejores miembros del KBI 1 , los agentes especiales Harold Nye, Roy Church y Clarence Duntz. Con la llegada de este trío a Garden City, Dewey dio por seguro que contaba con un «poderoso equipo». «Será mejor que cierta persona esté alerta», declaró. El despacho del sheriff está en el tercer piso de la Casa de Justicia de Finney County, edificio corriente de piedra y cemento situado en el centro de una plaza, por lo demás, atractiva y con árboles. Hoy Garden City, que fue en tiempos una ciudad fronteriza bastante agitada, es un lugar tranquilo. En realidad el sheriff no tiene mucho que hacer y sus dependencias, tres habitaciones con escaso mobiliario, son un plácido lugar, frecuentado con agrado por el personal de la Audiencia que dispone de un rato de ocio. La señora Edna Richardson, su hospitalaria secretaria, tiene siempre el café a punto y tiempo de sobra para «darle a la lengua». O mejor dicho, lo tuvo hasta «que se presentó eso de los Clutter» que había traído «todos aquellos forasteros y todo aquel jaleo de periodistas». El caso, por entonces en los titulares de primera plana de todos los diarios de Chicago a Denver, había atraído ciertamente a considerable número de gente del periodismo. El lunes a mediodía, Dewey tuvo una rueda de prensa en el despacho del sheriff. -Referiré los hechos y no hablaré de teorías -informó a los periodistas reunidos-. De modo que el hecho más relevante y que no debemos olvidar es que no se trata de uno sino de cuatro asesinatos. Y no sabemos cuál de los cuatro era el objetivo principal. La víctima fundamental. Pudo ser Nancy o Kenyon o cualquiera de sus padres. Quizás algunos digan, bueno, debió de ser el señor Clutter. Porque, además, le cortaron el cuello y fue al que mayormente maltrataron. Pero esto es una teoría, no un hecho. Nos ayudaría mucho saber en qué orden los miembros de la familia murieron, pero el forense no puede establecerlo: sólo sabe que los asesinatos se cometieron entre las once de la noche del sábado y las dos de la madrugada del domingo. Luego, respondiendo a una pregunta, dijo que no, que ninguna de las dos mujeres había sufrido «abuso sexual» y que tampoco, por lo que se sabía hasta entonces, habían robado nada de la casa y que lo que sí era en verdad «una extraña coincidencia» es que el señor Clutter se hubiera hecho un seguro de vida de cuarenta mil dólares con doble indemnización prevista en caso de accidente o muerte violenta, precisamente ocho horas antes de que lo asesinaran. Aunque Dewey «estaba más que seguro» de que no existía relación alguna entre este hecho y el delito. ¿Cómo podía haberla cuando las únicas beneficiarias eran las dos hijas mayores de Clutter supervivientes, es decir, la esposa de Donald Jarchow y Beverly Clutter? Y sí, les dijo a los periodistas, que sí tenía su opinión formada sobre si los asesinatos eran obra de un hombre o de dos, pero que prefería no exponerla. En realidad, por entonces Dewey no estaba aún muy seguro sobre el particular. A su entender cabían dos posibilidades, o como él las llamaba «hipótesis», y en la reconstrucción de los crímenes había enunciado las dos: «hipótesis de un solo asesino» e «hipótesis de dos asesinos». Según la primera, el criminal era un pretendido amigo de la familia, o por lo menos un hombre que poseía algo más que un conocimiento casual de la casa y sus habitantes, alguien que sabía que las puertas raramente se cerraban con llave, que el señor Clutter dormía solo en el dormitorio matrimonial de la planta baja, que la señora Clutter y los niños ocupaban dormitorios separados en el segundo piso. Tal persona, imaginaba Dewey, se aproximó a la 1 Kansas Bureau of Investigation. Departamento de Investigación de Kansas. (N. del T.) 53

cuatro tiros a mitá la noche. Pues digo, que hubiera perdido la chaveta, digo. Que sí, que<br />

claro, que la chaveta la tiene perdía de todos modos. Digo, que pa hacé lo que hizo, digo.<br />

Porque a mí, saben, que a mí no, porque ése, el que lo hizo se las tenía todas pensadas, se lo<br />

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que va, que esta, digo, es la última noche que dormimos aquí. Que lo puedo jurar. Que nos<br />

vamos a la casa de la autovía, digo.<br />

Los hombres trabajaron desde mediodía hasta que anocheció. Cuando llegó el momento<br />

de quemar lo que habían recogido, lo apilaron en una camioneta y, con Stoecklein al volante,<br />

se internaron hacia el norte de la hacienda hasta llegar a un lugar llano y pleno de un color<br />

único: el amarillo resplandeciente y leonado del rastrojo del trigo en noviembre. Allí<br />

descargaron la camioneta e hicieron una pirámide con los almohadones de Nancy, las ropas<br />

de cama, los colchones, el diván del cuarto de juegos. Stoecklein lo roció todo con petróleo y<br />

arrojó una cerilla encendida.<br />

De los presentes, ninguno había sido tan allegado a la familia Clutter como Andy<br />

Erhart, compañero de clase de Herb en la Universidad del Estado de Kansas, nombre noble,<br />

digno, erudito de manos callosas y cuello tostado por el sol.<br />

-Fuimos amigos durante treinta años -dijo tiempo después.<br />

Erhart había visto cómo su amigo se convertía, desde el consejero agrícola mal pagado<br />

del condado, en uno de los más conocidos y respetados terratenientes de la región.<br />

-Todo lo que Herb tenía lo había ganado con la ayuda de Dios. Era un hombre modesto<br />

pero orgulloso, y tenía derecho a estarlo. Había creado una hermosa familia. Había hecho algo<br />

de su vida.<br />

Pero aquella vida, qué había hecho de ella. - ¿Cómo pudo suceder esto?, se preguntaba<br />

Erhart mientras veía arder la hoguera. ¿Cómo era posible que tanto esfuerzo, tanta virtud<br />

pudiera, de la noche a la mañana, haberse reducido a eso?-: humo deshaciéndose al subir y<br />

fundirse en el enorme y aniquilante cielo.<br />

El Departamento de Investigaciones de Kansas, una amplia organización estatal con<br />

cuartel general en Topeka, contaba con una plantilla de diecinueve experimentados detectives<br />

diseminados por todo el estado, y el servicio de estos hombres estaba a disposición siempre<br />

que un caso se viera fuera de la competencia de las autoridades locales. El representante de<br />

Garden City, y agente responsable de una considerable porción del oeste de Kansas, es un<br />

hombre sobrio y apuesto; originario de Kansas desde cuatro generaciones atrás, de cuarenta y<br />

siete años, llamado Alvin Adams Dewey. Era inevitable que Earl Robinson, sheriff de Finney<br />

County, le encargara a Al Dewey el caso Clutter. Inevitable y muy apropiado. Dewey había<br />

sido sheriff de Finney County anteriormente (de 1947 a 1955) y antes de ello, agente especial<br />

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Miami y San Francisco). Estaba, por lo tanto, profesionalmente calificado para encarar un<br />

caso tan falto de motivo aparente, tan falto de indicios, como el asesinato de los Clutter. Más<br />

aún, como declararía después, se sentía obsesionado en descubrir al autor del delito como si<br />

se tratara de «una cuestión personal». Añadiendo que él y su mujer «apreciaban de veras a<br />

Herb y a Bonnie», que «los veían cada domingo en la iglesia y se hacían frecuentes y<br />

recíprocas visitas», para acabar por decir que «aunque no los hubiera conocido ni hubiese<br />

simpatizado con la familia entera, mi empeño en descubrir al criminal sería el mismo. Porque<br />

en mi vida he visto muchas cosas terribles y siniestras, lo juro, pero ninguna tan depravada<br />

como ésta. Cueste lo que cueste, aunque tenga que dedicar a ello el resto de mi vida, sabré lo<br />

que ocurrió en aquella casa: el quién y el por qué».<br />

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