A sangre fría - Truman Capote

A sangre fría (título original en inglés: In Cold Blood) es una novela del periodista y escritor estadounidense Truman Capote. Fue comenzada en 1959 y finalmente publicada en 1966. Para hallar la documentación necesaria para el libro el autor realizó un exhaustivo trabajo de campo. A sangre fría explica cómo una familia de un pueblo rural de Estados Unidos es asesinada sin ningún sentido y cómo los asesinos son capturados y sentenciados a pena de muerte. En la novela se quieren mostrar las dos caras del sistema judicial, la humanidad que está detrás de un crimen y, especialmente, el motivo de este. A sangre fría (título original en inglés: In Cold Blood) es una novela del periodista y escritor estadounidense Truman Capote. Fue comenzada en 1959 y finalmente publicada en 1966. Para hallar la documentación necesaria para el libro el autor realizó un exhaustivo trabajo de campo. A sangre fría explica cómo una familia de un pueblo rural de Estados Unidos es asesinada sin ningún sentido y cómo los asesinos son capturados y sentenciados a pena de muerte. En la novela se quieren mostrar las dos caras del sistema judicial, la humanidad que está detrás de un crimen y, especialmente, el motivo de este.

bibliotecarepolido
from bibliotecarepolido More from this publisher
10.05.2018 Views

El padre de Andrews era un próspero granjero. No tenía mucho dinero en el banco, pero poseía tierras por valor de doscientos mil dólares. El ansia de heredar aquella propiedad fue evidentemente el motivo que impulsó a Lowell a maquinar la destrucción de su familia. Porque el secreto Lowell Lee, que se escondía tras el tímido estudiante de biología que frecuentaba la iglesia, era que se creía un maestro del crimen con un corazón de hielo: soñaba con llevar camisa de seda como los gángsters y conducir llamativos coches deportivos, ser algo más que un simple estudiantillo con gafas, demasiado gordo y virginal y si bien no tenía nada contra ninguno de los miembros de su familia, por lo menos conscientemente, asesinarlos le parecía el modo más expeditivo, más sensato de llevar a cabo las fantasías que lo poseían. Como arma, se había decidido por el arsénico. Después de haber envenenado a las víctimas, pensaba acostarlas en sus camas y prender fuego a la casa con la esperanza de que la policía creyera que las muertes habían ocurrido por accidente. Sin embargo, un detalle le preocupaba: ¿y si la autopsia revelaba la presencia de arsénico? ¿Y si se descubría que el veneno lo había comprado él? A finales del verano, había elaborado otro plan. Se pasó tres meses perfeccionándolo. Por fin, una noche de noviembre en que el termómetro marcaba cero, se dispuso a actuar. Era la semana de Acción de Gracias, y Lowell Lee pasaba en casa esas cortas vacaciones universitarias, así como Jennie Marie, muchacha inteligente pero poco atractiva que estudiaba en la Universidad de Oklahoma. La noche del 28 de noviembre, a eso de las siete, Jennie Marie estaba con sus padres, viendo la televisión en la sala; Lowell Lee, encerrado en su cuarto, leía los últimos capítulos de Los hermanos Karamazov. Terminado lo cual, se afeitó, se puso el mejor traje que tenía y pasó a cargar un rifle semiautomático calibre 22 y un revólver «luger» calibre 22. Se colocó el revólver en una pistolera, se echó el fusil al hombro y recorrió el corredor que lo separaba de la sala, sólo iluminada por la pantalla del aparato de televisión. Encendió la luz, apuntó con el rifle y disparó a su hermana entre los ojos, matándola instantáneamente. Le disparó tres veces a su madre y dos a su padre. La madre, con los ojos dilatados, se tambaleó hacia él, tratando de hablar, abrió y cerró la boca, pero Lowell Lee le dijo: -Cállate. Y para asegurarse de que le obedecía, le disparó tres tiros más. El señor Andrews, sin embargo, seguía con vida: sollozando, gimiendo, se arrastró por el suelo hacia la cocina; pero al llegar al umbral, el hijo desenfundó el revólver y le disparó todas las balas. A continuación volvió a cargar el arma y a vaciarla otra vez. En total, el padre recibió diecisiete balazos. Andrews dijo, según declaración que se le atribuye: «No sentí nada. Había llegado el momento, y yo hice lo que debía. Y eso fue todo.» Después de los disparos, abrió una ventana de su cuarto y sacó la tela metálica protectora. Luego anduvo por la casa abriendo cajones y desparramando su contenido: tenía la intención de atribuir el crimen a unos supuestos ladrones. A continuación, al volante del coche de su padre, recorrió sesenta kilómetros por carreteras resbaladizas de nieve hasta Lawrence, ciudad donde se encuentra la Universidad de Kansas. De camino, paró en un puente, desmontó las armas homicidas y se libró de ellas arrojando las piezas al río Kansas. Pero, naturalmente, el propósito del viaje era proporcionarse una coartada. Primero paró en su residencia del campus, habló con la directora y le dijo que había venido a recoger su máquina de escribir y que a causa del mal tiempo el viaje de Wolcott a Lawrence le había llevado dos horas. Saliendo de allí, entró en un cine, y contrariamente a su costumbre, charló un momento con un acomodador y con un vendedor de caramelos. A las once, cuando la película terminó, regresó a Wolcott. El perro que tenían, que no era de raza, aguardaba en el porche gimiendo de hambre. Lowell Lee entrando en la casa y pasando por encima del cadáver de su padre, le preparó un tazón de leche caliente y gachas. Luego, mientras el perro comía, telefoneó al despacho del sheriff, y dijo: 198

-Le llamo Lowell Lee Andrews. Vivo en el seis mil cuarenta de Wolcott Drive y quiero denunciar un robo... Cuatro agentes de la patrulla del sheriff de Wyandotte County se presentaron. Uno de ellos, el agente Meyers, describe así la escena: -Bueno, era la una de la madrugada cuando llegamos allí. Todas las luces de la casa estaban encendidas. Y ese enorme niño de pelo oscuro, Lowell Lee, estaba sentado en el porche acariciando a su perro. Le daba palmadas en la cabeza. El teniente Athey le preguntó qué había sucedido. Se limitó a señalar la puerta y a decir, con cierta negligencia: «Echen un vistazo.” Después de hacerlo, los aturdidos agentes llamaron al forense del distrito (un caballero que también quedó impresionado con la insensible indiferencia del joven Andrews). Cuando el forense le preguntó qué disposiciones pensaba tomar para el funeral, Andrews, encogiéndose de hombros, contestó: -No me importa qué haga con ellos. En seguida llegaron dos detectives que empezaron a hacer preguntas al único superviviente de la familia. A pesar de que estaban convencidos de que mentía, los dos detectives escucharon pacientemente el cuento de que se había ido en coche hasta Lawrence a buscar su máquina de escribir, de que luego había entrado en el cine y que al llegar a casa después de medianoche halló las alcobas saqueadas y su familia asesinada. Mantuvo esta historia y puede que la hubiera mantenido siempre si, después de su arresto y traslado a la prisión del distrito, las autoridades no hubieran conseguido la ayuda del reverendo Virto C. Dameron. El reverendo Dameron, personaje sacado de un libro de Dickens, persuasivo y excelente orador de azufre y fuego eterno, era el ministro de la Iglesia baptista de Grandview de Kansas City, la iglesia que los Andrews frecuentaban regularmente. Despertado por una llamada urgente del forense, Dameron se personó en la cárcel a las tres de la madrugada. Los detectives que habían interrogado al sospechoso intensa pero infructuosamente pasaron a otra habitación dejando que el ministro mantuviera una consulta privada con aquel elemento de su parroquia. Resultó ser una entrevista fatal para el último, quien muchos meses después le contaba a un amigo: -El señor Dameron me dijo: «Piensa, Lee, te conozco desde que naciste. Desde que no eras más que un renacuajo. Y que a tu padre lo conocía de siempre, que crecimos juntos, que éramos amigos de infancia. Y por eso he venido hasta aquí, no sólo porque soy tu ministro religioso, sino porque te considero como a un miembro de mi propia familia. Y porque tú necesitas un amigo en quien poder confiar y confiarte. Este espantoso suceso me ha conmovido como no puedes imaginar y tengo tantas ganas como tú de ver al culpable detenido y castigado.” »Me preguntó si tenía sed, y, como sí la tenía, me trajo una Coca-Cola y empezó a hablarme de las vacaciones, del Día de Acción de Gracias y de si me gustaba la universidad, hasta que de pronto dijo: "Según parece, Lee, dudan de tu inocencia. Estoy seguro de que no te importará someterte al detector de mentiras para convencer a esos hombres de tu inocencia, así pueden empezar a ocuparse de atrapar al culpable." Luego me dijo: "Lee, tú no has cometido esa acción atroz, ¿verdad? Si lo hiciste, ahora es el momento de purgar tu alma." Entonces pensé: qué más da, y le conté la verdad, prácticamente todo. No dejaba de sacudir la cabeza, poner los ojos en blanco y frotarse las manos. Me dijo que era una acción terrible y que yo tendría que responder de ella ante el Altísimo y purgar mi alma diciéndoles a los policías lo que acababa de contarle a él. Me preguntó si estaba dispuesto a hacerlo. 199

-Le llamo Lowell Lee Andrews. Vivo en el seis mil cuarenta de Wolcott Drive y quiero<br />

denunciar un robo...<br />

Cuatro agentes de la patrulla del sheriff de Wyandotte County se presentaron. Uno de<br />

ellos, el agente Meyers, describe así la escena:<br />

-Bueno, era la una de la madrugada cuando llegamos allí. Todas las luces de la casa<br />

estaban encendidas. Y ese enorme niño de pelo oscuro, Lowell Lee, estaba sentado en el<br />

porche acariciando a su perro.<br />

Le daba palmadas en la cabeza. El teniente Athey le preguntó qué había sucedido. Se<br />

limitó a señalar la puerta y a decir, con cierta negligencia: «Echen un vistazo.”<br />

Después de hacerlo, los aturdidos agentes llamaron al forense del distrito (un caballero<br />

que también quedó impresionado con la insensible indiferencia del joven Andrews). Cuando<br />

el forense le preguntó qué disposiciones pensaba tomar para el funeral, Andrews,<br />

encogiéndose de hombros, contestó:<br />

-No me importa qué haga con ellos.<br />

En seguida llegaron dos detectives que empezaron a hacer preguntas al único<br />

superviviente de la familia. A pesar de que estaban convencidos de que mentía, los dos<br />

detectives escucharon pacientemente el cuento de que se había ido en coche hasta Lawrence a<br />

buscar su máquina de escribir, de que luego había entrado en el cine y que al llegar a casa<br />

después de medianoche halló las alcobas saqueadas y su familia asesinada. Mantuvo esta<br />

historia y puede que la hubiera mantenido siempre si, después de su arresto y traslado a la<br />

prisión del distrito, las autoridades no hubieran conseguido la ayuda del reverendo Virto C.<br />

Dameron.<br />

El reverendo Dameron, personaje sacado de un libro de Dickens, persuasivo y excelente<br />

orador de azufre y fuego eterno, era el ministro de la Iglesia baptista de Grandview de Kansas<br />

City, la iglesia que los Andrews frecuentaban regularmente. Despertado por una llamada<br />

urgente del forense, Dameron se personó en la cárcel a las tres de la madrugada. Los<br />

detectives que habían interrogado al sospechoso intensa pero infructuosamente pasaron a otra<br />

habitación dejando que el ministro mantuviera una consulta privada con aquel elemento de su<br />

parroquia. Resultó ser una entrevista fatal para el último, quien muchos meses después le<br />

contaba a un amigo:<br />

-El señor Dameron me dijo: «Piensa, Lee, te conozco desde que naciste. Desde que no<br />

eras más que un renacuajo. Y que a tu padre lo conocía de siempre, que crecimos juntos, que<br />

éramos amigos de infancia. Y por eso he venido hasta aquí, no sólo porque soy tu ministro<br />

religioso, sino porque te considero como a un miembro de mi propia familia. Y porque tú<br />

necesitas un amigo en quien poder confiar y confiarte. Este espantoso suceso me ha<br />

conmovido como no puedes imaginar y tengo tantas ganas como tú de ver al culpable<br />

detenido y castigado.”<br />

»Me preguntó si tenía sed, y, como sí la tenía, me trajo una Coca-Cola y empezó a<br />

hablarme de las vacaciones, del Día de Acción de Gracias y de si me gustaba la universidad,<br />

hasta que de pronto dijo: "Según parece, Lee, dudan de tu inocencia. Estoy seguro de que no<br />

te importará someterte al detector de mentiras para convencer a esos hombres de tu inocencia,<br />

así pueden empezar a ocuparse de atrapar al culpable." Luego me dijo: "Lee, tú no has<br />

cometido esa acción atroz, ¿verdad? Si lo hiciste, ahora es el momento de purgar tu alma."<br />

Entonces pensé: qué más da, y le conté la verdad, prácticamente todo. No dejaba de sacudir la<br />

cabeza, poner los ojos en blanco y frotarse las manos. Me dijo que era una acción terrible y<br />

que yo tendría que responder de ella ante el Altísimo y purgar mi alma diciéndoles a los<br />

policías lo que acababa de contarle a él. Me preguntó si estaba dispuesto a hacerlo.<br />

199

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!