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A sangre fría - Truman Capote

A sangre fría (título original en inglés: In Cold Blood) es una novela del periodista y escritor estadounidense Truman Capote. Fue comenzada en 1959 y finalmente publicada en 1966. Para hallar la documentación necesaria para el libro el autor realizó un exhaustivo trabajo de campo. A sangre fría explica cómo una familia de un pueblo rural de Estados Unidos es asesinada sin ningún sentido y cómo los asesinos son capturados y sentenciados a pena de muerte. En la novela se quieren mostrar las dos caras del sistema judicial, la humanidad que está detrás de un crimen y, especialmente, el motivo de este.

A sangre fría (título original en inglés: In Cold Blood) es una novela del periodista y escritor estadounidense Truman Capote. Fue comenzada en 1959 y finalmente publicada en 1966. Para hallar la documentación necesaria para el libro el autor realizó un exhaustivo trabajo de campo. A sangre fría explica cómo una familia de un pueblo rural de Estados Unidos es asesinada sin ningún sentido y cómo los asesinos son capturados y sentenciados a pena de muerte. En la novela se quieren mostrar las dos caras del sistema judicial, la humanidad que está detrás de un crimen y, especialmente, el motivo de este.

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el capítulo siguiente, versículo doce, el castigo por desobedecer aquel mandamiento dice: «El<br />

que agrediera a un hombre causándole la muerte, será sentenciado a muerte sin remisión.»<br />

Ahora bien, el señor Fleming querría hacernos creer que eso cambió con la venida de Cristo.<br />

No es así. Puesto que dice Jesucristo: «No creáis que haya venido a destruir la ley ni a los<br />

profetas, no vine a destruir, sino a colmar.» Y para terminar...<br />

Green hojeaba la Biblia y pareció cerrarla accidentalmente, ante lo cual, los dignatarios<br />

legales forasteros sonrieron dándose codazos, porque era aquél un viejísimo truco: el abogado<br />

que leyendo las sagradas escrituras hace como si perdiera el punto de la cita y luego dice,<br />

como hacía ahora Green:<br />

-No importa. Creo que lo sé de memoria. Génesis, capítulo nueve, versículo seis:<br />

«Aquel que vertiera <strong>sangre</strong> de hombre, verá su propia <strong>sangre</strong> vertida por los hombres.”<br />

-Pero -siguió Green- no veo que se pueda ganar nada discutiendo sobre la Biblia.<br />

Nuestro estado dispone que la pena impuesta por asesinato en primer grado sea cadena<br />

perpetua o muerte en la horca. Esa es la ley. Ustedes, caballeros, están aquí para hacer que esa<br />

ley se cumpla. Y si alguna vez hubo un caso en que la máxima pena estuviera justificada, es<br />

éste. Fueron unos asesinatos extraños y feroces. Cuatro de sus conciudadanos fueron<br />

asesinados como puercos en su pocilga. ¿Y cuál fue la razón? Ni la venganza, ni el odio: el<br />

dinero. Dinero. Fue la <strong>fría</strong> y calculada pesada de tantas onzas de plata contra tantas onzas de<br />

<strong>sangre</strong>. ¡Y qué baratas costaron aquellas vidas! Un lote de cuarenta dólares. ¡A diez dólares la<br />

vida! -giró sobre sí mismo y señaló alternativamente con el dedo de Hickock y a Smith- Se<br />

presentaron armados de una escopeta y un puñal. Fueron allí para robar y matar...<br />

Su voz tembló, se quebró, falló como estrangulada por la intensidad de su desprecio por<br />

aquellos acusados que mascaban chicle con aire desenvuelto. Volviéndose hacia el jurado,<br />

preguntó con voz ronca:<br />

-¿Qué van a hacer? ¿Qué van a hacer con esos hombres que atan a un hombre de pies y<br />

manos, le abren la garganta y le vuelan los sesos? ¿Condenarlos a la mínima pena? Y ésa no<br />

es más que una de las acusaciones. ¿Qué me dicen de Kenyon Clutter, un muchacho con toda<br />

la vida por delante, atado contemplando impotente la lucha moral de su padre? O de la<br />

pequeña Nancy Clutter, que oye los disparos y sabe que ahora llega su turno. Nancy que<br />

suplicó por su vida: «No lo hagan. ¡Oh, por favor, no lo hagan! Se lo ruego. Se lo ruego.»<br />

¡Qué agonía! ¡Qué indecible tortura! Y aún queda la madre, atada y amordazada, teniendo que<br />

escuchar cómo su esposo y sus hijos adorados morían uno a uno. Oyendo todo hasta que los<br />

asesinos, los acusados que tienen ante ustedes, entraron en su cuarto y, enfocándole con la<br />

linterna en la cara, destruyeron, con el último disparo, una familia entera.<br />

Green hizo una pausa y tocó distraídamente un divieso que tenía en la nuca, inflamación<br />

ya madura que con la ira del momento parecía pronta a reventar.<br />

-Así, caballeros, ¿qué van a hacer? ¿Condenarles a la mínima pena? ¿Enviarlos otra vez<br />

a la penitenciaría y correr el riesgo de que se escapen o les concedan libertad bajo palabra? La<br />

próxima vez que asesinen, puede que sea a alguien de su propia familia. Lo digo -<br />

solemnemente contempló al jurado con una mirada que los abarcaba a todos y a todos<br />

desafiaba- porque algunos de los más espantosos crímenes sólo ocurren porque a veces un<br />

grupo de jurados cobardes se negó a cumplir con su deber. Y ahora, caballeros, lo dejo a<br />

ustedes y a sus conciencias.<br />

Se sentó. West le susurró:<br />

-Ha estado magistral, señor.<br />

Pero algunos se mostraban menos entusiastas y después que el jurado se retiró a discutir<br />

el veredicto, uno de ellos, un periodista de Oklahoma, tuvo un agrio intercambio de palabras<br />

con otro periodista, Richard Parr del Star de Kansas City.<br />

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